BUSCÁNDOLE LA VUELTA AL ESPEJO Y LA TRANSTEXTUALIDAD:
EL DIÁLOGO DE Y CON OTROS TEXTOS
John William Waterhouse - Echo and Narcissus, 1903,
óleo sobre lienzo, Inglaterra, Liverpool, Walker Art Gallery
Transtextualidad
es un término acuñado por el teórico literario y narratólogo francés Gérard Genette. En su libro Palimpsestos: la literatura en segundo grado (1982), Genette
explica la transtextualidad, o “trascendencia textual del texto”, como “todo lo
que pone al texto en relación, manifiesta o secreta, con otros textos”. Dentro
de este marco, trabajamos el tema del objeto “espejo”
en tanto creador del “yo lírico” como, desde la duplicación y multiplicación de las imágenes,
la idea de sociedad donde todos nos vemos. Quizá el objeto que metafóricamente
más nos refleje en esta sociedad del siglo XXI ya sin vida privada.
Misterioso prodigio que incita e invita a levantar
vuelo con la imaginación, repasamos somera y básica, brevísima, la historia social
y cultural del espejo, su poderosa atracción, desde el charco que reflejaba en la edad de piedra a la
primitiva pero eficiente placa de metal pulido del antiguo Egipto, pasando por culturas, religiones y mitologías.
Luego abordamos los textos, tanto en poesía como en prosa. Y nos dimos cuenta de que todos los textos
en prosa referidos a espejos, en tanto objetos metafísicos y a la vez mágicos, deben sí o sí anclarse en un lenguaje poético.
Por eso, desde los argentinos Borges y Cortázar a Gudiño Kieffer, y por tantos
y tantos otros anteriores transtextuales: desde Lewis Carroll y su A través del espejo y lo que Alicia encontró
allí (en inglés: Through
the Looking-Glass, and What Alice Found There) a La Cenicienta,
de Charles Perrault, el espejo siempre tiene algo para decirnos y para
ocultarnos.
Aquí unas pocas referencias poéticas:
♦ Estoy solo y no hay nadie en el espejo,
la triste o tal vez liberadora realidad ciega de Borges.
♦ Casi siempre es el miedo de ser nosotros lo
que nos lleva delante del espejo, en Voces, de Antonio Porchia.
♦ Siempre fuiste mi espejo, quiero
decir que para verme tenía que mirarte, dice en un poema Julio
Cortázar.
♦ El arte no es un espejo para
reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma,
expresa Bertolt Brecht.
Y en prosa leímos:
♦ De
Historias de cronopios y de famas, de
Julio Cortázar:
Conducta de los espejos en la Isla de Pascua
Cuando se pone un espejo al oeste de la isla de
Pascua, atrasa. Cuando se pone un espejo al este de la isla de Pascua,
adelanta. Con delicadas mediciones puede encontrarse el punto en que ese espejo estará en hora, pero el
punto que sirve para ese espejo no es garantía de que sirva para otro, pues los
espejos adolecen de distintos materiales y reaccionan según les da la real
gana. Así Salomón Lemos, el antropólogo becado por la Fundación Guggenheim, se
vio a sí mismo muerto de tifus al mirar su espejo de afeitarse, todo ello al
este de la isla. Y al mismo tiempo un espejito que había olvidado al oeste de
la isla de Pascua reflejaba para nadie (estaba tirado entre las piedras) a
Salomón Lemos de pantalón corto yendo a
la escuela; después, a Salomón Lemos
desnudo en una bañadera, jabonado entusiastamente por su papá y su mamá;
después, a Salomón Lemos diciendo ajó para emoción de su tía Remeditos en una
estancia del partido de Trenque Lauquen.
♦ Por
último, leímos un interesante y muy poético cuento con un particular narrador en 2da persona,
casi género epistolar, de Eduardo Gudiño Kieffer:
Recomendaciones a Sebastián para la compra de un espejo
Mire, Sebastián, es en la calle Juncal. Venga,
acérquese; voy a decirle el número al oído -es mejor que nadie lo sepa, hay
secretos que conviene guardar muy bien-. Bueno. Usted entra en la boutique y
pregunta por la señora Hipólita. Le dirán que no está. Pero no se aflija,
Sebastián. Sugiera que va de parte de mistress Murphy y ponga cara de
inteligente. Le harán un gesto de complicidad y lo llevarán a la trastienda.
Abrirán una puertecita escondida entre los brillantes vestidos que cuelgan,
inmóviles pero vivos, de una increíble cantidad de perchas doradas. Podrá
entonces ingresar al cuarto de los espejos. La señora Hipólita, que adora a los
muchachos desgarbados como usted, le ofrecerá un cigarrillo. Acéptelo,
Sebastián, acéptelo y aspírelo con delectación, porque sin duda será un
cigarrillo egipcio con una pizquita de opio. Después contemple atentamente la
colección de espejos, emitiendo de vez en cuando una interjección oportuna y
discreta. Nada de exclamaciones altisonantes, a pesar del asombro. Y tenga en
cuenta que en ningún momento hay que pronunciar la palabra "mágico",
porque se supone que usted ya sabe que todos los espejos lo son, y en especial
los de la señora Hipólita.
Fíjese en
ése, Sebastián. Sí, en ése, el ovalado con marco de plata. Todos los días, a
las seis de la tarde, refleja a Rachel en su estupenda interpretación de
"Phédre". Es magnífico, ¿eh? O aquel otro, tan profundo en el
misterio de si azogue, tan rico en las volutas rococó que lo rodean. No niego
que es maravilloso. Pero no se lo aconsejo, porque al sonar las doce campanadas
de la medianoche muestra a un oficial de húsares de Grodno asesinado por su
novia vampiro. ¡Brrr! Mejor es el que está a su derecha; menos morboso y
sumamente eficiente. Hasta educativo: imagínese: a las seis de la mañana deja
ver a las damas mendocinas bordando una bandera. Es un espejo quizás demasiado
madrugador, claro, pero tan patriótico como un discurso de fiesta cívica. En
fin... hay que reconocer que la señora Hipólita tiene una colección fabulosa. Espejos
teatrales, pasionales, históricos... También tiene los que reflejan el futuro,
pero solo los muestra previa presentación del certificado de buena salud,
porque una vez tuvo problemas con el profesor N. El pobre era cardíaco y...
bueno, usted sabe el resto, salió en todos los diarios.
Lo importante
es que usted, Sebastián, puede comprar el espejo que más le interese. Los
precios son exorbitantes, es cierto, pero no cualquiera puede darse el lujo de
poseer cosas así. Además, si sonríe usted como lo está haciendo justamente
ahora, no dudo que la señora Hipólita le hará una rebaja o le dará felicidades.
Es una mujer muy tierna, muy sensible, muy maternal a veces. Aunque tan
arrugada que... pero eso no viene al caso. Elija el espejo que prefiera. Deje
su dirección, y mañana mismo lo enviarán a su casa. ¿Un consejo? No lo coloque
en el living ni en el escritorio ni en ningún lugar por donde pase mucha gente,
porque sus amigos son muy convencionales, muy burgueses, y el espejo puede
reflejar algo irritante, impropio para la gente decente. Suponga que se le
ocurra comprar el espejo de Paolo y Francesca...
¿Qué diría su
abuelita materna, Sebastián, que va a misa todos los domingos? No, hay que
tener cuidado, hay que ser respetuoso de las convicciones y de la moral de los
demás. Yo le sugeriría (y perdóneme el atrevimiento), que ponga el espejo en el
altillo, con otros trastos viejos. Más todavía: que lo cubra con algún paño
opaco. Y otra cosa aún, la más importante de todas: con los espejos de la
señora Hipólita es imprescindible ser puntual. Puntualísimo. Si no llega usted
a la hora exacta, no verá el espectáculo. Ni Rachel declamando, ni húsar
sangrando, ni damas mendocinas bordando, ni Paolo y Francesca fornicando
(perdón otra vez, hay palabras que realmente no suenan muy bien). Si llega
tarde sólo verá su propia cara, la misma de siempre, Sebastián, tan angulosa,
tan mística. Pero eso es lo de menos. Lo grave sucede cuando la curiosidad lo
impulsa a apurarse y lo obliga a llegar demasiado temprano, para averiguar cómo
prepara el espejo su "mise en scène". Eso puede ser fatal, porque los
espejos no toleran la curiosidad. Y sucederá que, al arrancar el paño que lo
cubre y enfrentarlo, se encontrará usted con que está vacío, con que no refleja
nada, con que su imagen en el espejo no existe y por lo tanto, claro, usted
tampoco. Es una platónica verdad. Al no verse en el espejo, sin duda se llevará
usted las manos a la cabeza, en un gesto de terror y asombro. Pero como usted
no existe, descubrirá que no tiene manos ni cabeza. Intentará salir corriendo
pero tampoco le será posible, pobre Sebastián, pues tampoco tendrá piernas. Y
se quedará por siempre allí, atrapado en un espejo vacío que alguna vez
retornará a la colección de la eterna señora Hipólita y reflejará, para otro
cliente como usted, joven y desgarbado, la imagen ascética de Sebastián, oh
Sebastián pálido de terror, sólo durante un minuto y a la hora en que se pone
el sol.
Y continuamos además buscándole la vuelta al tetraédrico
recurso de la prosopopeya, que comenzamos a ver la semana pasada, y cada uno de los asistentes al taller leyó sus poemas. Y se llevaron consignas para nuestro siguiente encuentro.
La Yapa
1- El bello y terrorífico soneto Al espejo (1975) de Jorge Luis Borges https://www.poeticous.com/borges/al-espejo?locale=es
3- Uno de los miembros del taller, Andrés Domynas, músico, nos sugirió la feliz transtextualidad con Miroirs (espejos, en francés), una suite de cinco piezas para piano compuesta por el francés Maurice Ravel entre 1904 y 1905.
Noctuelles
Oiseaux tristes Une barque sur l'océan Alborada del gracioso
Noctuelles
Oiseaux tristes Une barque sur l'océan Alborada del gracioso
Aviso parroquial
La Fundación Argentina para la Poesía convoca a presentarse a los dos
certámenes para poesía inédita, 2017, ambos con cierre de inscripción el 31 de
agosto 2017. Uno, Premio estímulo para jóvenes, de 18 a 40 años. El otro, el
clásico premio de la FAP, dedicado este año a la memoria y obra de Alfredo De
Cicco.
Consultá bases de cada concurso aquí:
¡Nos deseo una muy buena semana poética!
Y para los talleristas que quieran, ¡suban sus poemas!! :)
Gracias Sandra por Abordajes Poéticos y, en especial, por compartir este exquisito trabajo. Recorrerlo, adentrarse en los senderitos iluminados que se anuncian mediante citas y "yapas", es celebrarlo. También, lamentar no poder asistir personalmente a las clases. Muy buena Vida poética!
ResponderBorrarMuchas gracias a vos, Nancy (Y) y un abrazo poético
Borrar