martes, 30 de agosto de 2016

Clase N° 20 /año 3 - jueves 25 de agosto 2016


ALFREDO DE CICCO,
UN GRAN SONETISTA 
(1922-2016)



Fue justamente el día del lector y cumpleaños de Jorge Luis Borges, el 24 de agosto pasado, que el poeta Alfredo De Cicco se fue a la eternidad. Pero nos dejó su obra.

Por tal motivo, y sobre la marcha decidimos el mismo jueves pasado, cuando nos enteramos de tan triste noticia, que le dedicaríamos enteramente la clase programa de Abordajes poéticos del jueves 25 de agosto.


y más abajo, el link de la Fundación Argentina para la Poesía llamado Letras Argentinas, donde además pueden leerse algunos de sus poemas y su noticia biobibliográfica: el Dr. De Cicco fue durante 10 años Presidente de Fundación Argentina para la Poesía. 


La semana próxima retomaremos el normal desarrollo de las clases y el taller, que -recuerden- ahora se transmite en vivo, streaming online, por www.onradio.com.ar  los jueves de 18 a 19 hs, horario de la Argentina.


La yapa es un link en el que el querido Alfredo De Cicco lee sus poemas. 



  ¡Buena semana poética! 



jueves, 25 de agosto de 2016

Clase N° 19 /año 3 - jueves 18 de agosto 2016

LA POÉTICA EN
 LA PROSA DE
ABELARDO CASTILLO_1


EN EL DÍA DEL LECTOR, AQUÍ, EL AUDIO DE LA CLASE DE LA SEMANA PASADA Y UN PUNTEO DE LOS TEMAS POR LOS QUE PASAMOS:



·        Dimos la bienvenida a una nuevo miembro: María Teresa Lippo y leímos los poemas que cada uno había preparado con la consigna de la clase anterior. 

·        Informamos acerca del Concurso anual de poesía inédita “León Benarós” de la FAP.

·        La literatura comenzó en forma de verso.

·        El tema del Tema: los humanos contamos siempre acerca de las mismas cosas.

·        No hay lectura ingenua.



Comenzamos a ver la poética en la prosa de Abelardo Castillo

Nació en Buenos Aires, pero asume como lugar de nacimiento, por decisión, la ciudad costera bonaerense de San Pedro, a donde se traslada con su padre, en 1946, y donde vive hasta los 18 años.

Publica sus primeros cuentos en 1959. Gana un premio en el concurso de la revista Vea y Lea en 1959 (jurado: Borges, Bioy Casares y Manuel Peyrou).

Funda El Grillo de Papel, continuada por El Escarabajo de Oro, una de las revistas literarias de más larga vida en la Argentina (1959-1974), caracterizada por su adhesión al existencialismo, al compromiso sartreano del escritor. Luego, desde 1977 hasta 1986, dirige El Ornitorrinco, siendo incluido en 1979 en las «listas negras» de intelectuales prohibidos durante la dictadura.

Su primera obra de teatro, El otro Judas, escrita a los 22 años (1957) y publicada y estrenada en 1961, reitera el problema de la culpa que asume el traidor del Nazareno, tal vez como un secreto instrumento de Dios e, incluso, desde el acto existencial de la responsabilidad de un hombre por todos los hombres. Culpa y castigo que son tema de numerosos cuentos de este narrador; un hilo conductor por los arrabales, las casas, los boliches, los cuarteles, las calles de la ciudad o pequeños pueblos de provincia, donde sus personajes llegan, por lo general, a situaciones límite. No son pocas las veces que parecen concurrir a una cita para dirimir un pleito con su propio destino. La fatalidad de los sucesos hace recordar a Borges, una de sus devociones, de quien toma a veces cierta entonación criolla y distante. En otros cuentos, largos períodos apenas puntuados por la coma, aluden a la violencia, al vértigo de las imágenes, el vivir en tensión de sus criaturas.

Muchos de sus cuentos y relatos incursionan en el delirio y lo fantástico y, algunos ("La casa de ceniza", "Las panteras y el templo") son explícitos o secretos homenajes a Poe, a quien Abelardo Castillo transformó en personaje teatral en Israfel, obra premiada en París por un jurado internacional y que tuviera un largo éxito en Argentina.

Ha obtenido numerosos premios nacionales e internacionales y algunos de sus cuentos, novelas y obras de teatro, han sido traducidos al inglés, francés, italiano, sueco, alemán, eslovaco, esloveno, ruso, polaco, húngaro, griego y macedonio.


Leemos algunas máximas mínimas de su libro Ser escritor

Si ve que un señor se cae en la calle y se pregunta qué hará cuando se levante, puede que sea novelista o incluso filósofo; un cuentista sólo piensa: ¿por qué se cayó?

No tengo opiniones sobre literatura. Heine decía que las catedrales fueron hechas porque los hombres que las construyeron no tenían opiniones, sino convicciones. Seguramente no construiré nunca una catedral, pero, al menos, tengo una convicción: un buen cuento es una historia contada de la única manera posible.

La literatura no es lo que yo escribo sino eso que está ahí, en la biblioteca. Escribir sigue siendo mi fiesta secreta”.

La poesía no es una manera de escribir, es más bien un modo de vivir, de percibir el mundo.


  ¡Buena semana poética! Y recordamos que

Los Abordajes poéticos pueden escucharse online los días jueves de 18 a 19 hs, horario de la Argentina, vía streaming, por www.onradio.com.ar






miércoles, 17 de agosto de 2016

Clase N° 18 /año 3 - jueves 11 de agosto 2016

LA POÉTICA A LA
 ORILLA DEL RÍO

 JUAN ELE ORTIZ

Recordemos que ahora podemos escuchar y leer la clase. Los Abordajes poéticos pueden escucharse online los días jueves de 18 a 19 hs, horario de la Argentina, vía streaming, por www.onradio.com.ar

Este es el link donde podremos escucharla completa, con la participación de sus integrantes.


Y añado aquí sólo unos pocos materiales, vinculados.



Arriba, la portada de las Obras Completas publicadas por la UNL. Abajo, los dos Juanes, Juan Ele con Juan José Saer.

Juan Laurentino Ortiz es un poeta argentino, nuestro Walt Whitman. Lo llamaban Juan Ele. 

Nacido en Puerto Ruiz, Departamento de Gualeguay, Provincia de Entre Ríos, 11 de junio de 1896 y fallecido el 2 de septiembre de 1978, en Paraná. Pasó su infancia en las selvas de Montiel, un paisaje que marcó su poesía para siempre.

Naturaleza, poesía, libertad, unidad, justicia: las preocupaciones que absorbían a Juan L. Ortiz. No le interesaba distraerse en conquistar reconocimientos y aplausos.

La naturaleza es el tema preponderante de En el aura del sauce. Al señalarse la originalidad de la cosmovisión que manifiestan sus versos, la crítica empleó el término “místico”, y estudió las influencias religiosas, filosóficas y poéticas de Oriente.

Empleaba el vocablo “paisaje” para referirse al ámbito físico y espiritual, inseparable de su poesía y de su vida. Es preferible hablar de “naturaleza”, pues este último término conlleva connotaciones filosóficas y religiosas.

Por un lado, Juan L. Ortiz se reconoce integrado a una tradición poética universal. Pero también encuentra puntos en común con la poesía entrerriana, en la que, ya se sabe, predomina la lírica, y el paisaje es protagonista.

Realizó estudios de Filosofía y vivió un corto tiempo en Buenos Aires. Allí participó de la bohemia literaria de los años ´20. Volvió pronto a su provincia.

Aunque integró movimientos políticos, entre otros un comité de solidaridad con la República durante la guerra civil que dividió a España en los años ´30, vivió aislado del ambiente cultural de la capital argentina; sólo viajó una vez al exterior, invitado por el gobierno de China comunista.

La leyenda de su figura alta, flaca, concentrada en la observación del paisaje fluvial, trascendió más que su extensa obra, de una "espléndida monotonía", en la que identifica su espíritu con el paisaje que lo rodeó durante toda su vida.

Juanele, como comenzó a llamárselo en los círculos literarios de la capital, fumaba en largas boquillas de caña y publicaba sus poemas, de versos extensos, en libros de tipografía minúscula, cuidando hasta el extremo todos los aspectos de la edición, característica que tiende a ser respetada en las ediciones actuales.

Los simbolistas franceses y la poesía oriental influyeron en su obra, caracterizada por la delicadeza y la disposición contemplativa, que alude siempre al río, los árboles, las inundaciones, los cambios climáticos, sin eludir la historia social de su provincia natal (sede de importantes frigoríficos desde comienzos del siglo XX), mostrando siempre una especial sensibilidad por el drama de la pobreza y, en particular, por los niños que la sufren en su inocencia.

Un largo poema suyo, "El Gualeguay", es a la vez una narración del paisaje y de los sucesos históricos y económicos que se produjeron en las riberas de uno de los ríos de la provincia.

Ortiz murió en la ciudad de Paraná. La tensión de su obra entre la comunión con el paisaje y el conflicto social fue magníficamente descrita por el propio autor en estos versos: No olvidéis que la poesía, / si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva, / es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin, / cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin / y tendida humildemente, humildemente, para el invento del amor...

Está bien lejos de meramente describir un paisaje. Apenas si se apoya suavemente en él, podría decirse, y lo hace penetrando en su corazón y  transformándolo en poema. Una poesía de luminosa espiritualidad donde convive su decir siempre delicado y leve con una infinita piedad hacia la condición humana.

Para que su poética sea a la vez completamente localista y absolutamente universal, Juan L. Ortiz no necesitó viajar demasiado a lo largo de su vida. El complejo recorrido por sus senderos interiores, poblados de "cielos que se cerraban sobre un monte lleno de largos brazos negros y miradas lívidas" que había comenzado en Gualeguay, continuó en Mojones Norte, enclavado en plena selva de Montiel donde su padre fue capataz de estancia, continuó luego en Villaguay para regresar, a los diez años, a su amada Gualeguay. 


Su formación literaria estuvo vinculada con: Rilke, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Mallarmé, Pound, Eliot, Maeterlinck, Tolstoi, entre una lista interminable de autores, quienes fueron sus inseparables compañeros junto al transcurrir del río Gualeguay. No obstante, o precisamente por ello, su primer libro El agua y la noche, selección de poemas manuscritos, apareció recién en 1933, gracias a la insistencia de Córdoba Iturburu, César Tiempo y, especialmente, de su gran amigo Carlos Mastronardi.



Prólogo de Juan José Saer

       Es cierto lo que dice Eliot que los libros para los que escribiríamos de buena gana un prólogo son justamente aquéllos que no lo necesitan. Pero es cierto también que un escrito, por corto que sea, aumenta, para quien lo emprende, la proximidad de aquello que se dispone a evocar. Escribir sobre algo es intimar con ello, precisando, no únicamente los aspectos intelectuales del objeto sino también, y sobre todo, los emocionales. Es pasar un momento intenso, como se dice, más espeso que la vida, con el asunto que se trata. Y no es que Juan no esté siempre presenten nuestra admiración y en nuestro afecto, pero lo está como lo es­tán las cosas de b memoria, disperso y fragmentario, once años después de su muerte que ocurrió, como es sabido, en un  momento terrible de nuestra historia, en el que casi todos sus amigos estaban desparramados por el mundo. La obra de Juan L Ortiz no necesita —ni nunca necesitó— magia prólogo para destocar su evidencia, pero en cambio yo, que estoy escribiéndolo, puedo gozar de b presencia acrecentada de su autor gracias a la mediación de lo escrito.
           Probablemente, lo primero que llama la atención en esa obra es su autonomía —idioma dentro del idioma, estado dentro del estado, cosmos dentro del cosmos, toda obra literaria se caracteriza por la coherencia de sus leyes internas y la poesía de Juan L. Ortiz no escapa a esa regla—. Como lo he observado alguna vez a propósito de la prosa de Antonio Di Benedetto, puede decirse que también la poesía de Juan es reconocible aún a primera vista por su distribución en la página, por sus preferencias tipográficas, por la extensión de sus versos, por el ritmo de sus blancos, o por la peculiaridad de su puntuación. Esa intención de significar a través de todos los aspectos de la construcción poética hasta darle al conjunto de la obra la forma inequívoca de un objeto bien diferenciado en el plano de la lengua y en el del pensamiento, da como resultado una evolución constante de su poesía que, a partir de los primeros intentos post-simbolistas, desembocan en un uso sutil de la alusión, de la multiplicidad de connotaciones, de la combinación de la lengua coloquial y de la lengua literaria y, sobre todo, de una forma poco utilizada en la poesía argentina, que podríamos definir como una lírica narrativa. En este sentido, ciertas cumbres de su obra, como "Gualeguay" o "Las colinas", se inscriben con naturalidad en la tradición más fecunda de nuestra literatura, la que desde 1845, con la aparición de Facundo, ha hecho de la evolución de los géneros o de su transgresión liberadora, su aporte más original a la literatura de nuestro idioma.
           La autonomía de Juan no ha sido únicamente un hecho artístico, sino también un estilo de vida, una preparación interna al trabajo poético, una moral. Retrospectivamente también es posible percibir una estrategia cultural en su independencia que no sólo lo mantenía aislado de los grupos políticos y de los círculos literarios, de los pasillos aterciopelados de la cultura oficial, sino también del circuito comercial de la literatura y de los criterios adocenados de escritura y de impresión, que lo incitaron a convertirse en su propio editor y en su propio distri­buidor. El costo de esa actitud en aislamiento, en pobreza, en oscuridad, sólo puede ser pagado sin vacilaciones por aquéllos que conocen, gracias a la fineza de sus intuiciones, el tiempo propio de la cultura, la evidencia lenta de sus aportes originales de la que es condición necesaria, como lo afirma Proust, "la singular vida espiritual de un escritor obsesionado por realidades especiales cuya inspiración es la medida en la que tiene la visión de esas realidades, su talento la medida en la que puede recrearlas en su obra, y, finalmente, su mo­ralidad el instinto que, induciéndolo a considerarlas bajo un aspecto de eternidad (por particulares que esas realidades puedan parecernos) lo empuja a sacrificar a la necesidad de percibirlas y a la necesidad de reproducirlas asegurándoles una visión duradera y clara, to­dos sus placeres, todos sus deberes, y hasta su propia vida, de la que la única razón de ser no es otra cosa que el modo de entrar en contacto con esas realidades...".
           De la autonomía de la obra y de la personalidad de Juan, podemos inferir la segunda de sus cualidades, su fuerza, que podía pasar desapercibida para quienes se dejaban engañar por su aparente fragilidad física. Los que tuvimos la suerte de frecuentarlo —en la más inten­sa alegría que, aún en los momentos más graves, era el clima permanente de nuestros encuentros— no dejábamos de observar, a pesar de la ecuanimidad exacta de sus juicios, la firmeza de sus convicciones; también su ingenuidad era aparente —quizás una forma de delicadeza— ya que su curiosidad constante lo ponían al abrigo de todas las ilusiones que, a lo largo de casi siete décadas de creación poética, fueron sucesivamente levantándose y desmo­ronándose en nuestra escena intelectual como meras fantasmagorías. A los que se han creído obligados a compadecerlo por su pobreza y por su marginalidad podemos desde ya devolverles la tranquilidad de conciencia: el lugar en el que Juan estuviese era siempre el punto central de un universo en el que la inteligencia y la gracia, a pesar de catástrofes, violencia y decepciones, no dejaban ni un instante de irradiar su claridad reconciliadora. Esa fuerza se traducía también en una capacidad de trabajo que sus amigos, en general mucho más jóvenes que él, cineastas, pintores, escritores, músicos, militantes políticos y sindicales, distábamos mucho de poseer, y que con los años fue concentrándose en el ejercicio de una escritura poética en la que aumentaban sutileza y complejidad. Como pocos casos en nuestra literatura, la última poesía de Juan es superior a la de sus primeros libros, y su evolución se produjo en el marco de una coherencia estética que fue afirmándose con el estudio y la refle­xión, en una búsqueda ininterrumpida que va desde 1915 hasta 1982.
           El deseo de conocer cada vez mejor su propio instrumento para utilizarlo con mayor eficacia, esa disciplina a la que únicamente los grandes artistas se someten, tenía como objetivo el tratamiento de un tema mayor, del que toda la obra es una serie de variaciones: el dolor, histórico o metafísico, que perturba la contemplación y el goce de la belleza que para la poesía de Juan es la condición primera del mundo. El mal corrompe la presencia radiante de las co­sas y cuando sus causas son históricas sus efectos perturbadores se multiplican. La lírica de Juan recibe, en ondas constantes de desarmonía, los sacudimientos que vienen del exterior, y su respuesta es la complejidad narrativa de sus obras mayores, en las que esos sacudimientos son incorporados como el reverso oscuro de la contemplación. Y el objeto principal de la contemplación, lo que engloba la multiplicidad del mundo, es el paisaje.
           Se ha hablado a menudo de la preeminencia del paisaje en la poesía entrerriana, del paisaje de Entre Ríos como un decorado de por sí apto para su aplicación poética, sobreenten­diendo incluso que su particularidad regional consistiría justamente en un suplemento de dulzura cuya simple transcripción ya produciría poesía. Pero aunque Juan conocía y aprecia­ba la poesía de su provincia, no se abstenía de repetir a menudo con una risita sarcástica la ocurrencia de Borges, según la cual, a causa de sus extremos épico-líricos, "la poesía entre­rriana es una mezcla de caramelo y de tigre". Del mismo modo que los antecedentes de Mastronardi debemos buscarlos en la poesía francesa y no en los alrededores de Gualeguay podemos decir que el paisaje, que ocupa un lugar tan eminente en la poesía de Juan, no es la consecuencia de un determinismo geográfico o regional, sino una proyección de su percep­ción del mundo y de su concepción de la poesía. Esa concepción es de índole materialista, no en el sentido de una noción que se opone al espiritualismo, sino más bien en el de los "Tres cantos materiales" de Neruda, que no son el resultado de una polémica estéril con el espiritualismo (palabra que por otra parte merecería, para saber exactamente lo que quiere decir, ser sometida a una recapitulación semántica), sino de un deslumbramiento ante la prolifera­ción enigmática de materia que llamamos mundo. Para la poesía de Juan el paisaje es enigma y belleza, pretexto para preguntas y no para exclamaciones, fragmento del cosmos por el que la palabra avanza sutil y delicada, adivinando en cada rastro o vestigio, aun en los más diminutos, la gracia misteriosa de la materia.

           Me parece necesario hacer notar que, a partir de 1950, la significación del trabajo de Juan empieza a hacerse evidente en la poesía argentina ya que son raros los poetas de las nuevas generaciones que, cualesquiera sean sus propias tendencias estéticas, no reconozcan en ese trabajo una referencia de primer orden. Juan ha sido uno de los pocos interlocutores de una generación anterior que, en razón de la persistencia de sus búsquedas, los poetas más jóve­nes podían considerar como uno de sus contemporáneos. La visita a Juan L a Paraná se transformó desde mediados de los años 50 en un ritual iniciático de la joven poesía argentina. Este hecho relativiza su marginalidad y lo pone más bien en el centro de la actividad poética de los últimos cuarenta años, y puesto que su inexistencia para la cultura oficial es evidente, deberíamos preguntarnos si esa inexistencia no es representativa del lugar margi­nal que ocupa la poesía en nuestra sociedad, no únicamente en lo relativo al cuadro de honor expuesto en los paneles de los ministerios y a la distribución de prebendas, sino también en cuanto al circuito comercial del libro, en el que la expresión poética debe resignarse a ceder­le el paso a mercancías literarias de consumo más inmediato. Por su marginalidad de esas instancias —y sólo de ésas— la obra de Juan, así como la de Girondo o la de Macedonio Fernández, se vuelve síntoma, pero también faro y emblema —nudo invicto de labor desinteresada y de una libertad de pensamiento y de escritura que pone en su lugar, es decir, en el campo de lo inesencial, con perspicacia soberana, manejos, dividendos y consignas.
           El aspecto venerable de Juan, sus largos cabellos blancos, su cuerpo estricto y nudoso, la cortesía superior de sus ademanes y de sus palabras, podía incitar a quienes lo conocían va­gamente a esperar de él los aforismos de un supuesto maestro, las sentencias de un director de conciencia o la solemnidad estudiada de un santón —alguno de esos estereotipos que, por su carácter sobado y vacío, saben manipular con tanta destreza algunos charlatanes y figurones— La enseñanza de Juan era el propio Juan, la simplicidad de su vida y de sus rela­ciones, la conciencia de sus límites y de sus conflictos, su ironía constante —que podía ser temible, y estoy autorizado a afirmarlo ya que algunas de mis pretensiones la sufrieron en carne propia— y la aceptación valerosa de su propio desuno. Jóvenes o viejos, hombres ordi­narios o artistas, celebridades o perfectos desconocidos, todos tenían derecho al mismo trato, a la misma bonhomía, al "¡Pero cómo le va!" apresurado y franco con que dejaba su li­bro y se precipitaba, con sus pasitos afables, hacia el visitante inesperado que, después de trepar por las barrancas del parque Urquiza, llegaba a la hora de la siesta a conversar un rato.
           Nosotros, sus amigos de Santa Fe, tuvimos la suerte de verlo a menudo. A veces, era él quien cruzaba el río, con un bolso cargado de libros, manuscritos, tabaco y anfetaminas —para aumentar su lucidez y su energía y aprovechar más horas de trabajo— y pronto nos juntábamos en algún lado, en lo de Hugo Gola, en el motel de Mario Medina, o en mi propia casa de Colastiné, alrededor de un asado y de un poco de vino, quedándonos a conversar el día entero, la noche entera, la madrugada. Otras veces, éramos nosotros los que cruzábamos a Paraná. Tomábamos la lancha temprano, un poco después de mediodía, y a eso de las tres ya estábamos subiendo la barranca en la siesta soleada y, al cruzar la calle ancha y curva que se abría frente a su casa, divisando a Juan a través de la ventana de su despacho desde el que, en un banqueta en la que se sentaba a leer, no necesitaba mas que levantar la cabeza para contemplar de tanto en tanto el gran río que corría a los pies de la barranca. Si hacía buen tiempo, nos sentábamos a matear en el jardín o, mejor todavía, atravesábamos la calle y nos instalábamos en algún rincón del parque, bien alto, a la sombra si hacía calor y, fumando y conversando, nos demorábamos hasta el anochecer que iba subiendo por la barranca, el río y las islas. Luego bajábamos a alguna de las parrillas del puerto y Juan, después de co­mer, por tarde que fuese, nos acompañaba hasta la lancha, a la que casi siempre llegábamos corriendo porque era la última y sólo esperaban que sacáramos los pasajes y saltáramos a bordo para retirar la planchada. Adormilados de vino y de fatiga nos balanceábamos con la lancha que se balanceaba en el río de medianoche, contentos de haber salvado un día —y la vida entera quizás, si juzgo por la alegría intacta que me visita hoy, casi treinta años más tar­de, mientras escribo estas páginas.

(Prólogo a  En el aura del sauce, antología editada por la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1989)





 ¡Buena semana poética! 






jueves, 11 de agosto de 2016

Clase N° 17 /año 3 - jueves 4 de agosto 2016

Crónica de una nueva experiencia

ATRAVESADOS POR LA TECNOLOGÍA:

PRIMER TALLER LITERARIO 
POR RADIO
VÍA STREAMING


Vía Streaming por www.onradio.com.ar los jueves de 18 a 19 hs, horario de la Argentina.

Es y fue un volver a empezar. Porque como decía Marshall McLuhan, el medio es el mensaje.
Es que el jueves pasado comenzamos una interesante experiencia: un taller de lectoescritura online, que suponemos es el primero en su género. Un nuevo medio para trasvasar de manera global una comunicatividad interactuada, como lo es todo saber enseñable, que sin duda se irá construyendo y mejorando sobre la marcha.
Con emoción caótica resultó la primera transmisión. Señalamos una vez  más como un mantra nuestro credo: un poema es una emoción contada. Y desde allí partimos.




Como miembros de la Comisión Directiva de la FAP –Fundación Argentina para la Poesía– nos dieron la bienvenida a esta nueva plataforma para esta primera transmisión del taller online Abordajes poéticos la vicepresidenta de la Institución, Sra. Lidia Vinciguerra y el secretario de la FAP, Sr. Norberto Barleand. Y estuvieron presentes los asistentes al taller, a quienes allí presentamos: Anna Martelli, María Gold, Alejandro Biedma, Alba Estrella y Gabriel Cherulñec. Como siempre, la atenta Norma Belleri nos sirvió café al gusto de cada uno.
La inmanente a nuestro espíritu música de Astor Piazzolla nos bendijo tanto al comienzo como al final del programa-taller.
En algún lado quedó grabado el audio del programa, a la espera de que sea colocado quizá en alguna plataforma accesible a todos. Mientras e igualmente, seguiremos subiendo las clases de la más clásica manera del periodismo gráfico: ésta.

Como señala en su estatuto fundacional: 


La Fundación Argentina para la Poesía (FAP) es una institución sin fines de lucro cuyo propósito es promover la poesía, ayudar a sus cultores mediante la organización de concursos, premios, becas, conferencias, congresos y hacer público el reconocimiento a quienes contribuyeron, sin ser poetas, a difundir la poesía. 


Y claro que hablamos de poesía. Y de nuestra poeta invitada para la ocasión: María Elena Walsh, de la que sólo pudimos leer un par de poemas. Es que el tiempo físico del programa se nos escurrió entre los dedos del tiempo emocional y experimental.
Vimos ediciones diversas de sus obras y nos referimos a su trayectoria tanto literaria como artística. Recordamos apenas uno de los recursos estilísticos vinculados con su poesía: la prosopopeya.






María Elena Walsh (Ramos Mejía, Buenos Aires, 1° de febrero de 1930 – Buenos Aires, 10 de enero de 2011)

Aunque todos saben que no me gusta realizar tontos rankings, ella es una de nuestras grandes poetas. Fue poeta, música, cantante, compositora, periodista, crítica literaria. Nació en 1930 en Ramos Mejía, de padre ferroviario de ascendencia inglesa, y de ascendencia andaluza por parte de la madre.

El escritor Leopoldo Brizuela ha puesto de relieve el valor de su creación diciendo que «lo escrito por María Elena configura la obra más importante de todos los tiempos en su género, comparable a la Alicia de Lewis Carroll o a Pinocho de Carlo Colodi; una obra que revolucionó la manera en que se entendía la relación entre poesía e infancia».

En el panorama de la música infantil en Latinoamérica, ella se destaca junto a grandes maestros. Especialmente famosa por sus obras infantiles, entre las que se destacan el personaje/canción Manuelita la tortuga y los libros Tutú Marambá, El reino del revés, Dailan Kifki y El monoliso, es también autora de varias canciones populares para adultos, entre ellas las maravillosas Como la cigarra, Serenata para la tierra de uno y El valle y el volcán.

Otras canciones de su autoría que integran el cancionero popular argentino son La vaca estudiosa, Canción de Titina, El Reino del Revés, La pájara Pinta, La canción de la vacuna (El brujito de Gulubú), La reina Batata, El twist del Mono Liso, Canción para tomar el té, En el país de Nomeacuerdo, La familia Polillal, Los ejecutivos, Zamba para Pepe, Canción de cuna para un gobernante, Oración a la justicia, Canción de caminantes, etc. Entre sus álbumes destacados se encuentran Canciones para mirar (1963) y Juguemos en el mundo (1968).

La conocida película de dibujos animados Manuelita (1999), dirigida por Manuel García Ferré para el público infantil, se inspira en su famoso personaje y reúne sus canciones.

Hacia 1948 formó parte del movimiento literario de La Plata, que se reunió en torno al sello editorial Ediciones del Bosque, creado por Raúl Amaral. Esta editorial publicó algunas de sus obras poéticas. Entre 1951 y 1963 formó el dúo Leda y María junto a Leda Valladares y entre 1985-1989 fue designada por el presidente Raúl Alfonsín para integrar el Consejo para la Consolidación de la Democracia. Entre los artistas que difundieron el cancionero de María Elena Walsh se destacan el Cuarteto Zupay, Luis Aguilé, Mercedes Sosa, Jairo, Rosa León y Joan Manuel Serrat.
Durante toda su carrera publicó más de 20 discos y escribió más de 50 libros.

A lo largo de su vida formó pareja con la folklorista Leda Valladares, la directora de cine María Herminia Avellaneda y la fotógrafa Sara Facio, con quien vivió desde inicios de la década de 1980 hasta su muerte.

Su padre era ferroviario, y ambos, argentinos. Abuelos paternos ingleses y abuela materna andaluza. De la cultura popular inglesa, María Elena tomaría las nursery rhymes, tradicionales canciones para niños, como Baa Baa black sheep o Humpty Dumpty, que su padre le cantaba de niña, así como el hábito de las construcciones verbales que caracterizan al nonsense (el sin sentido) británico, como una de las principales fuentes de inspiración en su obra.

Fue criada en un gran caserón de Ramos Mejía, en el Gran Buenos Aires, con patios, gallinero, rosales, gatos, limoneros, naranjos y una higuera. En ese ambiente emanaba mayor libertad respecto de la tradicional educación de clase media de la época. La canción Fideos finos ("Voy a contarles qué había/entonces en Ramos Mejía") y su primera novela, Novios de antaño (1990), de raíz autobiográfica, están dedicadas a relatar y reconstruir los recuerdos de su infancia.

Tímida y rebelde, leía mucho desde adolescente. En 1945, a los 15 años, publicó su primer poema en la revista El Hogar (número dedicado a la primavera), titulado Elegía. Ese mismo año escribió también en el diario La Nación.

En 1947, con 17 años, sufrió la muerte de su padre y publicó su primer libro, un poemario titulado Otoño imperdonable, que recibió el segundo premio Municipal de Poesía, aunque el jurado se excusó diciéndole que no le habían otorgado el primero porque era demasiado joven. 

Se trata de un libro notable, que llamó de inmediato la atención  en el mundo literario hispanoamericano. Reúne poemas escritos entre los 14 y los 17 años que sorprenden por la madurez expresiva y por un estilo natural, plenos de hallazgos y juegos líricos, como en «Término», donde se define a sí misma como «un sitio donde florecerá la muerte».

El libro fue elogiado por la crítica y por algunos de los más importantes escritores hispanoamericanos del momento, como Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Eduardo González Lanuza y Pablo Neruda.

Luego de finalizar sus estudios secundarios en 1948, y de recibirse como profesora de Dibujo y Pintura, aceptó la invitación de Juan Ramón Jiménez (autor de Platero y yo) de visitarlo en su casa de Maryland (Estados Unidos), donde permanecería seis meses durante 1949. Se trató de una experiencia compleja, porque dicen que Jiménez la trató impiadosamente, sin ninguna consideración por sus necesidades e inclinaciones personales. La propia María Elena describiría unos años después esa experiencia en estos términos:

                    
Cada día tenía que inventarme coraje para enfrentarlo, repasar mi insignificancia, cubrirme de una desdicha que hoy me rebela. Me sentía averiguada y condenada. Suelo evocar con rencor a la gente que, mayor en mundo, tuvo mi verde destino entre sus manos y no hizo más que paralizarlo. Con generosa intención, con protectora conciencia, Juan Ramón me destruía, y no tenía derecho a equivocarse porque él era Juan Ramón, y yo, nadie. ¿En nombre de qué hay que perdonarlo? En nombre de lo que él es y significa, más allá del fracaso de una relación.

De vuelta en Buenos Aires y ya sobre el filo de la mitad del siglo, María Elena frecuentó los círculos literarios e intelectuales y escribió ensayos en diversas publicaciones.

En 1951 publicó su segundo poemario, Baladas con Ángel. El libro fue editado en un mismo volumen con Argumento del enamorado, del igualmente joven escritor Ángel Bonomini, quien por entonces era novio de María Elena. El volumen constituye un todo en el que dos enamorados intercambian sus emociones expresadas en versos.

En esta oportunidad Walsh recurre a la balada para construir su obra poética, una forma lírica erigida a partir de la musicalidad de su estructura, probablemente reflejando la influencia de Jiménez. Las mismas muestran a la poeta en un momento de optimismo y alegría inducido por el amor, pero a la vez dejan traslucir una insatisfacción de fondo que pronto estallaría.

Estas emociones pueden encontrarse en Balada del tiempo perdido, donde la escritora exterioriza la angustia que la venía acosando, calmada ahora por la llegada del amor:

Como a sus vanas hojas
el tiempo me perdía.
Clavada a la madera de otro sueño
volaban sobre mí noches y días.

Poblándome de una
nostalgia distraída
la tierra, el mar, me entraban en los ojos
y por ociosas lágrimas salían.


María Elena Walsh ("Balada del tiempo perdido", frag., en Baladas con Ángel)

 
María Elena Walsh parecía comenzar a definir su vida como una de las más prometedoras figuras del mundo intelectual porteño. Sin embargo, aunque nadie lo percibiera, se sentía asfixiada: por las represiones familiares y sociales relacionadas con una sexualidad que siempre mantuvo reservada a la intimidad, por los celos y pequeñas traiciones del mundillo cultural, y por un clima político polarizado entre peronismo y antiperonismo, tendencia esta última con la que se identificaba la joven.

En ese momento, su vida estaba a punto de pegar un notable viraje: formarán ella y Leda Valladares el dúo Leda y María. De allí en más, casi todo –vida y obra en MEW–  es conocido.

Lectura de la dedicatoria de Otoño imperdonable

Dedicatoria

Piénsame como en la fotografía
con mi perfil rondando tu apellido
Brizna desmemoriada que ha crecido
al lado de tu voz, amiga mía.

Yo soy aquella fiebre de papeles
que por los corredores de la escuela
admiraba tu mundo de acuarela
y la política de tus pinceles.

Soy el antaño de tus mediodías
y aquel afán donde te reconoces
quien buscaba tu voz entre las voces
y quién tanto lloró porque sufrías.

Mi corazón en todo te comprende
-desde su cerradura o con su llave-
pero perdónalo porque no sabe
en dónde acabas tú y empieza el duende.

Digo que eres sostén y nervadura
de esta riqueza que no llamo mía
porque eres la verdad de mi alegría,
porque estoy reclinada en tu dulzura.

No encuentro nada venturoso y nuevo
que presida el candor de mi confianza
alargaré en tu nombre la esperanza
hasta pagarte lo que no te debo.

En la ciudad de mi palabra fría
ardiendo está tu ausencia y tu latido.
Mucho antes de partir me habré perdido
sin tu mano en mi mano, amiga mía.

Danza con mi paraguas arlequines
prende mi luz y mírate en mi espejo
De todo me desprendo y te lo dejo:
la lapicera, el canto, los patines.

Te estoy queriendo, única y primera
desde mi soledad exagerada.
Siempre estaré de frente en tu mirada
y asistiendo a tu sombra verdadera.

Dame la mano y vamos a algún lado
con los pinceles como pasaporte
Las dos con una brújula sin norte
Las dos con un reloj equivocado.

El poema está estructurado en 10 estrofas de cuartetos endecasílabos.
Quién es la amiga suya: la poesía, sin dudarlo. Y en aquel último cuarteto, desde el primer verso que señala: Dame la mano y vamos a algún lado… está pergeñado ya el título y la síntesis de aquel bello poema titulado Dame la manos y vamos ya.

Fue rebelde, sensible y solitaria. Escribió sonetos, fue miembro de la generación del ´40.



La consigna para nuestro siguiente encuentro es escribir un poema o un texto de prosa poética “a la manera de”, en este caso, a la manera de María Elena Walsh. ¿Por qué? Porque aprendiendo y aprehendiendo la poética, es decir la manera de escribir de otros, allí comenzaremos a darnos cuenta y descubrir nuestra propia escritura.

Nuestra cita es aquí, recuerden:

 Vía Streaming por www.onradio.com.ar los jueves de 18 a 19 hs, horario de la Argentina.



Y un testimonio al final de la jornada, 
en la puerta de la radio. 


Al salir del primer "Abordajes Poéticos" Taller de la Fundación Argentina para la Poesía en su nuevo formate online, guiado por la poeta Sandra Pien.
Norberto Barleand-Alba Estrella-María Gold- Sandra Pien y quien sube esta imagen (Lidia Vinciguerra)





...y ahora yo tomo la foto y se une al grupo Gabriel Cherulñec




¡Gracias, Lidia!


  ¡Buena semana poética para todos!