jueves, 26 de mayo de 2016

Clase N° 6 /año 3 - jueves 19 de mayo 2016




Hoy veremos la poética de Antonio Requeni, en su más nuevo libro, titulado Gratitudes. Se trata en su mayoría de una recopilación de poemas y prosas poéticas bajo la temática de la senectud, de la gratitud obvia desde el título ante su propio balance de la vida y, de alguna manera también, de una despedida. Gran sonetista, desde la transtextualidad Requeni le responde al desencanto que siente Quevedo en su balance de la vida desde el bellísimo soneto Ah de la vida (más abajo).



Este poemario de Antonio Requeni forma parte de la caja-estuche Summa Poética, tomo Erato, Ed. Vinciguerra, 2016, cada uno con la participación de 25 poetas, que acaba de presentarse junto al tomo Calíope. Ambas cajas, en la foto inferior. 

                                                      

      


Periodista y poeta, Antonio Requeni nació en Buenos Aires en 1930. Se desempeñó en el diario La Prensa desde 1958 hasta 1994, año en que se jubiló como secretario de redacción. Colaboró en diarios del interior y del exterior; fue corresponsal de Radioprogramas Hemisferio de La Voz de las Américas, Estados Unidos, y dirigió la revista Italpress. De vez en cuando todavía hace alguna colaboración como crítico bibliográfico en La Nación. Hace años obtuvo una mención especial en ADEPA y los Premios Konex en las categorías Literatura Testimonial y Periodismo Cultural, respectivamente. Publicó una decena de libros de poemas, un libro de cuentos para niños (fue colaborador de Billiken), un volumen de crónicas de viaje y el Cronicón de las peñas de Buenos Aires, que mereció el Primer Premio Municipal de Ensayo. También fue distinguido con el Primer Premio Municipal de Poesía por su libro Línea de sombra.

Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras, ocupando el sillón “Miguel Cané”, antes cuidado por Juan Pablo Echagüe, Manuel Mujica Láinez y Roberto Juarroz.  Su discurso de recepción versó acerca de El silencio de Enrique Banchs. También es miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo, ocupando el sillón Ezequiel P. Paz.


A continuación, poemas y prosas poéticas de este autor.

Este texto es el que está al final del libro, a modo de epílogo. Pero quisiera que lo leamos antes para darnos cuenta del sesgo específico que quiere brindar este poeta respecto de su obra.


Últimas palabras

Si después de morir llegara al Reino de los Cielos, si Dios abriera la puerta y me preguntara qué hice en la vida, le respondería que muchas veces dudé de Él, pero creí en Shakespeare y Mozart; que lloré cuando murieron Alonso Quijano, Jean Valjean, el capitán Nemo; que disfruté leyendo a Garcilaso y Quevedo, a Darío y García Lorca, a Borges y Neruda; que me conmovieron las notas como lágrimas de Federico Chopin y las humanas y melancólicas peripecias de Carlitos Chaplin; que el amor me dio momentos de feliz intensidad; que me atrajo la ternura de la mujer y detesté el fanatismo de los hombres; que quise mucho a los míos, a mi familia; que tuve maestros y amigos a quienes admiré por su inteligencia, su cultura y su sentido del humor; que experimenté la emoción del tiempo y de la historia en algunos lugares a los que viajé; que me bañé en el mar de Ulises, que en Italia contemplé arrobado la obra de Miguel Ángel y que mi alma se arrodilló en Collioure ante la tumba de Antonio Machado; que celebré la Naturaleza y el incesante misterio de la Vida, que respeté y traté de no herir involuntariamente a los demás. Por último, le mencionaría los títulos de dos o tres poemas entre los muchos que escribí. Podría decirle otras cosas, pero lo más probable es que me quede callado.

Y ahora sí, leeremos el primer poema, y que da nombre al poemario. A través del eficiente recurso de enumeración asindética, y tomando como modelo el borgeano poema El Hacedor, el poeta nos cuenta a qué está agradecido en esta vida.


Gratitudes

El bosque, el mar, los pájaros, la estrella,
el olor de la lluvia, los sabores,
el color y el calor de las palabras,
la mirada de un niño, el curso mágico
del río del amor, profundo y dulce;
la noche de los cuerpos, la memoria,
el silencio, la música, la frágil
perfección de la hoja y el insecto,
un violín, una rosa, un epitafio,
el zumo y el fulgor de la naranja,
Garcilaso en el último crepúsculo,
las doncellas románticas de Schubert,
Chejov y Proust, la Yourcenar, Fellini,
San Antonio Machado y Federico,
el sobrio endecasílabo de Borges
cuya cadencia imitan estos versos,
el mar Mediterráneo de mi infancia,
los absortos cipreses de Florencia,
el banco de una plaza en Buenos Aires,
lo que no fue, lo que será, la incierta
razón de lo que nace y lo que muere;
en la piel el secreto escalofrío
del misterio inasible.
El ritual balbuceo del poema.

Vemos que homenajea a los escritores y poetas que admira, apelando por supuesto a la competencia del lector, un lector cómplice.

Prestemos atención al verso final: “El ritual balbuceo del poema”. Tiene cinco palabras. Desde lo semántico la fuerte es “poema”, pero sintácticamente, el sustantivo fuerte es “balbuceo”, que recuerda no sólo al hablar borgeano sino también al aprendizaje de la lengua, desde el balbuceo. 

Arriba señalé que de alguna manera y por transtextualidad, Requeni le responde al gran Quevedo, poeta del Siglo de Oro español que en un momento de su vida, en la postrimería, se sintió ingratamente abandonado por España, entonces escribió este maravilloso soneto en el que se lo percibe enojado y con razón, porque en su época era un poeta muy importante y fue dejado de lado.


Francisco de Quevedo
Ah de la vida...

"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni a dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

Aquí también aparece el recurso de enumeración, con polisíndeton.


Pero, regresemos a la obra de Antonio Requeni:

El vaso de agua

Cuando me acuesto, desde que era niño,
pongo a mi lado un vaso de agua.
Al apagar la luz, si lo contemplo
brillar en la penumbra, me imagino
que el agua es otro nombre de mi madre
y estoy seguro de que, ya dormido,
alumbrará el acuario de mis sueños.
Sombra, misterio, música nocturna
que bebo a lentos sorbos o me bebe.
¿Eres tú quien me sueña en ese extraño
país donde algún día nos veremos?
¿Dormir es un ensayo de la muerte?
Por las mañanas, cuando me recuerdo,
muchas veces el vaso está vacío.
Y vuelvo, desganado, a la rutina
de calles y de rostros, mientras llega
la oscuridad, el rito silencioso
de llenar nuevamente el vaso de agua
para ponerlo al lado de mis sueños
y saber que allí estás, que me proteges,
que hay algo puro en medio de la noche.

El agua protectora como figura de la madre, el líquido amniótico, el dormir como una muerte pequeña y el renacer de cada día, pero el yo lírico siente que le queda menos hilo en el carretel. 
La pregunta retórica es una pregunta que no requiere respuesta pero que dispara en el lector una empatía identitaria. El poeta se está despidiendo, sin duda, enfrentándose al espejo de la finitud. Y por ello, además, valora aún más la vida.

Ahora, la otra figura señera en nuestras vidas, la del padre:

Piedra libre

El padre juega con sus criaturas.
La cara vuelta contra la pared
y el brazo levantado hasta los ojos,
está contando como si llorara.
Y mientras cuenta sus criaturas crecen,
van por el mundo, suben escaleras,
se enamoran o estudian geografía.
Cuando termina de contar, el padre
entra en los cuartos y revisa los muebles.
Apenas ve. ¿Quién apagó las luces?

Su voz, que ha enronquecido, los invita
a dejar de una vez sus escondites.
Y los hijos regresan, jubilosos.
¡Cómo han crecido! Son casi tan altos
como los sueños que en su juventud
solían desvelarlo dulcemente.
¡A contar! ¡A contar! - exclama el padre.

(Los grandes siempre vuelven a ser niños).
Y los hijos se apoyan contra el muro,
hunden la frente entre los brazos. Cuentan.
Y mientras cuentan -once, doce, trece...-

el padre se va haciendo pequeñito.
Cuando terminan de contar lo buscan.
Lo buscan pero el padre no aparece.
Se ha escondido debajo de la tierra.

El círculo de la vida a través de una metáfora y el juego infantil poetizado y narrado desde la emoción, porque recordemos que Requeni es esencialmente periodista, afortunado cronista que puede mirar el discurrir desde el ojo que poetiza mirando.




Aquí, desde un personificado simple testigo del paso del tiempo y a modo de ensayo, una magistral prosa poética:

Primera cana

Es nada más que un hilo blanco, una pálida hebra entre la urdimbre de otras hebras oscuras, pero se encrespa y resiste cuando el peine pretende nivelarla, confundirla con las demás. Es solamente una hebra blanca, pero se sabe invulnerable, como que la he conquistado con mi
vida, con muchos años de dudas, equivocaciones, compañías luminosas, soledades, esperanzas. Es mi único y verdadero patrimonio. No pienso, pues, dilapidarlo. No la cubriré con obscenas tinturas, no la arrancaré con unas pinzas ni voy a echarla al aire. ¿Cómo podría albergar tanta soberbia? Este hilo tenue, este delgadísimo filamento – tibio suspiro ó resplandor lunar – guiará desde hoy mis pasos, tirará de mí hacia lo que aún queda de mí, me recordará constantemente lo que soy  y lo que he sido. Súbito río de mi sien. Plateado afluente de mis pensamientos. Metáfora o trofeo de los años. El destino prende ahora de esta hebra que me estranguló mi juventud.

Prosa poética y metáforas cristalinas; recursos de personificación, por ejemplo, el del peine, que representa la sociedad: a la cana, que hay que arrancarla, domarla, descartarla, teñirla. Y no, el poeta la prefiere sutil testigo. Es además una metáfora heracliteana en súbito río.



Geriátrico

Todo está en orden:
las paredes asépticas,
el puntual almanaque,
los exactos latidos del reloj.
Una mujer de blanco les sonríe
mientras ellos deambulan
entre escarchadas toses y jadeos
o miran desfilar mundos extraños
en la pantalla del televisor.
Uno hace un solitario con los naipes.
Otro, con un pañuelo, frota el vidrio
de sus anteojos, lento, ensimismado.
Algunos se dirige
hacia la habitación en donde, a oscuras,
da de comer a sus recuerdos.
Toman el té a las cuatro.
La cena a las siete.
A las ocho se acuestan.
Ella siempre está allí, los acompaña.
A veces les da un beso,
una caricia helada, maternal,
y ellos se quedan quietos,
dormidos como niños.

En el verso: caricia helada, maternal… hace un magistral uso de un solo adjetivo para dar cuenta de que está refiriéndose a la muerte: es terroríficamente “helada” pero a la vez “maternal”, porque nos recibe frente al cansancio de una vida sin duda ingrata en los geriátricos. No hay amor en este poema sino dolor, ve el geriátrico como un depósito de personas.



Pensar, sentir, nombrar

Soy lo que fui y acaso nunca sea
más que el junco pensante que ahora soy.
 No sé dónde estaré. Estuve. Estoy.
Pero mi ser y estar son una idea.

Sé, pienso, luego soy, y además siento
que me arrastra como una melancolía
el río del ayer y el todavía;
un río que es temblor y sentimiento.

La realidad, el tiempo, la premiosa
voluntad de vivir de cada cosa
están en mí y existen si las digo.

Pensar, sentir, nombrar. Tal es mi suerte.
Pero también me pensará la muerte
 y todo, todo, acabará conmigo.

Este soneto es sin duda una respuesta a Quevedo, pero también a su gran admirado Antonio Machado, quien había utilizado tres adverbios magistralmente bien colocados para remarcar ante todo la esperanza: Hoy es siempre todavía.




El ejercicio del taller será que escriban un texto vinculado con el tema de la edad y cómo convivimos con ella y con el paso del tiempo en nosotros.


Les deseo una buena semana poética y aquí la Yapa I, mi poema preferido de Requeni y un link donde a través de un buen reportaje podrás saber algo más de este poeta: http://www.espaciomurena.com/4843/


MILAN KUNDERA

Milan Kundera dice que la poesía ha muerto.
Debe tener razón porque ya nadie
(salvo algunos poetas)
acostumbra a temblar con las palabras
en un libro de versos.
Si me lo hubieran avisado
—aunque yo soy su deudo más humilde—
habría concurrido a las exequias
y dejado una flor en su tumba.
Ahora estoy triste. Pienso en cuántas veces
ella me hizo feliz. Y ya no está.
¿Pero qué hacer si las palabras vienen
por el aire o se trepan a mis piernas?
¿Si las palabras vuelven, temblorosas,
bellas, sensuales, perentorias, mágicas,
y me reclaman una forma antigua
o un resplandor herido de futuro?
Tendré que consultarlo con los pájaros.


Del poemario Línea de sombra, 1986.


Yapa II

El dibujante Liniers y su mirada poética desde el formato historieta. 







1 comentario:

  1. Ejercicio

    Sobre la edad

    Nadie

    Estábamos seguros
    El tiempo era nuestro, dijimos
    Lo domamos, creímos
    lo guardamos en cajas
    y estantes
    en frascos y en flores desecadas
    en nuestras emocionadas fotos.

    Todo está guardado
    archivado, notariado
    inventariado

    Lástima
    Aliviado por el no ser
    o repuesto de haber sido
    sólo falta un lector.

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