Hoy veremos la obra de un poeta argentino, Armando
Tejada Gómez, referente de la cultura popular. Además, no
difundido o silenciado por diversas causas; entre ellas, porque se trataba de
una persona alejada de la cultura académica, fue autodidacta, y además, un militante
político a través de un amplio periplo ideológico.
Aquí, la portada de la 1° edición de
Pachamama, cuya versión completa está colocada aquí abajo y por primera vez en Internet.
Armando Tejada Gómez (21 de abril de 1929, en Guaymallén,
Mendoza; 3 de noviembre de 1992, en Buenos Aires) fue poeta, escritor
y locutor argentino relacionado con la música folklórica. Es el autor del poema
"Canción con todos", considerado el himno de América Latina.
Su historia es la de un hombre sencillo, de pueblo, y
un intuitivo de la palabra. Fue el penúltimo de 24 hermanos, hijos de una familia
que origen huarpe. Este pueblo originario de la zona de Cuyo poesía dos lenguas
(allentiac y el millcayac), y con población a ambos lados de la cordillera.
ATG tenía 4 años cuando su padre, tropero, murió. Su
madre debió repartir a los hijos. Armando fue criado entonces por una tía,
quien le enseñó a leer. Prácticamente no fue a la escuela y comenzó a trabajar
a los 6 años, como canillita y, luego, como lustrabotas.
A los quince años compró un ejemplar del Martín
Fierro, poema que le despertó la pasión por la lectura y la poesía.
Simultáneamente, se despertó en él la inquietud por las injusticias sociales.
Dada su voz potente, en 1950 se presentó y obtuvo un
empleo como locutor en LV10 Radio de Cuyo, que alternó con su trabajo como
obrero de la construcción. Comenzó a componer canciones junto al músico Oscar
Matus, también mendocino y futuro esposo de la cantante Mercedes Sosa, en lo
que sería una larga sociedad y con quien escribiría temas como "Los
hombres del río", "Coplera del viento", "Tropero
padre" (inspirada en su padre), entre muchas otras.
En 1954, obtuvo el segundo premio en V Concurso
Literario Municipal de Mendoza, por su primer libro de poemas, Pachamama: poemas de la tierra y el origen,
dedicado a su madre, e inspirado en la cultura huarpe de sus ancestros. Sobre
este libro, escribió:
“A los 23
escribí "Pachamama, poemas de la tierra y el origen"; cosmogonía
americana del Universo. Entre las consejas de los mayores y de los indios
huarpes, de los que yo provengo, y de las reuniones de fogón, aprendí la
cultura americana, porque no frecuenté aulas. Aprendí la voz popular en que
creíamos.”
El premio y la edición del libro (ilustrado por Carlos
de la Mota y Enrique Sobisch), le trajeron un considerable reconocimiento que
comenzó a extenderse desde entonces. En 1957 ganó el premio del 75º Aniversario
del diario Los Andes, con el poema La verdadera muerte del compadre.
Fue perseguido en la última etapa del gobierno
peronista (1946-1955). Tejada Gómez se oponía a las tendencias autoritarias del
peronismo y, si bien admiraba a Eva Perón, se había negado a aceptar la orden
de usar luto al momento de su muerte en 1952. En 1954, debido a un reportaje
que le realizó al pintor Juan Carlos Castagnino, que había vuelto de China,
inmersa en su revolución comunista, ATG fue sumariado y despedido de la radio,
prohibiéndosele seguir trabajando como locutor. Simultáneamente se prohibió
mencionar su nombre cuando se emitían sus canciones.
En 1955, escribió su segundo libro, Tonadas de la piel, que ganó un concurso
y obtuvo como premio la edición. El libro fue prologado por el poeta salteño
Jaime Dávalos.
Luego del derrocamiento de Perón en 1955, Tejada Gómez
pegaría un giro tanto en su arte como en su posición política. Él contó varias
veces que el elemento detonante para el cambio en su manera de escribir fue un
comentario crítico de su hermano, obrero de la construcción, que le mencionó
que sus compañeros de trabajo decían que "escribía cosas que nadie
entendía".
Tejada Gómez, decidió entonces orientar su poesía
hacia la problemática social y los temas populares. Uno de los primeros poemas
de esta nueva etapa fue su conocido poema "Hay un niño en la calle".
El poema fue incluido en tercer libro, Antología
de Juan, publicado en 1958, ilustrado con dibujos de Carlos Alonso.
Desde entonces sus libros se volvieron populares, y
cada libro vendía un tiraje no menor a 10.000 ejemplares. Tejada Gómez
recordaba que:
“A partir de ese
verso aparecieron el premio y el castigo. Para muchos fui un diablo comunista,
un subversivo..., el diablo de colmillos rojos que se quería comer a las niñas
de la buena sociedad.”
En 1957 Oscar Matus se casó con la aún desconocida
cantante tucumana Mercedes Sosa. De este modo, las canciones de Matus y Tejada
Gómez se relacionaron con la voz excepcional de "la Negra Sosa". En
1962, Mercedes Sosa grabó su primer álbum, La voz de la zafra, e incluyó ocho
canciones de Matus-Tejada Gómez: "Los hombres del río", "La
zafrera", "El río y tú", "Tropero padre",
"Nocturna", "Zamba de los humildes o La de los humildes",
"Zamba de la distancia" y "Selva sola".
El álbum buscaba consolidar el respaldo popular que el
canto de Mercedes Sosa estaba cosechando en sus presentaciones públicas, y a la
vez anticipaba una línea estético-cultural que sería expresamente formulada al
año siguiente con el lanzamiento del Movimiento del Nuevo Cancionero, y que
sería sintetizado con el título de su segundo álbum, "Canciones con
fundamento" (1965), compuesto -al igual que el primero-, en base a las
canciones de Matus-Tejada Gómez.
Este movimiento cuestionó, entre otras falacias, la
antinomia tango-folklore.
“EL NUEVO
CANCIONERO luchará por convertir la presente adhesión del pueblo argentino
hacia su canto nacional, en un valor cultural inalienable. Afirma que el arte,
como la vida, debe estar en permanente transformación y por eso, busca integrar
el cancionero popular al desarrollo creador del pueblo todo para acompañarlo en
su destino, expresando sus sueños, sus alegrías, sus luchas y sus esperanzas.”
El Movimiento del Nuevo Cancionero se produjo en un
contexto cultural signado por el llamado "boom del folklore" en la
Argentina. Aquí un link para poder escuchar Canción con todos, en la privilegiada voz de Mercedes Sosa.
https://www.youtube.com/watch?v=NYhgC3zU13k
Ese año de 1963 publicó también su cuarto libro, Ahí va Lucas Romero, con dibujos de
Enrique Sobisch.
En 1967 publicó Tonadas
para usar y editó un disco con Los Trovadores, Los oficios de Pedro Changa.
También fundó una "peña" (ámbito en el que se toca música folklórica)
en la calle Talcahuano 360 que se llamó Folklore '67, en el que buscó integrar
músicos jóvenes provenientes de distintos estilos y experiencias, como César
Isella, Los Nocheros de Anta, Marián Farías Gómez, Dino Saluzzi, Rodolfo
Mederos, el Cuarteto Zupay, entre otros.
En 1968 publicó Profeta
en su tierra, una selección de los primeros libros.
En
1971 publica Amanecer bajo los puentes,
donde relata su infancia como canillita y sus comienzos con la poesía.
En
1972 gana el Premio Festival de la Patagonia en Punta Arenas, Chile, por Fuego
en Animaná, con música de César Isella. Gran Premio Sadaic, por su canción
Elogio del Viento, con música de Gustavo "Cuchi" Leguizamón, y es
finalista en el Festival Agustín Lara de México.
En
1974 gana el Premio Poesía "Casa de las Américas", La Habana, Cuba,
con su libro Canto popular de las comidas.
En
1976, durante la dictadura del último gobierno militar, comienza un largo período
de oscurecimiento y ostracismo, les son prohibidas las representaciones, la
publicación de sus libros y la difusión de sus canciones.
En
1985 es nominado para el Premio Konex, entre las cinco mejores figuras de la
Historia de la Música Popular Argentina en la disciplina Autor de Folklore. Ese
mismo año publica Historia de tu ausencia.
En
1986 publica Bajo estado de sangre,
poemas escritos entre 1974 y 1983. Ese mismo año gana el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para La Poesía, en
su 20º Aniversario.
Publicaciones
·
Pachamama.
Poemas de la tierra y el origen, Mendoza, 1954. (Libro de poemas, ilustrado por
Enrique Sobisch).
·
'Tonadas de
la piel, con prólogo de Jaime Dávalos, Mendoza, 1955. (Libro de poemas)
·
Antología de
Juan, ilustrado por el pintor Carlos Alonso, 1957 (libro de poemas).
·
Ahí va Lucas
Romero, ilustrado por el pintor y dibujante hispano-argentino Enrique Sobisch,
1958. (Libro de poemas)
·
Canto
popular de las comidas (Libro de poemas), 1974.
·
Canción de
las simples cosas, Cesar Isella y Tejada Gómez.
·
Amanecer
bajo los puentes, ilustrado por Enrique Sobisch.
Su estilo poético es sencillo y épico, con un marcado canto exaltatorio de la naturaleza y con algunas rémoras de
la poesía modernista rubendariana, tanto en el lenguaje, el tono y en la temática. Sincrónicamente,
está muy cercano al cambio estético que se produce en la poesía de Pablo Neruda
en 1954, con las Odas elementales.
Armando Tejada Gómez decía de sí mismo:
“No perdía
ocasión en contar que las imágenes eran el lenguaje del pueblo, recurriendo a
expresiones de sus coterráneos como la que describe como "verde" el
gusto de ciertos vinos: "Tiene el gusto verde. Mirá la metáfora, ¡qué lo
parió! No es que el vino sea verde, sino que tiene el gusto verde. ¿El gusto
cómo va a tener color? Decile a André Breton que venga. ¿Quién inventó el
surrealismo? ¡No vengan a joder! Decile a André Breton que lo quiero mucho, lo
admiro y todo eso; ¿pero sabés qué? ¿Quién inventó el surrealismo? ¡El pueblo!”.
El recurso que veremos hoy está asociado y consustanciado con la poética de ATG. Es un recurso económico y eficiente: la anáfora.
Se trata de un recurso perteneciente al plano fónico. La anáfora es una figura
retórica que consiste en la repetición de una o varias palabras, generalmente ubicadas al principio de
un verso o enunciado, aunque bien pueden colocarse también en cualquier parte del sintagma, porque no olvidemos que la poesía es lúdica.
Estos son algunos ejemplos:
Ejemplos
de Alejandra Pizarnik:
Recibe este rostro mío, mudo, mendigo.
Recibe este
amor que te pido.
Recibe lo que hay en mí que eres tú.
De César Vallejo, el poema Los nueve monstruos:
Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.
Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la
cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.
Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rosseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.
El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar...
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardido¹!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.
Tiene aliteraciones, las combina con anáforas; por eso se trata de un recurso muy competente si se lo utiliza adecuadamente.
Muchos recordarán por ejemplo parte de ese poema de Miguel Hernández, "Elegía por la muerte de Ramón Sijé", que tiene dos anáforas combinadas y dice así:
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
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Respecto de la obra de Armando Tejada Gómez, leeremos fragmentos de las cinco partes que componen el poemario titulado Pachamama, que este autor compuso cuando tenía 24 años.
Es de destacar que Gabriel se ofreció a tipearlo enteramente, ya que nos hemos dado cuenta de que no está virtualizado. Así que, aquí y en este blog, ésta es la primera vez que este libro aparecerá completo y on line.
El nombre completo
del libro es Pachamama. Poema de la
tierra y el origen, Mendoza, 1955.
Tiene una
dedicatoria que dice:
Al
corazón de los simple y elemental
A mi
madre, que sabe decir:
“Antiguamente,
la gente se saludaba sin conocerse”.
Luego, está subdividido en cinco grandes poemas:
PACHAMAMA
Estaba.
Era anterior.
Como fuego y no
sólo como fuego.
Eran caparazones
andando para fósiles,
fémur como camino,
costillas como
abrazos,
esternón donde
estaba el temor como un hueso,
tal vez un clamor
ciego,
un alarido sólo,
tal vez,
primera carne
animal y pesada,
sobre lo que ya
estaba anterior,
bruscamente:
desde cuando la
tierra se ensanchaba, girando
por entre torsos
ígneos,
con triunfos de
volcanes, cráteres, cordilleras
violentas como
espaldas.
Tal vez ya
preguntando por la hierba y el agua.
Estaba.
Era anterior.
Tierra venía a ser.
Inevitable era.
Venía a su crecer
rompiendo las estrellas.
Por millares de
noches
sin luna y como un
grito
que mordiera en el
tiempo, monstruosas cabelleras
de lava y
refucilos,
de totales
tormentas.
Venía como un niño,
umbilical, rabiosa,
revelando el
relámpago,
proclamando la
piedra,
instaurando
estampidos,
el fragor, la
intemperie,
domando astros
venía,
hurtando espacio,
sombras,
desde allá, del vacío,
a procrear el
llanto, la música y la fiebre.
A inaugurar el
hombre,
Desde entonces, la
tierra.
Remota y sin
caminos,
venía simplemente.
Hasta los
meridianos, hasta erguirse en los polos,
hasta alzar la
cabeza sobre todos los soles,
hasta ubicar su abdomen
caliente, enardecido,
hasta repantigarse
sobre toda la noche,
la que se abrió en
el cielo para siempre. Final.
Así venía tierra,
así venía entonces:
como un grueso
esqueleto rondando el universo.
Venía,
simplemente,
a quedarse en la
noche.
Nadie soñando,
nadie.
Los peces en
silencio,
En aquel, el
silencio anterior a los peces.
Nadie hurgando
raíces.
Digo desde el
comienzo.
Antes de los
pastores
que vendrían con
perros.
Sin susurro y
silbidos
de los bosques y el
viento.
Antes de lo
crecido.
Cuando no se nacía:
desde la misma,
oscura, médula del silencio.
Desde allí tierra,
digo.
Nadie.
Antes de la semilla
y el sabor de los muertos.
Como si viera,
digo.
Como al dorso del
hombre.
Como tras de la
sombra que venía conmigo.
Igual que regresando
por abuelos perdidos
hasta la roca, el
cauce,
la caverna
distante, los rostros infinitos.
Como si fuera
andando por raíz de osamentas
que ignoraron el
grito.
Volviendo, para
siempre, por llantos y alaridos
hasta el primer
gigante,
hasta el primer
rugido,
hasta la primer
vértebra del primer asesino.
Como de vuelta,
andando,
por un gran
nacimiento que subiera conmigo.
Tal vez para
indagarla deshabitada, ciega,
para anotar
preguntas, informar cómo ha sido,
para saber las
nuevas, primeras intenciones
de su abdomen henchido,
de su entraña gestando
el pez,
la clorofila,
el primer vuelo
hambriento,
la primer blanda
carne del dolor y el ollvido.
Andando,
regresando,
Como de vuelta,
andando,
por un gran
nacimiento que subiera conmigo.
Tal vez para
indagarla deshabitada, ciega,
para anotar
preguntas, informar cómo ha sido,
saber las nuevas,
primeras intenciones
de su abdomen
henchido, de su entraña gestando
el pez,
la clorofila,
el primer vuelo
hambriento,
la primer blanda
carne del dolor y el olvido.
Andando, regresando,
de raíz y hacia
abajo,
hasta la misma
magia de la canción y el grito.
Crepitaba y dormía.
Tal vez movía un
brazo y hacía una montaña.
Era el primer,
enorme, ademán sin medida:
tierra como una
orgía.
Me pronuncio en pedazos,
con la voz en
astillas,
con mudos
movimientos
de mi aguja
perdida.
Todo en dedos
punzantes.
Hondo hasta la
cintura.
Me pronuncio en
raíces
como un hábil
pocero
que cantar, allá
abajo,
cierta faena
oscura,
cierta insolente
vida.
Se mueve, sin
embargo,
con cierto ritmo
loco de incontables rodillas.
Viene de muy abajo,
candente, misteriosa,
asciende
reventando: bosques, países, cimas.
La voz a ras del
polvo.
Canto como en
cuclillas
Un tambor
subterráneo se sacude en la arcilla.
Entonces bostezaba
rugosas cordilleras.
Con rudos ademanes
restaba altura al cielo,
lanzando al
Aconcagua al ámbito y la estrella.
Sismos tenía
entonces.
Una muerte de
arenas.
Rumores imprecisos
danzando en las tinieblas.
La voz, la voz de
boca,
hasta saber el
gusto del tiempo y de la tierra:
le transcurría el
fuego,
le andaba por
afuera,
una hoguera
fantasma gozaba su inclemencia
bajando las
montañas, los valles, las estepas,
hasta morir en roca
y detenerse en piedra.
Se parece al
recuerdo,
Como si lo supiera.
Tal como si tuviera
su misma edad,
recuerdo,
la tierra ya en la
tierra.
En su lecho de
oxígeno: grávida, tensa, lenta.
ya bramando sus
partos:
el anfibio,
la fiera,
la flor en los
peñascos,
todos los
dinosaurios,
las alas y la
selva:
un fragor de
latidos conmoviendo el planeta.
La tierra
enloquecida,
jadeando,
parturienta,
Me concierne del
tiempo.
He aparecido.
Vengo.
La voz como un
cuchillo
que estuviera
naciendo.
Erguido
Ya de pie
Creciendo.
Supongamos las
raíces,
las chipicas como
brazos,
como redes, como
pulpos, como garfios,
las raíces y las grietas,
como muertes,
supongamos.
El chañar herido
conoce mi sangre.
La supo en la
siesta quemada hasta el hambre,
la aprendió
silbando mis venas añejas,
en el viejo gesto
feroz de la carne.
De la Cuyum carne,
nueva,
delirante...
...Tierra que te
muerde mi rodilla en tronco.
Puesta en tus
entrañas.
Tierra,
la escupida por el
río turbio
de los viejos ojos:
por el primer
llanto.
Llanto andando a
tientas por tus soledades,
seco en algarrobos,
tan hosco y absorto,
tan tremendamente
como el primer hombre
con niño y
colmillos,
con mujer al lado,
llanto aquél,
primero, rugido de sombra cruel,
gesticulante.
Murmurando, tierra,
virginal de panes.
Testigo insondable
de la primer seña.
El primer castigo
se quedó en la arena.
buscando mis manos.
Al fondo del tiempo
se quedó vencida,
el día sin nombre
de aquel primer parto:
de espaldas. A
gritos.
Feroz contra el
suelo,
misterio en la
madre,
te inauguró,
tierra, la mujer bramando.
De espaldas. A
gritos.
Arrojando al tierno
sollozo reptante.
Feroz contra el
suelo,
el diente en los
dientes,
mordiendo la
sangre,
la mujer, la madre,
la noche. Gritando.
Así como estaba:
la chilca, los
pastos, revolcada,
sola,
sobre la sequía,
abierta en un
grito, partida. Alumbrando.
... Y crujía
endeble
hasta las
mandíbulas.
Dramáticamente ya
oteaba horizontes
sobre el medio día.
Curvado, temblando,
total, vacilante.
De ahí para
siempre.
Hasta las edades,
hasta árbol,
carbones,
de ahí para
siempre,
tierra,
para siempre,
siempre.
Inevitable.
Igual que la nieve,
la lluvia, los árboles.
Solo. Con sus
manos.
Solo. Con su
sangre.
Por aproximaciones.
Por parcelas de
canto.
Casi por la
demencia de mi boca y mis manos.
Todo país,
la tierra,
me absorbe hasta su
entraña,
me engulle en sus
llanuras, sus climas,
mus distancias.
Con toda boca,
hundido.
La sed como una
brasa.
Alto en
interrogantes,
con hombros,
dimensiones:
abismo horizontal
puesto para mis pasos.
Toda la voz
quebrada,
mínima,
destrozada.
Por mis venas
América, extendida a mi muerte,
Invasora en mi
carne.
Vengo desde el
primero.
Desde el hombre de
piedra.
Desde el torpe
fantasma feliz de minerales.
Vengo precipitado.
Por parcelas de
canto.
Rozando cierta
sombra dormida en las montañas.
Inútil de razones.
Sumiso de palabras,
Por la canción del
clima,
por látigos de
arena,
por cierto exiguo
yuyo,
ilógico,
desnudo,
devolviendo el
asombro de la visión,
la fábula,
con Pamperos y
Zondas galopando en mi cara.
Tierra, que no sabía
la voz y la guitarra.
De aquella noche:
tierra de las respiraciones,
con el glóbulo
inquieto,
despertando conmigo.
de aquella sombra:
tierra de las transformaciones,
con el grito
encerrado,
descubridor
conmigo.
Sudándome en la
frente,
subido en mi
tobillo,
agitando mis manos.
por entre los
testículos,
con una sed del
fondo sacudiendo los hijos,
desde allí hasta mi
sombra,
por entre la fatiga
precursora: los hijos.
.. Pero despierta
poco.
Se queda en sus
países.
Apenas el arroyo,
apenas lluvia,
apenas,
calientes vegetales
succionando su ombligo.}
Oscuro topo atento,
sumiso a sus raíces,
a sus múltiples
garras: subterráneos destinos,
sin salvación, sin
otros,
sedientes de
humedades,
del agua,
del vestigio.
Decir invocaciones,
Desenterrar los
ritos.
Girando.
Boca abajo.
Como a polvo.
Hasta el polvo.
Jadeando.
Boca arriba.
Como el cielo.
Hasta el fin
latitudes,
hasta el último
trozo,
agotar el tamaño
sobre la piel del tiempo.
¡Pacha Mama,
cusilla!
¡Cusilla,
Pacha Mama!
¡Pacha Mama
tambores,
en las cañas,
cusilla!
Áspera madre,
tierra.
Pacha Mama.
¡Cusilla!
Y me vengo de
dentro,
tambor en el aire,
partiendo los pechos.
Por la ausencia
vencida,
Pacha Mama,
cusilla,
y me vengo.
Viniendo:
callado de cerro.
Silencio.
De cerro silencio.
Me vengo de adentro
con un loco idioma,
loco de silencio.
Por aproximaciones.
Por cortezas de
canto.
Con un temblor de
edades
atravieso los
vientres.
Fatal de pie
y de nuevo oteando
el horizonte,
como al arco su
flecha,
total
y para siempre.
PAMPA Y ZONDA
Después,
desolaciones.
Después,
extremidades.
Un mapa de jarillas
inmerso allá en el alba,
La pregunta de
lejos...
La gran pregunta alzada.
Por aquí anduvo el
alma su trecho
y su distancia.
Venían norte
ardido.
Venían sur helado.
Con senos,
genitales,
con los hijos
colgando,
sin tiempo de la
risa,
sin tiempo del
cacharro:
la sed por donde
muerte y estupor arrastrado.
Hablo mi viejo niño.
El buscador del
agua.
Indigesto en
quirquinchos, raíces, alimañas:
un cierto
hambriento niño por donde vida, andando.
Entonces monte
enano,
La tierra que
sudaba la famélica espina,
la raquítica
planta.
Eran desolaciones:
abismos de la Pampa.
Por allí remolinos dan
la lengua de brasas.
Eran largos
castigos callados,
solitarios.
Acechando la cueva,
oliendo las
distancias:
por donde sol
jadeante y la carne quemada.
Muerto hasta la
laguna,
marchita flor del
agua,
venía desde dónde a
jadear la plegaria.
Ya el dolor en la
carne.
Instalado.
Punzando.
Alojado en la nuca.
Bajo la piel
clavando,
por donde los
quejidos, brújula del gruñido,
por el pecho y las
manos.
Era tropezar
huesos,
Los pies cambiando
arenas,
la sombra sin
lugar,
el rastro sin
regreso.
Creciendo por sus
hombros,
venía en sequedades
ahogado de salivas,
chupando sed del
barro.
Entonces,
perspectiva de todo
lo que estaba horizontal,
lanzado,
un universo plano
cavando para el
hombre hondura en las visiones,
aquellas cavidades,
aquel pozo en la
frente de aturdida mirada,
pando bosque de
espinas,
y él por la boca
abierta,
despierto en los
chañares.
Moría la laguna
y de nuevo en el
tránsito.
De nuevo el paso
ciego.
el paso,
arena,
el paso;
la aridez, las
distancia,
como una flor
rugosa sobre el mar,
marchitada.
Con el sol en la
espalda,
borroneando el
semblante,
volcados sobre el
pecho sus dos ojos quemados.
De nuevo paso
ciego.
El paso,
arena,
el paso.
La agonía en el
tranco.
El sol viene del
sol
hasta la tierra en
tierra,
en el hombre
curvado
cae como una
hoguera.
Se le sienta en la
nuca,
le hace fuego en
las vértebras
y el hombre es por
su paso un sauce de la arena.
Todo el silencio
abierto entre la polvareda,
Fauces las
extensiones. Una infinita lengua.
Acontece tortugas
por los médanos quietos.
De pronto: León,
culebra, araña. Los zarpazos.
Ahora lucha. Grito.
El arbusto
quebrado, enroscado en el hombre,
el león
multiplicado
y el cielo, allá
impasible,
callado sobre el
drama,
El hombre, sin
cavernas,
erizado,
luchando.
El hombre con los
dientes.
El hombre con las
manos.
El hombre con los
pies.
Furioso.
Desolado.
Se pierden los
gruñidos por entre el polvo manso.
El hombre por la
tierra,
herido,
agonizando.
Con matuastos
prendidos,
por bestias
desgarrado,
el sol como un
cuchillo,
el hombre transpirando.
Un pedazo de vida,
un latido,
un retazo.
Huye por los
silbidos para afuera,
hasta el aire,
quiere aún regresar
hasta su oscura carne,
de nuevo hasta el
martirio,
hasta la sed, el
hambre,
para traer de nuevo
el respiro,
la sangre.
El hombre en sus silbidos
para afuera,
hasta el aire.
El colmillo en sus
muslos,
la culebra en sus
nalgas.
El hombre
estremecido, obstinado en sus babas,
lucha por ver de
nuevo, parado, las mañanas.
Quieto. Ahora en
sus huesos.
Muerto. Por donde
basta.
Eran las soledades
puestas en sus extremos,
danza de sus
tamaños.
Oscuras sutilezas
en las líneas perdidas.
Seca coreografía de
un desierto fantasma.
Magros,
los algarrobos,
con magia de
falanges,
los inclinaba el
viento fugaz y suavemente.
Igual que a un
laberinto de mudos esqueletos
que danzaran la
nada.
Decirla hasta en su
polvo.
Entera
pronunciarla.
Buscarla por sus
médanos, sus túmulos, sus cañas.
Hablarla con mis
ojos.
Aquí,
en mi voz,
raptarla
y traerla hasta el
pecho levantada en las manos.
Decirla hasta en su
arena.
Hurgar,
desentrañarla.
Caminarle las
vértebras hasta el fondo del cardo,
como abriendo su
arcilla, su greda desafiando,
andar por todo el
paso feroz de los caminos
con una loca ruta
partida en la garganta.
Sola flor por la
frente.
sola rama doblada.
Sola raíz quemando.
Sola trama
extraviada.
Y quién por tus
distancias.
Cuántos rastros
hallados.
Sola de mis
palabras.
Sola por tus
mitades.
Y cómo las sequías.
Cementerio de
faunas.
Sola por los
arroyos.
Sola en rocío y
calma.
Decir rumor,
rumores.
Y las noches
bajando.
Sola jugando al
viento.
Arrugado el
semblante.
Como flor las
orejas.
La boca
destemplada.
Ninguna sombra
grande.
Sola en tus claridades.
Absorbente del
rumbo.
Implacable
tragando.
Seductora tremenda.
Andar, andar,
callarte.
Sabes la flor del mármol.
El corazón del
agua.
Tu brillo por la
sal,
como una reina
blanca.
Dueña de los
ombúes.
Instinto, espinas,
alas.
Hundirse aquí en tu
cálido
rumor, como en un
alba.
Transitar tus
medidas.
Explorarte la
espalda.
Se duermen tus
lagunas
como ojos vaciados.
Yo vengo por tu
nombre
rodando con mi
canto.
Los pájaros venidos
transcurren por sus
vuelos,
como una blanda
mano
que acariciara el
cielo.
Los pájaros
llegados
venían con visiones
de clima y de sosiego.
De donde el Zonda,
cielo.
Traer desde un relámpago
la música a la Pampa,
reventar su
aspereza,
por una flor de
chispas,
bajarla,
descenderla.
Revolcarla en los
pastos,
mezclarla con la
arena,
por su músculo
eléctrico restregarle la fuerza.
Redonda en los
calores,
deshilachada,
fiera.
Mirar a sus orígenes,
galopar los cometas
precursores del
potro de la veloz carrera.
Gritar,
enloquecido, los llanos imposibles
y llenarse la boca
de su magia magnética.
Tal vez sobre un
crepúsculo
avizor, tenso,
alerta,
atisbar la más
noche
desde toda la
noche,
con un profundo
vértigo
de soledad y
espera.
Sacudido hasta
arriba,
hasta la marejada
del clima y las
estrellas.
subir los
vegetales,
levantarlos a
oxígeno:
tirar del
crecimiento
con una furia
intensa,
como desenterrando
de un abismo de
lodo
la mitad de una
estrella.
Como un sol de
rodillas
con diamantes y
pétalos.
De donde Zonda,
el pasto,
remolinos de yuyos.
Por un sismo
envolvente
poseso y amarillo.
Atmósferas
marrones.
Aludes de silbidos.
Un ulular de polvo
arrasando
vestigios.
Toda fuerza
empujando
con un hombro
tamaño,
caliente de
caminos.
Ruge un furor de
rumbos
sordos, como el
destino.
Zonda en los
empujones.
Gigante desmedido
con látigos
candentes,
furioso
y envolviendo
el aliento, los
labios, la visión. Los sentidos.
Turbio niño de
atmósfera
distraído conmigo.
Traer desde un
relámpago fuego, diamantes, vidrios.
Un ocre pestañeo
desde el clima dormido
y enredarme en el
Zonda con insomnio de canto
y un largo sueño
abierto manoteando el destino.
Se muere por el
tiempo.
Deja la zona,
herido.
Lleva sabor, aroma,
por el día
escondido.
Devuelve minerales,
polen, los blancos
huesos.
hasta la región
vasta
de la luz y el
sonido.
Deja la sombra
quieta.
El árbol en su
sitio.
La pampa en un
bostezo.
Los pájaros
vencidos.
Sobre la tierra
inquieta,
la calma está de
nuevo
con el rostro
movido.
de donde Zonda,
sangre,
confidente conmigo.
LA MONTAÑA
A
Fanny Balter
Decúbito montaña.
Aleación de siglos
den las venas dormidas,
la arcilla,
los metales,
el corazón de roca,
la garra del chañar
como un ojo de espinas
buscando la raíz
genital de la atmósfera.
del herido costado,
rojo torrente quieto.
Claveles, sus
pestañas,
y la flor desolada,
esquivan por la
sombra las cuchillas del viento,
la voz sur del
planeta,
silbando sus
pulmones de tempestad y nieve.
El pedregal lo
sabe,
lo sabe hasta la
cima,
hasta su dedo
oscuro hurgador de las nubes,
hasta el perfil del
mundo,
hasta la crin de
piedra fatal,
final de hielo.
Hasta la ruta azul
y el vuelo de la estrella.
Anduve en tus
rodillas
y tus pies
mendocinos,
respirando.
Con ninguna
canción,
medido con mi
muerte,
escalando.
Escalando y arriba,
en la nuca del
mundo.
Abandonando el
árbol,
resbalando en tus
cruces,
hundiéndome en tus
grietas,
con la voz a callar
y la roja guitarra
de mi garganta,
rota.
La cima por la
cima,
el viento por el
viento,
la piedra por la
piedra,
el agua por el
tiempo.
Rodando en los
colores
por el color
abierto,
con los ojos
exiguos
con la belleza a
cuestas,
sin nombre,
sin lugar,
por todo el estupor
que escurre dimensiones,
la medida del pecho
angosta entre las manos,
contraluz y
deshecho,
con la belleza a
cuestas,
sin contener el
prisma,
sin darle
residencia,
huyendo y evadido
al número y la estética.
La distancia de
arriba
se me cae al
silencio.
Perenne original.
Campana de
cavernas,
interrumpiendo el
cielo con tus senos de piedra.
Toda tu piel de
nieves,
tus venas
cristalinas,
me suman,
me violentan,
cierta pregunta
dura,
cierta cosa
concreta,
total,
establecida
como una anatomía
de mi raíz y el tiempo,
hundida en
precipicios, alzada en tu osamenta.
Liberada del año
que me corre la sangre
y me encoge los
huesos,
te duermes con tu
lomo falaz,
intransitable,
lanzándome el
bostezo de tu peso callado,
de tu círculo
pétreo.
Neutral de mi
carne,
el latido y el
sueño,
te quedas por tus
cúspides
con el rigor
encima,
con el rigor
adentro.
Tus lavas
engarzadas,
tus hombros
permanentes,
tu risa mineral,
tu corazón de
vientos,
tus cráteres
fantasmas,
tus eructos de
Zonda,
tu muslo
inexpugnable,
tus arterias de
peces,
me dejan en la
vida,
corriendo por mi
plazo,
por mi instante de
voz,
por mi hora
candente.
Librado a la
ceniza, al jugo y a la espuma,
con la oscura
sentencia de crecer hasta el muerto
que modelo,
retoco,
bosquejo y
alimento.
Me he perdido en tu
noche,
vecina de la luna,
tenaz en el
esfuerzo de huir de mi garganta,
integrarme desnudo
en tu lengua silente
y estirarme en el
vértigo de la nieve y el agua.
Cada latido nuevo
se me va de la vida.
Y con cada palabra
se me va una palabrra.
Tengo una loca
angustia de quedarme en los dientes,
correr,
juntar la vida,
apresar el oxígeno
y quedarme,
crecer,
por raíces y
arbustos,
contra toda tu
piedra,
contra todo tu
hielo,
contra todo tu
pecho,
contra toda tu
espalda,
irregular,
desnudo:
como una mano múltiple
de raíces y sangre
sacudiendo tus hombros
de vacío y campanas,
circular,
extendida,
aferrada.
No sé sino tu gris
guillotina de roca,
tu trama de
quebradas,
tus crines de
vertientes.
No sé sino tus
duras quietudes obstinadas,
tus castillos de
mármol,
tus codos de
pendientes.
No sé sino una
sorda canción de minerales,
elemental
y madre del corazón
adentro.
Acumular tu lomo,
ser equilibrio,
sombra,
el intenso latido,
la cosa encaramada
hasta el fin de tu punta,
de tu helado
nudillo,
de tu última corona
inclemente,
incisiva,
del abierto
colmillo de orígenes y roca.
Ser, digo, me
repito,
ser con la misma
mano,
con la misma señal
de témpano en la roca,
como una cosa muda,
silenciosa,
callada, estrecha, solitaria,
circular,
loca,
recia,
viva y escaladora:
sola.
Debo tu origen
frío,
tu comienzo sin
siglos,
tu hora preliminar,
tu ronco
entrenamiento;
estoy debiendo
tiempo de carne y corazones
a tu lugar estable,
a tu pulmón de
azufre,
a tu gruta de
viento,
a tu altísimo,
largo,
aplastador
silencio,
ese silencio lleno
como una madre encinta
o como un niño
nuevo.
La médula y la
hora,
el sollozo y la
llama,
el ademán, la
brújula
y al noche de
escamas,
el corazón
zumbando,
la aurora
derramada:
todo viene y se
arroja, fundamental y sísmico,
en la total y endeble
vocación de mi espalda.
Sueño que tengo
sueños de altitudes y astas.
Volcar, poner,
ponerse
besado y con
estrellas, con la mano en el alma.
Donde la vida tiene
la furia de la vida,
allí,
por la raíz,
por el rostro de
savia,
por la cosa que
viene del ripio hasta la flor,
hasta la abeja, el
ala,
hasta el vuelo y la
triste fatiga voladora,
solemne,
de las plantas.
Por encima de todo,
tal vez como la luna
lejana, muerta y
lejos
Volcar, volcar,
vaciarse
de toda la pregunta
que rebalsa los ojos,
que nos mueve de
noche el párpado,
los ríos,
las vertientes sin
frutas del lagrimal y el ansia.
la cúspide se mide
con mi reloj de huesos.
La piedra se
calcula angular con mi plazo.
La inclemencia se
abarca con señales y manos.
El hielo se
transforma en mi embalse de sed.
El color me anda el
ojo volcado como un cántaro.
La distancia me
sube el pecho desolado
y responde a la
muerte latidos y campanas.
No traigo sino el
hombre,
vaciado como el
agua,
a triturar tus
pómulos múltiples de oro,
arcilla
y recuerdos del sol.
No traigo sino el
hombre.
Ninguna de tus
manos abre un solo destino.
Ninguno de tus
llantos corta un solo sonido.
Te suman,
te agigantan,
te abren el cuerpo,
miran,
hurgándote el
helecho, la sal, los caracoles,
los dormidos
misterios de tu risa marina,
de tu sueño de
fondo determinado en cima,
final hasta tu
cumbre,
como una gran
cabeza colgada de las nubes,
de viajes estelares
colgada, sostenida
sobre el paso
contable de esta voz de los hombres:
la vida.
Decúbito montaña.
Trepadora del
cielo.
Rodilla hasta el
vacío.
Estoy aquí sin
llanto,
con la vida en los
brazos.
Estoy sin ataúdes,
sin rezo, sin tristeza,
sin parientes de
luto, sin mujer y sin cabos.
Esto,
estoy aquí.
Como si fuera un
clavo que tuviera raíces
y tuviera que estar
ahí, aquí,
viviendo todo el
fondo con la mano en la greda,
con los pies
anegados de existencia y latidos
y la nuca
despierta.
Sólo hombre y
regresando de Dios,
volviendo entero
del vértigo y los
sueños, de la tierra y el cielo,
con las rodillas
limpias de súplicas y ruegos.
Hombre y capaz del
hombre
que se expande en
mi cuerpo.
Sin sufrir la
montaña, sin manchar el misterio,
sin recurrir, sin
ángulos, sin rincones,
sin miedo:
liberado del ángel
y del reloj eterno.
Ando, como la luna,
mis claras
plenitudes,
mi estatura de
tiempo.
Eslabón y eslabón.
Rudos perfiles.
Escalera de azul.
Duro cuchillo.
Costado de la
tierra.
Rojo abierto.
Cuenca del
pedernal.
Muñón sangriento.
Síntesis de la
sombra milenaria.
Auroras indecibles,
imposibles
crepúsculos y
nieblas.
Las noches viento
blanco, sus machetes,
los días, el
silencio, los abismos.
Y nieve, y nieve en
discusión. Y nieve
-sus infinitos
pétalos-
danzando en furia
su destino de agua
en la mano brutal
de la tormenta.
Aquella soledad,
aquella sola
presencia del
silencio. Solamente
la soledad solar de
los cristales
mudos de las
vertientes.
Aquella soledad del
mundo ciego,
aledaño del cielo y
las estrellas.
Márgenes del vacío,
crestas rotas,
ademán del planeta.
Cumbre. Montaña.
Cumbre.
Plural metal sobre
metal. Plurales
dedos abiertos.
Cumbres.
Plural de soledad.
País de alturas,
unánime de vientos.
de gélidas
serpientes silbadoras,
volviendo,
repitiendo,
la ráfaga asesina
sumergida
en el más hondo
corazón del eco.
Aún detrás del
tímpano aplastado,
recuerdo mi recuerdo,
aún sobre la cima,
aún en medio,
tengo la
obstinación de mi epidermis
cubriéndome los
huesos.
Los huesos
pensativos de mi sangre,
los huesos que reúnen
mis canciones,
los huesos que
convocan
las sílabas del
tiempo,
hasta la voz y el
grito,
hasta otro corazón,
también despierto.
En medio de mi
sangre, digo sangre.
En medio de mi
boca, digo boca.
en medio de la vida,
digo vida.
En medio de mi
carne digo carne.
En medio de la
muerte digo:
espero.
Estoy aquí guardado
de tanta alondra
muerta y su gemido,
pensando que las
hojas me sublevan
la hora y el
destino.
Estoy hombre,
montaña,
subiendo por mis
gritos.
EL AGUA
Muy al fondo, y
conmigo, me huele el cuerpo a agua,
me sabe a sal
lejana, a diluvio remoto,
irguiendo hasta los
ojos mis entrañas solares,
cruzo un túnel de
herencia, de gérmenes hermanos
y desde todo el
tiempo de anunciarme en el alba,
un oleaje turbio me
oprime los dorsales,
una sorda memoria
de mar bajo la noche,
un caracol al rojo
zumbándome en el pecho,
un gran parto de
estrellas licuadas en la sangre,
navegándome el
grito, la soledad, el miedo.
Y nítido. Vibrando.
La piel. El territorio.
Adentro. Tras el
ojo. Clámide con los huesos.
Un vaivén con la
luna, un naufragio en la boca
me libera anchos
barcos de tránsito, naciendo.
Testimonio conmigo,
voy y vuelvo en el sorbo,
desgajo ciegos
rumbos de la sed sin espanto
a nado en el más
último refugio de mi carne,
hundido más abajo
del mundo de mis manos,
allí cuando levanto
la mitad de la noche,
peces inmemoriales
me interrumpen la frente
y empujado en la
índole, como un río al océano,
alto de ser el
hombre la desciendo. Y desciendo.
...Luego,
toda la luna se
partió sobre el mundo
y un presagio de
anfibios nos ciñó la cintura.
Succionaba hacia
afuera
como al centro de
un astro
carnal que
derribara estrellas con la espalda,
dura,
calladamente,
sonido entre la
furia se volvía a su vientre
lenta de atar al
viento por sus ágiles manos.
por su potro de
azufre, por sus zonas de llamas,
lo sujetaba a fondo
con un témpano arriba
hasta desmadejarle
su envoltura de pájaros.
Lenta luna
moviéndose,
de hierro con sus
párpados,
fieros cráteres
rojos le cayeron al alba,
silenciosa y
caliente soledad desmayada
de paso por la
noche desnuda de animales.
De cuajo y ya
girando
trepó la lejanía,
las distancia en un
rudo paisaje de las sombras,
de cuajo,
trepidando
mudó el peso a su
entraña
cabalgando su
órbita, lejana y de cenizas.
Luego,
toda la luna se
quedó sobre el mundo
nadando en una
noche de frío y de silencio.
Entonces bajó el
agua,
se nos vino al
regazo,
inundaba los valles
de líquido y nacía,
fue un diluvio de
muslos,
de torsos desde el
cielo,
un gigante cayendo
con la sal en los dientes,
sobre el sorbo y la
gota, a contraluz y en tiempo,
netamente de
música, de bronce netamente.
Fue cuando vino el
agua sin réplica y a fondo,
chorreándole la
espuma de flanco a las tinieblas,
volcada por sus
hombros como una sola noche,
como un solo suceso
de exprimir las estrellas,
vino el agua
subiendo las rodillas del mundo,
se volcaba vaciando
cataclismos de hielo,
sordamente de
música, fieramente cantando,
se nos venía el
agua de océano en océano.
Con un naufragio a
solas, con un hueso de témpanos,
bajó entonces el
agua. Densamente cayendo.
Precipitada
entonces,
rugido con las
rocas,
estrépito cavando la
médula del hierro,
la cuenca hecha a
dos gritos,
a dos inmensidades,
cavando y
encogiendo la piel, la tierra viva,
los áridos países,
de estrépito en estrepito,
rudamente hasta el
fondo,
turbiamente a su
templo.
pesada y planetaria
se aplastó contra el tiempo,
derribando
volcanes, sorbiéndoles el fuego,
y sólida y de
mármol, sumergida en su centro,
recóndita de musgos
descendía al silencio,
a la noche consigo,
a una sombra latiendo
un párpado de
escamas florecido por dentro.
Debajo azul,
desciendo con un
ancla de carne,
demorando una
oscura paloma por el pecho,
todo envuelto de
ríos, de plomo más abajo,
vengo a buscar la
fuerza que ha dado vuelta un cielo.
que le ató las
estrellas con un país profundo,
y cordilleras
verdes dormidas bajo el tiempo.
a solas y aferrado
a lo íntimo del vértigo.
Me hundo en tus
selvas, agua:
vuélcame esta
medida de tierra con que habito,
límpiame estas
regiones,
esta zona de noche
que me ha atado las manos,
álzate de tu sueño
líquido y escondido,
vencedora en mis
ojos dormidos, subterráneos.
Porque vengo en lo
verde, en tu voz sin verano,
derribando a dos
muertes tus perfiles de escarcha,
tus mástiles de
limo, tu velamen sin puerto
y tu música antigua
caída a los cristales.
Sideral con mi
brújula, navegando en mis brazos,
Por tus mares de
estirpe voy sumergiendo el canto:
esta roca entre
dientes, esta espina sonora
clavada en el
oxígeno con sangre y con señales.
Debajo azul:
un cubo permanente
y sin dueño,
simple, sola,
callada gravedad con lo eterno,
inmóvil levantando tu
catedral de anfibios,
procreándote un
gigante de soledad en medio.
LA RAIZ DEL CANTO
Recordar los
orígenes:
que la piedra es la
piedra, el árbol es el árbol
y la tierra es la
tierra.
Que la carne, tu
carne, mi carne, se repite
igual: originaria,
animal y primera.
La tierra está en
la tierra,
y el hombre sobre
ella con sabor de raíces,
volviendo del
fantasma con el amor a cuestas
como un hombro de
luz.
Un río de preguntas
agotado en respuestas.
El hombre es lo que
ama: mujer, luna, alegría
cierta ebriedad del
pulso, hondo reloj de arena
con su gota de
sangre.
Pero una gota
insomne como el sol.
Atravieso sus
carnes
andando desde su
alma.
Apartando los
climas
hasta mi rostro
vengo.
Ahora reclamando.
Con la salud de
tierra
cultivo la protesta
por la risa y la
vida,
por un canto de
auroras
que se abra hasta
en las piedras.
Vengo por mi
muchacho, callado,
color tierra.
Vengo desde una
altura, desde un fondo,
una fuerza,
vertical,
permanente,
a preguntar los
rostros,
a preguntar la
ausencia.
Quiero alzarlo
conmigo,
proyectarlo en la
siembra;
quiero arrojarlo al
mundo
como una carcajada
que nunca se rompiera
quiero ponerle el
rostro sobre luz,
sobre espigas,
sobre los
engranajes,
las matanzas,
las ferias.
Hurgo por las
ciudades, deshago la herramienta,
diluyo los papeles,
los números,
la encuesta.
Por todo el mundo
muerto.
Final como una
hoguera.
Deshojado en el
hambre.
Inerte en la
tormenta.
Pregunto por su
sombra,
adónde se lamenta.
Ahora reclamando
vengo por mi
muchacho
que anduvo por el
germen,
que descubrió la
tierra.
No tengo voz en
súplica.
Transpiro los
clamores.
Reclamo la sonrisa
que ahogan indefensa.
Mi madre ha
denunciado
el reguero y la
huella
y estoy recuperado
del castigo y la ofensa
de pie,
en el torbellino de
mi salud violenta.
Vertical,
desprendido:
por un canto total
con sus plurales fuerzas.
Muchacho de los
pómulos,
por hacerte de
nuevo,
sacudiría toda la
euforia de la quena,
invocaría tierra,
amasaría estrellas.
Por dónde,
por qué rostro,
por qué plegaria
hueca
anda tu piel perdida.
tu epidermis de
orígenes,
tu sangre
indescubierta.
No me nombren las
razas.
Pregunto por el
hombre que se quedó en la muerte.
Adónde los
progresos,
las civilizaciones,
adónde los imperios
que lo desagotaron
hasta piltrafa y
seco.
No me nombren países
ni grutas de
silencio.
Alzarlo.
Levantarlo.
Hermano yo contigo.
Hermano por tus
llantos.
Hermano por tus
huesos.
Digo el hombre de a
uno,
personalmente uno,
singularmente éste,
nacido como el
libro: de un por vez,
de a uno.
Dónde tu voz,
pregunto,
tu cansado
martillo,
tu música de
músculo,
tu sueño sumergido.
Estoy en la
esperanza.
Despertarás
conmigo.
Con un pan, una
estrella
y un poema de
niños.
Me descuelgo a mi
sombra,
escruto el
intersticio,
tengo la gran
locura de reírme contigo
por un tiempo de
soles,
por entre los
países,
aún mayor que el
llanto
que horadaba mi
ombligo:
los sudores
siniestros,
la mugre de los
siglos,
las sirenas de
acero,los progresos fallidos,
aún mayor, tú mayor
esparcido en la
tierra,
esperando los
siglos.
Te brotarán las madres
por el júbilo
herido.
Que te talle la
aurora
una línea desnuda.
Que el mar murmure
voces
que afinen tu
laringe.
Que del bosque y la
selva
guardes olor de
pinos.
Que vengan las
montañas
a darte la
estatura.
Que un mundo de arcoíris
te incruste los
colores.
Que te inunde el
paisaje
la boca y los
sentidos.
Por fin recuperado
te anuncio y te
contengo.
Muchacho color
tierra,
por la tierra te
espero.
Me quedaré en
canciones
para tu buen
regreso.
Te guardaré
canciones
de mis viejos
vecinos,
que te aguardan
despiertos
con guitarras y
vino.
Te cantaré sus
cantos,
unísonos conmigo.
Desde las rosas,
lluvias,
entre el alba y
enero
Por los rocíos,
vientos,
entre brisa y
silencio.
Sabor de fruta
abierta.
Risa de vida plena.
Transitando tu
arteria
regresarás,
muchacho.
Cabal, como una
roca,
te espero en el
abrazo.
Estás bajo los
trajes,
por entre los
zapatos,
en las
conversaciones,
el oro y los
bolsillos.
Estás diseminado,
inútil, aguardando
la guerra y los
venenos,
las órdenes y el
vicio.
Estás entre los
libros como flor olvidada,
recordando la
página
a dioses aburridos.
Estás en las
mentiras
y en las
contradicciones.
Entre desorientados
suicidados contigo.
Por la fe de
panfletos,
por los diarios y
el cine.
Estás acurrucado.
Te denuncio, te
acuso el rostro y la mirada.
Ahora te recuerdo
la abierta Pacha Mama,
tiempo y tierra que
aguardan
tu despertar,
tu sino,
tu salud de la
muerte,
tu alegría del
grito,
el amor por tu
carne,
la risa de estar
vivo
diseminando niños:
con un juego de
lunas,
la uva y un
barquito,
que se pierde en la
acequia
jugando a infinito.
Estar.
Permanecer.
Vertical.
Estar para el amor,
simplemente,
creando
el camino del
hombre que estamos aguardando.
Me pierdo por los
besos,
la canción,
los abrazos:
las brújulas
brillantes, universales,
blancas.
Llamo desde mis
hombros las grandes resonancias
con un vaso de vida
chorreándome las manos.
Nunca más de
rodillas,
nunca más a
pedazos,
nunca más a la
muerte
sin haber
respirado.
Nunca más como
topos,
nunca más acosados.
El hombre por sí
mismo
hasta él mismo
lanzado,
hasta su
envergadura,
hasta el hombre
soñado.
Nunca más a las
armas,
nunca más al
soldado.
Proyectarse hasta
el otro,
hasta el mejor
logrado.
Búscate por tu
rostro,
Lávate con mi
canto.
Estoy en la
esperanza.
Despertarás
conmigo.
Con un pan y una
estrella,
alumbrando los
siglos.
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