Recurso
Encabalgamiento:
Encabalgamiento es un efecto poético que
ocurre cuando la pausa de fin de verso no coincide con una pausa
morfosintáctica (una coma, un punto...). La frase inconclusa queda, por tanto,
«a caballo» entre dos versos (efecto del que toma su nombre la figura retórica).
Si en medio de combinaciones de palabras que no permiten pausas entre ellas
(Sust. + Adj., Sust. + CN, etc.) se introduce la pausa final del verso, se
produce el encabalgamiento.
Recurso de nivel fónico. Es un quiebre
hacia lo semántico sintáctico. Engancha un verso con el siguiente. Es un
recurso de la poesía medida. No aparece en la poesía libre. Sirve para cantar.
Existen dos tipos:
Abrupto
o brusco: cuando la pausa se produce antes de la quinta
sílaba del verso encabalgado.
Suave: el que va más allá de la quinta sílaba del verso encabalgado.
En la poesía libre no hace falta (sólo en
lo espacial).
Ejemplos:
Miguel Hernández
”Elegía a Ramón Sijé”
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupa si estercolas...
Antonio Machado
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos
las polvorientas encinas!...
El poeta trabajado en esta clase fue el vasco Gabriel Celaya (1911-1991)
Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta
(Hernani, Guipúzcoa, 18 de marzo de 1911 – Madrid, 18 de abril de 1991),
conocido como Gabriel Celaya, fue un poeta español de la generación literaria
de posguerra. Fue uno de los más destacados representantes de la que se
denominó poesía comprometida o poesía social. Uno de los tres más importantes poetas
del período de posguerra, junto con Angel González y José Manuel
Caballero Bonald. Escribió en español, no en vasco.
Su poesía es desgarrada, realista. No utiliza
muchos recursos poéticos, aunque se pueden encontrar el encabalgamiento y el
hipérbaton. Para Celaya la poesía es un para qué, es una forma de militar,
transmitir un mensaje.
Su padre lo envió a Madrid a estudiar y a
trabajar en sus empresas. Entre los años 1927 y 1935 vivió en la Residencia de
Estudiantes, donde conoció a Federico García Lorca, José Moreno Villa y a otros
intelectuales que lo inclinaron por el campo de la literatura, llevándolo a
dedicarse por entero a la poesía. En 1946 fundó en San Sebastián, con su
inseparable esposa Amparo Gastón, la colección de poesía «Norte» y desde
entonces abandonó su profesión de ingeniería y su cargo en la empresa de su
familia.
Obras
Marea del silencio, 1935
La soledad cerrada, 1947
Movimientos elementales, 1947
Tranquilamente hablando, 1947 (firmado como
Juan de Leceta)
Objetos poéticos, 1948
El principio sin fín, 1949
Se parece al amor, 1949
Las cosas como son, 1949
Deriva, Alicante, 1950
Las cartas boca arriba, 1951
Lo demás es silencio, 1952
Paz y concierto, 1953
Ciento volando (con Amparo Gastón), 1953
Vía muerta, 1954
Cantos iberos, 1955
Coser y cantar (con Amparo Gastón), 1955
De claro en claro, 1956
Entreacto, 1957
Las resistencias del diamante, 1957
Música celestial (con Amparo Gastón), 1958
Cantata en Aleixandre, 1959
El corazón en su sitio, 1959
Para vosotros dos, 1960
Poesía urgente, 1960
La buena vida, 1961
Los poemas de Juan de Leceta, 1961
Rapsodia eúskara, 1961
Episodios nacionales, 1962
Mazorcas, 1962
Versos de otoño, 1963
Dos cantatas, 1963
La linterna sorda, 1964
Baladas y decires vascos, 1965
Lo que faltaba, 1967
Poemas de Rafael Múgica, 1967
Los espejos transparentes, 1968
Canto en lo mío, 1968
Poesías completas, 1969
Operaciones poéticas, 1971
Campos semánticos, 1971
Dirección prohibida, 1973
Función de Uno, 1973
El derecho y el revés, 1973
La hija de Arbigorriya, 1975
Buenos días, buenas noches, 1978
Parte de guerra, 1977
Poesías completas (Tomo I-VI), 1977-80
Iberia sumergida, 1978
Poemas órficos, 1981
Penúltimos poemas, 1982
Cantos y mitos, 1984
Trilogía vasca, 1984
El mundo abierto, 1986
Orígenes / Hastapenak, 1990
Poesías completas, 2001-04
Algunas de sus poemas vistos en clase:
La poesía es un arma cargada de futuro
Cuando ya nada se espera personalmente
exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la
conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas
crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos,
asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten
excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos
convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por
minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que
glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si
nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado
un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y
evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido
hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a
cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis
penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un
obrero
que trabaja con otros a España en sus
aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto
perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro
llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo
mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene
nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son
actos.
De Cantos íberos (1955)
Pasa y sigue
Uno va, viene y vuelve, cansado de su
nombre;
va por los bulevares y vuelve por sus
versos,
escucha el corazón que, insumiso, golpea
como un puño apretado fieramente llamando,
y se sienta en los bancos de los parques
urbanos,
y ve pasar la gente que aún trata de ser
alguien.
Entonces uno siente qué triste es ser un
hombre.
Entonces uno siente qué duro es estar solo.
Se hojean febrilmente los anuarios buscando
la profesión «poeta» —¡ay, nunca
registrada!—.
Y entonces uno siente cansancio, y más
cansancio,
solamente cansancio, tiempo lento y
cargado.
Quisiera que escucharais las hojas cuando
crecen,
quisiera que supierais lo que es abrirse el
aire
creyendo que uno colma de evidencia el
instante
con su golpe de savia y ascendencia
situada,
quisiera que pensarais después de tanto esfuerzo
que esa gloria y sorpresa fueron luz,
fueron nada.
Lloraríais conmigo la lágrima o la
estrella,
lloraríais verdades de temblor
transparente,
caeríais como gotas de lo espeso afligido
y en lo pálido y liso diminutos tambores
sonarían al paso de los números neutros
como largos sumandos de implacable
cansancio.
Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, yo, plural, yo,
horadado,
desalmándome lento, sintiendo ya los huesos
que, sueltos, se golpean, y al fin,
desencajados,
baten, baten, aventan —polvo y paja— mi
vida.
Lloraríais si vierais cómo pienso en
vosotros.
Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, lluevo amén mi
fatiga.
Da miedo ser poeta; da miedo ser un hombre
consciente del lamento que exhala cuanto
existe.
Da miedo decir alto lo que el mundo
silencia.
Mas ¡ay! es necesario, mas ¡ay! soy
responsable
de todo lo que siento y en mí se hace
palabra,
gemido articulado, temblor que se
pronuncia.
Pensadlo: ser poeta no es decirse a sí
mismo.
Es asumir la pena de todo lo existente,
es hablar por los otros, es cargar con el
peso
mortal de lo no dicho, contar años por
siglos,
ser cualquiera o ser nadie, ser la voz
ambulante
que recorre los limbos procurando
poblarlos.
A través de mí pasa: yo irradio
transparente,
yo transmito muriendo, yo sin yo doy estado
al hombre que si mira parece que algo
exige,
y simplemente mira, me está siempre
mirando,
y esperando, esperando desde hace mil
milenios
que alguien pronuncie un verso donde poder
tenderse.
Sonámbulos acuden a mí los que no saben
si sufren o si sólo por no muertos del todo
aún siguen suspirando sin encontrar su
forma,
su expresión absoluta, su descanso y mi
olvido.
Y como quien conjura fantasmas yo pronuncio
palabras en que dejo de ser quien soy por
ellos.
Cuando grito, no grita mi yo para decirse.
Cuando lloro, quien llora dentro de mí es
cualquiera,
y es tan sólo en los otros donde vivo de
veras.
Mis cantos son los cantos rodados que una
mansa
corriente milenaria suaviza y uniforma,
y el murmullo del agua los va deletreando.
¡Oh jóvenes poetas!, mirad, estoy llamando,
hundido en ese fondo que aún no ha sido
expresado
de los muertos y el muerto que yo sumo al
fracaso.
Decid lo que no supe, lo que nadie aún ha
dicho.
Yo cumplí lo que pude, pero todo fue en vano,
y hoy me siento cansado —perdonadme—,
cansado.
No me hagáis preguntas. Cantad cara al
mañana
lo común de la sangre, lo perpetuo y
corriente.
No, al solo yo atenidos, penséis que
vuestra muerte
es la muerte sin vuelta y el fin de vuestro
anhelo.
Mientras haya en la tierra un solo hombre
que cante,
quedará una esperanza para todos nosotros.
Cantemos como quien respira,
Hablemos de lo que cada día nos ocupa
Nada de lo humano me es ajeno
En el poema debe haber barro
La poesía no es un fin en sí mismo
La poesía es para transformar el mundo.
El espejo
En soledad no estoy solo; alguien vive
dentro de mí.
Narciso ve en el agua un ser que no es él
mismo;
se inclina ávidamente buscando su secreto,
pero descubrirlo es entrar en la muerte.
El que se asoma a un espejo está cogido:
le sorprenden los misterios imprevistos.
Al tenue resplandor de las brisingas
surgen los jardines abisales del delirio.
Levísimo, cantando, muy lejos, en el fondo,
algo me arrastra suavemente a su sima;
me dan miedo esos ojos, mis ojos, tan
extraños
cuando desde el alinde me miran implacables.
Su presencia, mi reflejo, me vuelve hacia
mí mismo,
me hunde poco a poco en mis céntricos
abismos,
me lleva hasta esa blanca catedral del
silencio
donde la luna es la virgen desnuda que yo
adoro.
Un fantasma se levanta de mis ruinas
congeladas
y soy yo, soy yo mismo, mi doble;
oigo su voz que es un frío en mis huesos,
su voz que me revela... No sé; no recuerdo.
¡ Oh virgen de los lívidos ojos
desorbitados,
envuelta en un halo de plata violeta,
de palidez nocturna, de frío de menta,
virgen desamparada en la orilla del cielo !
Luz cenital; sala de mármol:
sobre el blanco pavimento estás tendida,
desnuda y desangrada, no dormida,
soñada por la luna de los asesinatos.
No sonriendo, ni triste, ni severa,
hierática en la altura de un silencio,
mirándome y mirándote en mis ojos
absortos como un mar frío y sin sueño.
Del libro: La soledad cerrada
El espejo me refleja
El espejo me refleja, me vuelve hacia mí
mismo.
Lentamente me hundo en mis pálidos abismos.
Me veo reflejado, ya, desde muy lejos,
Perdido en esa blanca catedral del silencio
Donde la luna es la virgen desnuda y muerta
que yo adoro.
La noche tiende sus trampas invisibles:
El que se asoma a un espejo está cogido,
Le sorprenden los misterios imprevistos,
Se pierde en un laberinto de cristales y
espejos giratorios.
En el fondo del silencio la muerte es un
río lento;
Yo lo miro pasar de la luna al azogue;
Mientras alguien apoya sus dedos helados
sobre las yemas de mis dedos
No sé qué me mueve a sonreír tristemente.
Alguien me lleva de la mano por el borde de
los precipicios;
Un amor, un delirio, el vértigo me llama;
El espanto es el más dulce de los
escalofríos
Cuando crece súbitamente como un árbol en
el fondo de la carne.
Me miro fijamente en el espejo:
La noche me ha cogido en sus trampas
sutiles.
Me siento cada vez más hondo:
La muerte se inclina sobre mí para besarme.
Me dan miedo esos ojos, mis dos ojos sin
nubes
Que desde el espejo me miran implacables
Mientras baten espadas de luz
En sus aguas heladas y azules.
De Marea de Silencio
Quien me habita
Car Je «est» un autre.
Rimbaud
¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar,
y oír como una lejana catarata que la vida
se derrumba,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar!
¡Qué extraño es verme aquí sentado!
¡Qué extraño verme corno una planta que
respira,
y sentir en el pecho un pájaro encerrado,
y un denso empuje que se abre paso
difícilmente
por mis venas!
¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y agarrarme una mano con la otra,
y tocarme, y sonreír, y decir en voz alta
mi propio nombre tan falto de sentido!
¡Oh, qué extraño, qué horriblemente
extraño!
La sorpresa hace mudo mi espanto.
Hay un desconocido que me habita
y habla como si no fuera yo mismo.La luna
Equilibrio matemático de esferas
Arboles blancos de escarcha
Del libro: Marea del silencio
La luna es una ausencia
De cuerpos en la nieve;
El mar, la afirmación
De lo total presente.
¡Adiós, pájaros altos,
Instantes que no vuelven!
¡Cuánto amor en la tarde
Que se me va y se pierde!
El mar de puro ser
Se está quedando inerte.
¡Ser mar! ¡Ser sólo mar!
Lo quieto en lo presente.
Y no luna sin sangre,
Blanco abstracto hacia muerte,
Máscara del silencio,
Teoría de nieve.
¡Ser mar! ¡Ser sólo mar!
¡Mar total en presente!
Del libro: Marea del silencio
Desnudo en la brisa
Cuerpos desnudos para el aire desnudo.
Para el cielo claro y duro
Mis dos gritos de oro agudo
Para la brisa delgada
-Alcohol puro de pájaros y altura-
La embriaguez del salto y la carrera
O la suelta melena de la fuga.
Luz vertical se alza el aire
Desde mi cuerpo desnudo
Hacia el gozo de las altas claridades.
Del libro: Marea del silencio
Tus gritos y mis gritos en el alba
Tus gritos y mis gritos en el alba.
Nuestros blancos caballos corriendo
Con un polvo de luz sobre la playa.
Tus labios y mis labios de salitre.
Nuestras rubias cabezas desmayadas.
Tus ojos y mis ojos,
Tus manos y mis manos.
Nuestros cuerpos
Escurridizos de algas.
¡Oh amor, amor!
Playas del alba.
Ejercicio
ResponderBorrarClase 22-5-14
Uso del encabalgamiento
El minotauro, una tarde de lluvia.
Escribir sin saber
a dónde voy. Vagar
por una ciudad vacía
Escuchar la nada
Invisible, ciega.
Escribir sin pensar
Las palabras surgen
porque sí, solas,
Como si guiadas
Fueran a algún lado
Que yo no sé cuál es
Escribir en un bar
Servilletas ciegas
Ajenidades, tibiezas
Que vas a leer.
Alguna vez.