Hoy es el
cumpleaños de Alfonsina Storni, a quien desde luego le dedicamos la clase, pero para no ser tan obvios, hoy vamos a ver al gran poeta santafesino
José Pedroni
Nació en la ciudad
de Gálvez, provincia de Santa Fe, hijo de Gaspar Pedroni y de Felisa Fantino.
Sin embargo, su lugar de residencia durante la mayor parte de su vida fue la
ciudad de Esperanza, en la misma provincia de Santa Fe, su ciudad adoptiva y en
la cual escribe la mayor parte de su obra poética. Esperanza es una colonia fundada
en 1859 y habitada por inmigrantes de origen suizo, alemán, francés, belga y
luxemburgués. Se casó con Elena Chautemps el 27 de marzo de 1920. Tuvieron
cuatro hijos. Falleció en Mar del Plata en 1968.
Un poeta diferente
de lo que conocemos. La nueva semilla de la Argentina del siglo XX. Es el poeta
de las cosas, muy llano, muy sencillo, muy popular. La poesía de Pedroni apunta
al corazón del hombre. El protagonista principal, el hombre, el obrero. Las
cosas sencillas, el mundo cotidiano.
Su poesía fue
aplaudida por Leopoldo Lugones (Lo llama “el hermano luminoso”). Eso lo
perjudicó en cierta forma, cuando Lugones fue defenestrado, pero, además, ese
elogio afectó su escritura: Tardó diez años en publicar su siguiente libro.
Obra
La gota de agua
(Buenos Aires 1923)
Gracia plena
(Buenos Aires, 1925),
Poemas y palabras
(Buenos Aires, 1935)
Diez mujeres,
romances (Buenos Aires, 1941, 2da.Ed., 1945)
Nuevos cantos
(Buenos Aires, 1944),
Canto a Cuba
(Buenos Aires, 1960)
Cantos del hombre
libre (Santa Fe, Argentina, 1960)
La hoja voladora
(Buenos Aires, 1961)
El nivel y su
lágrima (Santa Fe, 1963)
Obra poética (Rosario,
Argentina, 1962, 2 vols.).
Fuente recomendada:
Autobiografía
Voy a decir quién
soy: octavo en el orden de once nacimientos, vine al mundo en Gálvez, (Santa
Fe) el 21 de setiembre de 1899. Allí hice mis primeras letras; allí permanecí
hasta los trece años. En ese tiempo, el mejor de mi vida, se produce mi cuento
donde hay algunos nombres - Juan, Ramón, Félix, Julián y Ercilia, mi dulce
hermana - ; las ruinas de un iglesia que nunca llegó a techarse, una laguna
llena de sanguijuelas chupadoras, un campo con pechirrojos, un tren que pasa y
una mariposa que deposita en mi corazón el huevecillo que se resolvería después
en verso un poco triste.
Mi padre,
constructor de cuchara en mano, a quien yo servía como peoncito en mis horas
libres, solía encontrarme detrás de un montón de ladrillos tocando la serenata
de mi soledad en un violín de dos palitos secos… Otras veces su silbido me
sorprendía escribiendo en la arena palabras inventadas, arte este de bajo
precio al que finalmente me aficioné. Mi madre se llamaba Felisa, y era
callada, propensa al llanto y muy hermosa.
Mi padre, Don
Gaspar, era menudo, nervioso, dominante y gran trabajador. Firmaba Pedroni
Gaspare. A su nombre llegaba a nuestra casa un diario italiano que yo leía para
él por las noches. Me decía que sabía hacerlo muy bien; pero no era cierto.
Casi siempre mi padre se dormía sobre la mesa grande, tan cansado estaba. Mi
madre lo sacudía, y él buscaba el lecho con paso vacilante. Yo aprovechaba para
irme a dormir y hacia la noche me despertaba para llorar. Me curaron con una
tijera abierta, puesta por Ercilia debajo de mi cama. Contábame ella después
que aquella noche temblaba como una hoja.
Un día me llevaron
a Rosario para que estudiara. A los dieciocho años regresé al campo. Anduve por
algunas colonias agrícolas. Con los cosecheros aprendí a cantar. A los veinte
años aparece la mujer, una sola en mi vida. Conscripto y casado, llegamos con
un hijo a Esperanza. Fui durante treinta y cinco años contador de una fábrica
de arados. Jubilado, aquí estoy con sesenta y tantos años, cuatro hijos y nueve
nietos. Eso es todo, y demostrativo de lo común de mi vida que no me separa de
los demás. Con las palabras de Hugo respondo a la desilusión que pueda producir
en algunos: “Insensato lector, ¿crees que yo no soy tú? ”
He publicado doce
libros de versos, donde el hombre en quien creo y a quien amo, participa de mi
emoción y domina sobre el paisaje. El recuerdo del hombre dirá cuál es el mejor
de mis poemas.
José Pedroni
En 1957 responde a
una pregunta sobre la poesía, con una especie de manifiesto:
“Estamos hablando
de la poesía, que de todas las artes es la más difícil de exponer. Existe y se
siente, pero su naturaleza es tal, que no se explica. Yo, que creo hacerla no
me atrevo a definirla, y si no fuera por no pasar de desatento, me limitaría a
contestar: No entiendo. Lugones, tildado de dogmático, sostiene que la poesía
es emoción y música, sujeta a ritmo y rima; Eluard, que es el lenguaje que
canta; Güiraldes, que es aquello hacia lo cual tiende el poeta. Me complace
esta vaguísima definición que elude la controversia por admitir el misterio, y
que se despreocupa del modo y el ordenamiento. La poesía es inefable, como el
amor. Quizás haya un símil figurativo de ella: la flor flagrante. Ergo: no es
la estructura lo que cuenta sino la genuina e inconfundible esencia, y lo
primero vale como elemento de contenido y comunicación de lo segundo. Tal la
responsabilidad del verso, que no es poca. Siendo el lenguaje poético una
expresión de la sensibilidad donde la voluntad no rige, y supuesto que no es
honesto sujetarlo a forma y fin, se justifica que no me interese la existencia
de una poesía con denominación genérica sino la permanencia de la poesía como
fenómeno de belleza.
Es indudable que la
gran aventura que vive la humanidad ha dado y está dando ejemplares poéticos
que se manifiestan preocupados por el destino de ésta y que tienen en el
lenguaje un agente de estremecimiento y sostén del hombre. El movimiento es
fuerte de progreso y visión ancha, y se le reconoce novedad conceptual y
constructiva. Pero es fuerte porque la emoción es su potencia generativa. De la
función humana de esta poesía le viene el marbete de «social» y hasta el
sorprendente de «comprometida». Pero lo social no es absolutamente nuevo.
Virgilio, cincuenta años antes de Cristo, hace poesía social en la forma de su
tiempo, y dando un gran salto para situarlos en nuestro pasado cercano, nos
encontramos con Whitman, Martí, Hernández, autores de una magnífica poesía de
igual contenido. ¿Para qué, pues, las abstracciones con lo que es accidente de
un invariable latido?
Lo que me preocupa,
eso sí, es lo que ocurre con la nueva generación, que se muestra muy
diferenciada y poco comprendida. A un gran sector de ella se lo ve en la
experiencia de la libertad extrema que renuncia a la resonancia o la espera en
el futuro. Sus enrolados, administran la economía hasta en los signos: ubican
curiosamente las palabras, sea para darles resplandor, sea para descubrir su
densidad oculta; no estiman la música, que si la usan es muy sutil y de fondo;
descuidan la claridad, y especulan con la facultad de adivinación del lector a
quien crean un conflicto de interpretación. Este, no educado, se confunde y
desmoraliza. Frente a ellos, mi posición es de respeto, pero incrédulo. No
puede ser otra ante un lenguaje que pocas veces alcanza a comunicarme la
emoción de belleza. Un arte sin ecos, de soledad, ¿para qué sirve? ¿por qué se
hace?”
Algunos poemas selectos, vistos en clase:
La invasión gringa
1
Hoy nadie llegaría.
Pero ellos
llegaron.
Sumaban mil
doscientos.
Cruzaron el Salado.
Al cruzarlo,
afanosos,
lo probaron.
Y los hombres
dijeron
-¡Amargo!-
Pero siguieron.
En la espalda
traían clavados
dos ojos de fuego,
los de Aarón
Castellanos,
salteño.
Los barcos
(uno. . . dos. . .
tres. . . cuatro. .
.)
ya volvían vacíos
camino del
Atlántico.
Su carga estaba
ahora
en un convoy de
carros:
relumbre de
guadañas;
desperezos de
arados;
hachas, horquillas,
palos;
algún fusil alerta;
algún vaivén de
brazos;
nacido en el
camino,
algún niño
llorando.
El trigo lo traían
las mujeres
en el pelo dorado.
Hojas de viejos
libros
volaban sobre el
campo.
2
¿Dónde se hallaba
el oro,
de todos alabado?.
El oro estaba en un
pequeño árbol;
el oro era un
engaño;
sólo pequeñas
flores
de oro perfumado.
Aromitos floridos,
orillas del Salado.
3
Los indios
-un indio cada
árbol-
iban retrocediendo;
no podían mirarlos.
Los ojos renegridos
se cerraban
frente a los ojos
claros
que tenían la
fuerza
del cielo diáfano.
-“¿Cómo hacer
para ahogarlos?.
Esperemos la noche
tirados en los
pastos.
Esperemos na noche
juntadora de
pájaros”-.
Con la noche
salieron de caza
los ojos malos.
Y se llenó la noche
de pájaros
asustados.
Pero del fondo de
la tierra
ya subía el
milagro:
el linar de las
flores azules,
el linar azulado,
donde los ojos
gringos
fueron
multiplicados.
4
Un niño que
pregunta
cuándo vuelven los
barcos.
Un mano de madre
que detiene
la pregunta en los
labios.
Un hombre con los
ojos
clavados en el
campo.
Una mujer que
escribe:
-Ya llegamos.
Hay árboles
enormes;
muchos pájaros;
una cruz en el
cielo, luminosa,
un río amargo. . .
5
Su lengua era
difícil.
Sus nombres eran
raros.
Los gauchos se
murieron
sin poder
pronunciarlos.
Bérlincourt se
llamaban,
que es un hilo
enredado.
Zíngerling se
llamaban:
campanita sonando.
Zimmermann: un
dibujo
del mar atravesado.
(Más atrás ya
venían
los nombres
italianos,
Boncompagni
adelante:
el vino derramado).
6
Una mujer que
escribe:
-Nos casamos.
La tierra es
nuestra ¡nuestra!.
Todo lo que tocamos
va siendo nuestro:
el buey, el horno,
el rancho. . .
Nuestros todos los
árboles;
nuestro un único
árbol,
tan grande, tan
copioso,
que da gusto
mirarlo.
Es una nube verde
asentada en el
campo.
7
Y como todo vuelve
-flor, golondrina,
barco. . .-,
un día serenísimo
volvieron
los cantos
ahuyentados;
volvieron uno a
uno,
como pájaros.
Iban de boca en
boca
los pájaros
cantando;
de la boca del
mozo,
orilla del Salado,
a la boca del
hombre
que derribaba el
árbol;
de la boca del
hombre,
derribando,
a la boca del ama
que tejía
con los ojos
cerrados.
Del lado “de la
tierra”
la música y el
canto.
Del lado de
Esperanza
el trigal
avanzando.
Credo
Creo en la luz, que es pura, y en la
tierra,
y en el agua, que es casta, y en el sol,
y en la sombra cordial que se derrama
con la dulzura de tu corazón.
Cuna
Haz con tus propias
manos
la cuna de tu hijo.
Que tu mujer te vea
cortar el paraíso.
Para colgar del
techo,
como en los tiempos
idos
que volverán un
día.
Hazla como te digo.
Trabajarás de
noche.
Que se oiga tu
martillo.
“Está haciendo la
cuna”
que diga tu vecino.
Alguna vez la
sangre
te manchará el
anillo.
Que tu mujer la
enjugue.
Que manche su
vestido.
Las noches serán
blancas,
de columpiado pino.
Harás según el
árbol
la cuna de tu niño.
Para que tenga el
sueño
en su oquedad de
nido.
Para que tenga el
ángel
en un oculto niño.
La obra será tuya.
Verás que no es lo
mismo.
Será como tus
brazos
la cuna de tu hijo.
Se mecerá con aire.
Te acordarás del
pino.
Dirás: “Duerme en
mi cuna”.
Verás que no es lo
mismo.
Versos a la máquina de
escribir
1
Me bastó
encontrarte
un día cualquiera,
para comprarte.
La luz de la
vidriera
nada tuvo que ver.
Me detuvo tu
nombre,
tu nombre de mujer,
grato a mi corazón
de hombre.
¡Mercedes!
No era de carne y
hueso
aquella novia mía.
Recibía mi beso
y mi palabra:
¾¡hermana!¾;
pero no respondía.
Está muerta en el
libro de lectura
de mi niñez lejana.
Mercedes:
sobre tu nombre cae
la luz de la
ventana.
2
En tu teclado están
todas las palabras
del mundo;
las dulces, las
amargas.
Están todos los
nombres
de las mujeres
amadas:
Helena, Beatriz,
Raquel, Julieta,
Laura. . .
Esperan que las
llamen,
en un fondo de
agua.
También está la
palabra muerte,
que es mejor no
formarla,
sino para decir
lo mucho que se
ama.
3
Un día entre tus
teclas,
se me cayó una
lágrima.
Tenía veinte años
y escribía una
carta.
Quise mirarte
adentro:
¡qué de pequeñas
ramas!
4
¡Qué lindas las lunas
del paréntesis
en tu renglón más
alto!
Ponen entre los
números odiosos
una nota de
encanto.
Lo mismo digo del
acento:
bichito de luz
sin el cual no está
ella
en la palabra tú.
5
La cinta colorada
dice de tu rubor.
El timbre es el
lugar
donde vive tu voz.
6
Mercedes: tú eres
digna
de algo más que
estos versos.
Hemos escrito
tantos,
que deseamos no
hacerlos.
Una flor diferente
cada día
es lo que yo te
ofrezco.
Nivel
Este es el nivel de mi padre;
su nivel de albañil.
Tiene una gota de aire.
Mi padre está hecho polvo. De aquel hombre
ya no se acuerda nadie.
Vive conmigo cada vez más solo
en esta gota de aire.
Más olvidado cada día;
más recordado cada tarde;
cada vez más lejano y más cercano
en este mundo grande.
Todas las casas de mi pueblo,
todas las casas de antes;
todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.
Plano solado de los patios;
suma igualdad de los umbrales;
suelo de nuestra casa,
hecha para esperarte. . .
Todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.
Ven a mirar el transparente mundo
que me ayudó a encontrarte;
ven a mirar la fuente de mi verso,
llano, simple, constante.
Hacia ti y hacia mi se mueve el mundo
en esta gota de aire.
La plomada
Cuelga de un hilo
de pescar la pesa
y es un pequeño
mundo suspendido.
Un ángel invisible
la sostiene.
Señala el centro de
la tierra, herido.
Sigue su vertical,
hombre constante,
y llegarás a Dios,
hombre afligido.
Figura poética
Gradación
Es una ordenación
de una serie de palabras de menor orden de importancia a mayor o viceversa. Crea
una intensidad semántica, ascendente, o como anticlímax, descendente.
Casi una metáfora
semántica por concatenación de términos.
Se puede usar en adjetivos
o sustantivos. Preferentemente, no en verbos, porque se hace imposible la gradación, salvo en muy contados verbos vinculados semánticamente. Y porque consideramos que en poesía no hay sinónimos, la poesía es
intraducible; no parece posible transvasar significado entre moldes poéticos de distinta forma.
Ejemplos
Ascendente
Aspiro siempre a lo
bello, lo perfecto, lo sublime...
Descendente
Mientras por competir
Soneto de Luis de Góngora y Agote
Mientras por
competir con tu cabello,
oro bruñido al sol
relumbra en vano;
mientras con
menosprecio en medio el llano
mira tu blanca
frente el lilio bello;
mientras a cada
labio, por cogello.
siguen más ojos que
al clavel temprano;
y mientras triunfa
con desdén lozano
del luciente
cristal tu gentil cuello:
goza cuello,
cabello, labio y frente,
antes que lo que
fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel,
cristal luciente,
no sólo en plata o
vïola troncada
se vuelva, mas tú y
ello juntamente
en tierra, en humo,
en polvo, en sombra, en nada.
Estructura del
poema
Descriptio puellae
en los dos primeros cuartetos
En los tercetos,
carpe diem y/o tempus fugit