Homenaje a
CARLOS GOROSTIZA:
EVOCAR ES UN
ACTO POÉTICO
Estas dos fotos llevan el crédito de Pablo Senarega
Uno de mis tesoros literarios es el
volumen de memorias de Carlos Gorostiza titulado El Merodeador Enmascarado – Algunas memorias, escrito en 2004, firmado
por él, dedicándomelo.
La portada de El Merodeador Enmascarado, de Carlos Gorostiza.
Abajo, la primera página, con la dedicatoria que me escribió.
Y más allá de recordarlo y homenajear a
este gran dramaturgo argentino, innovador del género con su realismo, veremos
cómo en el género Memoria, género
no-ficción, reside persistentemente el vínculo con lo poético. Es que evocar escribiendo es un acto
poético.
Memorias
refiere a un escrito en el que alguien cuenta selectivos recuerdos y
acontecimientos de su vida. La memoria (vocablo que deriva del latín memoria) es una facultad que
le permite al ser humano retener y recordar hechos pasados. En las memorias el
autor realiza una narración parcial de su vida, allí el interés se centra, más
bien, en rememorar la vivencia del yo de una determinada etapa o de toda una
época.
El libro comienza con una cita de autoridad
de la autoría de Jorge Luis Borges,
que dice:
…un catálogo de preferencias personales compilado al
azar de la
memoria, es decir del olvido…
En referencia, tanto en Borges como en Gorostiza, a esta estrofa de La vuelta de Martín Fierro, de José Hernández, que recuerda que olvidar lo malo / también es tener memoria...
http://martinfierro.org/33.htm
Es la memoria un gran don,
Calidá muy meritoria;
Y aquellos que en esta historia
Sospechen que les doy palo,
Sepan que olvidar lo malo
También es tener memoria.
En esta conmovedora evocación de su propia vida,
Carlos Gorostiza recrea buena parte del siglo XX argentino con la lucidez de un testigo excepcional, se lee en la contratapa. Y que a la hora del recuento, toda existencia busca una imagen
que cifre el perdido paraíso de la infancia. Para el autor de estas memorias,
esa escena vive en las páginas de un episodio de Sexton Blake: El merodeador enmascarado que da título
a su viaje retrospectivo (que reproducimos abajo). Estas memorias son el encuentro con la aventura de la ficción.
Y luego leeremos el Prólogo y las primeras páginas de esta obra, de la que me tomé el trabajo de escanear en buena resolución bajo el formato jpg (imagen) para que pueda leerse bien, ya que esta obra no está online.
En julio de 2013 publiqué este reportaje al
gran Carlos Gorostiza, que luego les leeré y
pondré también en el blog (aquí mismo debajo). El crédito de la foto es del excelente fotógrafo y
reportero gráfico, con quien durante años trabajamos en equipo: Pablo Senarega.
Con ustedes,
Carlos Gorostiza
El gran dramaturgo argentino, autor de
memorables obras teatrales como El
puente, El acompañamiento y
El pan de la locura, engalana hoy nuestras
páginas. Dos de sus mejores conceptos: “Desde chico, yo sabía que tenía la ansiedad de crear”,
“mis referentes fueron siempre mis amigos del barrio”. La historia del backstage de este reportaje y el reportaje mismo. De pie y
aplausos para este grande de la escena
Todo comenzó durante el verano pasado.
Es que había vuelto a vivir a mi barrio de infancia y retomé contactos. El
primero, sin duda, que me enviaran el diario. Me acerqué al kiosco de diarios y
revistas que está ubicado justo en la esquina de Santa Fe y Malabia, en nuestra
bendita Buenos Aires. Allí su amable dueño, Hugo Jorge Taboada, me dio la
bienvenida y me entregó un almanaque, hecho por ellos, que regalan todos los
años a los clientes. El flamante 2013 presentaba esta vez en sus cuatro páginas
–me explicó- a escritores argentinos, dos muy del barrio, Gorostiza y Borges, y
dos iguales de enormes, Sabato y Alfonsina Storni. Y desde ya, la apertura
dedicada a Carlos Gorostiza. Y cuando le expreso mi alegría, él enseguida me
dice: “vive aquí, en este edificio de la esquina”. Mi emoción fue doble y por
primera vez vislumbré la posibilidad de hacerle un reportaje a esta enorme
figura de la escena cultural argentina, y que hace años que casi no concede
reportajes. Mmmm, hace mucho que no lo veo, me parece que no debe andar bien de
salud; pero, bueno, ¡con mucho gusto le entregaré lo que me das a Teresa, su
mujer! Hugo, amabilísimo. Las posibilidades, remotas. De todos modos, siempre
el “no” uno lo tiene. Entonces le entregué una cartita de puño y letra
solicitándole un reportaje y mis datos de contacto, mi admiración por su obra,
uno de mis poemarios dedicado y un ejemplar de SOLDADOS.
Al tiempo, un día, la alegría al
escuchar en mi contestador telefónico el firme “soy Carlos Gorostiza, le dejo
mis datos” se tradujo en una sonrisa que no cabía en mí. Y luego de hablar con
él, la emoción fue la coincidencia en una palabra: estado de gracia. Al
finalizar el reportaje, le había dado su libro para que me lo dedicara, y luego
desandando las calles hasta mi departamento me dije a mí misma: estoy en estado
de gracia, no todos los días se puede escuchar a un grande de la literatura y a
un ser humano excepcional. Eso, “estado de gracia” volví a decirme. Y cuando
abrí mi ejemplar de El merodeador
enmascarado. Algunas memorias, de puño y letra Carlos Gorostiza me había
escrito esta dedicatoria: “A Sandra, agradecido en esta tarde de gracia”.
Este libro de Algunas memorias, como se lo califica desde el subtítulo, comienza
en su más temprana infancia y finaliza más de ochenta años después, en los
primeros tramos de este siglo XXI, fecha que al autor le inspira un epílogo
entre melancólico y esperanzado. En medio, a lo largo de sus más de 300
páginas, el reconocido dramaturgo y novelista incursiona en un género nuevo
para él –el ensayo- y por primera vez además incluye poemas. La atracción de
estos recuerdos deriva no sólo de las múltiples y ricas experiencias de la vida
personal de Gorostiza sino también de la recreación del escenario histórico,
social y costumbrista en que esa vida se desarrolló. Las páginas de El
merodeador enmascarado revelan con logrado y atractivo encanto la personalidad
de un creador comprometido y un ser humano cuyas obras y ejemplo personal
constituyen un testimonio de amor a la literatura, a la vida y a sus semejantes.
Nacido en Buenos Aires el 7 de junio de
1920 (realizamos el reportaje un par de días antes de su cumpleaños Nº 93),
Carlos Gorostiza es autor de varias obras fundamentales del teatro argentino.
En 1949, con sólo 29 años, conmovió la escena porteña con El puente –estrenada en el Teatro La Máscara– que inauguró una
nueva época, el realismo en el teatro argentino. Desde entonces no ha dejado de
estrenar, convirtiéndose –por peso propio– en un referente insoslayable de la
llamada Generación del ´60, constituida por autores como Roberto Tito Cossa,
Ricardo Halac, Sergio De Cecco, Jacobo Langsner, Julio Mauricio, Carlos
Somigliana, Ricardo Talesnik y Oscar Viale. Fue un miembro clave de Teatro
Abierto, el más recordado movimiento de resistencia cultural durante la
dictadura 1976-1983. Y fue, también, el primer Secretario de Cultura de la
Nación de la recuperada democracia, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Entre
sus principales obras teatrales figuran –además de El puente–, El pan de la
locura (1958), Los prójimos
(1966), ¿A qué jugamos? (1968), El lugar (1970), Los hermanos queridos (1978), El
acompañamiento (Teatro Abierto, 1981), Matar
el tiempo, Hay que apagar el fuego (1982), Aeroplanos (1990) y El patio
de atrás (1994). Es, además, autor de novelas, entre ellas, Los cuartos oscuros, Cuerpos presentes
(1981), El basural (1985), Vuelan las palomas (Premio Planeta,
1999) y La buena gente (2001). En
2012 publicó el poemario De guerras y
amores. Poemas 1939-1944 y otros
escritos íntimos. Sus obras son conocidas a través de traducciones y
representaciones en grandes ciudades, montadas en inglés, francés, italiano,
hebreo, portugués, alemán, finlandés y ruso. Asimismo, Carlos Gorostiza ha
recibido los premios Nacional y Municipal de Teatro y de Novela.
Hablamos -o mejor dicho, lo escuché-
interminablemente. Lo mío, sólo preguntas disparadoras y una atenta lectura de
su obra. Le pregunté de cuando siendo un chico de pantalones cortos y con otros
muchachos, fueron a ver al escritor Ricardo Rojas, que vivía a la vuelta de su
casa. Del Club Laprida Juniors donde jugaba a la pelota en la calle y con sus
amigos del barrio (ver recuadro). De cuando a los 20 años se ofreció para ir a
pasar dos años a las Islas Orcadas y su ansia de aventuras. Del título del
libro, que memora el paraíso de las primeras lecturas de infancia y un episodio
de Sexton Blake, que recuperó de grande. De sus comienzos de titiritero, de sus
amigos Javier Villafañe y José Sebastián Tallon; de su padre aviador, de su
encuentro con Gabriel García Márquez, del primer trabajo a los 12 años como
taquígrafo, luego como publicitario y su amor por el teatro independiente. De
que el de la identidad es uno de los temas fundamentales en su obra, y que el
crítico teatral Osvaldo Pelletieri dice que a lo largo de su obra presenta una
“clara unidad semántica”.
-¿Consejos
para un joven dramaturgo?
-Sí, hay algunas exigencias. Algo yo
exigiría: su honestidad intelectual, y sinceridad. Que son cosas que son
distintas, parecen lo mismo, pero no lo son. Y si será o no, dependerá de su
verdadera vocación. Esto no se aprende, esto se nace, como se nace deportista,
jugador de ajedrez; son impulsos naturales. Pero una vez conocido ese impulso,
trabajar. Lo demás es honestidad, decir lo que tiene necesidad de decir, no inventar
pensando en que les interesa a los otros, a una platea inexistente. Este fue el
nacimiento del teatro independiente.
Textual (en
mis reportajes siempre dejo un lugar para una “ventana” textual. Este justamente
es del libro El Merodeador Enmascarado,
Seix Barral, 2004, pág. 58 y ss).
“Muchos años después, en mi condición de
secretario de Cultura, debí elegir y sugerir al doctor Alfonsín el nombramiento
del presidente del Instituto Sanmartiniano. Veníamos arrastrando el peso de una
larga dictadura y era difícil encontrar un general democrático para ocupar un
cargo tan importante. Un día lo descubrí. El hombre indicado era el general
Manuel Laprida. Sugerí su nombre al presidente Alfonsín y él lo aceptó de
inmediato: el general Laprida era un demócrata probado.
Cuando apareció en mi despacho adiviné
que aquél era el hombre indicado. Después de intercambiar unas pocas palabras
convencionales lo confirmé. Cálido, sencillo, amable. Demócrata. Lo felicité
por su actitud durante el golpe de Estado de 1966, cuando al frente de las
fuerzas que protegían la investidura del doctor Illia ofreció salir a la calle
con sus tropas. Noté cómo se esforzaba en combatir su modestia.
-Era mi deber defender al presidente de
la Nación. Lo llamé por teléfono y le dije que si él lo ordenaba salíamos en su
defensa. Pero el doctor Illia me respondió que no podía aceptar que corriera
sangre entre argentinos.
Continuamos hablando sobre la posterior
época trágica de nuestro país y al fin terminé ofreciéndole el cargo. Él lo
aceptó honrado, “como debe ser aceptado por un general de la Nación”. Me gustó
su respuesta y su llaneza, lo que me facilitó el camino para arriesgar uno de
los inconfesables productos de mi humor.
-Además, general, para mí es un doble
placer ofrecerle este cargo- le dije.
El general me miró extrañado.
-¿Ah, sí? ¿Por qué?
-Porque usted, con su ilustre apellido,
no sólo honrará el cargo; sino que también honrará al Club Laprida Juniors,
donde yo jugué al fútbol de chico.
Yo esperé por lo menos una sonrisa del
general. No. Se quedó mirándome serio y sorprendido, como tratando de
reconocerme. Y de pronto me preguntó con una voz que parecía venir de muy
lejos:
-¿Cuál? ¿El de los lecheritos Rueda?
De ahí en más el diálogo fue ágil,
precipitado. El general había vivido toda su infancia en la misma cuadra de la
calle Laprida y era uno de los chicos que participaban del fútbol callejero y
de los ardides para eludir a los vigilantes. Muchas tardes habíamos jugado
juntos en la calle.
-Yo tenía la suerte de poder meterme en
mi casa, en todavía vivo. Pero ustedes algunas veces los agarraron - me
confesó.
-A mí no, pero a mi hermano sí. Nos
llevaron a la comisaría y pretendía que pasara allí toda la noche. Como
castigo, mi madre no pensaba ir a sacarlo; pero yo lloré tanto que al fin lo
sacó. Fue una alegría general cuando volvió a casa. Pero creo que quien estaba
más contenta era mi madre.
Reímos y unos minutos después éramos dos
amigos festejando el mágico encuentro, conscientes de haber burlado el tiempo
con bastante agilidad.
Pocos días después se realizó la
ceremonia de asunción del presidente del Instituto Sanmartiniano. La plaza
Grand Bourg estaba galardonada con la presencia de los seductores uniformes de
los Granaderos de San Martín. Yo ingresé emocionado al edificio réplica de
aquél de Boulogne Sur Mer. El interior estaba ya ocupado por militares de alta
graduación. Adelante, sobre un estrado, estaba mi lugar y el del general
Laprida. A los pocos minutos, luego de algunos superficiales saludos a
generales y coroneles desconocidos, improvisé unas palabras presentando al
nuevo presidente del Instituto. Y entonces aproveché para hablar de un San
Martín olvidado. El demócrata. Fue un placer hablar de democracia y de algunas
actitudes democráticas olvidadas que el general José de San Martín a la patria.
El auditorio escuchaba inmóvil e inexpresivo. En el ambiente teatral, públicos
así se ganan una calificación: estaban pintados. A continuación hablé del
general Laprida y su sentido democrático. Lo miré, me miró y leí en sus ojos
cierta alarma. Yo la percibí y entonces evité mencionar públicamente nuestra
vieja amistad. Aquél no era el lugar para chistes. Y menos de anécdotas de niños.
Pero creo que los dos nos sonreímos recordándola. Aquélla fue una tarde
histórica. En todo el sentido de la palabra” [...]
Reproducción de las dos páginas del reportaje mencionado arriba
Y como siempre, la yapa:
La excelente necrológica que escribieron Pablo Gorlero y Susana Freire para La Nación.
Copio y pego una síntesis y luego el link completo.
"Vivir es lo importante", solía decir Carlos Gorostiza y cumplió con el propósito de hacerlo hasta los 96 años con una actividad literaria intensa y constante. Definirlo como un autor prolífico e innovador del teatro, como escritor o como director sería simplificar la trayectoria de este dramaturgo. Decir que fue un hombre fundamental de la cultura y el teatro argentinos nos acerca mucho más a esa imagen patriarcal, lúcida hasta último momento, que nunca bajó los brazos, aun en los momentos más conflictivos de nuestra realidad.
http://www.lanacion.com.ar/1919964-carlos-gorostiza-el-patriarca-del-teatro-nacional
¡Buena semana poética!!