jueves, 22 de mayo de 2014

Clase N° 6 22-05-2014



Recurso

Encabalgamiento:


Encabalgamiento es un efecto poético que ocurre cuando la pausa de fin de verso no coincide con una pausa morfosintáctica (una coma, un punto...). La frase inconclusa queda, por tanto, «a caballo» entre dos versos (efecto del que toma su nombre la figura retórica). Si en medio de combinaciones de palabras que no permiten pausas entre ellas (Sust. + Adj., Sust. + CN, etc.) se introduce la pausa final del verso, se produce el encabalgamiento.

Recurso de nivel fónico. Es un quiebre hacia lo semántico sintáctico. Engancha un verso con el siguiente. Es un recurso de la poesía medida. No aparece en la poesía libre. Sirve para cantar.

Existen dos tipos:

Abrupto o brusco: cuando la pausa se produce antes de la quinta sílaba del verso encabalgado.
Suave: el que va más allá de la quinta sílaba del verso encabalgado.

En la poesía libre no hace falta (sólo en lo espacial).

Ejemplos:

Miguel Hernández
”Elegía a Ramón Sijé”

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupa si estercolas...

Antonio Machado

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos
las polvorientas encinas!...




El poeta trabajado en esta clase fue el vasco Gabriel Celaya (1911-1991)

Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta (Hernani, Guipúzcoa, 18 de marzo de 1911 – Madrid, 18 de abril de 1991), conocido como Gabriel Celaya, fue un poeta español de la generación literaria de posguerra. Fue uno de los más destacados representantes de la que se denominó poesía comprometida o poesía social. Uno de los tres más importantes poetas del período de posguerra, junto con Angel González y José Manuel Caballero Bonald.  Escribió en español, no en vasco.

Su poesía es desgarrada, realista. No utiliza muchos recursos poéticos, aunque se pueden encontrar el encabalgamiento y el hipérbaton. Para Celaya la poesía es un para qué, es una forma de militar, transmitir un mensaje.

Su padre lo envió a Madrid a estudiar y a trabajar en sus empresas. Entre los años 1927 y 1935 vivió en la Residencia de Estudiantes, donde conoció a Federico García Lorca, José Moreno Villa y a otros intelectuales que lo inclinaron por el campo de la literatura, llevándolo a dedicarse por entero a la poesía. En 1946 fundó en San Sebastián, con su inseparable esposa Amparo Gastón, la colección de poesía «Norte» y desde entonces abandonó su profesión de ingeniería y su cargo en la empresa de su familia.

Obras
Marea del silencio, 1935
La soledad cerrada, 1947
Movimientos elementales, 1947
Tranquilamente hablando, 1947 (firmado como Juan de Leceta)
Objetos poéticos, 1948
El principio sin fín, 1949
Se parece al amor, 1949
Las cosas como son, 1949
Deriva, Alicante, 1950
Las cartas boca arriba, 1951
Lo demás es silencio, 1952
Paz y concierto, 1953
Ciento volando (con Amparo Gastón), 1953
Vía muerta, 1954
Cantos iberos, 1955
Coser y cantar (con Amparo Gastón), 1955
De claro en claro, 1956
Entreacto, 1957
Las resistencias del diamante, 1957
Música celestial (con Amparo Gastón), 1958
Cantata en Aleixandre, 1959
El corazón en su sitio, 1959
Para vosotros dos, 1960
Poesía urgente, 1960
La buena vida, 1961
Los poemas de Juan de Leceta, 1961
Rapsodia eúskara, 1961
Episodios nacionales, 1962
Mazorcas, 1962
Versos de otoño, 1963
Dos cantatas, 1963
La linterna sorda, 1964
Baladas y decires vascos, 1965
Lo que faltaba, 1967
Poemas de Rafael Múgica, 1967
Los espejos transparentes, 1968
Canto en lo mío, 1968
Poesías completas, 1969
Operaciones poéticas, 1971
Campos semánticos, 1971
Dirección prohibida, 1973
Función de Uno, 1973
El derecho y el revés, 1973
La hija de Arbigorriya, 1975
Buenos días, buenas noches, 1978
Parte de guerra, 1977
Poesías completas (Tomo I-VI), 1977-80
Iberia sumergida, 1978
Poemas órficos, 1981
Penúltimos poemas, 1982
Cantos y mitos, 1984
Trilogía vasca, 1984
El mundo abierto, 1986
Orígenes / Hastapenak, 1990
Poesías completas, 2001-04

Algunas de sus poemas vistos en clase:


La poesía es un arma cargada de futuro

Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.

De Cantos íberos (1955)

Pasa y sigue

Uno va, viene y vuelve, cansado de su nombre;
va por los bulevares y vuelve por sus versos,
escucha el corazón que, insumiso, golpea
como un puño apretado fieramente llamando,
y se sienta en los bancos de los parques urbanos,
y ve pasar la gente que aún trata de ser alguien.

Entonces uno siente qué triste es ser un hombre.
Entonces uno siente qué duro es estar solo.
Se hojean febrilmente los anuarios buscando
la profesión «poeta» —¡ay, nunca registrada!—.
Y entonces uno siente cansancio, y más cansancio,
solamente cansancio, tiempo lento y cargado.

Quisiera que escucharais las hojas cuando crecen,
quisiera que supierais lo que es abrirse el aire
creyendo que uno colma de evidencia el instante
con su golpe de savia y ascendencia situada,
quisiera que pensarais después de tanto esfuerzo
que esa gloria y sorpresa fueron luz, fueron nada.

Lloraríais conmigo la lágrima o la estrella,
lloraríais verdades de temblor transparente,
caeríais como gotas de lo espeso afligido
y en lo pálido y liso diminutos tambores
sonarían al paso de los números neutros
como largos sumandos de implacable cansancio.

Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, yo, plural, yo, horadado,
desalmándome lento, sintiendo ya los huesos
que, sueltos, se golpean, y al fin, desencajados,
baten, baten, aventan —polvo y paja— mi vida.
Lloraríais si vierais cómo pienso en vosotros.
Lloraríais, y, ¡ay!, lloro, lluevo amén mi fatiga.

Da miedo ser poeta; da miedo ser un hombre
consciente del lamento que exhala cuanto existe.
Da miedo decir alto lo que el mundo silencia.
Mas ¡ay! es necesario, mas ¡ay! soy responsable
de todo lo que siento y en mí se hace palabra,
gemido articulado, temblor que se pronuncia.

Pensadlo: ser poeta no es decirse a sí mismo.
Es asumir la pena de todo lo existente,
es hablar por los otros, es cargar con el peso
mortal de lo no dicho, contar años por siglos,
ser cualquiera o ser nadie, ser la voz ambulante
que recorre los limbos procurando poblarlos.

A través de mí pasa: yo irradio transparente,
yo transmito muriendo, yo sin yo doy estado
al hombre que si mira parece que algo exige,
y simplemente mira, me está siempre mirando,
y esperando, esperando desde hace mil milenios
que alguien pronuncie un verso donde poder tenderse.

Sonámbulos acuden a mí los que no saben
si sufren o si sólo por no muertos del todo
aún siguen suspirando sin encontrar su forma,
su expresión absoluta, su descanso y mi olvido.
Y como quien conjura fantasmas yo pronuncio
palabras en que dejo de ser quien soy por ellos.

Cuando grito, no grita mi yo para decirse.
Cuando lloro, quien llora dentro de mí es cualquiera,
y es tan sólo en los otros donde vivo de veras.
Mis cantos son los cantos rodados que una mansa
corriente milenaria suaviza y uniforma,
y el murmullo del agua los va deletreando.

¡Oh jóvenes poetas!, mirad, estoy llamando,
hundido en ese fondo que aún no ha sido expresado
de los muertos y el muerto que yo sumo al fracaso.
Decid lo que no supe, lo que nadie aún ha dicho.
Yo cumplí lo que pude, pero todo fue en vano,
y hoy me siento cansado —perdonadme—, cansado.

No me hagáis preguntas. Cantad cara al mañana
lo común de la sangre, lo perpetuo y corriente.
No, al solo yo atenidos, penséis que vuestra muerte
es la muerte sin vuelta y el fin de vuestro anhelo.
Mientras haya en la tierra un solo hombre que cante,
quedará una esperanza para todos nosotros.
Cantemos como quien respira,
Hablemos de lo que cada día nos ocupa
Nada de lo humano me es ajeno
En el poema debe haber barro
La poesía no es un fin en sí mismo
La poesía es para transformar el mundo.



El espejo

En soledad no estoy solo; alguien vive dentro de mí.
Narciso ve en el agua un ser que no es él mismo;
se inclina ávidamente buscando su secreto,
pero descubrirlo es entrar en la muerte.
El que se asoma a un espejo está cogido:
le sorprenden los misterios imprevistos.
Al tenue resplandor de las brisingas
surgen los jardines abisales del delirio.
Levísimo, cantando, muy lejos, en el fondo,
algo me arrastra suavemente a su sima;
me dan miedo esos ojos, mis ojos, tan extraños
cuando desde el alinde me miran implacables.
Su presencia, mi reflejo, me vuelve hacia mí mismo,
me hunde poco a poco en mis céntricos abismos,
me lleva hasta esa blanca catedral del silencio
donde la luna es la virgen desnuda que yo adoro.
Un fantasma se levanta de mis ruinas congeladas
y soy yo, soy yo mismo, mi doble;
oigo su voz que es un frío en mis huesos,
su voz que me revela... No sé; no recuerdo.
¡ Oh virgen de los lívidos ojos desorbitados,
envuelta en un halo de plata violeta,
de palidez nocturna, de frío de menta,
virgen desamparada en la orilla del cielo !
Luz cenital; sala de mármol:
sobre el blanco pavimento estás tendida,
desnuda y desangrada, no dormida,
soñada por la luna de los asesinatos.
No sonriendo, ni triste, ni severa,
hierática en la altura de un silencio,
mirándome y mirándote en mis ojos
absortos como un mar frío y sin sueño.

Del libro: La soledad cerrada

El espejo me refleja

El espejo me refleja, me vuelve hacia mí mismo.
Lentamente me hundo en mis pálidos abismos.
Me veo reflejado, ya, desde muy lejos,
Perdido en esa blanca catedral del silencio
Donde la luna es la virgen desnuda y muerta que yo adoro.
La noche tiende sus trampas invisibles:
El que se asoma a un espejo está cogido,
Le sorprenden los misterios imprevistos,
Se pierde en un laberinto de cristales y espejos giratorios.
En el fondo del silencio la muerte es un río lento;
Yo lo miro pasar de la luna al azogue;
Mientras alguien apoya sus dedos helados sobre las yemas de mis dedos
No sé qué me mueve a sonreír tristemente.
Alguien me lleva de la mano por el borde de los precipicios;
Un amor, un delirio, el vértigo me llama;
El espanto es el más dulce de los escalofríos
Cuando crece súbitamente como un árbol en el fondo de la carne.
Me miro fijamente en el espejo:
La noche me ha cogido en sus trampas sutiles.
Me siento cada vez más hondo:
La muerte se inclina sobre mí para besarme.
Me dan miedo esos ojos, mis dos ojos sin nubes
Que desde el espejo me miran implacables
Mientras baten espadas de luz
En sus aguas heladas y azules.

De Marea de Silencio


Quien me habita
Car Je «est» un autre.
Rimbaud

¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar,
y oír como una lejana catarata que la vida se derrumba,
y cerrar los ojos, y abrirlos, y mirar!
¡Qué extraño es verme aquí sentado!
¡Qué extraño verme corno una planta que respira,
y sentir en el pecho un pájaro encerrado,
y un denso empuje que se abre paso difícilmente
por mis venas!
¡Qué extraño es verme aquí sentado,
y agarrarme una mano con la otra,
y tocarme, y sonreír, y decir en voz alta
mi propio nombre tan falto de sentido!
¡Oh, qué extraño, qué horriblemente extraño!
La sorpresa hace mudo mi espanto.
Hay un desconocido que me habita
y habla como si no fuera yo mismo.La luna
Equilibrio matemático de esferas
Arboles blancos de escarcha

Del libro: Marea del silencio

La luna es una ausencia

De cuerpos en la nieve;
El mar, la afirmación
De lo total presente.
¡Adiós, pájaros altos,
Instantes que no vuelven!
¡Cuánto amor en la tarde
Que se me va y se pierde!
El mar de puro ser
Se está quedando inerte.
¡Ser mar! ¡Ser sólo mar!
Lo quieto en lo presente.
Y no luna sin sangre,
Blanco abstracto hacia muerte,
Máscara del silencio,
Teoría de nieve.
¡Ser mar! ¡Ser sólo mar!
¡Mar total en presente!

Del libro: Marea del silencio

Desnudo en la brisa

Cuerpos desnudos para el aire desnudo.
Para el cielo claro y duro
Mis dos gritos de oro agudo
Para la brisa delgada
-Alcohol puro de pájaros y altura-
La embriaguez del salto y la carrera
O la suelta melena de la fuga.
Luz vertical se alza el aire
Desde mi cuerpo desnudo
Hacia el gozo de las altas claridades.

Del libro: Marea del silencio

Tus gritos y mis gritos en el alba

Tus gritos y mis gritos en el alba.
Nuestros blancos caballos corriendo
Con un polvo de luz sobre la playa.
Tus labios y mis labios de salitre.
Nuestras rubias cabezas desmayadas.
Tus ojos y mis ojos,
Tus manos y mis manos.
Nuestros cuerpos
Escurridizos de algas.
¡Oh amor, amor!
Playas del alba.


1 comentario:

  1. Ejercicio
    Clase 22-5-14
    Uso del encabalgamiento

    El minotauro, una tarde de lluvia.

    Escribir sin saber
    a dónde voy. Vagar
    por una ciudad vacía
    Escuchar la nada
    Invisible, ciega.

    Escribir sin pensar
    Las palabras surgen
    porque sí, solas,
    Como si guiadas
    Fueran a algún lado
    Que yo no sé cuál es

    Escribir en un bar
    Servilletas ciegas
    Ajenidades, tibiezas
    Que vas a leer.
    Alguna vez.


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