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viernes, 25 de julio de 2014

Clase N° 13 - 24-07-14

Selfies + tres recursos vinculados con la palabra y el arte

Últimamente, han cobrado auge y visibilidad las selfies, autorretratos individuales o grupales, realizados mayormente por teléfonos celulares y que son difundidos viralmente a través de las redes sociales de internet. Hemos visto presidentes, jugadores de fútbol y gente del común difundir sus autorretratos.

¿Por qué le damos tanta importancia a nuestros retratos? ¿Qué queremos mostrar? ¿Qué queremos ver?

Por eso, el tema de la clase de hoy y, seguramente, de la siguiente, exploraremos el tema del retrato y el autorretrato a través de la literatura. El autorretrato, en la literatura, implica escrutarse el rostro y captar la imagen, la expresión.

Muchos pintores, como por ejemplo Hyeronimus Bosch, Miguel Ángel, El Greco, Goya se han retratado dentro de sus cuadros. Esto parece ser una manera de, por un lado, reafirmar su autoría y también, refrendar las intenciones o el mensaje artístico del cuadro. Pero más importante, es ser parte de la realidad que pinta.

Esta tendencia a aparecer dentro de una obra se ve también en el cine. Por ejemplo, Alfred Hitchcock ha realizado cameos en muchas de sus películas. Stan Lee, el creador de numerosos personajes de historieta mundialmente conocidos como Spiderman, Hulk, Iron Man, ha intervenido en todas las películas donde aparecen sus personajes.

Una autofoto —también conocida con las voces inglesas selfie o selfy— es un autorretrato realizado con una cámara fotográfica, típicamente una cámara digital o teléfono móvil. Se trata de una práctica muy asociada a las redes sociales, ya que es común subir este tipo de autorretratos a dichas plataformas.

El autorretrato es uno de los ejercicios de análisis más profundos que puede hacer un artista. Implica escrutarse el rostro y conocerse hasta tal punto que la expresión que tenga en ese momento se traduzca en el dibujo o la pintura que aborda. En épocas pictóricas como el barroco o el renacimiento, una de las costumbres era que el artista se autorretratara dentro de un gran cuadro, para reafirmar su autoría o para dar a entender sus intenciones, como lo hicieron Velázquez y otros.

Un autorretrato no necesariamente implica un género realista. Tampoco, el término se asocia siempre a la pintura. Existe como recurso literario, y está vinculado con la
 prosopografía y la etopeya.

Precisamente, dos de los tres recursos que, interrelacionados, veremos hoy. El tercero es la écfrasis.

Prosopografía: etimológicamente significa (prósopon en griego) descripción de un personaje. Se entienden cosas diferentes según se emplee este término en preceptiva literaria o en historia.

Para la preceptiva literaria, indica la descripción física de una sola persona: rasgos físicos, estatura, corpulencias, facciones, etcétera; como tal se complementa con la etopeya o descripción psicológica, moral y de las costumbres de una persona. Ambas en conjunto constituyen el retrato o semblanza.

Para la historia, la prosopografía fue desde la antigüedad una disciplina auxiliar cuyo objetivo era estudiar las biografías de una persona en tanto que miembro de un colectivo social, esto es, la vida pública de una persona. Se trata así de ver una categoría específica de la sociedad, estamento, oficio o rango social, por lo general las élites sociales o políticas.
El término prosopografía se emplea actualmente en todas las divisiones cronológicas de la historia, y designa al estudio masivo de biografías.
 La etopeya es una figura literaria que consiste en la descripción de rasgos psicológicos o morales de una persona, como son el carácter, cualidades, virtudes, cualidades espirituales o costumbres de uno o varios personajes comunes o célebres.
Ejemplo:

Su vivir se asemeja, en el andar sin descanso, a un evangelista del civismo, cuya inmensa caída de prosélitos él viera por seis lustros alimentando muchedumbres, libertando galeotes, avizorando lejanías, fascinando mieses de pasión, aromando la extraña como propia tienda con el precioso sándalo de la bondad y del ingenio.

Guillermo León Valencia

Hay tantas maneras de describir a una persona, como puntos de vista e intenciones. Se puede describir a alguien desde el exterior como del interior; es decir, hablar de su físico o de su personalidad, es más, nos atrevemos a describirlo desde el punto de vista psicológico, destacando sus virtudes o poner en énfasis sus defectos y tal vez sus vicios, cuándo el énfasis de una descripción está puesto en los rasgos, tales como los sentimientos, las creencias, las virtudes o los defectos y, en fin, todo aquello que conforma la personalidad de un individuo.

La palabra etopeya, viene de las raíces griegas Ethos que significa costumbre y que ha venido a ser la base de la palabra ética, y Poiein, que significa hacer, describir, por lo tanto, en retórica antigua la finalidad de la etopeya era la descripción de los rasgos éticos y morales de una persona; actualmente, la etopeya puede estar compuesta por otros rasgos de la personalidad, tales como la manera de ser, la manera de ver la vida, las costumbres, las diferentes actividades, la actitudes, los sentimientos, y en fin todo lo que nos parezca o llame la atención de las personas.

La écfrasis o ecfrasis (en plural: écfrasein; en griego antiguo, ἔκφρασιϛ, 'explicar hasta el final') es la representación verbal de una representación visual. Es un tipo de intermedialidad; puede ser real o ficticia y, a menudo, su descripción está insertada en una narración.

Umberto Eco considera que «cuando un texto verbal describe una obra de arte visual, la tradición clásica habla de écfrasis». El término écfrasis proviene de los vocablos griegos ek, “afuera” y phrasein «decir, declamar, pronunciar». Las primeras referencias acerca del concepto se encuentran en Hermógenes de Tarso (siglo II) dentro de Ecphrasis Progymnasmata y lo define como la «descripción extendida, detallada, vívida, que permitía presentar el objeto ante los ojos».

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A continuación, veremos algunos ejemplos de retratos literarios y cómo individualmente o mezclados, aparecen estos tres recursos:

Retrato
Antonio Machado

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.


Este poema puede dividirse en tres partes:
Primera parte: Se describe físicamente y cuenta su origen.
Segunda parte: cómo es su obra
Tercera parte: Sus relaciones con los demás.

Antonio Machado hace una descripción de sí mismo, pero no lo titula “autorretrato” como sería natural, sino simplemente “retrato”. De esta manera, consigue un distanciamiento con el sujeto que va a describir, como si lo estuviera viendo desde fuera, y puede ser más objetivo, aunque, en algunos momentos aparezca la subjetividad, porque, claro, es difícil hablar de uno mismo y evitar por completo expresar algo de lo que se siente.
Este poema lo escribió Machado en 1906, cuando tenía 31 años de edad. “Retrato” apareció por primera vez editado en el poemario “Campos de Castilla”, de 1912, al inicio del libro, como una presentación o una justificación a todo lo que vendría después. Consta de nueve cuartetos de versos alejandrinos, es decir, de catorce sílabas, y rima alternada.
Se lo puede dividir en tres partes; corresponde a la primera una presentación de cómo es él; a la segunda, cómo es su arte, y a la tercera, sus relaciones consigo mismo y con los demás.

En el siguiente link, se puede además escuchar a Joan Manuel Serrat interpretando este poema, que musicalizó hermosamente Alberto Cortez.
  


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Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) poeta mexicana

 En este poema, ella rechaza la visión del artista que la retrató, Juan de Miranda. Ella objeta un cuerpo fijo como que el que ve en el lienzo, considera que la pintura es incapaz de retratar el alma. La poesía, sí. Y tal vez rechace la imagen de un cuerpo humano del que sólo pueden verse las manos y la cara. Por eso, ella muestra que el arte Barroco es incapaz de captar el alma. Lo externo sólo refleja un cuerpo fijo e ignora lo interno de su genio y  alma, que para ella son los elementos de los seres que permiten acceder el conocimiento y la sabiduría. El cuerpo representa solamente un “vano artificio” sin el reflejo del alma de la persona. 


Soneto CXLV
A su retrato
  
Este que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:

es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,

es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

 



Y aquí, el retrato en cuestión














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Luis Cernuda (Sevilla, 1902 – México, D.F., 1963) fue un destacado poeta y crítico literario español, miembro de la llamada Generación del ´27. Entre 1948 y 1950 Cernuda visitó el Museo de Bellas Arte de Boston. Allí tuvo ocasión de admirar el hermoso retrato de Fray Hortensio Félix Paravicino que El Greco había pintado en 1609. La contemplación del cuadro impulsó la escritura del conmovedor “Retrato de poeta”, que se publicaría primero en la revista habanera Orígenes (1953) y luego se incluiría en la colección Con las horas contadas. Retrato de poeta” se escribió entre el 2 de noviembre y el 30 de diciembre de 1950, durante la que sería la última Navidad de Cernuda en Mount Holyoke. El poema es una doliente reflexión sobre la soledad del exilio. La crítica lo ha estudiado en relación a este hecho y también como muestra del género de la ékfrasis, la descripción poética o literaria de una obra de arte visual.  Sin embargo, el texto admite también una lectura que lo vincule con la llamada “poesía de la meditación”.
Este “retrato” lo es en realidad de dos poetas, Paravicino y el encarnado en la voz lírica. La condición de poeta de Fray Hortensio y la morada del cuadro lejos de España permiten que el sujeto de la enunciación se equipare no a la figura del pintor o escultor, como en otros textos ekfrásticos, sino a la del sujeto representado y, a la vez, al propio objeto artístico, al lienzo. En palabras de Ruiz Silva, Paravicino es el “pretexto” que le facilita a Cernuda el poder “meditar una vez más sobre su destino como hombre, como poeta y como español”. Precisando el lenguaje técnico, la figura del fraile es, más que un “pretexto”, un “ejemplo” insertado esta vez en una meditación poética.
En  el poema, el autor  dialoga con el cuadro, y con el poeta y la obra del poeta que muestra el cuadro; y describe lo que ve. Se observa el uso de etopeya y prosopografía.


    Retrato de poeta

    A Fray H. F. Paravicino, por El Greco (aquí también el cuadro, con el que se inspira)


 
    A Ramón Gaya

    ¿También tú aquí, hermano, amigo,
    Maestro, en este limbo? ¿Quién te trajo,
    Locura de los nuestros, que es la nuestra,
    Como a mí? ¿O codicia, vendiendo el patrimonio
    No ganado, sino heredado, de aquellos que no saben
    Quererlo? Tú no puedes hablarme, y yo apenas
    Si puedo hablar. Mas tus ojos me miran
    Como si a ver un pensamiento me llamaran.

    Y pienso. Estás mirando allá. Asistes
    Al tiempo aquel parado, a lo que era
    En el momento aquel, cuando el pintor termina
    Y te deja mirando quietamente tu mundo
    A la ventana: aquel paisaje bronco
    De rocas y encinas, verde todo y moreno,
    En azul contrastado a la distancia,
    De un contorno tan neto que parece triste.

    Aquella tierra estás mirando, la ciudad aquella,
    La gente aquella. El brillante revuelo
    Miras de terciopelo y seda, de metales
    Y esmaltes, de plumajes y blondas.

    Con su estremecimiento, su palpitar humano
    Que agita el aire como ala enloquecida
    De mediodía. Por eso tu mirada
    Está mirando así, nostálgica, indulgente.

    El instinto te dice que ese vivir soberbio
    Levanta la palabra. La palabra es más plena
    Ahí, más rica, y fulge igual que otros joyeles,
    Otras espadas, al cruzar sus destellos y sus filos
    En el campo teñido de poniente y de sangre,
    En la noche encendida, al compás del sarao
    O del rezo en la nave. Esa palabra, de la cual tú conoces,
    Por el verso y la plática, su poder y su hechizo.

    Esa palabra de ti amada, sometiendo
    A la encumbrada muchedumbre, le recuerda
    Cómo va nuestra fe hacia las cosas
    Ya no vistas afuera con los ojos,
    Aunque dentro las ven tan claras nuestras almas;
    Las cosas mismas que sostienen tu vida,
    Como la tierra aquella, sus encinas, sus rocas,
    Que estás ahí mirando quietamente.

    Yo no las veo ya, y apenas si ahora escucho,
    Gracias a ti, su dejo adormecido
    Queriendo resurgir, buscando el aire
    Otra vez. En los nidos de antaño
    No hay pájaros, amigo. Ahí perdona y comprende;
    Tan caídos estamos que ni la fe nos queda.
    Me miras, y tus labios, con pausa reflexiva,
    Devoran silenciosos las palabras amargas.

    Dime. Dime. No esas cosas amargas, las sutiles,
    Hondas, afectuosas, que mi oído
    Jamás escucha. Como concha vacía,
    Mi oído guarda largamente la nostalgia
    De su mundo extinguido. Yo aquí solo,
    Aun más que lo estás tú, mi hermano y mi maestro,
    Mi ausencia en esa tuya busca acorde,
    Como ola en la ola. Dime, amigo.

    ¿Recuerdas? ¿En qué miedos el acento
    Armonioso habéis dejado? ¿Lo recuerdas?
    Aquel pájaro tuyo adolecía
    De esta misma pasión que aquí me trae
    Frente a ti. Y aunque yo estoy atado
    A prisión menos pía que la suya,
    Aún me solicita el viento, el viento
    Nuestro, que animó nuestras palabras.

    Amigo, amigo, no me hablas. Quietamente
    Sentado ahí, en dejadez airosa,
    La mano delicada marcando con un dedo
    El pasaje en el libro, erguido como a escucha
    Del coloquio un momento interrumpido,
    Miras tu mundo y en tu mundo vives.
    Tú no sufres ausencia, no la sientes;
    Pero por ti y por mí sintiendo, la deploro.

    El norte nos devora, presos de esta tierra,
    La fortaleza del fastidio atareado,
    Por donde sólo van sombras de hombres,
    Y entre ellas mi sombra, aunque ésta en ocio,
    Y en su ocio conoce más la burla amarga
    De nuestra suerte. Tú viviste tu día,
    Y en él, con otra vida que el pintor te infunde,
    Existes hoy. Yo ¿estoy viviendo el mío?

    ¿Yo? El instrumento, dulce y animado,
    Un eco aquí de las tristezas nuestras.

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Para finalizar, una viñeta que apareció en la prensa de hoy, el día siguiente de la clase, vinculado con el tema.

Rep



Por último, pero no menos importante, ahora hablarán los poemas de ustedes. 

Actualización del domingo 7 de septiembre, 2014:

http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-254722-2014-09-07.html


viernes, 11 de julio de 2014

Clase 12 10-07-14



Hoy veremos la obra poética de Antonio Requeni, quien nos visitará la semana próxima para disertar sobre “Historia y evolución de la poesía argentina”. 

Antonio Requeni

Periodista y escritor, nació en Buenos Aires en 1930. Se desempeñó en el diario La Prensa desde 1958 hasta 1994, año en que se jubiló como secretario de redacción. Colaboró en diarios del interior y del exterior; fue corresponsal de Radioprogramas Hemisferio de La Voz de las Américas, Estados Unidos, y dirigió la revista Italpress. Es actualmente crítico bibliográfico de La Nación. Obtuvo una mención especial en ADEPA y los Premios Konex en las categorías Literatura Testimonial y Periodismo Cultural, respectivamente. Publicó una decena de libros de poemas, un libro de cuentos para niños (fue colaborador de Billiken), un volumen de crónicas de viaje y el Cronicón de las peñas de Buenos Aires, que mereció el Primer Premio Municipal de Ensayo. Fue condecorado por la República Italiana con la Orden de Cavalliere Ufficiale. También fue distinguido con el Primer Premio Municipal de Poesía por su libro Línea de sombra.

Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras, ocupa el sillón "Miguel Cané", anteriormente de Juan Pablo Echagüe, Manuel Mujica Lainez y Roberto Juarroz. Su discurso de recepción: "El silencio de Enrique Banchs". También es miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo, ocupa el sillón Ezequiel P. Paz.
 
Obras publicadas:



Obra poética

Luz de sueño (1951); Camino de canciones (1953); El alba en las manos (1954); La soledad y el canto (1956); Umbral del horizonte (1960); Manifestación de bienes (1965); Inventario (1974); Línea de sombra (1986); Poemas 1951-1991 (1992); Antología poética (1996) y El vaso de agua (1997). En 1977, Ediciones Culturales Argentinas publicó el libro Antonio Requeni, selección y prólogo de Ángel Mazzei.

Prosa:
Los viajes y los días, crónica de viaje (1960); El Pirata Malapata, cuentos para niños (1974); Cronicón de las peñas de Buenos Aires (1985) y Travesías, diálogos con Olga Orozco y Gloria Alcorta (1997). Asimismo, publicó los folletos La vida novelesca del Perito Moreno, Breve crónica de la Avenida de Mayo e Israel, entre lo cotidiano y lo sobrenatural.

Sobre su poesía, se ha escrito que pretende en sus versos “crear una armonía entre el sentimiento -los gozos y las melancolías de la aventura humana- y un lenguaje trabajado con rigor estético”. Los temas que recorren su poesía son la celebración del amor y la naturaleza, la nostalgia de la infancia, el melancólico deterioro de los años, el misterio, la belleza y la muerte.

Requeni hace poco uso de metáforas y no se distrae con ornamentos poéticos. Pretende mostrar su concepto a través de oraciones cortas. Algunos de sus poemas son crónicas periodísticas poetizadas. También se percibe la utilización de pocos recursos, entre ellos, las preguntas retóricas y el asíndeton. Su característica es el uso de un lenguaje llano y simple, pero siempre eficiente. 

A continuación, veremos algunos de sus poemas:

Milan Kundera

Milan Kundera dice que la poesía ha muerto.
Debe tener razón porque ya nadie
(salvo algunos poetas)
acostumbra a temblar con las palabras
en un libro de versos.
Si me lo hubieran avisado
–aunque yo soy su deudo más humilde-
habría concurrido a las exequias
y dejado una flor sobre su tumba.
Ahora estoy triste. Pienso en cuántas veces
ella me hizo feliz. Y ya no está.
¿Pero qué hacer si las palabras vienen
por el aire o se trepan a mis piernas?
¿Si las palabras vuelven, temblorosas,
bellas, sensuales, perentorias, mágicas,
y me reclaman una forma antigua
o un resplandor herido de futuro?

Tendré que consultarlo con los pájaros.


La poesía

Temblorosa, como una flor desnuda,
te descubrí en la infancia. Simplemente
un susurro, un aroma por la frente,
tu luz en mi palabra ciega y muda.

Como quien ama y con su amor se escuda
de la monotonía de la gente,
conmigo te llevé secretamente,
razón del sueño entre mi fe y mi duda.

Fuiste el misterio y la belleza, todo
lo que en tu nombre amé y hoy es el modo
de una nostalgia que a vivir me ayuda

cuando abro un libro y vuelves, temblorosa
—susurro, aroma, luz, desnuda rosa—,
con Garcilaso, Rilke, Banchs, Cernuda.

Inventario, 1974.


Roma Amor

Yo palpé tu misterio aquella tarde
de Roma, junto a mármoles vetustos
y abiertos como labios, de una fuente.
Tu palabra fue allí esa nota líquida
que alzábase y caía, resbalando
entre murmullos y salpicaduras.
Lo recuerdo: la luz se desnudaba
detrás de las columnas, lentamente.
Sonreía, sutil, la Primavera
y era en la cruz el Cristo igual a una
pálida mariposa con las alas pinchadas.
Entonces, en el cuenco de mis manos,
retuve unos instantes el prodigio.
Y vi en su fondo un titilar de estrellas.
Bebí, gozoso, su secreta música.
En la emoción de Roma, de unas calles
vencidas de memorias y hermosura,
ante el cristal de eternidad del agua,
yo rescaté la gracia de sentirme
enamorado del amor, el huésped,
de unos viejos espacios donde vive
ese ciego perfume que es el tiempo,
la inmortal juventud de la poesía.


El vaso de agua

Cuando me acuesto, desde que era niño,
pongo a mi lado un vaso de agua.
Al apagar la luz, si lo contemplo
brillar en la penumbra, me imagino
que el agua es otro nombre de mi madre
y estoy seguro de que, ya dormido,
alumbrará el acuario de mis sueños.
Sombra, misterio, música nocturna
que bebo a lentos sorbos o me bebe.
¿Eres tú quien me sueña en ese extraño
país donde algún día nos veremos?
¿Dormir es un ensayo de la muerte?
Por las mañanas, cuando me recuerdo,
muchas veces el vaso está vacío.
Y vuelvo, desganado, a la rutina
de calles y de rostros, mientras llega
la oscuridad, el rito silencioso
de llenar nuevamente el vaso de agua
para ponerlo al lado de mis sueños
y saber que allí estás, que me proteges,
que hay algo puro en medio de la noche.



Un pájaro


Podemos llamar Dios al sentido

de la vida, al sentido del mundo

Witgenstein


Desde su frágil pecho un manantial
se abre en cauces de luz por su garganta.
Es el canto de un pájaro que canta
en un parque vacío y otoñal.
No se conmueve nadie. Siempre igual
el sueño de la piedra y de la planta.
Ninguno oye el milagro que levanta
su melodía inútil e inmortal.

En Buenos Aires, la ciudad querida,
flota, y es una gracia inadvertida
la parábola ardiente de esa voz.

¿Es el canto de un pájaro? Quién sabe...
Acaso no es un canto ni hay tal ave.
Quizá nos habla en este instante Dios.


Sala de espera


Nuestro cuerpo es una sala de espera
donde la muerte se entretiene
leyendo una revista.
Sentada, hojea nuestra alma
(grabados con leyendas neblinosas
y excesivas erratas en el texto).
Extrae luego un lápiz y descifra
las palabras cruzadas. Dobla ahora
ya las últimas páginas. Bosteza.
Cruza las piernas. Fuma un cigarrillo.
Hasta que suena un timbre y se levanta.


Geriátrico

Todo está en orden:
las paredes asépticas,
el puntual almanaque,
los exactos latidos del reloj.
Una mujer de blanco les sonríe
mientras ellos deambulan
entre escarchadas toses y jadeos
o miran desfilar mundos extraños
en la pantalla del televisor.
Uno hace un solitario con los naipes.
Otro, con un pañuelo, frota el vidrio
de sus anteojos, lento, ensimismado.
Algunos se dirige
hacia la habitación en donde, a oscuras,
da de comer a sus recuerdos.
Toman el té a las cuatro.
La cena a las siete.
A las ocho se acuestan.
Ella siempre está allí, los acompaña.
A veces les da un beso,
una caricia helada, maternal,
y ellos se quedan quietos,
dormidos como niños.


Las palabras

La música no miente.
Los árboles no mienten.
Los ojos tristes del animal no mienten.
Únicamente mienten las palabras.
¿Cómo decirte la verdad con ellas?
Quisiera hablarte con los ojos del perro,
dar frutos como el árbol,
llegar a ti con la delicia
y la escondida lágrima de Mozart.
El esplendor de la verdad: belleza
a la que mis palabras, torpemente,
procuran acercarse.
Es imposible.
Nunca sabré decirte que te quiero.


Simetría del mundo

Simetría del mundo. En cada cosa
la efusión del milagro contenida.
La plenitud ajusta su medida
a las exactas leyes de la rosa.

Sólo la forma existe, su pasmosa
lección de eternidad no sometida
al vago sueño o fórmula sin vida.
Agua. Fuego. Guijarro. Mariposa.

El poema es un vaso, un recipiente
tallado desde adentro; así construye
la luz al día, misteriosamente.

La Creación es norma, ritmo. Y sólo
vibra inmortal, en el instante que huye,
la cadencia y el número de Apolo.

Inventario, 1974.


Oscuro fuego

¿Quién necesita que yo escriba?
Sin embargo es hermoso
vivir por la belleza, aproximarse
al fuego oscuro en el que arde
la fiesta y el misterio de la vida.
Aunque a nadie le importe.
Brilla en la noche el verso
bello y desamparado
como un cuerpo desnudo.

Línea de sombra, 1986.


Piedra libre

El padre juega con sus criaturas.
La cara vuelta contra la pared
y el brazo levantado hasta los ojos,
está contando como si llorara.
Y mientras cuenta sus criaturas crecen,
van por el mundo, suben escaleras,
se enamoran o estudian geografía.
Cuando termina de contar, el padre
entra en los cuartos y revisa los muebles.
Apenas ve. ¿Quién apagó las luces?

Su voz, que ha enronquecido, los invita
a dejar de una vez sus escondites.
Y los hijos regresan, jubilosos.
¡Cómo han crecido! Son casi tan altos
como los sueños que en su juventud
solían desvelarlo dulcemente.
¡A contar! ¡A contar! - exclama el padre.

(Los grandes siempre vuelven a ser niños).
Y los hijos se apoyan contra el muro,
hunden la frente entre los brazos. Cuentan.
Y mientras cuentan -once, doce, trece...-

el padre se va haciendo pequeñito.
Cuando terminan de contar lo buscan.
Lo buscan pero el padre no aparece.
Se ha escondido debajo de la tierra.


Ese hombre que escribe

¿Escribir o vivir? Acaso viva
mucho más ese hombre que ahora escribe
solo en el cuarto, con furor, insomne,
unos cuantos renglones azarosos.

La hoja en blanco lo invita a la aventura;
le hacen señas de fuego las palabras
que ordena y copia, corrigiendo un bosque
tachando una ciudad, adjetivando
con un nuevo fulgor lo que antes era
torpe y vulgar, oscuro, indiferente.

Del otro lado, por la vida —dicen—
transcurre el tiempo, el ruido, la rutina.

Allí, entre las paredes de su cuarto;
allí, entre las paredes de su cuerpo,
él elige escribir, asume el riesgo
de perecer o descubrir la cifra
de su destino oculto en las palabras.

Porque sólo por ellas ese hombre
que escribe está viviendo y tal vez viva
más allá de su muerte.

Línea de sombra, 1986.



Recurso

Los recursos que veremos hoy son el asíndeton y el polisíndeton. Ambos son recursos morfo-sintácticos y están relacionados uno con el otro, como ambas caras de una misma moneda.

Asíndeton
Es una forma de enumeración en la que se prescinde de los nexos coordinantes.

Se diferencia de la enumeración porque ésta consiste en hasta tres palabras, cuando la tercera puede tener un nexo coordinante.

El poema Espantapájaros, 12 de Girondo, que vimos en clases anteriores es un claro ejemplo de asíndeton.


Ejemplos:



El Hacedor, en La cifra (1981)

Jorge Luis Borges

Somos el río que invocaste, Heráclito. 
Somos el tiempo. Su intangible curso 
acarrea leones y montañas, 
llorado amor, ceniza del deleite, 
insidiosa esperanza interminable, 
vastos nombres de imperios que son polvo, 
hexámetros del griego y del romano, 
lóbrego un mar bajo el poder del alba, 
el sueño, ese pregusto de la muerte, 
las armas y el guerrero, monumentos, 
las dos caras de Jano que se ignoran, 
los laberintos de marfil que urden 
las piezas de ajedrez en el tablero, 
la roja mano de Macbeth que puede 
ensangrentar los mares, la secreta 
labor de los relojes en la sombra, 
un incesante espejo que se mira 
en otro espejo y nadie para verlos, 
láminas en acero, letra gótica, 
una barra de azufre en un armario, 
pesadas campanadas del insomnio, 
auroras, ponientes y crepúsculos, 
ecos, resaca, arena, liquen, sueños. 

Otra cosa no soy que esas imágenes 
que baraja el azar y nombra el tedio. 
Con ellas, aunque ciego y quebrantado, 
he de labrar el verso incorruptible 
y (es mi deber) salvarme.


Lope de Vega

Epitafio de un valentón

“Rendí, rompí, derribé,
rajé, deshice, prendí,
desafié, desmentí,
vencí, acuchillé, maté.
Fui tan bravo, que me alabo
en la misma sepultura;
matóme una calentura:
¿cuál de los dos es más bravo?”


Polisíndeton
Cada término está unido al otro mediante un mismo nexo coordinante.

Rubén Darío

Lo fatal


Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!


Ángel González

Introducción a las fábulas para animales


Durante muchos siglos
la costumbre fue ésta:
aleccionar al hombre con historias
a cargo de animales de voz docta,
de solemne ademán o astutas tretas,
tercos en la maldad y en la codicia
o necios como el ser al que glosaban.
La humanidad les debe
parte de su virtud y su sapiencia
a asnos y leones, ratas, cuervos,
zorros, osos, cigarras y otros bichos
que sirvieron de ejemplo y moraleja,
de estímulo también y de escarmiento
en las ajenas testas animales,
al imaginativo y sutil griego,
al severo romano, al refinado europeo,
al hombre occidental, sin ir más lejos.
Hoy quiero —y perdonad la petulancia—
compensar tantos bienes recibidos
del gremio irracional
describiendo algún hecho sintomático,
algún matiz de la conducta humana
que acaso pueda ser educativo
para las aves y para los peces,
para los celentéreos y mamíferos,
dirigido lo mismo a las amebas
más simples
como a cualquier especie vertebrada.
Ya nuestra sociedad está madura,
ya el hombre deja atrás la adolescencia
y en su vejez occidental bien puede
servir de ejemplo al perro
para que el perro sea
más perro,
y el zorro más traidor,
y el león más feroz y sanguinario,
y el asno como dicen que es el asno,
y el buey más inhibido y menos toro.
A toda bestia que pretenda
perfeccionarse como tal
                                              —ya sea
con fines belicistas o pacíficos,
con miras financieras o teológicas,
o por amor al arte simplemente—
no cesaré de darle este consejo:
que observe al homo sapiens, y que aprenda.


La celestina – Fernando de Rojas

(fragmento)


PÁRMENO.- Señor, iba a la plaza y traíale de comer y acompañábala; suplía en aquellos menesteres que mi tierna fuerza bastaba. Pero de aquel poco tiempo que la serví, recogía la nueva memoria lo que la vejez no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa apartada, medio caída, poco compuesta y menos abastada. Ella tenía seis oficios, conviene saber: lavandera, perfumera, maestra de hacer afeites y de hacer virgos, alcahueta y un poquito hechicera. Era el primer oficio cobertura de los otros, so color del cual muchas mozas de estas sirvientes entraban en su casa a labrarse y a labrar camisas y gorgueras y otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo, harina o jarro de vino y de las otras provisiones que podían a sus amas hurtar. Y aun otros hurtillos de más calidad allí se encubrían. Asaz era amiga de estudiantes y despenseros y mozos de abades. A éstos vendía ella aquella sangre inocente de las cuitadillas, la cual ligeramente aventuraban en esfuerzo de la restitución que ella les prometía. Subió su hecho a más: que por medio de aquellas comunicaba con las más encerradas, hasta traer a ejecución su propósito. Y aquestas en tiempo honesto, como estaciones, procesiones de noche, misas del gallo, misas del alba y otras secretas devociones. Muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas hombres descalzos, contritos y rebozados, desatacados, que entraban allí a llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traía!
Hacíase física de niños, tomaba estambre de unas casas, dábalo a hilar en otras, por achaque de entrar en todas. Las unas: ¡madre acá!; las otras: ¡madre acullá!; ¡cata la vieja!; ¡ya viene el ama!: de todos muy conocida. Con todos esos afanes, nunca pasaba sin misa ni vísperas ni dejaba monasterios de frailes ni de monjas. Esto porque allí hacía ella sus aleluyas y conciertos.
Y en su casa hacía perfumes, falsaba estoraques, mejuí, animes, ámbar, algalia, polvillos, almizcles, mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de alambre, de estaño, hechos de mil facciones. Hacía solimán, afeite cocido,
argentadas, bujelladas, cerillas, llanillas, unturillas, lustres, lucentores, clarimentes, albaliños y
otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de cortezas de espantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, de estiladas y azucaradas. Adelgazaba los cueros con zumos de limones, con turbino, con tuétano de corzo y de garza, y otras confecciones. Sacaba agua para oler, de rosas, de azahar, de jazmín, de trébol, de madreselva y clavellinas, mosquetas y
almizcladas, polvorizadas, con vino. Hacía lejías para enrubiar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre y milifolía y otras diversas cosas. Y los untos y mantecas que tenía es hastío de decir: de vaca, de oso, de caballos y de camellos, de culebra y de conejo, de ballena, de garza y de alcaraván y de gamo y de gato montés y de tejón, de ardilla, de erizo, de nutria. Aparejos para baños, esto es una maravilla, de las hierbas y raíces que tenía en el techo de su casa colgadas: manzanilla y romero, malvaviscos, culantrillo, coronillas, flor de sauco y de mostaza, espliego y laurel blanco, tortarrosa y gramonilla, flor salvaje y higueruela, pico de oro y hoja tinta. Los aceites que sacaba para el rostro no es cosa de creer: de estoraque y de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de menjuí, de alfócigos, de piñones, de granillo, de azufaifas, de neguilla, de altramuces, de arvejas y de carillas y de hierba pajarera. Y un poquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla que guardaba para aquel rascuño que tiene por las narices.
Esto de los virgos, unos hacía de vejiga y otros curaba de punto. Tenía en un tabladillo, en una cajuela pintada, unas agujas delgadas de pellejeros y hilos de seda encerados y colgadas allí raíces de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacaballo. Hacía con esto maravillas; que, cuando vino por aquí el embajador francés, tres veces vendió por virgen una criada que tenía.