EUGENIO MADRINI
SACÓ DE LA
GALERA
SUS POÉTICOS
CONEJOS
EN LA NIEVE
El poeta Eugenio
Mandrini, a quien la Fundación
Argentina para la Poesía acaba de otorgarle el Gran Premio de Honor de la FAP
(compartido con el poeta Osvaldo Rossi, quien nos visitará el jueves próximo,
el 24 de noviembre) celebró su poetar junto a nosotros y nos deleitó con su particular
metapoética, sus poemas y sus microficciones, su amenísima charla y
su gran encanto de antihéroe.
Este es
el programa N° 16, nuestro 16vo encuentro de Abordajes poéticos,
el taller de lectoescritura de la Fundación Argentina para la Poesía realizado online vía streaming los
jueves de 18 a 19 hs, hora argentina, en www.onradio.com.ar
Arriba: el poeta Eugenio Mandrini y una imagen alegórica
ilustrativa de su tan inspiradora metáfora.
Abajo, su visita a Abordajes poéticos, de izq. a der. apretados en el pasillo de la radio :)
al finalizar el programa y luego durante:
Alejandro Biedma, María Teresa Lippo, Gabriel Cherulñec,
Sandra Pien, Eugenio Mandrini y Alba Estrella Gutiérrez.
Quien tomó las fotos, gracias, Norma Belleri.
Aquí el link del audio del taller-programa:
Los textos que leyó nuestro poeta invitado:
De
Conejos en la nieve
La
mano
¿Qué
ama el hombre cuando su mano acaricia
el cuerpo de una mujer? ¿Sólo el asombro
del cuerpo de la mujer? ¿La penumbra ama,
donde
parece flotar el cuerpo de la mujer y la mano
sostenerlo, buzo en el aire? ¿El susurro
del gemido ama cuando la mano se interrumpe
breve instante, y el cuerpo de la mujer
sufre y exhala? ¿O es la mano que acaricia el
cuerpo
de la mujer lo que ama el hombre, mano capaz
de
moldear una lágrima o hacer de la sábana
un templo?
La lengua, en realidad,
haría
lo mismo, y la nariz, y también un solo dedo,
y hasta el muñón de la mano, si ella,
vestida con las ropas de mi madre o en túnica
de fantasma, cantando la escena de la locura
o abrazada al retrato del demonio, o bien
traída por las piedras del cielo o el soplo
de la luz, vuelve a ese que volveré
a ser.
De otro modo, ¿qué de esta
mano?
¿sólo dada a escribir palabras sin saliva de
dragón
o tras oír golpes en la puerta, abrirla,
para que entre el frío? Mano mía,
háblame.
MAMUT
EN LA NOCHE INMENSA
Soñó
que el mamut muerto en el último invierno, el mamut más formidable, más temible
y de más estremecedor pelaje oscuro que viera en su azarosa vida de cazador,
volvía a buscarlo a él, de entre todos los hambrientos de la tribu que
intervinieron en la cacería, sólo a él.
Después,
la visión se trasladó a la realidad y el mamut aparecía, irremediable, en
cualquier momento de la noche o cuando el fuego de la caverna volvía a la
ceniza o aún mimetizado en la lluvia, en la niebla o en la humareda de los
bosques incendiados. Entonces cerró todas las formas de la luz y la alucinación
y se arrancó los ojos para no verlo más. Pero el mamut volvía siempre, irremediable,
porque en el mundo de los ciegos, los ciegos ven.
RAÍCES
Con
el último golpe del hacha, el árbol cae pesadamente al suelo. Sin embargo, los
pájaros permanecen inmóviles donde antes estuvieron las ramas. Acaso porque
sólo son la sombra de esos pájaros. Acaso porque esos pájaros miraban demasiado
la distancia y la distancia los hipnotizó. O acaso porque la memoria del árbol
muere después.
La
almohada
En
mi almohada hay un tigre.
Me
lava la cabeza con su aliento de fósforo,
me
cuenta la selva en el oído, el matorral
donde
acechan las voces del terror o el susurro, el
arte
del sigilo que apaga el gemir
de
las hojas secas.
En
mi almohada hay un tigre.
El
resplandor donde los ciegos tambalean
La
sangre de la luz que envidia el fuego.
Si
duerme —raras noches lo
hace
con la cola enroscada en mi cuello
como
un látigo que espera.
Si
está alerta —tantas noches me habla. Me dice: -Escribe,
con
el asombro del color que soy
con
el hambre de las entrañas que soy
con
el brillo de oscuridad de la mirada que soy.
En
mi almohada hay un tigre.
Todo
tigre es un poema feroz.
ESTA
PÁGINA ES MUY ROJA
Abrió
grande la boca, se introdujo una rosa roja y, pacientemente, para no dañar su
belleza eterna, la fue tragando entera. Después, volvió a sus ocupaciones
diarias, a la espera de que algo grandioso sucediera dentro suyo: que brotaran
de su boca, por ejemplo, jardines del paraíso y le colmaran los ojos. Sin
embargo, durante días nada de este mundo ni del más allá sucedió en su vida.
Insatisfecho, fue en busca de una nueva rosa roja y al querer tomarla –hecho
insólito- vio que ella temblaba, temblaba como de miedo, y enseguida, entre
agitaciones, comenzó a deshojarse como una garúa trágica. Esa misma noche, abrumado, tomó un lápiz y un papel y trazó el
dibujo de una rosa. Con el color que fluía del sendero abierto en una de sus
venas, la pintó de rojo, y con las últimas gotas, escribió una sola palabra:
Perdón.
Nunca
sabremos si la rosa roja lo acosará en los sueños.
TANGO
DEL LOBO
Primero,
faltó a la cita la niña de la caperuza roja.
Después,
un eclipse oscureció la luna y debió morderse el aullido.
Por
último, la manada lo declaró nada feroz, por esas gotas de soledad que le
apagaban los ojos, y fue desalojado del bosque.
Hoy
lame zapatos en la ciudad y en invierno busca el abrigo del sol como una
abuela.
FUTURO
IMPERFECTO
El
cielo estaba tan poblado de naves comerciales como antes lo estuvieron las
calles de máquinas vertiginosas, que los pájaros se exiliaron en los árboles
hasta mimetizarse en las hojas, iniciándose así la extinción de la especie por
el inmenso dolor de no poder volar en ese aire sin aire, en ese cielo sin
cielo.
De
ese tiempo aún se conserva en una de las vitrinas del Museo de los Enigmas, un
extraño objeto que algunos, por su forma, lo atribuyen a la pluma de un pájaro,
y otros, por su brillo, a un resto de aquellas mañanas luminosas del antiguo
cielo.
HOMBRE
DE MUCHA FE
Descendió
del tren en una estación cualquiera de un pueblo desconocido, y la esperó.
Después,
entró en los subsuelos de las catedrales, donde el silencio, de tan espeso,
late, y la esperó.
Después
la esperó subido a los árboles, a los puentes, a las terrazas, a las torres, a
las montañas, a los aviones, a las nubes del sueño y, acaso, a algún ángel.
Después
la esperó en la intemperie del invierno más impiadoso, temblando no de frío
sino de esperanza, y además bajo la lluvia la esperó, hasta que el agua dolió
como pedradas.
Llegó
también a comprar un telescopio y esperó verla aparecer de entre los astros.
Lo
encontré sentado en el banco de un parque, en silencio, mirando ardiente más
allá de los árboles, del tiempo, del desvarío. Le pregunté:
-¿A
quien espera tan tenazmente?
Sin
dejar de mirar el fuego de la distancia, contestó:
-A
la Felicidad. ¿A quién otra podía ser?
Me
senté a su lado.
ANSIADA
PRESA
Llega
invasora
del secreto de la desierta noche,
la
amistad.
Llega
y
desencadena formas,
palpitaciones,
la amistad:
y
de nuestras férreas sombras del diluvio
algo
fulgura.
Dura
toda la oscuridad la amistad:
a
su fuego es más tibio el tiempo en la ciudad rechinante.
Una
mujer fecunda, las confesiones, el esplendor perdido,
los
rostros que el sueño no olvida, regresan a nosotros;
la
audaz infancia, las porfías del deseo
y
el universo ágil, regresan a nosotros. Así caemos en ella
como
el otoño en el árbol.
Más
allá que la nostalgia, que el delirio
de
someter al olvido los escombros,
se
yergue la amistad.
Llega
enardecida
y
la muerte pueril pierde coraje, se disipa.
Invencibles
por un instante somos
en
la ciudad sobreviviente.
Ansiada
presa la amistad. Rara de alcanzar.
Como
Dios en la tierra.
EL
DÍA DEL MILAGRO
Al
César
un
verano al que tirita
peras
de agua a los de labios de uva seca
multitud
a los enterrados en su soledad
a
los tristes una sonrisa de loco iluminado que vio a Dios
y
Dios le alzó el pulgar
frazada
al que no supo que esa puerta daba a la intemperie
y
la abrió y el frío era de cactus
luz
a los apagados
más
luz a los oscuros que al levantarse tropiezan con sus hijos
patio
al solitario en su sótano
un
no a los acorralados por las órdenes
un
beso al pobre diablo
romeos
a las julietas solitarias
aplausos
al que regresa indemne del infierno
aullidos
de jauría a los amantes hastiados
gorjeos
al gorrión o algo de la Callas
el
cielo prometido a quien siga el vuelo de las naves cósmicas
a
través del agujero del zapato
almohada
a quien no tiene donde apoyar los sueños
himnos
al albañil que cae del andamio y ya no almuerza
paz
de larga silla al que huye de su sombra
piedad
en los espejos a las que fueron bellas
libros
de poesía al filósofo
oídos
a Dios (repitamos esto: oídos a Dios) nuevas embestidas al que perdió su toro
risas
de demonios a quienes creen que solo existe un cielo y es
azul
una
tenaza a Cristo
luz
de otoño a los inviernos que de tan pálidos son oscuros
un
ayudante al que lleva su esqueleto a cuestas.
Después,
que sea lo imposible.
EN
UNA PALABRA
En
el ocaso de la vida, cuando había superado las
mil
tonalidades del color, y los diez mil instrumentos
del
sonido, y las cien mil miradas que dan
forma
y consistencia al mundo, el poeta escribió
su
última obra con menos de dos palabras: un
poema
en verdad musical y sugerente, que no nombraba
al
universo, ni a la libertad, ni a la paz, ni
al
amor siquiera, y que sin embargo podría persuadir
a
todos por igual: a amantes, a místicos, a
revolucionarios
y a dioses domésticos.
La
palabra era
Oh
Se
burlaron mucho de él, algunas piedras
picotearon
sus últimos huesos, y no lo dejaron descansar
ni
a la orilla del río.
IMÁGENES
PARA UNA CARTA DE AMOR EN INVIERNO
¿Qué
hiciste del deseo que apretabas
en
los dientes como una presa?
Deberías
imaginarme extendidos los brazos
a
la espera de tu sombra de lámpara
o
tu cabellera negra que iniciaba la noche
Ver
como te desnudabas
era
un acto de resurrección donde
el
aire, el ojo, el latido, el tiempo, se paralizaban;
luego,
al acariciarte, se encendía el otro cielo,
el
de un infierno perdurable, en el que iríamos
a
yacer hasta dorarnos
Vuelve
Es
invierno, y si vuelves,
habré
olvidado al exiliado que soy debatiéndose
como
pez en el anzuelo del frío
Libérame
del estupor de estar viendo,
nítido
en la sombra, el límite del fin, mientras
el
viento raspa la puerta
y
siembra miedo en los espejos
¿O
será que saciado está
el
ciego animal de tu hambre? Acabo de pedirle a la escalera
que
me devuelva la rima de tus pasos, y a los ruidos
de
la noche que se congreguen
en
tu nombre, y tu nombre se oiga, exaltado,
como
un coro de Verdi
Vuelve
La
soledad es un ciego palpando un eclipse
La
soledad es el gato negro de Poe que oscurece
el
fuego de los tigres
La
soledad es un dios sordo que no sabe gozar
de
los rezos del mundo
¿A
qué, entonces, tanta soledad
si
ya la elevaste a multitud?
Vuelve
A
veces, al mirarnos desnudos, brotaba
de
los ojos una luz de incendio que hacía retroceder
a
los muebles; otras veces, siempre desnudos,
permanecíamos
tensos y graves, como en un concierto,
creyendo
escuchar los movimientos
de
la sangre. Eran nuestros modos
de
detener al tiempo, ese bárbaro que pasa dejando
solo
rastros de perdición
Vuelve
No me hagas escribir que
el
amor termina siempre refugiándose en sí mismo
como
un ovillo de silencio
y
que su secreto es desear morir,
después
de haberse llevado todo como el río,
y
dejarnos sin saber para quién
humeará
de nuevo: acaso
para
el viento que todo lo abate
No
demasiado tarde
vuelve,
vuelve
¿Pero
adónde irías a volver si nunca
nos
hemos conocido?
Solo
son imágenes
para
una simulada carta escrita
en
una de esas tardes de un desnudo invierno
frío
y solitario como todos.
LOS
FENÓMENOS DE LA BELLEZA
Durante
largo vuelo silencioso
el
viejo ruiseñor,
el
de plumaje esquivo y cielo imprevisto
anduvo
eligiendo, ciego o vidente,
aunque
trémulo como ante un repentino
grano
de uva azul o de diamante,
la
rama de un árbol desde la cual cantar
y
finalmente se detuvo en aquélla,
la
muy oscura como luz de azufre del infierno, donde se balanceaba (¿o levitaba?)
un
ahorcado.
Y
cantó.
OTROS
DESEOS
que
la obrera sea un trazo de luciérnaga
en
la sin luz del hormiguero
que
la piedra enamorada de las nubes, aún
en
cielo borrascoso, se disuelva en ellas
que
la araña, su tristeza indecible, teja la red
de
atrapar al tiempo y le devuelva el tiempo las presas que intuyeron la trampa
que
el árbol arrastre al bosque e invada
la
ciudad de bestias menos crueles
que
el relámpago se consagre al espejismo
y
derrame visiones en el desierto
de
los ciegos
que
la jauría descubra el cementerio de elefantes
y
sea como tocar el cielo con la lengua
que
lo áspero alcance la tibieza del vapor
que
exhalan las bocas en invierno
que
el fuego se cueza en el de los amantes
y
no haya más noche que la noche alumbrada
que
antes de ser degollada, la gallina empolle
una
rosa igual a la cresta del gallo
que
le turba el sueño
que
el cielo sepa que el único diluvio universal
es
el llanto de los débiles
que
la muerte, ya reliquia de vieja y apenas sostenida
por
un bastón de ceniza que va deshaciéndose,
nos
oiga decir: Adiós, muerte, adiós
que
el poeta, de tanto espiar y espiarse en las hendijas
sea
el ojo de leer la ceguera y de escribir
sobre
todo lo incierto aun
que
por razones de exigencia poética nunca
sepa
la luna qué se oculta en el lado oscuro
del
oso polar
que
el mar retorne a su memoria de arena
y
ya no se oigan, de los oleajes, las
bravuconadas,
y de los ahogados,
sus
mugidos de doliente cadencia que el barro de la monótona vasija se aloje
en
los páramos donde cambiar de formas en
la
obra del viento, las lluvias
en
cuanto a los dioses, qué desearles a éstos,
tan
indemnes en sus máscaras de ausencia.
PÁJARO
NO ESMALTADO
1
Frente
a un gorrión detenido en los labios de ella
¿qué
morder primero? ¿el gorrión? ¿los labios de ella?
¿o
el aire donde conviven el gorrión y los labios de ella?
2
Sorprendido
en la pirueta de su arte instantáneo
¿es
el gorrión una fibra del aire? ¿un tatuaje
desubicado
en la luz? ¿el ritmo de paso del polvo?
¿un
clavo que salta de la cruz al árbol y de éste al tiempo?
Tal
vez el pájaro sin historia sea un ser fantástico
cuyo
don de suscitar visiones lo poseen sólo los dioses,
alguna
ardua concepción del mundo, o el amor.
3
En
su monólogo sin gloria cree ser la belleza
antes
que el poder, y se ve, o se sueña, brotar sobre los altos muros, como un
fogonazo del paisaje,
como
un renacimiento del verdor.
4
A
veces el gorrión vuela embriagado, desentendido y feliz;
a
veces hurgonea entre los deshechos con extenuado fatalismo;
a
veces se abalanza como un tizne de arpón sobre la ballena
de
la tierra; otras, se sume en arrebujada quietud, abrumado
por
repentinos golpes de ansiedad o de olvido.
Así
de incierto y mudable es el poema.
5
En
la grisácea velocidad de una piedra
arrojada
a la otra orilla, y en el ocre despojo de
una
penumbra yaciente al borde de un camino, he
creído
avistar un gorrión, su temblor, su fugitivo
zigzagueo.
Ah, mimético animal, sutil ornamento
de
la opacidad.
6
Como
los monstruos fugaces que modela el viento en los
médanos;
como los restos de congoja que sueltan las
espaldas
cuando huyen o caen; o como esguince de humo,
pluma
de humo o humo en el adiós, así de inapresable es el gorrión: solo la jaula
del
mundo lo detiene, lo contiene.
7
Palpables
y tenaces, el día y la noche prevalecen
y
solo el atardecer es lo desapercibido. El atardecer
es
aquel patio donde el cuerpo se echa a morir
en
un sillón y nadie acude a salvarlo
porque
el atardecer es lo desapercibido.
Ah,
gorrión, descendiente dilecto del atardecer.
8
El
gorrión que olvida su cuerpo, que desatiende
la
vertiginosa relación entre el incidente y la realidad
y
queda dormidito a las puertas de un gato,
será
bocado de gorrión.
Como
el poeta su desdicha perfecta está en el sueño.
9
Cae
un copa de Murano
un
vitraux del siglo XII
un
mosaico bizantino el paisaje de la ventana de Magritte, y el ojo
se
hace añicos.
Cae
una llovizna, un otoño, una virgen, un país,
y
aun el yeso de una nube, y el ojo se hace añicos.
Pero
un gorrión cae en el ojo, y el ojo se echa a volar.
10
Haya
un lugar para el gorrión, una migaja para él
de
azul despedazado: lo pido por amor
al
dios del trino mudo que acaricia a los pájaros vulgares.
11
Quien
ordena su vuelo más súbito,
el
salto súbito, la súbita huida.
¿La
muerte? ¿Las furias? ¿El terror? ¿Otro paraje feliz?
Rara
ave que no conoce el reposo, igual a ciertos hombres
azotados
largamente por lo inescrutable, como el
capitán
Akab, o mi padre albañil entre
los
andamios, esas balsas del aire.
12
Desalojado
de los talleres del infierno donde
se
eslabonan los fulgores del color, y exiliado del edén, de sus diamantes, no le
queda más que pasearse
entre
las hojas que tiritan, el ramaje desgastado,
y
las soledades y premuras de los hombres.
Ah,
gorrión, pájaro no esmaltado.
13
Gorrión
que entra en el ojo
provoca
finalmente rasgaduras que aturden.
Fatalmente.
Y recordamos que
Los Abordajes poéticos pueden verse y escucharse online
los días jueves de 18 a 19 hs, horario de la Argentina, vía streaming, por www.onradio.com.ar
Las yapas:
1- Entrevista de Rolando Revagliatti a Eugenio Mandrini, donde nuestro invitado le dijo: "Dios existe, se llama Shakespeare y está en expansión".
2- El Mandrini casi desconocido: guionista de historietas
¡Buena semana poética!