Hoy
veremos la poética de Antonio Requeni,
en su más nuevo libro, titulado Gratitudes.
Se trata en su mayoría de una recopilación de poemas y prosas poéticas bajo la
temática de la senectud, de la gratitud obvia desde el título ante su propio
balance de la vida y, de alguna manera también, de una despedida. Gran
sonetista, desde la transtextualidad Requeni le responde al desencanto que
siente Quevedo en su balance de la vida desde el bellísimo soneto Ah de la vida (más abajo).
Este
poemario de Antonio Requeni forma parte de la caja-estuche Summa Poética, tomo Erato, Ed. Vinciguerra, 2016, cada uno con la
participación de 25 poetas, que acaba de presentarse junto al tomo Calíope. Ambas cajas, en la foto inferior.
Periodista
y poeta, Antonio Requeni nació en Buenos Aires en 1930. Se desempeñó en el
diario La Prensa desde 1958 hasta
1994, año en que se jubiló como secretario de redacción. Colaboró en diarios
del interior y del exterior; fue corresponsal de Radioprogramas Hemisferio de La Voz de las Américas, Estados
Unidos, y dirigió la revista Italpress.
De vez en cuando todavía hace alguna colaboración como crítico bibliográfico en
La Nación. Hace años obtuvo una
mención especial en ADEPA y los Premios Konex en las categorías Literatura
Testimonial y Periodismo Cultural, respectivamente. Publicó una decena de
libros de poemas, un libro de cuentos para niños (fue colaborador de Billiken),
un volumen de crónicas de viaje y el Cronicón
de las peñas de Buenos Aires, que mereció el Primer Premio Municipal de
Ensayo. También fue distinguido con el Primer Premio Municipal de Poesía por su
libro Línea de sombra.
Es
miembro de número de la Academia Argentina de Letras, ocupando el sillón “Miguel
Cané”, antes cuidado por Juan Pablo Echagüe, Manuel Mujica Láinez y Roberto
Juarroz. Su discurso de recepción versó
acerca de El silencio de Enrique Banchs.
También es miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo, ocupando el
sillón Ezequiel P. Paz.
A
continuación, poemas y prosas poéticas de este autor.
Este
texto es el que está al final del libro, a modo de epílogo.
Pero quisiera que lo leamos antes para darnos cuenta del sesgo específico que
quiere brindar este poeta respecto de su obra.
Últimas palabras
Si después de morir
llegara al Reino de los Cielos, si Dios abriera la puerta y me preguntara qué
hice en la vida, le respondería que muchas veces dudé de Él, pero creí en
Shakespeare y Mozart; que lloré cuando murieron Alonso Quijano, Jean Valjean,
el capitán Nemo; que disfruté leyendo a Garcilaso y Quevedo, a Darío y García
Lorca, a Borges y Neruda; que me conmovieron las notas como lágrimas de
Federico Chopin y las humanas y melancólicas peripecias de Carlitos Chaplin;
que el amor me dio momentos de feliz intensidad; que me atrajo la ternura de la
mujer y detesté el fanatismo de los hombres; que quise mucho a los míos, a mi
familia; que tuve maestros y amigos a quienes admiré por su inteligencia, su
cultura y su sentido del humor; que experimenté la emoción del tiempo y de la
historia en algunos lugares a los que viajé; que me bañé en el mar de Ulises,
que en Italia contemplé arrobado la obra de Miguel Ángel y que mi alma se
arrodilló en Collioure ante la tumba de Antonio Machado; que celebré la
Naturaleza y el incesante misterio de la Vida, que respeté y traté de no herir
involuntariamente a los demás. Por último, le mencionaría los títulos de dos o
tres poemas entre los muchos que escribí. Podría decirle otras cosas, pero lo
más probable es que me quede callado.
Y
ahora sí, leeremos el primer poema, y que da nombre al poemario. A través del eficiente
recurso de enumeración asindética, y tomando como modelo el borgeano poema El Hacedor, el poeta nos cuenta a qué
está agradecido en esta vida.
Gratitudes
El bosque, el mar, los
pájaros, la estrella,
el olor de la lluvia,
los sabores,
el color y el calor de
las palabras,
la mirada de un niño,
el curso mágico
del río del amor,
profundo y dulce;
la noche de los
cuerpos, la memoria,
el silencio, la
música, la frágil
perfección de la hoja
y el insecto,
un violín, una rosa,
un epitafio,
el zumo y el fulgor de
la naranja,
Garcilaso en el último
crepúsculo,
las doncellas
románticas de Schubert,
Chejov y Proust, la
Yourcenar, Fellini,
San Antonio Machado y
Federico,
el sobrio endecasílabo
de Borges
cuya cadencia imitan
estos versos,
el mar Mediterráneo de
mi infancia,
los absortos cipreses
de Florencia,
el banco de una plaza
en Buenos Aires,
lo que no fue, lo que
será, la incierta
razón de lo que nace y
lo que muere;
en la piel el secreto
escalofrío
del misterio inasible.
El ritual balbuceo del
poema.
Vemos
que homenajea a los escritores y poetas que admira, apelando por supuesto a la
competencia del lector, un lector cómplice.
Prestemos
atención al verso final: “El ritual balbuceo del poema”. Tiene
cinco palabras. Desde lo semántico la fuerte es “poema”, pero sintácticamente,
el sustantivo fuerte es “balbuceo”, que recuerda no sólo al hablar borgeano sino también al aprendizaje de la lengua, desde el balbuceo.
Arriba
señalé que de alguna manera y por transtextualidad, Requeni le responde al gran
Quevedo, poeta del Siglo de Oro español que en un momento de su vida, en la
postrimería, se sintió ingratamente abandonado por España, entonces escribió
este maravilloso soneto en el que se lo percibe enojado y con razón, porque en
su época era un poeta muy importante y fue dejado de lado.
Francisco de Quevedo
Ah de la vida...
"¡Ah de la
vida!"... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños
que he vivido!
La Fortuna mis tiempos
ha mordido;
las Horas mi locura
las esconde.
¡Que sin poder saber
cómo ni a dónde
la salud y la edad se
hayan huido!
Falta la vida, asiste
lo vivido,
y no hay calamidad que
no me ronde.
Ayer se fue; mañana no
ha llegado;
hoy se está yendo sin
parar un punto:
soy un fue, y un será,
y un es cansado.
En el hoy y mañana y
ayer, junto
pañales y mortaja, y
he quedado
presentes sucesiones
de difunto.
Aquí
también aparece el recurso de enumeración, con polisíndeton.
Pero, regresemos a la obra de Antonio Requeni:
El vaso de agua
Cuando me acuesto,
desde que era niño,
pongo a mi lado un
vaso de agua.
Al apagar la luz, si
lo contemplo
brillar en la
penumbra, me imagino
que el agua es otro
nombre de mi madre
y estoy seguro de que,
ya dormido,
alumbrará el acuario
de mis sueños.
Sombra, misterio,
música nocturna
que bebo a lentos
sorbos o me bebe.
¿Eres tú quien me
sueña en ese extraño
país donde algún día
nos veremos?
¿Dormir es un ensayo
de la muerte?
Por las mañanas,
cuando me recuerdo,
muchas veces el vaso
está vacío.
Y vuelvo, desganado, a
la rutina
de calles y de
rostros, mientras llega
la oscuridad, el rito
silencioso
de llenar nuevamente
el vaso de agua
para ponerlo al lado
de mis sueños
y saber que allí
estás, que me proteges,
que hay algo puro en
medio de la noche.
El
agua protectora como figura de la madre, el líquido amniótico, el dormir como una muerte pequeña y el
renacer de cada día, pero el yo lírico siente que le queda menos hilo en el carretel.
La pregunta retórica es una pregunta que no requiere respuesta pero que dispara en el lector una empatía identitaria. El poeta se está despidiendo, sin duda, enfrentándose al espejo de la finitud. Y por ello, además, valora aún más la vida.
La pregunta retórica es una pregunta que no requiere respuesta pero que dispara en el lector una empatía identitaria. El poeta se está despidiendo, sin duda, enfrentándose al espejo de la finitud. Y por ello, además, valora aún más la vida.
Ahora,
la otra figura señera en nuestras vidas, la del padre:
Piedra libre
El padre juega con sus
criaturas.
La cara vuelta contra
la pared
y el brazo levantado
hasta los ojos,
está contando como si
llorara.
Y mientras cuenta sus
criaturas crecen,
van por el mundo,
suben escaleras,
se enamoran o estudian
geografía.
Cuando termina de
contar, el padre
entra en los cuartos y
revisa los muebles.
Apenas ve. ¿Quién
apagó las luces?
Su voz, que ha
enronquecido, los invita
a dejar de una vez sus
escondites.
Y los hijos regresan,
jubilosos.
¡Cómo han crecido! Son
casi tan altos
como los sueños que en
su juventud
solían desvelarlo
dulcemente.
¡A contar! ¡A contar!
- exclama el padre.
(Los grandes siempre
vuelven a ser niños).
Y los hijos se apoyan
contra el muro,
hunden la frente entre
los brazos. Cuentan.
Y mientras cuentan
-once, doce, trece...-
el padre se va haciendo
pequeñito.
Cuando terminan de
contar lo buscan.
Lo buscan pero el
padre no aparece.
Se ha escondido debajo
de la tierra.
El
círculo de la vida a través de una metáfora y el juego infantil poetizado y
narrado desde la emoción, porque recordemos que Requeni es esencialmente
periodista, afortunado cronista que puede mirar el discurrir desde el ojo que
poetiza mirando.
Aquí,
desde un personificado simple testigo del paso del tiempo y a modo de ensayo, una magistral
prosa poética:
Primera cana
Es nada más que un
hilo blanco, una pálida hebra entre la urdimbre de otras hebras oscuras, pero
se encrespa y resiste cuando el peine pretende nivelarla, confundirla con las
demás. Es solamente una hebra blanca, pero se sabe invulnerable, como que la he
conquistado con mi
vida, con muchos años
de dudas, equivocaciones, compañías luminosas, soledades, esperanzas. Es mi
único y verdadero patrimonio. No pienso, pues, dilapidarlo. No la cubriré con
obscenas tinturas, no la arrancaré con unas pinzas ni voy a echarla al aire.
¿Cómo podría albergar tanta soberbia? Este hilo tenue, este delgadísimo
filamento – tibio suspiro ó resplandor lunar – guiará desde hoy mis pasos,
tirará de mí hacia lo que aún queda de mí, me recordará constantemente lo que
soy y lo que he sido. Súbito río de mi
sien. Plateado afluente de mis pensamientos. Metáfora o trofeo de los años. El
destino prende ahora de esta hebra que me estranguló mi juventud.
Prosa
poética y metáforas cristalinas; recursos de personificación, por ejemplo, el del peine,
que representa la sociedad: a la cana, que hay que arrancarla, domarla, descartarla,
teñirla. Y no, el poeta la prefiere sutil testigo. Es además una metáfora heracliteana en súbito río.
Geriátrico
Todo está en orden:
las paredes asépticas,
el puntual almanaque,
los exactos latidos
del reloj.
Una mujer de blanco
les sonríe
mientras ellos
deambulan
entre escarchadas
toses y jadeos
o miran desfilar
mundos extraños
en la pantalla del
televisor.
Uno hace un solitario
con los naipes.
Otro, con un pañuelo,
frota el vidrio
de sus anteojos,
lento, ensimismado.
Algunos se dirige
hacia la habitación en
donde, a oscuras,
da de comer a sus
recuerdos.
Toman el té a las
cuatro.
La cena a las siete.
A las ocho se
acuestan.
Ella siempre está
allí, los acompaña.
A veces les da un
beso,
una caricia helada,
maternal,
y ellos se quedan
quietos,
dormidos como niños.
En
el verso: caricia helada, maternal…
hace un magistral uso de un solo adjetivo para dar cuenta de que está refiriéndose a la
muerte: es terroríficamente “helada” pero a la vez “maternal”, porque nos recibe frente al
cansancio de una vida sin duda ingrata en los geriátricos. No
hay amor en este poema sino dolor, ve el geriátrico como un depósito de personas.
Pensar, sentir, nombrar
Soy lo que fui y acaso
nunca sea
más que el junco
pensante que ahora soy.
No sé dónde estaré. Estuve. Estoy.
Pero mi ser y estar
son una idea.
Sé, pienso, luego soy,
y además siento
que me arrastra como
una melancolía
el río del ayer y el
todavía;
un río que es temblor
y sentimiento.
La realidad, el
tiempo, la premiosa
voluntad de vivir de
cada cosa
están en mí y existen
si las digo.
Pensar, sentir,
nombrar. Tal es mi suerte.
Pero también me pensará
la muerte
y todo, todo, acabará conmigo.
Este
soneto es sin duda una respuesta a Quevedo, pero también a su gran admirado
Antonio Machado, quien había utilizado tres adverbios magistralmente bien colocados
para remarcar ante todo la esperanza: Hoy es siempre todavía.
El
ejercicio del taller será que escriban un texto vinculado con el tema de la
edad y cómo convivimos con ella y con el paso del tiempo en nosotros.
Les
deseo una buena semana poética y aquí la Yapa I, mi poema preferido de Requeni y
un link donde a través de un buen reportaje podrás saber algo más de este poeta: http://www.espaciomurena.com/4843/
MILAN KUNDERA
Milan Kundera dice que
la poesía ha muerto.
Debe tener razón porque ya nadie
(salvo algunos poetas)
acostumbra a temblar con las palabras
en un libro de versos.
Debe tener razón porque ya nadie
(salvo algunos poetas)
acostumbra a temblar con las palabras
en un libro de versos.
Si me lo hubieran
avisado
—aunque yo soy su deudo más humilde—
habría concurrido a las exequias
y dejado una flor en su tumba.
—aunque yo soy su deudo más humilde—
habría concurrido a las exequias
y dejado una flor en su tumba.
Ahora estoy triste.
Pienso en cuántas veces
ella me hizo feliz. Y ya no está.
ella me hizo feliz. Y ya no está.
¿Pero qué hacer si las
palabras vienen
por el aire o se trepan a mis piernas?
¿Si las palabras vuelven, temblorosas,
bellas, sensuales, perentorias, mágicas,
y me reclaman una forma antigua
o un resplandor herido de futuro?
por el aire o se trepan a mis piernas?
¿Si las palabras vuelven, temblorosas,
bellas, sensuales, perentorias, mágicas,
y me reclaman una forma antigua
o un resplandor herido de futuro?
Tendré que consultarlo
con los pájaros.
Del poemario Línea de sombra, 1986.
Yapa II
Ejercicio
ResponderBorrarSobre la edad
Nadie
Estábamos seguros
El tiempo era nuestro, dijimos
Lo domamos, creímos
lo guardamos en cajas
y estantes
en frascos y en flores desecadas
en nuestras emocionadas fotos.
Todo está guardado
archivado, notariado
inventariado
Lástima
Aliviado por el no ser
o repuesto de haber sido
sólo falta un lector.