Hoy veremos la obra
poética de Antonio Requeni, quien nos visitará la semana próxima para disertar
sobre “Historia y evolución de la poesía argentina”.
Antonio Requeni
Periodista y
escritor, nació en Buenos Aires en 1930. Se desempeñó en el diario La Prensa
desde 1958 hasta 1994, año en que se jubiló como secretario de redacción.
Colaboró en diarios del interior y del exterior; fue corresponsal de
Radioprogramas Hemisferio de La Voz de las Américas, Estados Unidos, y dirigió
la revista Italpress. Es actualmente crítico bibliográfico de La Nación. Obtuvo
una mención especial en ADEPA y los Premios Konex en las categorías Literatura
Testimonial y Periodismo Cultural, respectivamente. Publicó una decena de
libros de poemas, un libro de cuentos para niños (fue colaborador de Billiken),
un volumen de crónicas de viaje y el Cronicón de las peñas de Buenos Aires, que
mereció el Primer Premio Municipal de Ensayo. Fue condecorado por la República
Italiana con la Orden de Cavalliere Ufficiale. También fue distinguido con el
Primer Premio Municipal de Poesía por su libro Línea de sombra.
Es miembro de
número de la Academia Argentina de Letras, ocupa el sillón "Miguel
Cané", anteriormente de Juan Pablo Echagüe, Manuel Mujica Lainez y Roberto Juarroz. Su discurso de recepción: "El silencio de Enrique
Banchs". También es miembro de número de la Academia Nacional de
Periodismo, ocupa el sillón Ezequiel P. Paz.
Obras publicadas:
Obra poética
Luz de sueño
(1951); Camino de canciones (1953); El alba en las manos (1954); La soledad y
el canto (1956); Umbral del horizonte (1960); Manifestación de bienes (1965);
Inventario (1974); Línea de sombra (1986); Poemas 1951-1991 (1992); Antología
poética (1996) y El vaso de agua (1997). En 1977, Ediciones Culturales
Argentinas publicó el libro Antonio Requeni, selección y prólogo de Ángel
Mazzei.
Prosa:
Los viajes y los
días, crónica de viaje (1960); El Pirata Malapata, cuentos para niños (1974);
Cronicón de las peñas de Buenos Aires (1985) y Travesías, diálogos con Olga
Orozco y Gloria Alcorta (1997). Asimismo, publicó los folletos La vida
novelesca del Perito Moreno, Breve crónica de la Avenida de Mayo e Israel,
entre lo cotidiano y lo sobrenatural.
Sobre su poesía, se
ha escrito que pretende en sus versos “crear una armonía entre el sentimiento
-los gozos y las melancolías de la aventura humana- y un lenguaje trabajado con
rigor estético”. Los temas que recorren su poesía son la celebración del amor y
la naturaleza, la nostalgia de la infancia, el melancólico deterioro de los
años, el misterio, la belleza y la muerte.
Requeni hace poco
uso de metáforas y no se distrae con ornamentos poéticos. Pretende mostrar su
concepto a través de oraciones cortas. Algunos de sus poemas
son crónicas periodísticas poetizadas. También se percibe la utilización de pocos recursos, entre ellos, las preguntas retóricas y el asíndeton. Su característica es el uso de un lenguaje llano y simple, pero siempre eficiente.
A continuación,
veremos algunos de sus poemas:
Milan Kundera
Milan Kundera dice
que la poesía ha muerto.
Debe tener razón
porque ya nadie
(salvo algunos
poetas)
acostumbra a
temblar con las palabras
en un libro de
versos.
Si me lo hubieran
avisado
–aunque yo soy su
deudo más humilde-
habría concurrido a
las exequias
y dejado una flor
sobre su tumba.
Ahora estoy triste.
Pienso en cuántas veces
ella me hizo feliz.
Y ya no está.
¿Pero qué hacer si
las palabras vienen
por el aire o se
trepan a mis piernas?
¿Si las palabras
vuelven, temblorosas,
bellas, sensuales,
perentorias, mágicas,
y me reclaman una
forma antigua
o un resplandor
herido de futuro?
Tendré que
consultarlo con los pájaros.
La poesía
Temblorosa, como
una flor desnuda,
te descubrí en la
infancia. Simplemente
un susurro, un
aroma por la frente,
tu luz en mi
palabra ciega y muda.
Como quien ama y
con su amor se escuda
de la monotonía de
la gente,
conmigo te llevé
secretamente,
razón del sueño
entre mi fe y mi duda.
Fuiste el misterio
y la belleza, todo
lo que en tu nombre
amé y hoy es el modo
de una nostalgia
que a vivir me ayuda
cuando abro un
libro y vuelves, temblorosa
—susurro, aroma,
luz, desnuda rosa—,
con Garcilaso,
Rilke, Banchs, Cernuda.
Inventario, 1974.
Roma Amor
Yo palpé tu
misterio aquella tarde
de Roma, junto a
mármoles vetustos
y abiertos como
labios, de una fuente.
Tu palabra fue allí
esa nota líquida
que alzábase y
caía, resbalando
entre murmullos y
salpicaduras.
Lo recuerdo: la luz
se desnudaba
detrás de las
columnas, lentamente.
Sonreía, sutil, la
Primavera
y era en la cruz el
Cristo igual a una
pálida mariposa con
las alas pinchadas.
Entonces, en el
cuenco de mis manos,
retuve unos
instantes el prodigio.
Y vi en su fondo un
titilar de estrellas.
Bebí, gozoso, su
secreta música.
En la emoción de
Roma, de unas calles
vencidas de
memorias y hermosura,
ante el cristal de
eternidad del agua,
yo rescaté la
gracia de sentirme
enamorado del amor,
el huésped,
de unos viejos
espacios donde vive
ese ciego perfume
que es el tiempo,
la inmortal
juventud de la poesía.
El vaso de agua
Cuando me acuesto,
desde que era niño,
pongo a mi lado un
vaso de agua.
Al apagar la luz,
si lo contemplo
brillar en la
penumbra, me imagino
que el agua es otro
nombre de mi madre
y estoy seguro de
que, ya dormido,
alumbrará el
acuario de mis sueños.
Sombra, misterio,
música nocturna
que bebo a lentos
sorbos o me bebe.
¿Eres tú quien me
sueña en ese extraño
país donde algún
día nos veremos?
¿Dormir es un
ensayo de la muerte?
Por las mañanas,
cuando me recuerdo,
muchas veces el
vaso está vacío.
Y vuelvo,
desganado, a la rutina
de calles y de
rostros, mientras llega
la oscuridad, el
rito silencioso
de llenar
nuevamente el vaso de agua
para ponerlo al
lado de mis sueños
y saber que allí
estás, que me proteges,
que hay algo puro en
medio de la noche.
Un pájaro
Podemos llamar
Dios al sentido
de la vida, al
sentido del mundo
Witgenstein
Desde su frágil
pecho un manantial
se abre en cauces
de luz por su garganta.
Es el canto de un
pájaro que canta
en un parque vacío
y otoñal.
No se conmueve
nadie. Siempre igual
el sueño de la
piedra y de la planta.
Ninguno oye el
milagro que levanta
su melodía inútil e
inmortal.
En Buenos Aires, la
ciudad querida,
flota, y es una gracia
inadvertida
la parábola
ardiente de esa voz.
¿Es el canto de un
pájaro? Quién sabe...
Acaso no es un
canto ni hay tal ave.
Quizá nos habla en
este instante Dios.
Sala de espera
Nuestro cuerpo es
una sala de espera
donde la muerte se
entretiene
leyendo una
revista.
Sentada, hojea
nuestra alma
(grabados con
leyendas neblinosas
y excesivas erratas
en el texto).
Extrae luego un
lápiz y descifra
las palabras
cruzadas. Dobla ahora
ya las últimas
páginas. Bosteza.
Cruza las piernas.
Fuma un cigarrillo.
Hasta que suena un
timbre y se levanta.
Geriátrico
Todo está en orden:
las paredes
asépticas,
el puntual
almanaque,
los exactos latidos
del reloj.
Una mujer de blanco
les sonríe
mientras ellos
deambulan
entre escarchadas
toses y jadeos
o miran desfilar
mundos extraños
en la pantalla del
televisor.
Uno hace un
solitario con los naipes.
Otro, con un
pañuelo, frota el vidrio
de sus anteojos,
lento, ensimismado.
Algunos se dirige
hacia la habitación
en donde, a oscuras,
da de comer a sus
recuerdos.
Toman el té a las
cuatro.
La cena a las siete.
A las ocho se
acuestan.
Ella siempre está
allí, los acompaña.
A veces les da un
beso,
una caricia helada,
maternal,
y ellos se quedan
quietos,
dormidos como
niños.
Las palabras
La música no
miente.
Los árboles no
mienten.
Los ojos tristes
del animal no mienten.
Únicamente mienten
las palabras.
¿Cómo decirte la
verdad con ellas?
Quisiera hablarte
con los ojos del perro,
dar frutos como el
árbol,
llegar a ti con la
delicia
y la escondida
lágrima de Mozart.
El esplendor de la
verdad: belleza
a la que mis
palabras, torpemente,
procuran acercarse.
Es imposible.
Nunca sabré decirte
que te quiero.
Simetría del mundo
Simetría del mundo.
En cada cosa
la efusión del
milagro contenida.
La plenitud ajusta
su medida
a las exactas leyes
de la rosa.
Sólo la forma
existe, su pasmosa
lección de
eternidad no sometida
al vago sueño o
fórmula sin vida.
Agua. Fuego.
Guijarro. Mariposa.
El poema es un
vaso, un recipiente
tallado desde
adentro; así construye
la luz al día,
misteriosamente.
La Creación es
norma, ritmo. Y sólo
vibra inmortal, en
el instante que huye,
la cadencia y el
número de Apolo.
Inventario, 1974.
Oscuro fuego
¿Quién necesita que
yo escriba?
Sin embargo es
hermoso
vivir por la
belleza, aproximarse
al fuego oscuro en
el que arde
la fiesta y el
misterio de la vida.
Aunque a nadie le
importe.
Brilla en la noche
el verso
bello y desamparado
como un cuerpo
desnudo.
Línea de sombra, 1986.
Piedra libre
El padre juega con
sus criaturas.
La cara vuelta
contra la pared
y el brazo
levantado hasta los ojos,
está contando como
si llorara.
Y mientras cuenta sus
criaturas crecen,
van por el mundo,
suben escaleras,
se enamoran o
estudian geografía.
Cuando termina de
contar, el padre
entra en los
cuartos y revisa los muebles.
Apenas ve. ¿Quién
apagó las luces?
Su voz, que ha
enronquecido, los invita
a dejar de una vez
sus escondites.
Y los hijos
regresan, jubilosos.
¡Cómo han crecido!
Son casi tan altos
como los sueños que
en su juventud
solían desvelarlo
dulcemente.
¡A contar! ¡A
contar! - exclama el padre.
(Los grandes
siempre vuelven a ser niños).
Y los hijos se
apoyan contra el muro,
hunden la frente
entre los brazos. Cuentan.
Y mientras cuentan
-once, doce, trece...-
el padre se va
haciendo pequeñito.
Cuando terminan de
contar lo buscan.
Lo buscan pero el
padre no aparece.
Se ha escondido
debajo de la tierra.
Ese hombre que escribe
¿Escribir o vivir?
Acaso viva
mucho más ese
hombre que ahora escribe
solo en el cuarto,
con furor, insomne,
unos cuantos
renglones azarosos.
La hoja en blanco
lo invita a la aventura;
le hacen señas de
fuego las palabras
que ordena y copia,
corrigiendo un bosque
tachando una
ciudad, adjetivando
con un nuevo fulgor
lo que antes era
torpe y vulgar,
oscuro, indiferente.
Del otro lado, por
la vida —dicen—
transcurre el
tiempo, el ruido, la rutina.
Allí, entre las
paredes de su cuarto;
allí, entre las
paredes de su cuerpo,
él elige escribir,
asume el riesgo
de perecer o
descubrir la cifra
de su destino
oculto en las palabras.
Porque sólo por
ellas ese hombre
que escribe está
viviendo y tal vez viva
más allá de su
muerte.
Línea de sombra, 1986.
Recurso
Los recursos que
veremos hoy son el asíndeton y el polisíndeton. Ambos son recursos morfo-sintácticos
y están relacionados uno con el otro, como ambas caras de una misma moneda.
Asíndeton
Es una forma de enumeración en la que se prescinde de los nexos coordinantes.
Se diferencia de la
enumeración porque ésta consiste en hasta tres palabras, cuando la tercera
puede tener un nexo coordinante.
El poema Espantapájaros, 12 de Girondo, que vimos en clases anteriores es un claro ejemplo
de asíndeton.
Ejemplos:
El Hacedor, en La cifra (1981)
Jorge Luis Borges
Somos el río que invocaste, Heráclito.
Somos el tiempo. Su intangible curso
acarrea leones y montañas,
llorado amor, ceniza del deleite,
insidiosa esperanza interminable,
vastos nombres de imperios que son polvo,
hexámetros del griego y del romano,
lóbrego un mar bajo el poder del alba,
el sueño, ese pregusto de la muerte,
las armas y el guerrero, monumentos,
las dos caras de Jano que se ignoran,
los laberintos de marfil que urden
las piezas de ajedrez en el tablero,
la roja mano de Macbeth que puede
ensangrentar los mares, la secreta
labor de los relojes en la sombra,
un incesante espejo que se mira
en otro espejo y nadie para verlos,
láminas en acero, letra gótica,
una barra de azufre en un armario,
pesadas campanadas del insomnio,
auroras, ponientes y crepúsculos,
ecos, resaca, arena, liquen, sueños.
Otra cosa no soy que esas imágenes
que baraja el azar y nombra el tedio.
Con ellas, aunque ciego y quebrantado,
he de labrar el verso incorruptible
y (es mi deber) salvarme.
Lope de Vega
Epitafio de un valentón
“Rendí, rompí,
derribé,
rajé, deshice,
prendí,
desafié, desmentí,
vencí, acuchillé,
maté.
Fui tan bravo, que
me alabo
en la misma
sepultura;
matóme una
calentura:
¿cuál de los dos es
más bravo?”
Polisíndeton
Cada término está
unido al otro mediante un mismo nexo coordinante.
Rubén Darío
Lo fatal
Dichoso el árbol,
que es apenas sensitivo,
y más la piedra
dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor
más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre
que la vida consciente.
Ser, y no saber
nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber
sido y un futuro terror...
¡Y el espanto
seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la
vida y por la sombra y por
lo que no conocemos
y apenas sospechamos,
y la carne que
tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que
aguarda con sus fúnebres ramos
y no saber adónde
vamos,
ni de dónde
venimos!
Ángel González
Introducción a las
fábulas para animales
Durante muchos siglos
la costumbre fue
ésta:
aleccionar al
hombre con historias
a cargo de animales
de voz docta,
de solemne ademán o
astutas tretas,
tercos en la maldad
y en la codicia
o necios como el
ser al que glosaban.
La humanidad les
debe
parte de su virtud
y su sapiencia
a asnos y leones,
ratas, cuervos,
zorros, osos,
cigarras y otros bichos
que sirvieron de
ejemplo y moraleja,
de estímulo también
y de escarmiento
en las ajenas
testas animales,
al imaginativo y
sutil griego,
al severo romano,
al refinado europeo,
al hombre
occidental, sin ir más lejos.
Hoy quiero —y
perdonad la petulancia—
compensar tantos
bienes recibidos
del gremio
irracional
describiendo algún
hecho sintomático,
algún matiz de la
conducta humana
que acaso pueda ser
educativo
para las aves y
para los peces,
para los
celentéreos y mamíferos,
dirigido lo mismo a
las amebas
más simples
como a cualquier
especie vertebrada.
Ya nuestra sociedad
está madura,
ya el hombre deja
atrás la adolescencia
y en su vejez
occidental bien puede
servir de ejemplo
al perro
para que el perro
sea
más perro,
y el zorro más
traidor,
y el león más feroz
y sanguinario,
y el asno como
dicen que es el asno,
y el buey más
inhibido y menos toro.
A toda bestia que
pretenda
perfeccionarse como
tal
—ya sea
con fines
belicistas o pacíficos,
con miras
financieras o teológicas,
o por amor al arte
simplemente—
no cesaré de darle
este consejo:
que observe al homo
sapiens, y que aprenda.
La celestina – Fernando de
Rojas
(fragmento)
PÁRMENO.- Señor,
iba a la plaza y traíale de comer y acompañábala; suplía en aquellos menesteres
que mi tierna fuerza bastaba. Pero de aquel poco tiempo que la serví, recogía
la nueva memoria lo que la vejez no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al
cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa
apartada, medio caída, poco compuesta y menos abastada. Ella tenía seis
oficios, conviene saber: lavandera, perfumera, maestra de hacer afeites y de
hacer virgos, alcahueta y un poquito hechicera. Era el primer oficio cobertura
de los otros, so color del cual muchas mozas de estas sirvientes entraban en su
casa a labrarse y a labrar camisas y gorgueras y otras muchas cosas. Ninguna
venía sin torrezno, trigo, harina o jarro de vino y de las otras provisiones
que podían a sus amas hurtar. Y aun otros hurtillos de más calidad allí se
encubrían. Asaz era amiga de estudiantes y despenseros y mozos de abades. A
éstos vendía ella aquella sangre inocente de las cuitadillas, la cual
ligeramente aventuraban en esfuerzo de la restitución que ella les prometía.
Subió su hecho a más: que por medio de aquellas comunicaba con las más
encerradas, hasta traer a ejecución su propósito. Y aquestas en tiempo honesto,
como estaciones, procesiones de noche, misas del gallo, misas del alba y otras
secretas devociones. Muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas
hombres descalzos, contritos y rebozados, desatacados, que entraban allí a
llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traía!
Hacíase física de
niños, tomaba estambre de unas casas, dábalo a hilar en otras, por achaque de entrar
en todas. Las unas: ¡madre acá!; las otras: ¡madre acullá!; ¡cata la vieja!;
¡ya viene el ama!: de todos muy conocida. Con todos esos afanes, nunca pasaba
sin misa ni vísperas ni dejaba monasterios de frailes ni de monjas. Esto porque
allí hacía ella sus aleluyas y conciertos.
Y en su casa hacía
perfumes, falsaba estoraques, mejuí, animes, ámbar, algalia, polvillos, almizcles,
mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos
de barro, de vidrio, de alambre, de estaño, hechos de mil facciones. Hacía
solimán, afeite cocido,
argentadas,
bujelladas, cerillas, llanillas, unturillas, lustres, lucentores, clarimentes,
albaliños y
otras aguas de
rostro, de rasuras de gamones, de cortezas de espantalobos, de taraguntia, de hieles,
de agraz, de mosto, de estiladas y azucaradas. Adelgazaba los cueros con zumos
de limones, con turbino, con tuétano de corzo y de garza, y otras confecciones.
Sacaba agua para oler, de rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de madreselva
y clavellinas, mosquetas y
almizcladas,
polvorizadas, con vino. Hacía lejías para enrubiar, de sarmientos, de carrasca,
de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre y milifolía y otras diversas
cosas. Y los untos y mantecas que tenía es hastío de decir: de vaca, de oso, de
caballos y de camellos, de culebra y de conejo, de ballena, de garza y de
alcaraván y de gamo y de gato montés y de tejón, de ardilla, de erizo, de nutria.
Aparejos para baños, esto es una maravilla, de las hierbas y raíces que tenía
en el techo de su casa colgadas: manzanilla y romero, malvaviscos, culantrillo,
coronillas, flor de sauco y de mostaza, espliego y laurel blanco, tortarrosa y
gramonilla, flor salvaje y higueruela, pico de oro y hoja tinta. Los aceites
que sacaba para el rostro no es cosa de creer: de estoraque y de jazmín, de
limón, de pepitas, de violetas, de menjuí, de alfócigos, de piñones, de
granillo, de azufaifas, de neguilla, de altramuces, de arvejas y de carillas y
de hierba pajarera. Y un poquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla que
guardaba para aquel rascuño que tiene por las narices.
Esto de los virgos,
unos hacía de vejiga y otros curaba de punto. Tenía en un tabladillo, en una cajuela
pintada, unas agujas delgadas de pellejeros y hilos de seda encerados y
colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y
cepacaballo. Hacía con esto maravillas; que, cuando vino por aquí el embajador
francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía.
Ejercicio
ResponderBorrarUtilización de los recursos de asíndeton y polisindeton
10-07-14
Desatormentándome
Subo hacia la luz,
arrojando todo lo que me pesa
Un incierto recurso mágico
Un copo de nieve desesperado
Un desánimo que brilla en el viento
Lecturas azarosas de días sin pausa
Un témpano viajando hacia el final
Fantasmales vías
hundiéndose en la niebla
Y sí, todo eso, todo eso junto
Pugnando por salir conmigo
En un caótico despertar esperanzado
y el azar se la llevó
ResponderBorrarrodean el silencio
capullos de fuego
y el sol fronterizo renació
coágulos de pasión
y sabanas hinchadas
prodigios de erotismo
el vientre del pensamiento
recostado
dibuje en el lienzo
círculos de senos
y el poeta escribió
y el azar enumero
miguel curcio
seré reiterativo muy buena clase.gracias
ResponderBorrartuve un lugar de luz
ResponderBorraren la esquina vertical de la memoria
adiviné la belleza
supe de la alquimia
y la he perdido
tuve un silencio azul
unos pasos sin huellas
efímeros cerrojos en el viento
me olvidé de crecer
tuve lo que perdí
y ahora la noche custodia
el instante del insomnio
tuve un lugar
y no lo recuerdo
alba estrella gutiérrez
tuve un lugar de luz
ResponderBorraren la esquina vertical de la memoria
adiviné la belleza
y supe de la alquimia
tuve un silencio azul de prescindencia
y unos pasos sin huellas y sin llaves
efímeros cerrojos en el viento
me olvidé de crecer
tuve lo que perdí
y ahora la noche custodia
el instante del insomnio
tuve un lugar
no lo recuerdo
alba estrella gutiérrez