Cuando Ana María Shua
soñó microrrelatos
Hicimos una
clase feliz la del jueves pasado, fue lúdica. A sonrisas giocondescas y a
carcajadas leímos. Porque hablar de literatura es hablar de placer, un placer “inesperado”
como dice Leopoldo Brizuela, “ una fuente inagotable de placer" insiste Fernando
Iwasaki Cauti, o como sentencia el gran Mario Vargas Llosa: “La buena
literatura da placer y crea gente menos manipulable”.
Leímos parte de La sueñera, obra de Ana María Shua, y
trabajamos el tejido del microrrelato, o microcuento, minificción,
microficción, cuento brevísimo, minicuento, o como se llame… siempre desde el
abordaje de lo poético y en busca también siempre, si fuera posible, del revés
de su trama.
El
microrrelato es una construcción literaria breve brevísima. Aunque la brevedad “no
sea, ni con mucho, el único rasgo que sea necesario observar en estas
brillantes construcciones”, como nos dice el profesor David Lagmanovich, donde
incluso uno de los ejemplos es una bellecita de texto de La sueñera de Shua.
Aquí
el link
Veamos
primeramente algo acerca del subgénero. Dicen que microrrelato es la denominación más usada para un
conjunto de obras diversas cuya principal característica es la concisión de su
contenido.
¿CÓMO ESCRIBIR UN
MICRORRELATO?
Aquí van algunos trucos
para empezar a escribir vuestros microrrelatos:
1.
Un
microrrelato es una historia mínima que no necesita más que unas pocas líneas
para ser contada, y no el resumen de un cuento más largo, ni una anécdota, ni
una ocurrencia.
2.
A diferencia
de los relatos, el esquema narrativo de nudo - desarrollo -desenlace, no
funciona. Es demasiado largo para este estilo de contar historias. El
microrrelato elimina el desarrollo y se apoya en el clímax para darle un giro
inesperado. Gran parte de la fuerza del microrrelatos es conseguir provocar la
sorpresa en el lector.
3.
Habitualmente
el periodo de tiempo que se cuente será pequeño. Es decir, no transcurrirá
mucho tiempo entre el principio y el final de la historia. Del mismo modo,
conviene evitar la proliferación de personajes (por lo general, para un
microrrelato tres personajes ya son multitud), así como los escenarios
múltiples.
4.
Para evitar
alargarnos en la presentación y descripción de espacios y personajes, es
aconsejable seleccionar bien los detalles con los que serán descritos. Un
detalle bien elegido puede decirlo todo.
5.
Un
microrrelato es, sobre todo, un ejercicio de precisión en el contar y en el uso
del lenguaje. Es muy importante seleccionar drásticamente lo que se cuenta (y
también lo que no se cuenta), y encontrar las palabras justas que lo cuenten
mejor. Por esta razón, en un microcuento el título es esencial: no ha de ser
superfluo, es bueno que entre a formar parte de la historia y, con una
extensión mínima, ha de desvelar algo importante.
6.
Pese a su
reducida extensión y a lo mínimo del suceso que narran, los microcuentos suelen
tener un significado de orden superior. Es bastante habitual que el autor del
microrrelato juegue con la ambigüedad del lenguaje, y la elocuencia de lo que
no se dice. En definitiva, piensa distinto, no te conformes, huye de los
tópicos. Uno no escribe (ni microrrelatos ni nada) para contar lo que ya se ha
dicho mil veces.
(Texto tomado de las Bases
del Concurso de Microrrelatos, publicadas por la Biblioteca "Severo Ochoa" del Instituto
Cervantes)
Como sospechamos, circulan por allí
y por allá varias páginas con decálogos o recetas para “fabricar” un
microrrelato. Y hay gran tradición literaria en este tipo de texto, desde Borges y Cortázar,
pasando por Monterroso y Lugones, entre otros. Podríamos tipificar sin duda
características en común del subgénero en cuestión. Pero todo ello está a un solo
click de quien sabe y quiera buscar.
Por eso, hoy veremos
en especial textos de una gran escritora argentina, Ana María Shua, pertenecientes a su libro La sueñera, con copyright en 1984 y
publicados, en la edición que tengo, por Emecé en 2006.
Para comenzar,
es una voz femenina, un yo lírico femenino, diría, porque se trata de textos
inmanentemente poéticos. Con una particular fuerza e ironía muy fina, y que
requiere de una gran competencia del lector, casi una complicidad diría.
Ya desde la
contratapa, y para atrapar al lector, se lee:
“Un lector compra La sueñera, un libro que contiene 250 textos. Esa noche alcanza a
leer los cinco primeros. En el sexto se queda dormido. Palabra por palabra,
punto por punto, sueña los 244 restantes. Pero nunca lo sabrá. Por eso vuelve
al libro todas las noches. Lo mismo le sucederá a usted”.
Siguiendo su línea
argumental borgeana, cuando cayó este libro en mis manos obvio que primero
busqué aquel sexto al que ella hace referencia. Por deleite, para seguirle el
juego a Any. Que dice así:
6.
En la selva del insomnio no es necesario
internarse. Crece a mi alrededor. No hay bestias más feroces que los grillos.
En un claro, creo adivinar el sueño. Me acerco lentamente, acallando, para no
despertarlo, el rumor de mis pasos. Sin embargo, cuando recojo la red, está
vacía. Para volver a encontrar la pista tengo muchos recursos: enumerar los
árboles del bosque, olvidarlos, concentrarme en el curso de las aguas de un
río, tomar café con leche (varias tazas), recordar hacia atrás o hacia delante.
Entretanto, por un momento, me distraigo, y el sueño se arroja sobre mí. Me
duermo tan feliz que no recuerdo ya quién era el cazador y quién la presa.
Y
sí, hay travesura soñadora, como continúa desde la contratapa: “Entre lo onírico, lo fantástico y lo absurdo, La sueñera teje una red de
historias mínimas que se entrelazan imperceptiblemente hasta formar un universo
hecho de sorpresa, espanto, risa y magia. Su lectura depara placeres
insospechados, aún adictivos, agazapados tras una fugacidad y una sencillez
ilusorias.
Gráciles y
sutiles como las alas de una mariposa, estos relatos breves, minicuentos o
microficciones, han hecho de Ana María Shua una de las más reconocidas
representantes de este especial género literario. En palabras de Oscar Hermes
Villordo: “Un ejercicio de pensar que recurre al humor, a la buena literatura y
al enfoque original de alguien que en verdad tiene algo de decir”.
Fíjense en los tiempos verbales. Ella siempre utiliza
el presente, más bien una suerte de present
continuous, porque la acción siempre está transcurriendo en el momento en
que el lector lee y construye su propia lectura del texto.
La característica, decíamos, es siempre la prosa en presente.
Usa referencias conocidas. La plasticidad del tema onírico le brinda el mejor
marco lúdico, y persistentemente está presente el remate inesperado, lo humorístico
–que siempre exorciza el mal y la tristeza de este mundo– que está atento a corretear
y cambiar de lugar los lugares comunes.
Hija dilecta de la ironía de Oliverio Girondo, influenciada
por los mejores Kafka y Borges, Shua coloca la cita de autoridad que preside la
obra inexcusablemente a cargo de Max Brod, el gran amigo y albacea de Kafka. Y desde
allí nos señala la puerta de entrada, como si no hubiera bastado con el título
del volumen. La cita dice así:
Una
tarde en que (Kafka) vino a verme –aún vivía yo con mis padres-, y al entrar
despertó a mi padre, que dormía en el sofá, en vez de disculparse dijo de una
manera infinitamente suave, levantado los brazos en un gesto de apaciguamiento
mientras atravesaba la habitación de puntillas: ‘Por favor, considéreme usted
un sueño’.” Max Brod.
Leemos,
entonces, textos escogidos al azar de La
sueñera. Digo al azar porque en el taller comenzamos a leer aleatoriamente
pidiendo que dijeran números los asistentes, quienes divertidos como en una
especie de bingo literario, comenzaron a dar cifras. De alguna manera fuimos conformando
un mapa propio de lectura. Que luego y por exclusiva practicidad colocamos en
orden numeral creciente. Eso sí, comenzamos por el 1 y luego leímos el 250, el
alfa y el omega.
A disfrutarlos:
1.
Para poder dormirme, cuento ovejitas. Las ocho primeras saltan
ordenadamente por encima del cerco. Las dos siguientes se atropellan, dándose
topetazos. La número once salta más alto de lo debido y baja planeando. A
continuación saltan cinco vacas, dos de ellas voladoras. Las sigue un ciervo y
después otro. Detrás de los ciervos viene corriendo un lobo. Por un momento la
cuenta vuelve a regularizarse: un ciervo, un lobo, un ciervo, un lobo. Una
desgracia: el lobo número treinta y dos me descubre por el olfato. Inicio
rápidamente la cuenta regresiva. Cuando llegue a uno, ¿logrará despertarme la
última oveja?
2.
Un grito entra por la ventana. Si lo
dejo salir, volverá a molestarme. Rápidamente bajo las persianas y me entiendo
con él. Le propongo sonar libremente en los horarios que prevé el reglamento.
Él es frugal. Yo soy generosa. Sin embargo, la convivencia nos resulta
imposible. A la larga, dormir toda la noche conun grito reprimido suele traer
dolores de cabeza.
5.
Apenas cierro los ojos, me caigo. Con
los ojos abiertos, busco la grieta. No en encuentro solución de continuidad en
el aire. En las sábanas hay hormigas, pero no huecos. Al colchón no lo reviso:
para mí, escomo un hermano. Todo bajo control. Vuelvo a dormirme. Apenas cierro
los ojos, me caigo.
9.
Fumando, me quedo dormida. Del otro
lado, soy feliz: es un buen sueño. El cigarrillo cae sobre la alfombra y la
enciende. La alfombra enciende la cortina. La cortina enciende la colcha. La
colcha enciende las sábanas. De la casa queda sólo un montón de cenizas. Del
otro lado, sigo siendo feliz: ya nada puede obligarme a despertar.
13.
Consulto textos hindúes y textos
universitarios, textos poéticos y textos medievales, textos pornográficos y
textos encuadernados. Cotejo, elimino hojarasca, evito reiteraciones. Descubro,
en total 327 formas de combatir el insomnio. Imposible transmitirlas: su
descripción es tan aburrida que nadie podría permanecer despierto más allá de
la primera. (Ésta es la forma 328)
16.
En la oscuridad confundo un montón de ropa
sobre una silla con un animal informe que se apresta a devorarme. Cuando prendo la luz, me tranquilizo, pero ya
estoy desvelada. Lamentablemente, ni
siquiera puedo leer. Con la camisa
celeste clavándome los dientes en el cuello me resulta imposible concentrarme.
17.
En la cola, el público se enoja. Unos
claman contra el gobierno y otros contra el desgobierno. En su ventanilla, el
funcionario, impasible. Pero ese hombre está dormido, se agita delante de mí un
señor calvo. No señor, los que estamos dormidos somos nosotros, le explica una
señora en voy muy bajita (el que se despierta pierde el turno). Muchas horas
después doy mi nombre en la ventanilla sólo para descubrir que me he equivocado
de sueño.
18.
Es realmente una exposición muy amplia.
Se exhiben, entre otras cosas, efectos personales, árboles enanos, lugares
comunes, desodorantes, armónicas alemanas, tostadoras eléctricas, esperanzas de
pobre, entelequias, fanegas, sinéresis y samovares. No se puede decir que la
selección sea totalmente arbitraria: algunos árboles enanos son, por ejemplo,
efectos personales, muchas sinéresis resultan armónicas. Todo me interesa. Me
detengo a preguntar el precio de un tranvía pero no me lo quieren vender. De
todos modos no traje vías para llevármelo.
23.
El primer grito me alza la piel en un
estremecimiento verde. El segundo grito se me hunde en los ojos y es una brasa.
Al tercer grito reconozco mi voz y me despierto. ¿Qué viste?, me preguntan.
Ojalá supiera, contesto yo. Pero sé que es mentira.
25.
Mi papá no está contento conmigo. Me
mira más triste que enojado porque sabe que le oculto un secreto. Estás muerto,
quisiera decirle. Pero tengo miedo de que no venga más.
32.
Pelando zanahorias me corto un dedo. De
la herida brotan gotas de alquitrán que manchan el parquet. Tratando de
limpiarlo, hago un agujero en el piso. En el departamento de abajo hay una
reunión de cátedra. Entre los profesores estoy yo. Al levantar la vista me
descubro espiando. Eso te pasa por pelar zanahorias, me digo, muy enojada.
33.
Cruzo un río atravesando un puente. A
nado cruzo otro río. El tercero lo cruzo en un bote. A lo lejos se divisa otro
río. .Extraña comarca, le pregunto a mi acompañante. ¿Faltan todavía muchos
ríos? Tantos como puedas cruzar sin despertarte, me contesta sin boca.
37.
Un baño de inmersión caliente antes de
acostarse, es lo mejor para dormir tranquila, me aconseja mamá. Cómo se ve que
no conoce a la loca de mi bañadera.
38.
Antes de despertarme riego los helechos
y vuelvo a poner en su lugar las historias que saqué del archivo. Barrer no me
gusta: prefiero encargárselo a los otros. Cuando me vuelva a dormir quiero
encontrar todo en orden.
40.
Entre las dos me inmovilizan las
piernas. Su contacto me quema. Después se me enroscan en los brazos. Me tapan
la cara hasta que me falta el aire. Esta vez estoy decidida: sábanas de
poliéster no compro más. Son verdaderamente traicioneras.
41.
El sueño es privilegiado territorio del
pecado. Terrible lugar donde se cumplen y se castigan los sueños que nada
satisface.
45.
La caja de fósforos se abre sola. Salen
dos fosforitos. A grandes bocados se comen la pizza que quedó sobre la mesa.
Cuando terminan, se devoran el uno al otro hasta la nada. De la caja salen
otros fosforitos voraces y van derechito hacia un señor. Empiezan por los
zapatos. ¡Corten! grita el director. Pero ya nadie le hace caso.
46.
En un lugar que a veces es París me
tienen secuestrada. En vez de correr hacia la derecha o la izquierda, las
calles giran en redondo. Hay un notable exceso de escaleras. Elijo siempre las
que van hacia arriba. Sin embargo, por
más que subo, no consigo emerger de abajo de la frazada. ¡Es tan duro Paris
para los inmigrantes pobres!
48.
Los calamares no me atemorizan. En señal
de amistad, trenzo y destrenzo sus tentáculos. Después de todo, soy casi una de
ellos: yo también sé jugar a esconderme con nubes de tinta.
57.
En la legislación de algunos países el
estado de ebriedad es agravante en la comisión de ciertos crímenes. En mi país,
en cambio, atenúa la pena. Antes de irse a dormir, conviene, emborracharse por
las dudas.
60.
Apenas me despierto, mi ropa se apresura
a colgarse de las perchas. El espejo se
abraza a la pared como si nunca la hubiese abandonado y el velador vuelve a la
mesita de luz con el paso cansado de un noctámbulo a la hora del desayuno. Cuando abro los ojos, todos están más o menos
en su lugar. La cómoda, para disimular,
silba un tango bajito. Si no fuera por
el desorden de mi ropero, podría creer que aquí no ha pasado nada.
61.
Crece el porcentaje de oscuridad en el
aire. Tan alto es que se condensa ya en gruesas gotas sobre las superficies
blancas. No sólo la respiro: puedo palparla con las yemas de los dedos en los
objetos que me rodean. En esta situación, será mejor mantener los ojos bien
cerrados. Tanta oscuridad podría revelar
las imágenes que oculto detrás de los párpados.
66.
Considéreme usted un sueño, dice el
señor K. con voz infinitamente suave para no despertarme, mientras corre en
puntas de pie por mi habitación. El muy ingenuo pretende hacerme creer que no
lo es.
69.
Despiértese, que es tarde, me grita
desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace,
le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando.
70.
Con una mueca feroz, chorreando sangre y
baba, el hombre lobo separa las mandíbulas y desnuda los colmillos amarillos.
Un curioso zumbido perfora el aire. El hombre lobo tiene miedo. El dentista
también.
73.
Habéis desobedecido mi orden, dijo el
Señor a Adán y Eva. Y sin darles otra oportunidad, los despertó de golpe.
74.
Yo todo lo consulto con mi almohada
porque la sé de buen juicio. Ella me escucha en silencio y me responde con
sensatez. En la conversación interviene la frazada. (Al final, siempre le hago
caso al colchón, que es un irresponsable.)
76.
Esto no es obra de un ser humano, dice
el caballero de levita, contemplando las huellas profundas y sangrientas que se
hunden en la carne. Vamos, adulón, exagera usted, le digo yo modestamente, con
las garras metidas en los bolsillos.
77.
De los vegetales de hojas perennes,
ninguno se reproduce tan rápidamente como mi biblioteca. Sus vástagos, sus
brotes y retoños amenazan con asfixiarme en primavera.
89.
¿Qué le hubiera gustado ser si no fuera
lo que es?, le pregunta el periodista a la vampiresa. Me hubiese encantado
tener sangre de periodista, contesta ella, más interesada en su yugular que en
su micrófono.
92.
Un hombre sueña que ama a una mujer. La
mujer huye. El hombre envía en su persecución los perros de su deseo. La mujer
cruza un puente sobre un río, atraviesa un muro, se eleva sobre una montaña.
Los perros atraviesan el río a nado, saltan el muro y al pie de la montaña se
detienen jadeando. El hombre sabe, en su sueño, que jamás en su sueño podrá
alcanzarla. Cuando despierta, la mujer está a su lado y el hombre descubre,
decepcionado, que ya es suya.
97.
El autor sueña a un hombre que sueña a
otro hombre y es a su vez soñado por un tercero que es quizás el mismo autor.
Frente a la responsabilidad del soñador, el autor parece añorar la inocencia
final del personaje.
102.
Los chicos se duermen escuchando cuentos
de hadas. Los grandes se duermen mirando televisión. Dejando en la vigilia un
relato interrumpido, los hombres creen asegurarse el despertar. Tan ciegamente
confían en la curiosidad de la muerte.
103.
La vida es sueño, reflexiona el engañado
Segismundo. Como si no tuviera, precisamente él, suficientes pruebas de lo
contrario.
108.
Yo contra los huevos fritos no tengo
nada. Son ellos los que me miran con asombro, con terror, desorbitados.
111.
Me adelanto a una velocidad fulgurante,
ya estoy en el área penal, desbordo a los defensores, el arquero sale a
detenerme, me escapo por el costado, cruzo la línea de gol, me voy contra la
red. El público grita enloquecido. Flor de golazo, comentan los aficionados.
Flor de patada, pienso yo, dolorida, mientras me alzan para llevarme otra vez a
la mitad del campo.
116.
Con un correctísimo conjuro invoco a
Satanás. Sin embargo, debo resignarme a conversar con su secretario. Mi señor
es ubicuo y omnisciente, anuncia con solemnidad. Pero me entrega una solicitud
para llenar por triplicado. Decididamente la burocracia es un infierno.
117.
¡Arriad el foque!, ordena el capitán.
¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad
a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El
bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El
palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los
marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no
encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.
119.
Duplicar el capital frente a un espejo.
¿Especular?
120.
Veo dos pies que se asoman debajo de la
cortina. Veo dos ojos saltones que me espían y se vuelven a ocultar. Veo dos
manos asombrosas extenderse hacia mi cuello. Y sin embargo, no preveo el
ataque: dos individuos torpes, mutilados, arrojándose a los saltos sobre mí.
130.
Seamos realistas: una descarnada voz es
todo lo que el teléfono nos brinda. Es necesario tener mucha imaginación y un
exceso de confianza para postular siempre del otro lado un invariable cuerpo
que la emite.
149.
En su sueño, el ventrílocuo es muñeco.
El muñeco, en cambio, suele soñar con la mujer del ventrílocuo.
161.
Cuando sientas con narices plenas un
progresivo atronar de cornamusas, sabrás que te estás aproximando a mi ciudad.
166.
¡Qué moda esta! Imposible respirar con
la ropa tan ajustada: el pañuelo sobre la boca, la corbata alrededor de las
muñecas, el cinturón, sobre todo, apretándose tan ferozmente a mi cuello.
167.
Para que crezcan bien no basta con
regarlas todos los días: hay que darles cariño, hablarles mucho, acariciarles
la cabeza y las manos, decía el potus a los helechos, mirándome con orgullo.
169.
He visto cómo plantaban su semilla
redonda, de color metálico Lo he visto crecer y desarrollarse, desde aquel
débil vástago, un fino alambre doblado por el viento, hasta este ejemplar
adulto, robusto y orgulloso, capaz de detener fácilmente un camión con
acoplado. He intentado guarecerme en su sombra, que es escasa. Evito, en
cambio, el contacto con su savia fatal. Y no sólo lo conozco por su nombre
depila: soy capaz de distinguir los sutiles matices de su verde entre todos los
demás semáforos de la ciudad.
172.
Una planta carnívora de hojas velludas,
me impide el sueño con sus gritos de hambre. Mi dedo meñique no le basta, ni mi
pie derecho, que traga de un solo bocado, ni una oreja. Satisfecha por fin, se
calla, y logro dormir mis pobres restos. Desgraciadamente no queda sobre la
almohada más que mi nariz, que siempre termina por despertarme con sus
ronquidos.
175.
A veces, cuando duermo, soy tortuga y,
con menos frecuencia, sigo siéndolo, después del despertar, durante todo un
día. Es una chica tan sensible, dicen mis conocidos, y palmean amablemente la
caparazón, fingiendo no notarlo. El espejo, hipócrita y cordial, también me
ofrece su ayuda, y yo misma podría olvidarlo si no se estremecieran las
cobardes lechugas a mi paso.
176.
Durante cien años durmió la Bella. Un
año tardó en desperezarse tras el beso apasionado de su príncipe. Dos años le
llevó vestirse y cinco el desayuno. Todo lo había soportado sin quejas el real
esposo hasta el momento terrible en que, después de los catorce años del
almuerzo, llegó la hora de la siesta.
178.
Los niños se resisten al sueño porque
recuerdan con excesiva precisión la calidad de la ausencia inimaginable desde
la que han llegado. Sólo el tiempo, el despertador y el olvido podrán
obligarnos a disfrutar del sueño, de la nada.
188.
Que pensarás ahora de mí, comento,
mientras vuelvo a ponerme lentamente la ropa. Y aunque no me conteste nada, yo
sé bien cómo interpretar esa sonrisa irónica en la boca enorme, desdentada, de
mi bañadera.
189.
Si te seguís portando tan mal me vas a
sacar canas verdes, amenaza mi madre, sacudiendo esa cabellera violácea que tan
bien armoniza con el celeste profundo de su piel, con sus ojos magenta.
194
Los zapatitos me aprietan, las medias me
dan calor, mucho calor, la piel de mis piernas enrojece, los zapatitos se me
incrustan, gotas de sangre empiezan a brotar en los bordes, donde el cuero se
clava en la carne, atravesando las medias cuyo calor ácido, intolerable, me
llaga las pantorrillas, las destroza, mientras se oyen las locas carcajadas de
ese maldito muchachito de enfrente.
209.
No puede golpearlo: su daño afectaría mi
suerte. No puedo ponerlo en penitencia contra la pared: entre nosotros, una
acción semejante sólo se tolera ante la muerte. Cómo entonces castigar al
espejo por haberse atrevido a reflejar mi otro cuerpo, la menos visible de mis
caras.
213.
Toda bruja tiene su escoba o la desea.
215.
Compra esta lámpara: puedo realizar
todos los deseos de mi amo, dice secretamente el genio al asombrado cliente del
negocio de antigüedades, que se apresura a obedecerlo sin saber que el genio ya
tiene amo (el dueño del negocio) y un deseo que cumplir (incrementar la venta
de lámparas).
223.
Para dormir cómoda, me despojo de todo
lo superfluo. Sentada en el borde de la cama me quito lentamente la ropa. Dejo
caer los brazos, que se estiran sobre la alfombra como gruesas serpientes. Con
un movimiento brusco me desprendo de las piernas y sacudiendo la cabeza hago
volar mis facciones (ojos, boca, nariz) por todos los rincones de la
habitación. Y continúo, hasta que no queda entre las sábanas más que mi sexo,
que de todas maneras nunca duerme.
231.
Qué hermoso despertar con el canto de
los pájaros, oír en la mañana soleada sus gorjeos que crecen en intensidad y
alegría mientras el sol trepa hacia su cenit y siguen aumentando de volumen por
la tarde hasta que parece el mundo entero, ya en el crepúsculo, una caja de
resonancia para sus dulces trinos quese hacen cada vez más y más fuertes cuando
empieza la noche y descubrimos que nunca, nunca más vamos a poder dormir si no
se callan (y no se callan) esos malditos pájaros.
240.
Los hombres salen del saloon y se enfrentan en la calle
polvorienta, bajo el sol pesado, sus manos muy cerca de las pistoleras. En el velocísimo instante de las armas, la
cámara retrocede para mostrar el equipo de filmación, pero ya es tarde: uno de
los disparos ha alcanzado a un espectador que muere silencioso en su butaca.
249.
Todos los patitos se fueron a bañar y el
más chiquitito se quiso quedar. Él sabía por qué: el compuesto químico que
había arrojado horas antes en el agua del estanque dio el resultado previsto.
Mamá Pata no volvió a pegarle: a un hijo repentinamente único se lo trata -es
natural- con ciertos miramientos.
250.
La flecha disparada por la ballesta
precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer
sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte
para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de
la gravedad.
El ejercicio que les dejo para hacer
es que intentemos acercarnos al microrrelato. Recuerden subirlos al blog, si
tienen ganas.
¡Y buena semana poética!
Y aquí Fleety & Sr. Tom sueñeando