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miércoles, 27 de julio de 2016

Clase N° 15 /año 3 - jueves 21 de julio 2016

Homenaje a
CARLOS GOROSTIZA:
EVOCAR ES UN 
ACTO POÉTICO



Estas dos fotos llevan el crédito de Pablo Senarega


Uno de mis tesoros literarios es el volumen de memorias de Carlos Gorostiza titulado El Merodeador Enmascarado – Algunas memorias, escrito en 2004, firmado por él, dedicándomelo.


La portada de El Merodeador Enmascarado, de Carlos Gorostiza. 
Abajo, la primera página, con la dedicatoria que me escribió.



Y más allá de recordarlo y homenajear a este gran dramaturgo argentino, innovador del género con su realismo, veremos cómo en el género Memoria, género no-ficción, reside persistentemente el vínculo con lo poético. Es que evocar escribiendo es un acto poético.

Memorias refiere a un escrito en el que alguien cuenta selectivos recuerdos y acontecimientos de su vida. La memoria (vocablo que deriva del latín memoria) es una facultad que le permite al ser humano retener y recordar hechos pasados. En las memorias el autor realiza una narración parcial de su vida, allí el interés se centra, más bien, en rememorar la vivencia del yo de una determinada etapa o de toda una época.

El libro comienza con una cita de autoridad de la autoría de Jorge Luis Borges, que dice:

                                            …un catálogo de preferencias personales compilado al 
                                           azar de la memoria, es decir del olvido…


En referencia, tanto en Borges como en Gorostiza, a esta estrofa de La vuelta de Martín Fierro, de José Hernández, que recuerda que olvidar lo malo / también es tener memoria...

http://martinfierro.org/33.htm



Es la memoria un gran don,
Calidá muy meritoria;
Y aquellos que en esta historia
Sospechen que les doy palo,
Sepan que olvidar lo malo
También es tener memoria.


En esta conmovedora evocación de su propia vida, Carlos Gorostiza recrea buena parte del siglo XX argentino con la lucidez de un testigo excepcional, se lee en la contratapa. Y que a la hora del recuento, toda existencia busca una imagen que cifre el perdido paraíso de la infancia. Para el autor de estas memorias, esa escena vive en las páginas de un episodio de Sexton Blake: El merodeador enmascarado que da título a su viaje retrospectivo (que reproducimos abajo). Estas memorias son el encuentro con la aventura de la ficción.

Y luego leeremos el Prólogo y las primeras páginas de esta obra, de la que me tomé el trabajo de escanear en buena resolución bajo el formato jpg (imagen) para que pueda leerse bien, ya que esta obra no está online.

















En julio de 2013 publiqué este reportaje al gran Carlos Gorostiza, que luego les leeré y pondré también en el blog (aquí mismo debajo). El crédito de la foto es del excelente fotógrafo y reportero gráfico, con quien durante años trabajamos en equipo: Pablo Senarega.



Con ustedes,
Carlos Gorostiza

El gran dramaturgo argentino, autor de memorables obras teatrales como El puente, El acompañamiento y El pan de la locura, engalana hoy nuestras páginas. Dos de sus mejores conceptos: “Desde chico, yo sabía que tenía la ansiedad de crear”, “mis referentes fueron siempre mis amigos del barrio”. La historia del backstage de este reportaje y el reportaje mismo. De pie y aplausos para este grande de la escena

Todo comenzó durante el verano pasado. Es que había vuelto a vivir a mi barrio de infancia y retomé contactos. El primero, sin duda, que me enviaran el diario. Me acerqué al kiosco de diarios y revistas que está ubicado justo en la esquina de Santa Fe y Malabia, en nuestra bendita Buenos Aires. Allí su amable dueño, Hugo Jorge Taboada, me dio la bienvenida y me entregó un almanaque, hecho por ellos, que regalan todos los años a los clientes. El flamante 2013 presentaba esta vez en sus cuatro páginas –me explicó- a escritores argentinos, dos muy del barrio, Gorostiza y Borges, y dos iguales de enormes, Sabato y Alfonsina Storni. Y desde ya, la apertura dedicada a Carlos Gorostiza. Y cuando le expreso mi alegría, él enseguida me dice: “vive aquí, en este edificio de la esquina”. Mi emoción fue doble y por primera vez vislumbré la posibilidad de hacerle un reportaje a esta enorme figura de la escena cultural argentina, y que hace años que casi no concede reportajes. Mmmm, hace mucho que no lo veo, me parece que no debe andar bien de salud; pero, bueno, ¡con mucho gusto le entregaré lo que me das a Teresa, su mujer! Hugo, amabilísimo. Las posibilidades, remotas. De todos modos, siempre el “no” uno lo tiene. Entonces le entregué una cartita de puño y letra solicitándole un reportaje y mis datos de contacto, mi admiración por su obra, uno de mis poemarios dedicado y un ejemplar de SOLDADOS

Al tiempo, un día, la alegría al escuchar en mi contestador telefónico el firme “soy Carlos Gorostiza, le dejo mis datos” se tradujo en una sonrisa que no cabía en mí. Y luego de hablar con él, la emoción fue la coincidencia en una palabra: estado de gracia. Al finalizar el reportaje, le había dado su libro para que me lo dedicara, y luego desandando las calles hasta mi departamento me dije a mí misma: estoy en estado de gracia, no todos los días se puede escuchar a un grande de la literatura y a un ser humano excepcional. Eso, “estado de gracia” volví a decirme. Y cuando abrí mi ejemplar de El merodeador enmascarado. Algunas memorias, de puño y letra Carlos Gorostiza me había escrito esta dedicatoria: “A Sandra, agradecido en esta tarde de gracia”.

Este libro de Algunas memorias, como se lo califica desde el subtítulo, comienza en su más temprana infancia y finaliza más de ochenta años después, en los primeros tramos de este siglo XXI, fecha que al autor le inspira un epílogo entre melancólico y esperanzado. En medio, a lo largo de sus más de 300 páginas, el reconocido dramaturgo y novelista incursiona en un género nuevo para él –el ensayo- y por primera vez además incluye poemas. La atracción de estos recuerdos deriva no sólo de las múltiples y ricas experiencias de la vida personal de Gorostiza sino también de la recreación del escenario histórico, social y costumbrista en que esa vida se desarrolló. Las páginas de El merodeador enmascarado revelan con logrado y atractivo encanto la personalidad de un creador comprometido y un ser humano cuyas obras y ejemplo personal constituyen un testimonio de amor a la literatura, a la vida y a sus semejantes.
Nacido en Buenos Aires el 7 de junio de 1920 (realizamos el reportaje un par de días antes de su cumpleaños Nº 93), Carlos Gorostiza es autor de varias obras fundamentales del teatro argentino. En 1949, con sólo 29 años, conmovió la escena porteña con El puente –estrenada en el Teatro La Máscara– que inauguró una nueva época, el realismo en el teatro argentino. Desde entonces no ha dejado de estrenar, convirtiéndose –por peso propio– en un referente insoslayable de la llamada Generación del ´60, constituida por autores como Roberto Tito Cossa, Ricardo Halac, Sergio De Cecco, Jacobo Langsner, Julio Mauricio, Carlos Somigliana, Ricardo Talesnik y Oscar Viale. Fue un miembro clave de Teatro Abierto, el más recordado movimiento de resistencia cultural durante la dictadura 1976-1983. Y fue, también, el primer Secretario de Cultura de la Nación de la recuperada democracia, durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Entre sus principales obras teatrales figuran –además de El puente–, El pan de la locura (1958), Los prójimos (1966), ¿A qué jugamos? (1968), El lugar (1970), Los hermanos queridos (1978), El acompañamiento (Teatro Abierto, 1981), Matar el tiempo, Hay que apagar el fuego (1982), Aeroplanos (1990) y El patio de atrás (1994). Es, además, autor de novelas, entre ellas, Los cuartos oscuros, Cuerpos presentes (1981), El basural (1985), Vuelan las palomas (Premio Planeta, 1999) y La buena gente (2001). En 2012 publicó el poemario De guerras y amores. Poemas 1939-1944 y otros escritos íntimos. Sus obras son conocidas a través de traducciones y representaciones en grandes ciudades, montadas en inglés, francés, italiano, hebreo, portugués, alemán, finlandés y ruso. Asimismo, Carlos Gorostiza ha recibido los premios Nacional y Municipal de Teatro y de Novela.
Hablamos -o mejor dicho, lo escuché- interminablemente. Lo mío, sólo preguntas disparadoras y una atenta lectura de su obra. Le pregunté de cuando siendo un chico de pantalones cortos y con otros muchachos, fueron a ver al escritor Ricardo Rojas, que vivía a la vuelta de su casa. Del Club Laprida Juniors donde jugaba a la pelota en la calle y con sus amigos del barrio (ver recuadro). De cuando a los 20 años se ofreció para ir a pasar dos años a las Islas Orcadas y su ansia de aventuras. Del título del libro, que memora el paraíso de las primeras lecturas de infancia y un episodio de Sexton Blake, que recuperó de grande. De sus comienzos de titiritero, de sus amigos Javier Villafañe y José Sebastián Tallon; de su padre aviador, de su encuentro con Gabriel García Márquez, del primer trabajo a los 12 años como taquígrafo, luego como publicitario y su amor por el teatro independiente. De que el de la identidad es uno de los temas fundamentales en su obra, y que el crítico teatral Osvaldo Pelletieri dice que a lo largo de su obra presenta una “clara unidad semántica”.  

-¿Consejos para un joven dramaturgo?

-Sí, hay algunas exigencias. Algo yo exigiría: su honestidad intelectual, y sinceridad. Que son cosas que son distintas, parecen lo mismo, pero no lo son. Y si será o no, dependerá de su verdadera vocación. Esto no se aprende, esto se nace, como se nace deportista, jugador de ajedrez; son impulsos naturales. Pero una vez conocido ese impulso, trabajar. Lo demás es honestidad, decir lo que tiene necesidad de decir, no inventar pensando en que les interesa a los otros, a una platea inexistente. Este fue el nacimiento del teatro independiente.




Textual (en mis reportajes siempre dejo un lugar para una “ventana” textual. Este justamente es del libro El Merodeador Enmascarado, Seix Barral, 2004, pág. 58 y ss).


“Muchos años después, en mi condición de secretario de Cultura, debí elegir y sugerir al doctor Alfonsín el nombramiento del presidente del Instituto Sanmartiniano. Veníamos arrastrando el peso de una larga dictadura y era difícil encontrar un general democrático para ocupar un cargo tan importante. Un día lo descubrí. El hombre indicado era el general Manuel Laprida. Sugerí su nombre al presidente Alfonsín y él lo aceptó de inmediato: el general Laprida era un demócrata probado.
Cuando apareció en mi despacho adiviné que aquél era el hombre indicado. Después de intercambiar unas pocas palabras convencionales lo confirmé. Cálido, sencillo, amable. Demócrata. Lo felicité por su actitud durante el golpe de Estado de 1966, cuando al frente de las fuerzas que protegían la investidura del doctor Illia ofreció salir a la calle con sus tropas. Noté cómo se esforzaba en combatir su modestia.
-Era mi deber defender al presidente de la Nación. Lo llamé por teléfono y le dije que si él lo ordenaba salíamos en su defensa. Pero el doctor Illia me respondió que no podía aceptar que corriera sangre entre argentinos.
Continuamos hablando sobre la posterior época trágica de nuestro país y al fin terminé ofreciéndole el cargo. Él lo aceptó honrado, “como debe ser aceptado por un general de la Nación”. Me gustó su respuesta y su llaneza, lo que me facilitó el camino para arriesgar uno de los inconfesables productos de mi humor.
-Además, general, para mí es un doble placer ofrecerle este cargo- le dije.
El general me miró extrañado.
-¿Ah, sí? ¿Por qué?
-Porque usted, con su ilustre apellido, no sólo honrará el cargo; sino que también honrará al Club Laprida Juniors, donde yo jugué al fútbol de chico.
Yo esperé por lo menos una sonrisa del general. No. Se quedó mirándome serio y sorprendido, como tratando de reconocerme. Y de pronto me preguntó con una voz que parecía venir de muy lejos:
-¿Cuál? ¿El de los lecheritos Rueda?
De ahí en más el diálogo fue ágil, precipitado. El general había vivido toda su infancia en la misma cuadra de la calle Laprida y era uno de los chicos que participaban del fútbol callejero y de los ardides para eludir a los vigilantes. Muchas tardes habíamos jugado juntos en la calle.
-Yo tenía la suerte de poder meterme en mi casa, en todavía vivo. Pero ustedes algunas veces los agarraron - me confesó.
-A mí no, pero a mi hermano sí. Nos llevaron a la comisaría y pretendía que pasara allí toda la noche. Como castigo, mi madre no pensaba ir a sacarlo; pero yo lloré tanto que al fin lo sacó. Fue una alegría general cuando volvió a casa. Pero creo que quien estaba más contenta era mi madre.
Reímos y unos minutos después éramos dos amigos festejando el mágico encuentro, conscientes de haber burlado el tiempo con bastante agilidad.
Pocos días después se realizó la ceremonia de asunción del presidente del Instituto Sanmartiniano. La plaza Grand Bourg estaba galardonada con la presencia de los seductores uniformes de los Granaderos de San Martín. Yo ingresé emocionado al edificio réplica de aquél de Boulogne Sur Mer. El interior estaba ya ocupado por militares de alta graduación. Adelante, sobre un estrado, estaba mi lugar y el del general Laprida. A los pocos minutos, luego de algunos superficiales saludos a generales y coroneles desconocidos, improvisé unas palabras presentando al nuevo presidente del Instituto. Y entonces aproveché para hablar de un San Martín olvidado. El demócrata. Fue un placer hablar de democracia y de algunas actitudes democráticas olvidadas que el general José de San Martín a la patria. El auditorio escuchaba inmóvil e inexpresivo. En el ambiente teatral, públicos así se ganan una calificación: estaban pintados. A continuación hablé del general Laprida y su sentido democrático. Lo miré, me miró y leí en sus ojos cierta alarma. Yo la percibí y entonces evité mencionar públicamente nuestra vieja amistad. Aquél no era el lugar para chistes. Y menos de anécdotas de niños. Pero creo que los dos nos sonreímos recordándola. Aquélla fue una tarde histórica. En todo el sentido de la palabra” [...]



                                  Reproducción de las dos páginas del reportaje mencionado arriba





Y como siempre, la yapa: 

La excelente necrológica que escribieron Pablo Gorlero y Susana Freire para La Nación.

Copio y pego una síntesis y luego el link completo.

"Vivir es lo importante", solía decir Carlos Gorostiza y cumplió con el propósito de hacerlo hasta los 96 años con una actividad literaria intensa y constante. Definirlo como un autor prolífico e innovador del teatro, como escritor o como director sería simplificar la trayectoria de este dramaturgo. Decir que fue un hombre fundamental de la cultura y el teatro argentinos nos acerca mucho más a esa imagen patriarcal, lúcida hasta último momento, que nunca bajó los brazos, aun en los momentos más conflictivos de nuestra realidad.

http://www.lanacion.com.ar/1919964-carlos-gorostiza-el-patriarca-del-teatro-nacional





¡Buena semana poética!!

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