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jueves, 29 de mayo de 2014

Clase N° 7 - 29-05-14



Hoy es el cumpleaños de Alfonsina Storni, a quien desde luego le dedicamos la clase, pero para no ser tan obvios, hoy vamos a ver al gran poeta santafesino

José Pedroni
Nació en la ciudad de Gálvez, provincia de Santa Fe, hijo de Gaspar Pedroni y de Felisa Fantino. Sin embargo, su lugar de residencia durante la mayor parte de su vida fue la ciudad de Esperanza, en la misma provincia de Santa Fe, su ciudad adoptiva y en la cual escribe la mayor parte de su obra poética. Esperanza es una colonia fundada en 1859 y habitada por inmigrantes de origen suizo, alemán, francés, belga y luxemburgués. Se casó con Elena Chautemps el 27 de marzo de 1920. Tuvieron cuatro hijos. Falleció en Mar del Plata en 1968.

Un poeta diferente de lo que conocemos. La nueva semilla de la Argentina del siglo XX. Es el poeta de las cosas, muy llano, muy sencillo, muy popular. La poesía de Pedroni apunta al corazón del hombre. El protagonista principal, el hombre, el obrero. Las cosas sencillas, el mundo cotidiano.

Su poesía fue aplaudida por Leopoldo Lugones (Lo llama “el hermano luminoso”). Eso lo perjudicó en cierta forma, cuando Lugones fue defenestrado, pero, además, ese elogio afectó su escritura: Tardó diez años en publicar su siguiente libro.

Obra
La gota de agua (Buenos Aires 1923)
Gracia plena (Buenos Aires, 1925),
Poemas y palabras (Buenos Aires, 1935)
Diez mujeres, romances (Buenos Aires, 1941, 2da.Ed., 1945)
Nuevos cantos (Buenos Aires, 1944),
Canto a Cuba (Buenos Aires, 1960)
Cantos del hombre libre (Santa Fe, Argentina, 1960)
La hoja voladora (Buenos Aires, 1961)
El nivel y su lágrima (Santa Fe, 1963)
Obra poética (Rosario, Argentina, 1962, 2 vols.).

Fuente recomendada:


Autobiografía

Voy a decir quién soy: octavo en el orden de once nacimientos, vine al mundo en Gálvez, (Santa Fe) el 21 de setiembre de 1899. Allí hice mis primeras letras; allí permanecí hasta los trece años. En ese tiempo, el mejor de mi vida, se produce mi cuento donde hay algunos nombres - Juan, Ramón, Félix, Julián y Ercilia, mi dulce hermana - ; las ruinas de un iglesia que nunca llegó a techarse, una laguna llena de sanguijuelas chupadoras, un campo con pechirrojos, un tren que pasa y una mariposa que deposita en mi corazón el huevecillo que se resolvería después en verso un poco triste.

Mi padre, constructor de cuchara en mano, a quien yo servía como peoncito en mis horas libres, solía encontrarme detrás de un montón de ladrillos tocando la serenata de mi soledad en un violín de dos palitos secos… Otras veces su silbido me sorprendía escribiendo en la arena palabras inventadas, arte este de bajo precio al que finalmente me aficioné. Mi madre se llamaba Felisa, y era callada, propensa al llanto y muy hermosa.

Mi padre, Don Gaspar, era menudo, nervioso, dominante y gran trabajador. Firmaba Pedroni Gaspare. A su nombre llegaba a nuestra casa un diario italiano que yo leía para él por las noches. Me decía que sabía hacerlo muy bien; pero no era cierto. Casi siempre mi padre se dormía sobre la mesa grande, tan cansado estaba. Mi madre lo sacudía, y él buscaba el lecho con paso vacilante. Yo aprovechaba para irme a dormir y hacia la noche me despertaba para llorar. Me curaron con una tijera abierta, puesta por Ercilia debajo de mi cama. Contábame ella después que aquella noche temblaba como una hoja.

Un día me llevaron a Rosario para que estudiara. A los dieciocho años regresé al campo. Anduve por algunas colonias agrícolas. Con los cosecheros aprendí a cantar. A los veinte años aparece la mujer, una sola en mi vida. Conscripto y casado, llegamos con un hijo a Esperanza. Fui durante treinta y cinco años contador de una fábrica de arados. Jubilado, aquí estoy con sesenta y tantos años, cuatro hijos y nueve nietos. Eso es todo, y demostrativo de lo común de mi vida que no me separa de los demás. Con las palabras de Hugo respondo a la desilusión que pueda producir en algunos: “Insensato lector, ¿crees que yo no soy tú? ”

He publicado doce libros de versos, donde el hombre en quien creo y a quien amo, participa de mi emoción y domina sobre el paisaje. El recuerdo del hombre dirá cuál es el mejor de mis poemas.
José Pedroni


En 1957 responde a una pregunta sobre la poesía, con una especie de manifiesto:

“Estamos hablando de la poesía, que de todas las artes es la más difícil de exponer. Existe y se siente, pero su naturaleza es tal, que no se explica. Yo, que creo hacerla no me atrevo a definirla, y si no fuera por no pasar de desatento, me limitaría a contestar: No entiendo. Lugones, tildado de dogmático, sostiene que la poesía es emoción y música, sujeta a ritmo y rima; Eluard, que es el lenguaje que canta; Güiraldes, que es aquello hacia lo cual tiende el poeta. Me complace esta vaguísima definición que elude la controversia por admitir el misterio, y que se despreocupa del modo y el ordenamiento. La poesía es inefable, como el amor. Quizás haya un símil figurativo de ella: la flor flagrante. Ergo: no es la estructura lo que cuenta sino la genuina e inconfundible esencia, y lo primero vale como elemento de contenido y comunicación de lo segundo. Tal la responsabilidad del verso, que no es poca. Siendo el lenguaje poético una expresión de la sensibilidad donde la voluntad no rige, y supuesto que no es honesto sujetarlo a forma y fin, se justifica que no me interese la existencia de una poesía con denominación genérica sino la permanencia de la poesía como fenómeno de belleza.

Es indudable que la gran aventura que vive la humanidad ha dado y está dando ejemplares poéticos que se manifiestan preocupados por el destino de ésta y que tienen en el lenguaje un agente de estremecimiento y sostén del hombre. El movimiento es fuerte de progreso y visión ancha, y se le reconoce novedad conceptual y constructiva. Pero es fuerte porque la emoción es su potencia generativa. De la función humana de esta poesía le viene el marbete de «social» y hasta el sorprendente de «comprometida». Pero lo social no es absolutamente nuevo. Virgilio, cincuenta años antes de Cristo, hace poesía social en la forma de su tiempo, y dando un gran salto para situarlos en nuestro pasado cercano, nos encontramos con Whitman, Martí, Hernández, autores de una magnífica poesía de igual contenido. ¿Para qué, pues, las abstracciones con lo que es accidente de un invariable latido?

Lo que me preocupa, eso sí, es lo que ocurre con la nueva generación, que se muestra muy diferenciada y poco comprendida. A un gran sector de ella se lo ve en la experiencia de la libertad extrema que renuncia a la resonancia o la espera en el futuro. Sus enrolados, administran la economía hasta en los signos: ubican curiosamente las palabras, sea para darles resplandor, sea para descubrir su densidad oculta; no estiman la música, que si la usan es muy sutil y de fondo; descuidan la claridad, y especulan con la facultad de adivinación del lector a quien crean un conflicto de interpretación. Este, no educado, se confunde y desmoraliza. Frente a ellos, mi posición es de respeto, pero incrédulo. No puede ser otra ante un lenguaje que pocas veces alcanza a comunicarme la emoción de belleza. Un arte sin ecos, de soledad, ¿para qué sirve? ¿por qué se hace?”

Algunos poemas selectos, vistos en clase:

La invasión gringa

1

Hoy nadie llegaría.
Pero ellos llegaron.
Sumaban mil doscientos.
Cruzaron el Salado.

Al cruzarlo, afanosos,
lo probaron.
Y los hombres dijeron
-¡Amargo!-
Pero siguieron.
En la espalda traían clavados
dos ojos de fuego,
los de Aarón Castellanos,
salteño.

Los barcos
(uno. . . dos. . .
tres. . . cuatro. . .)
ya volvían vacíos
camino del Atlántico.
Su carga estaba ahora
en un convoy de carros:
relumbre de guadañas;
desperezos de arados;
hachas, horquillas,
palos;
algún fusil alerta;
algún vaivén de brazos;
nacido en el camino,
algún niño llorando.

El trigo lo traían las mujeres
en el pelo dorado.
Hojas de viejos libros
volaban sobre el campo.

2

¿Dónde se hallaba el oro,
de todos alabado?.
El oro estaba en un pequeño árbol;
el oro era un engaño;
sólo pequeñas flores
de oro perfumado.
Aromitos floridos,
orillas del Salado.

3

Los indios
-un indio cada árbol-
iban retrocediendo;
no podían mirarlos.
Los ojos renegridos se cerraban
frente a los ojos claros
que tenían la fuerza
del cielo diáfano.
-“¿Cómo hacer
para ahogarlos?.
Esperemos la noche
tirados en los pastos.
Esperemos na noche
juntadora de pájaros”-.
Con la noche salieron de caza
los ojos malos.
Y se llenó la noche
de pájaros asustados.

Pero del fondo de la tierra
ya subía el milagro:
el linar de las flores azules,
el linar azulado,
donde los ojos gringos
fueron multiplicados.

4

Un niño que pregunta
cuándo vuelven los barcos.
Un mano de madre que detiene
la pregunta en los labios.
Un hombre con los ojos
clavados en el campo.
Una mujer que escribe:
-Ya llegamos.
Hay árboles enormes;
muchos pájaros;
una cruz en el cielo, luminosa,
un río amargo. . .

5

Su lengua era difícil.
Sus nombres eran raros.
Los gauchos se murieron
sin poder pronunciarlos.
Bérlincourt se llamaban,
que es un hilo enredado.
Zíngerling se llamaban:
campanita sonando.
Zimmermann: un dibujo
del mar atravesado.
(Más atrás ya venían
los nombres italianos,
Boncompagni adelante:
el vino derramado).

6

Una mujer que escribe:
-Nos casamos.
La tierra es nuestra ¡nuestra!.
Todo lo que tocamos
va siendo nuestro:
el buey, el horno, el rancho. . .
Nuestros todos los árboles;
nuestro un único árbol,
tan grande, tan copioso,
que da gusto mirarlo.
Es una nube verde
asentada en el campo.

7

Y como todo vuelve
-flor, golondrina, barco. . .-,
un día serenísimo volvieron
los cantos ahuyentados;
volvieron uno a uno,
como pájaros.
Iban de boca en boca
los pájaros cantando;
de la boca del mozo,
orilla del Salado,
a la boca del hombre
que derribaba el árbol;
de la boca del hombre,
derribando,
a la boca del ama que tejía
con los ojos cerrados.

Del lado “de la tierra”
la música y el canto.
Del lado de Esperanza
el trigal avanzando.

                                                                                                                   
Credo

Creo en la luz, que es pura, y en la tierra,
y en el agua, que es casta, y en el sol,
y en la sombra cordial que se derrama
con la dulzura de tu corazón.

Cuna

Haz con tus propias manos
la cuna de tu hijo.
Que tu mujer te vea
cortar el paraíso.

Para colgar del techo,
como en los tiempos idos
que volverán un día.
Hazla como te digo.

Trabajarás de noche.
Que se oiga tu martillo.
“Está haciendo la cuna”
que diga tu vecino.

Alguna vez la sangre
te manchará el anillo.
Que tu mujer la enjugue.
Que manche su vestido.

Las noches serán blancas,
de columpiado pino.
Harás según el árbol
la cuna de tu niño.

Para que tenga el sueño
en su oquedad de nido.
Para que tenga el ángel
en un oculto niño.

La obra será tuya.
Verás que no es lo mismo.
Será como tus brazos
la cuna de tu hijo.

Se mecerá con aire.
Te acordarás del pino.
Dirás: “Duerme en mi cuna”.
Verás que no es lo mismo.

Versos a la máquina de escribir

1

Me bastó encontrarte
un día cualquiera,
para comprarte.
La luz de la vidriera
nada tuvo que ver.
Me detuvo tu nombre,
tu nombre de mujer,
grato a mi corazón de hombre.

¡Mercedes!
No era de carne y hueso
aquella novia mía.
Recibía mi beso
y mi palabra: ¾¡hermana!¾;
pero no respondía.
Está muerta en el libro de lectura
de mi niñez lejana.
Mercedes:
sobre tu nombre cae
la luz de la ventana.

2

En tu teclado están todas las palabras
del mundo;
las dulces, las amargas.
Están todos los nombres
de las mujeres amadas:
Helena, Beatriz,
Raquel, Julieta, Laura. . .
Esperan que las llamen,
en un fondo de agua.

También está la palabra muerte,
que es mejor no formarla,
sino para decir
lo mucho que se ama.

3

Un día entre tus teclas,
se me cayó una lágrima.
Tenía veinte años
y escribía una carta.
Quise mirarte adentro:
¡qué de pequeñas ramas!

4

¡Qué lindas las lunas del paréntesis
en tu renglón más alto!
Ponen entre los números odiosos
una nota de encanto.

Lo mismo digo del acento:
bichito de luz
sin el cual no está ella
en la palabra tú.

5

La cinta colorada
dice de tu rubor.
El timbre es el lugar
donde vive tu voz.

6

Mercedes: tú eres digna
de algo más que estos versos.
Hemos escrito tantos,
que deseamos no hacerlos.
Una flor diferente cada día
es lo que yo te ofrezco.


Nivel

Este es el nivel de mi padre;
su nivel de albañil.
Tiene una gota de aire.

Mi padre está hecho polvo. De aquel hombre
ya no se acuerda nadie.
Vive conmigo cada vez más solo
en esta gota de aire.

Más olvidado cada día;
más recordado cada tarde;
cada vez más lejano y más cercano
en este mundo grande.

Todas las casas de mi pueblo,
todas las casas de antes;
todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.

Plano solado de los patios;
suma igualdad de los umbrales;
suelo de nuestra casa,
hecha para esperarte. . .

Todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.

Ven a mirar el transparente mundo
que me ayudó a encontrarte;
ven a mirar la fuente de mi verso,
llano, simple, constante.

Hacia ti y hacia mi se mueve el mundo
en esta gota de aire.


La plomada

Cuelga de un hilo de pescar la pesa
y es un pequeño mundo suspendido.
Un ángel invisible la sostiene.
Señala el centro de la tierra, herido.

Sigue su vertical, hombre constante,
y llegarás a Dios, hombre afligido.


Figura poética

Gradación

Es una ordenación de una serie de palabras de menor orden de importancia a mayor o viceversa. Crea una intensidad semántica, ascendente, o como anticlímax, descendente.
Casi una metáfora semántica por concatenación de términos.

Se puede usar en adjetivos o sustantivos. Preferentemente, no en verbos, porque se hace imposible la gradación, salvo en muy contados verbos vinculados semánticamente. Y porque consideramos que en poesía no hay sinónimos, la poesía es intraducible; no parece posible transvasar significado entre moldes poéticos de distinta forma.


Ejemplos

Ascendente
Aspiro siempre a lo bello, lo perfecto, lo sublime...

Descendente

Mientras por competir

Soneto de Luis de Góngora y Agote

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello.
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Estructura del poema
Descriptio puellae en los dos primeros cuartetos
En los tercetos, carpe diem y/o tempus fugit


jueves, 22 de mayo de 2014

Clase N° 6 22-05-2014



Recurso

Encabalgamiento:


Encabalgamiento es un efecto poético que ocurre cuando la pausa de fin de verso no coincide con una pausa morfosintáctica (una coma, un punto...). La frase inconclusa queda, por tanto, «a caballo» entre dos versos (efecto del que toma su nombre la figura retórica). Si en medio de combinaciones de palabras que no permiten pausas entre ellas (Sust. + Adj., Sust. + CN, etc.) se introduce la pausa final del verso, se produce el encabalgamiento.

Recurso de nivel fónico. Es un quiebre hacia lo semántico sintáctico. Engancha un verso con el siguiente. Es un recurso de la poesía medida. No aparece en la poesía libre. Sirve para cantar.

Existen dos tipos:

Abrupto o brusco: cuando la pausa se produce antes de la quinta sílaba del verso encabalgado.
Suave: el que va más allá de la quinta sílaba del verso encabalgado.

En la poesía libre no hace falta (sólo en lo espacial).

Ejemplos:

Miguel Hernández
”Elegía a Ramón Sijé”

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupa si estercolas...

Antonio Machado

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos
las polvorientas encinas!...




El poeta trabajado en esta clase fue el vasco Gabriel Celaya (1911-1991)

Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta (Hernani, Guipúzcoa, 18 de marzo de 1911 – Madrid, 18 de abril de 1991), conocido como Gabriel Celaya, fue un poeta español de la generación literaria de posguerra. Fue uno de los más destacados representantes de la que se denominó poesía comprometida o poesía social. Uno de los tres más importantes poetas del período de posguerra, junto con Angel González y José Manuel Caballero Bonald.  Escribió en español, no en vasco.

Su poesía es desgarrada, realista. No utiliza muchos recursos poéticos, aunque se pueden encontrar el encabalgamiento y el hipérbaton. Para Celaya la poesía es un para qué, es una forma de militar, transmitir un mensaje.

Su padre lo envió a Madrid a estudiar y a trabajar en sus empresas. Entre los años 1927 y 1935 vivió en la Residencia de Estudiantes, donde conoció a Federico García Lorca, José Moreno Villa y a otros intelectuales que lo inclinaron por el campo de la literatura, llevándolo a dedicarse por entero a la poesía. En 1946 fundó en San Sebastián, con su inseparable esposa Amparo Gastón, la colección de poesía «Norte» y desde entonces abandonó su profesión de ingeniería y su cargo en la empresa de su familia.

Obras
Marea del silencio, 1935
La soledad cerrada, 1947
Movimientos elementales, 1947
Tranquilamente hablando, 1947 (firmado como Juan de Leceta)
Objetos poéticos, 1948
El principio sin fín, 1949
Se parece al amor, 1949
Las cosas como son, 1949
Deriva, Alicante, 1950
Las cartas boca arriba, 1951
Lo demás es silencio, 1952
Paz y concierto, 1953
Ciento volando (con Amparo Gastón), 1953
Vía muerta, 1954
Cantos iberos, 1955
Coser y cantar (con Amparo Gastón), 1955
De claro en claro, 1956
Entreacto, 1957
Las resistencias del diamante, 1957
Música celestial (con Amparo Gastón), 1958
Cantata en Aleixandre, 1959
El corazón en su sitio, 1959
Para vosotros dos, 1960
Poesía urgente, 1960
La buena vida, 1961
Los poemas de Juan de Leceta, 1961
Rapsodia eúskara, 1961
Episodios nacionales, 1962
Mazorcas, 1962
Versos de otoño, 1963
Dos cantatas, 1963
La linterna sorda, 1964
Baladas y decires vascos, 1965
Lo que faltaba, 1967
Poemas de Rafael Múgica, 1967
Los espejos transparentes, 1968
Canto en lo mío, 1968
Poesías completas, 1969
Operaciones poéticas, 1971
Campos semánticos, 1971
Dirección prohibida, 1973
Función de Uno, 1973
El derecho y el revés, 1973
La hija de Arbigorriya, 1975
Buenos días, buenas noches, 1978
Parte de guerra, 1977
Poesías completas (Tomo I-VI), 1977-80
Iberia sumergida, 1978
Poemas órficos, 1981
Penúltimos poemas, 1982
Cantos y mitos, 1984
Trilogía vasca, 1984
El mundo abierto, 1986
Orígenes / Hastapenak, 1990
Poesías completas, 2001-04

Algunas de sus poemas vistos en clase:


La poesía es un arma cargada de futuro

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

De Cantos íberos (1955)

Pasa y sigue

Uno va, viene y vuelve, cansado de su nombre;
va por los bulevares y vuelve por sus versos,
escucha el corazón que, insumiso, golpea
como un puño apretado fieramente llamando,
y se sienta en los bancos de los parques urbanos,
y ve pasar la gente que aún trata de ser alguien.

Entonces uno siente qué triste es ser un hombre.
Entonces uno siente qué duro es estar solo.
Se hojean febrilmente los anuarios buscando
la profesión «poeta» —¡ay, nunca registrada!—.
Y entonces uno siente cansancio, y más cansancio,
solamente cansancio, tiempo lento y cargado.

Quisiera que escucharais las hojas cuando crecen,
quisiera que supierais lo que es abrirse el aire
creyendo que uno colma de evidencia el instante
con su golpe de savia y ascendencia situada,
quisiera que pensarais después de tanto esfuerzo
que esa gloria y sorpresa fueron luz, fueron nada.

Lloraríais conmigo la lágrima o la estrella,
lloraríais verdades de temblor transparente,
caeríais como gotas de lo espeso afligido
y en lo pálido y liso diminutos tambores
sonarían al paso de los números neutros
como largos sumandos de implacable cansancio.

Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, yo, plural, yo, horadado,
desalmándome lento, sintiendo ya los huesos
que, sueltos, se golpean, y al fin, desencajados,
baten, baten, aventan —polvo y paja— mi vida.
Lloraríais si vierais cómo pienso en vosotros.
Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, lluevo amén mi fatiga.

Da miedo ser poeta; da miedo ser un hombre
consciente del lamento que exhala cuanto existe.
Da miedo decir alto lo que el mundo silencia.
Mas ¡ay! es necesario, mas ¡ay! soy responsable
de todo lo que siento y en mí se hace palabra,
gemido articulado, temblor que se pronuncia.

Pensadlo: ser poeta no es decirse a sí mismo.
Es asumir la pena de todo lo existente,
es hablar por los otros, es cargar con el peso
mortal de lo no dicho, contar años por siglos,
ser cualquiera o ser nadie, ser la voz ambulante
que recorre los limbos procurando poblarlos.

A través de mí pasa: yo irradio transparente,
yo transmito muriendo, yo sin yo doy estado
al hombre que si mira parece que algo exige,
y simplemente mira, me está siempre mirando,
y esperando, esperando desde hace mil milenios
que alguien pronuncie un verso donde poder tenderse.

Sonámbulos acuden a mí los que no saben
si sufren o si sólo por no muertos del todo
aún siguen suspirando sin encontrar su forma,
su expresión absoluta, su descanso y mi olvido.
Y como quien conjura fantasmas yo pronuncio
palabras en que dejo de ser quien soy por ellos.

Cuando grito, no grita mi yo para decirse.
Cuando lloro, quien llora dentro de mí es cualquiera,
y es tan sólo en los otros donde vivo de veras.
Mis cantos son los cantos rodados que una mansa
corriente milenaria suaviza y uniforma,
y el murmullo del agua los va deletreando.

¡Oh jóvenes poetas!, mirad, estoy llamando,
hundido en ese fondo que aún no ha sido expresado
de los muertos y el muerto que yo sumo al fracaso.
Decid lo que no supe, lo que nadie aún ha dicho.
Yo cumplí lo que pude, pero todo fue en vano,
y hoy me siento cansado —perdonadme—, cansado.

No me hagáis preguntas. Cantad cara al mañana
lo común de la sangre, lo perpetuo y corriente.
No, al solo yo atenidos, penséis que vuestra muerte
es la muerte sin vuelta y el fin de vuestro anhelo.
Mientras haya en la tierra un solo hombre que cante,
quedará una esperanza para todos nosotros.
Cantemos como quien respira,
Hablemos de lo que cada día nos ocupa
Nada de lo humano me es ajeno
En el poema debe haber barro
La poesía no es un fin en sí mismo
La poesía es para transformar el mundo.



El espejo

En soledad no estoy solo; alguien vive dentro de mí.
Narciso ve en el agua un ser que no es él mismo;
se inclina ávidamente buscando su secreto,
pero descubrirlo es entrar en la muerte.
El que se asoma a un espejo está cogido:
le sorprenden los misterios imprevistos.
Al tenue resplandor de las brisingas
surgen los jardines abisales del delirio.
Levísimo, cantando, muy lejos, en el fondo,
algo me arrastra suavemente a su sima;
me dan miedo esos ojos, mis ojos, tan extraños
cuando desde el alinde me miran implacables.
Su presencia, mi reflejo, me vuelve hacia mí mismo,
me hunde poco a poco en mis céntricos abismos,
me lleva hasta esa blanca catedral del silencio
donde la luna es la virgen desnuda que yo adoro.
Un fantasma se levanta de mis ruinas congeladas
y soy yo, soy yo mismo, mi doble;
oigo su voz que es un frío en mis huesos,
su voz que me revela... No sé; no recuerdo.
¡ Oh virgen de los lívidos ojos desorbitados,
envuelta en un halo de plata violeta,
de palidez nocturna, de frío de menta,
virgen desamparada en la orilla del cielo !
Luz cenital; sala de mármol:
sobre el blanco pavimento estás tendida,
desnuda y desangrada, no dormida,
soñada por la luna de los asesinatos.
No sonriendo, ni triste, ni severa,
hierática en la altura de un silencio,
mirándome y mirándote en mis ojos
absortos como un mar frío y sin sueño.

Del libro: La soledad cerrada

El espejo me refleja

El espejo me refleja, me vuelve hacia mí mismo.
Lentamente me hundo en mis pálidos abismos.
Me veo reflejado, ya, desde muy lejos,
Perdido en esa blanca catedral del silencio
Donde la luna es la virgen desnuda y muerta que yo adoro.
La noche tiende sus trampas invisibles:
El que se asoma a un espejo está cogido,
Le sorprenden los misterios imprevistos,
Se pierde en un laberinto de cristales y espejos giratorios.
En el fondo del silencio la muerte es un río lento;
Yo lo miro pasar de la luna al azogue;
Mientras alguien apoya sus dedos helados sobre las yemas de mis dedos
No sé qué me mueve a sonreír tristemente.
Alguien me lleva de la mano por el borde de los precipicios;
Un amor, un delirio, el vértigo me llama;
El espanto es el más dulce de los escalofríos
Cuando crece súbitamente como un árbol en el fondo de la carne.
Me miro fijamente en el espejo:
La noche me ha cogido en sus trampas sutiles.
Me siento cada vez más hondo:
La muerte se inclina sobre mí para besarme.
Me dan miedo esos ojos, mis dos ojos sin nubes
Que desde el espejo me miran implacables
Mientras baten espadas de luz
En sus aguas heladas y azules.

De Marea de Silencio


Quien me habita
Car Je «est» un autre.
Rimbaud

¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar,
y oír como una lejana catarata que la vida se derrumba,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar!
¡Qué extraño es verme aquí sentado!
¡Qué extraño verme corno una planta que respira,
y sentir en el pecho un pájaro encerrado,
y un denso empuje que se abre paso difícilmente
por mis venas!
¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y agarrarme una mano con la otra,
y tocarme, y sonreír, y decir en voz alta
mi propio nombre tan falto de sentido!
¡Oh, qué extraño, qué horriblemente extraño!
La sorpresa hace mudo mi espanto.
Hay un desconocido que me habita
y habla como si no fuera yo mismo.La luna
Equilibrio matemático de esferas
Arboles blancos de escarcha

Del libro: Marea del silencio

La luna es una ausencia

De cuerpos en la nieve;
El mar, la afirmación
De lo total presente.
¡Adiós, pájaros altos,
Instantes que no vuelven!
¡Cuánto amor en la tarde
Que se me va y se pierde!
El mar de puro ser
Se está quedando inerte.
¡Ser mar! ¡Ser sólo mar!
Lo quieto en lo presente.
Y no luna sin sangre,
Blanco abstracto hacia muerte,
Máscara del silencio,
Teoría de nieve.
¡Ser mar! ¡Ser sólo mar!
¡Mar total en presente!

Del libro: Marea del silencio

Desnudo en la brisa

Cuerpos desnudos para el aire desnudo.
Para el cielo claro y duro
Mis dos gritos de oro agudo
Para la brisa delgada
-Alcohol puro de pájaros y altura-
La embriaguez del salto y la carrera
O la suelta melena de la fuga.
Luz vertical se alza el aire
Desde mi cuerpo desnudo
Hacia el gozo de las altas claridades.

Del libro: Marea del silencio

Tus gritos y mis gritos en el alba

Tus gritos y mis gritos en el alba.
Nuestros blancos caballos corriendo
Con un polvo de luz sobre la playa.
Tus labios y mis labios de salitre.
Nuestras rubias cabezas desmayadas.
Tus ojos y mis ojos,
Tus manos y mis manos.
Nuestros cuerpos
Escurridizos de algas.
¡Oh amor, amor!
Playas del alba.