"La poesía no puede cambiar el mundo,
intensifica la conciencia pero no puede cambiar el mundo. La poesía tiene que
ser subversiva en lo específico de su lenguaje, no en el contenido; para eso ya
están los periódicos", dice Antonio Gamoneda.
En uno de sus ensayos, define la poesía:
"Es arte de la memoria en la perspectiva de la
muerte".
"La poesía no puede cambiar el mundo,
intensifica la conciencia pero no puede cambiar el mundo. La poesía tiene que
ser subversiva en lo específico de su lenguaje, no en el contenido; para eso ya
están los periódicos", dice Antonio Gamoneda.
En uno de sus ensayos, define la poesía:
"Es arte de la memoria en la perspectiva de la
muerte".
Hoy veremos la poética de Antonio Gamoneda,
absolutamente metafórica. Y curiosamente, un poeta al que la durísima realidad
fue marcando su obra a fuego e indicándole el camino de su recorrido
poético. La obra de Antonio Gamoneda, toda, es una suerte de particular
autobiografía.
Su voz tiene la cadencia pesada del hombre
atravesado por la vida del siglo XX. Su búsqueda de la belleza tiene en sí
misma el concepto de justicia. A través de su obra, relata la emoción de
la vida diciendo “Yo vi lo que vi”.
Llama poderosamente la atención hasta qué punto el
cerrojo y la imposibilidad de vivir en libertad lleva al hombre a aprender
rápidamente a volar en metáforas. El poeta alimentó una voz que viene de
la pobreza, de la militancia y del dolor.
De formación autodidacta, dirá en ocasión de recibir
en 2006 el Premio Cervantes, el más importante otorgado para literatura en la
lengua española, que viene de la penuria y del trabajo alienante. Que existe un
estado pasional del pensamiento, desde una cultura de la pobreza, que es una
cultura diferenciable de la que prospera en una situación privilegiada.
En su poética, Gamoneda no desarrolla un relato
emotivo, ni siquiera cuando anuncia que va a hacerlo; los hechos se fragmentan
en sensaciones, en detalles aislados de su contexto, transportan ecos de
tiempos anteriores, a lo que el poeta llama interiorización. Sólo cuentan
los sucesos interiorizados –escasos, hirientes– y éstos ofrecen su tenaz
recurrencia, sus metamorfosis, su permanecer. Es una suerte peculiar de forma
autobiográfica: no narrativa ni tampoco referencial de modo directo; pero sí
tejida en la constancia de las imágenes y de los núcleos de interés, de los
elementos que se tornan emblemáticos, de las figuras y personajes relevantes.
Se trata de una dinámica minimalista y reiterativa que se impone en la lectura
conjunta de la obra.
Fue el poeta que le dijo NO a la Real Academia de la Lengua Española, porque le correspondía estar allí por haber sido galardonado con el mayor premio de la lengua española.
-¿Por qué no?, le preguntó oportunamente una
periodista.
Respondió con natural ironía:
-¿Qué pintaba yo allí? Además hubiera tenido que
perder a lo mejor tres días a la semana, porque entonces había menos trenes
todavía. Luego se arregló lo de los trenes pero a mí no me tira eso. Yo pienso
que la Academia está muy bien para los lingüistas y que los escritores están un
poco de adorno allí. No es mi función.
En estos links podremos verlo y escucharlo en el
discurso que dio en el momento de
recibir el Premio Cervantes:
El recurso poético que veremos, vinculado con Gamoneda,
es la alegoría, es decir, un conjunto de metáforas encadenadas.
Antonio
Gamoneda nació en Oviedo, 30 de mayo de
1931.
Aunque asturiano de nacimiento, desde los tres años vive en León, ciudad
y entorno geográfico en el que se ha desarrollado su existencia y ha madurado
su obra. Por su fecha de nacimiento se le ha relacionado con el grupo poético
de la generación española del ´50.
Su padre, también llamado Antonio, fue un poeta modernista que publicó un único libro, Otra más alta vida, en 1919. En 1934, ya huérfano de padre, se trasladó con su madre, Amelia Lobón a León. La presencia de su madre como refugio ante el horror y la miseria de la guerra y la posguerra es recurrente en toda su poesía. En 1936, con las escuelas cerradas a causa de la Guerra Civil, aprendió a leer con uno de los pocos libros que había en su casa, el poemario de su padre ("considero imposible que, con la muerte por medio, pueda darse una relación más real entre un padre y un hijo que la que aconteció en mi infancia”, dijo).
Su padre, también llamado Antonio, fue un poeta modernista que publicó un único libro, Otra más alta vida, en 1919. En 1934, ya huérfano de padre, se trasladó con su madre, Amelia Lobón a León. La presencia de su madre como refugio ante el horror y la miseria de la guerra y la posguerra es recurrente en toda su poesía. En 1936, con las escuelas cerradas a causa de la Guerra Civil, aprendió a leer con uno de los pocos libros que había en su casa, el poemario de su padre ("considero imposible que, con la muerte por medio, pueda darse una relación más real entre un padre y un hijo que la que aconteció en mi infancia”, dijo).
En 1941 comenzó a recibir instrucción gratuita en el colegio religioso de los Padres Agustinos hasta 1943, año en el que el poeta se auto expulsó.
Su primer poema data de 1947. El
poeta vivió inicialmente en el principal barrio obrero, y ferroviario, de la
ciudad, El Crucero. Un entorno que supuso para el Gamoneda niño una descarnada
vivencia de las miserias y crímenes de la Guerra Civil Española y, en especial,
de la represión llevada a cabo por los 'nacionales' durante el conflicto y en
la inmediata posguerra. Una experiencia no querida que impactó en su especial
sensibilidad, dejando huella en la psicología y en la memoria del poeta
("Yo vi lo que vi”).
Al día siguiente de cumplir 14 años empezó a
trabajar como meritorio y recadero en el hoy extinguido Banco Mercantil.
Terminó por libre sus estudios medios y permaneció en la condición de empleado
de banca durante veinticuatro años hasta 1969.
Mientras trabajaba en el banco tomó contacto y fue
parte de la resistencia intelectual al franquismo. Se dio a conocer
poéticamente con Sublevación inmóvil
(1953-1959), publicado en Madrid en 1960, obra con la que fue finalista del
premio Adonais de poesía, y que supuso una ruptura con las tradicionales reglas
realistas de la época. En 1969 pasó a crear y dirigir los servicios culturales
de la Diputación Provincial de León y, a partir del ´70, la colección Provincia de poesía, intentando promover
una cultura progresista con el dinero de la dictadura. Fue privado de su
condición de funcionario, y posteriormente recontratado, mediante sentencia
judicial. Durante estos años comenzó a colaborar asiduamente en diferentes
revistas culturales.
A esta etapa pertenecen La tierra y los labios (1947-1953), no publicado hasta la aparición
del volumen Edad, que recoge su
poesía hasta 1987; Exentos I
(1959-1960), poemas no aparecidos hasta Edad; Blues castellano (1961-1966), obra no publicada por motivos de
censura hasta 1982 y Exentos II (Pasión de la mirada) (1963-1970), publicada
con múltiples variaciones en 1979 con el título León de la mirada.
A esta primera etapa siguió un silencio poético de
siete u ocho años, significativamente años marcados por la muerte del dictador
Francisco Franco y los inicios de la llamada transición. Este tiempo, manifiesto
por la crisis existencial e ideológica, se hace sentir en su siguiente obra Descripción de la mentira, León 1977, un
largo poema que marcó un giro hacia una total madurez poética. Posteriormente
publica Lápidas (Madrid, 1987) y Edad, el volumen que recoge toda su
poesía hasta 1987, revisada por el autor, y que le valió el Premio Nacional de
Literatura.
En 1992 apareció Libro
del frío, que lo consagra como uno de los poetas más importantes en lengua
castellana. En el año 2000 vio la luz la versión definitiva de esta obra, que
incluía Frío de Límites, obra
procedente de una colaboración con Antoni Tàpies pero que, desgajada de la
pintura, adquiría el carácter de addenda necesaria
de Libro del frío. Previamente habían
aparecido los poemas de Mortal 1936,
acompañando a unas serigrafías de Juan Barjola sobre la matanza en la plaza de
toros de Badajoz durante la Guerra Civil, y no llegaron a publicarse Exentos III (1993-1997).
Arden
las pérdidas es publicado en 2003, libro que culmina
la madurez iniciada en Descripción de la
mentira, de una poesía en la perspectiva de la muerte en la que lo perdido
(la infancia, el amor, los rostros del pasado, la ira…) aún arde en el tránsito
hacia la vejez con mayor lucidez, con mayor claridad, con mayor frío. Tras él
vendrán Cecilia (2004) y Esta luz: poesía reunida: (1947-2004),
(2004).
En 2006 año obtuvo el Premio Reina Sofía y el Premio
Cervantes.
Durante esta segunda etapa, entre 1979 hasta 1991,
fue director gerente de la Fundación Sierra-Pambley, creada en 1887 por
Francisco Giner de los Ríos bajo los principios de la Institución Libre de
Enseñanza. Posteriormente fue miembro del Patronato hasta 2007.
El 20 de abril de 2008 introdujo un mensaje en la
Caja de las Letras del Instituto Cervantes, cuyo contenido se sabrá en 2022.
La
Película
"La belleza no es un lugar para cobardes", dice Gamoneda en la película que sobre su vida y obra se realizó en 2009 con el título Antonio Gamoneda. Escritura y Alquimia, una coproducción hispano-argentina realizada por Enrique Corti y César Renduelas, en la que se muestran los fogones creativos del poeta leonés.
La película, que es una reflexión en voz alta sobre el pensamiento poético del Premio Cervantes, su vida, sus orígenes y cómo se ha ido pergeñando ese mundo lleno de símbolos, dolores y silencios, fue rodada a lo largo de 2007, en su mayor parte en la casa de Gamoneda en León, pero también en sus calles, en los bosques y en los escenarios que han conformado su vida y su voz poética desde la infancia.
Fue producida por el Círculo de Bellas Artes, la Universidad Nacional de San Martín (Argentina) y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. El filme en color, que se construye también a partir de dos entrevistas realizadas por las poetas Amalia Iglesias y Julia Piera, y a distintos viajes que realizó el poeta por los escenarios que lo marcaron, también sale a la calle, editado en un volumen, al que acompaña un disco con las lectura poéticas que Gamoneda ha realizado a lo largo de dos décadas en el Círculo de Bellas Artes.
Antonio Gamoneda muestra al espectador retazos de su vida y sus confesiones más íntimas, en una documental lleno de imágenes con la nieve, el sol y el frío. Un frío que ha perseguido a Gamoneda desde la infancia, a la que dedicó El libro del frío. "El frío era inevitable", dice.
El documental también recoge la casa de la infancia del escritor en el barrio obrero. Sus dificultades, su militancia en la política clandestina, sus amigos en esas lides, a lo que ha perdido, él es el único superviviente. Unos se suicidaron y otros fueron muriendo.
La música de jazz, Billie Holliday. Su posicionamiento con los poetas coetáneos, de la generación de los ´50, a los que confiesa respetar en su mayoría, pero con los que es crítico por abanderar una supuesta poesía social y realista con la que el autor siempre se ha mostrado crítico.
La Guerra Civil, el barrio donde escuchaba de niño los gritos de las mujeres que veían cómo se llevaban a sus maridos, la dureza de la situación en la que quedaron su madre y él, que tuvo que trabajar desde jovencito, el color blanco, el libro de los venenos, con sus tarros, la poesía como veneno, o la pureza de la nieve, conforman este documental que comienza con la cabeza del autor realizada en barro por Jesús Martínez Labrador.
Una escultura que despierta con sus arrugas el sentimiento del poeta hacia la vejez, y un símbolo de un poeta que camina hacia la muerte sin miedo. Eso, según él, es la poesía: "Mi poesía está marcada por la temporalización y, por tanto, por la conciencia de muerte, pero yo amo la vida".
A continuación, ahora sí, veremos su poética,
compuesta por una voz descarnada, sustantiva y metafórica. Verán que asimismo
trabaja la prosa poética.
Algunos poemas de Antonio Gamoneda:
Incandescencia
y ruinas
I
Yo
invoco la cabeza
más
sagrada que exista
debajo
de la nieve.
Mi
corazón azul
canta
purificado por el silencio.
II
Vándalo
de pureza,
hostígame.
Si hablas,
yo
bajaré mis labios
hasta
el agua salvaje.
De
aquella gruta donde
abrasa
la frescura,
ha
de surgir un rey
sucio
de profecías.
Oh
corazón que ves
en
toda oscuridad,
cuándo
estaremos ciegos
en
luz, cuándo hablarás,
habitante
del fuego.
III
Un
perro milagroso
come
en mi corazón.
Ceremonia
salvaje:
mi
dolor se incorpora
al
perro enamorado.
IV
En
la cavidad que sabes,
suena
una voz. Lengua fría,
tú,
que silbas en la noche,
metal
vivo de palabras,
dime,
loco ruiseñor
del
invierno, dime, tú,
que
quizá participas
de
una materia luminosa,
a
quién anuncias ya
además
de a la muerte.
V
Anticanto
de amor,
quién
te beberá, quién
pondrá
la boca en esta
espuma
prohibida.
Quién,
qué dios, qué
enloquecidas
alas
podrán
venir, amar
aquí.
Donde no hay nada.
Propongo
mi cabeza
atormentada...
Propongo
mi cabeza atormentada
por
la sed y la tumba. Yo quería
despedir
un sonido de alegría;
quizá
sueno a materia desollada.
Me
justifico en el dolor. No hay nada;
yo
no encuentro en mis huesos cobardía.
En
mi canto se invierte la agonía;
es
un caso de luz incorporada.
Propongo
mi cabeza por si hubiera
necesidad
de soportar un rayo.
No
hablo por mí solo. Digo, juro
que
la belleza es necesaria. Muera
lo
que deba morir; lo que me callo.
No
toques, Dios, mi corazón impuro.
Música
de cámara
I
Si
pudiera tener su nacimiento
en
los ojos la música, sería
en
los tuyos. El tiempo sonaría
a
tensa oscuridad, a mundo lento.
Mezclas
la luz en el cristal sediento
a
intensidad y amor y sombra fría.
Todavía
silencio, todavía
el
sonido no tiene movimiento.
Pero
llega un relámpago; se anudan
en
los ojos lo bello y lo potente.
La
fría sombra se convierte en fuego.
La
belleza y el ansia se desnudan.
La
música se eleva transparente.
Oh,
sonido de amor, déjame ciego.
II
Yo,
sin ojos, te miro transparente.
En
la música estás, de ella has nacido;
de
este grito de luz, de este sonido
a
mundo amado luminosamente.
Y
yo escucho después —agua creciente—
a
la música en ti: todo el latido,
todo
el pulso del aire convertido
a
tu belleza, a tu perfil viviente.
Tumba
y madre recíproca, del canto
orientas
a tus venas la agonía,
y
tus ojos asumen su potencia.
Oh
prisión de la luz, después de tanto,
ya
veo en el silencio: la armonía
es
tu cuerpo, tu amada consistencia.
Blues
del cementerio
Conozco
un pueblo –no lo olvidaré–
que
tiene un cementerio demasiado grande.
Hay
en mi tierra un pueblo sin ventura
porque
el cementerio es demasiado grande.
Sólo
hay cuarenta almas en el pueblo.
No
sé para qué tanto cementerio.
Cierto
año la gente empezó a irse
y
en muchas casas no quedaba nadie.
El
año que la gente empezó a irse
en
muchas casas no quedaba nadie.
Se
llevaban los hijos y las camas.
Tenían
que matar los animales.
El
cementerio ya no tiene puertas
y
allí entran y salen las gallinas.
El
cementerio ya no tiene puertas
y
salen al camino las ortigas.
Parece
que saliera el cementerio
a
los huertos y a las calles vacías.
Conozco
un pueblo. No lo olvidaré.
Ay,
en mi tierra sin ventura,
no
olvidaré a mi pueblo.
¡Qué
mala cosa es haber hecho
un
cementerio demasiado grande!
1.
En
la quietud de madres inclinadas sobre el abismo
En
ciertas flores que se cerraron antes de ser abrasadas por el infortunio, antes
de que
los
caballos aprendieran a llorar.
En
la humedad de los ancianos.
En
la sustancia amarilla del corazón.
2.
Tras
asistir a la ejecución de las alondras has descendido aún hasta encontrar tu
rostro dividido entre el agua y la profundidad.
Te
has inclinado sobre tu propia belleza y con tus dedos ágiles acaricias la piel
de la mentira: ah tempestad de oro en tus oídos, mástiles en tu alma,
profecías...
Mas
las hormigas se dirigen hacia tus llagas y allí procrean sin descanso y hay
azufre en las tazas donde debiera hervir la misericordia.
Es
esbelta la sombra, es hermoso el abismo: ten cuidado, hijo mío, con ciertas
alas que rozan tu corazón.
3.
No
hay salud, no hay descanso. El animal oscuro viene en medio de los vientos y
hay extracción de hombres bajo los números de la desgracia. No hay salud, no
hay descanso. Crece un negro bramido y tú interpones los estambres más tristes
(bajo un sol incesante, en un cuenco de llanto, en la raíz morada del augurio)
y las madres insomnes, las que habitan las celdas del relámpago, deslizan sus
miradas en un bosque de lápidas.
¿Gimen
aún los pájaros? Todo está ensangrentado. Sordo en el fondo de la música, ¿debo
insistir aún? Hay vigilancia en los jardines interpuestos entre mi espíritu y
la precisión de los espías. Hay vigilancia en las iglesias.
Guárdate
de la calcinación y del incesto; guárdate, digo, de ti misma, España
(Canción
de los espías)
4.
Desde
los balcones, sobre el portal oscuro, yo miraba con el rostro pegado a las
barras frías; oculto tras las begonias, espiaba el movimiento de hombres
cenceños. Algunos tenían las mejillas labradas por el grisú, dibujadas con
terribles tramas azules; otros cantaban acunando una orfandad oculta. Eran
hombres lentos, exasperados por la prohibición y el olor de la muerte.
(Mi
madre, con los ojos muy abiertos, temerosa del crujido de las tarimas bajo sus pies,
se acercó a mi espalda y, con violencia silenciosa, me retrajo hacia el
interior de las habitaciones. Puso el dedo índice de la mano derecha sobre sus
labios y cerró las hojas del balcón lentamente.)
5.
Vienen
dibujando cúpulas: deshabitan fresnos y se alimentan de gramíneas blancas.
Sus
alas se abren sobre mi frente como en los días de la enfermedad. Vi la
infección en los jardines ciudadanos; vi las hormigas sobre algodones
ensangrentados y, sin embargo, fue un día alimentado por la dulzura. Una
canción se instalaba en la lentitud y la distancia habla en la música. Lame los
cerros polvorientos antes de entrar en mi corazón. Aquella tarde sobre las
ciénagas de Armunia puso veneno en mis oídos y una miel negra sobre los andenes
de la Clasificación. Alguien gimió y los altavoces enmudecieron en el
crepúsculo. Una tristeza giratoria acude a la restitución del silencio y las
torres arden bajo los pájaros tardíos.
6.
Llegan los números
En
tus dos lenguas hoy estuve triste;
en
la que habla de misericordia
y
en la que arde ilícita.
En
dos alambres puse mi esperanza.
Estoy
viendo dos muertes en mi vida.
7.
Eran
tiempos atravesados por los símbolos. Tuve un cordero negro. He olvidado su mirada
y su nombre.
Al
confluir cerca de mi casa, las sebes definían sendas que, entrecruzándose sin conducir
a ninguna parte, cerraban minúsculos praderíos a los que yo acudía con mi cordero.
Jugaba a extraviarme en el pequeño laberinto, pero sólo hasta que el silencio hacía
brotar el temor como una gusanera dentro de mi vientre. Sucedía una y otra vez;
yo sabía que el miedo iba a entrar en mí, pero yo iba a las praderas.
Finalmente,
el cordero fue enviado a la carnicería, y yo aprendí que quienes me amaban
también podían decidir sobre la administración de la muerte.
8.
Soy
el que ya comienza a no existir
y
el que solloza todavía.
Qué
cansancio ser dos inútilmente.
9.
Amor
Mi
manera de amarte es sencilla:
te
aprieto a mí
como
si hubiera un poco de justicia en mi corazón
y
yo te la pudiese dar con el cuerpo.
Cuando
revuelvo tus cabellos
algo
hermoso se forma entre mis manos.
Y
casi no sé más. Yo sólo aspiro
a
estar contigo en paz y a estar en paz
con
un deber desconocido
que
a veces pesa también en mi corazón.
10.
Viene el olvido
La
luz hierve debajo de mis párpados.
De
un ruiseñor absorto en la ceniza, de sus negras entrañas musicales, surge una tempestad.
Desciende el llanto a las antiguas celdas, advierto látigos vivientes y la
mirada inmóvil de las bestias, su aguja fría en mi corazón.
Todo
es presagio. La luz es médula de sombra: van a morir los insectos en las bujías
del amanecer. Así arden en mí los significados.
11.
Había
vértigo y luz en las arterias del relámpago,
fuego,
semillas y una germinación desesperada.
Yo
desgarraba la imposibilidad,
oía
silbar a la máquina del llanto y me perdía en la espesura
vaginal.
También entraba en urnas policiales. Así
olvidaba
los ojos blancos de mi madre.
Vivía
Parece
ser
Vivía
Ahora
mismo atiendo distraído a mi estertor. No hay en mí
memoria
ni olvido; única y simplemente lucidez.
Han
desaparecido los significados y nada estorba ya a la
indiferencia.
Definitivamente,
me he sentado
a
esperar a la muerte
como
quien espera noticias ya sabidas.
12.
Sin razón
He
interrogado hasta el amanecer al pozo
de
las preguntas. Es mentira que el corazón
sepa
decirse mejor en esa sombra.
He
interrogado a la memoria y al camino,
y
al cielo turbio que coagulaba dudas.
Pero
no bastaba crecer en los escombros
del
verbo, ni formular la cicatriz reciente.
Un
paisaje de puertas: entran y salen
las
mascarillas de la muerte. Un paisaje
de
paredes que respiran, de paredes
taladradas
por sus ojos insomnes.
Busca
inútilmente
el
rostro y su verdad, para que el miedo
aprenda
a descifrar más despacio los pasos.
Una
respuesta bastaría para narcotizar
la
angustia, o el sopor de ser
gota
a gota un espectro.
Buscas
las piezas del puzzle
que
faltaban, amontonas los trozos
pero
se quedan fuera los detalles.
Una
respuesta sólo bastaría...
Pero
en los pasillos de la noche
sólo
escuchas ese ruido de pies
acostumbrados
a arrastrarse
hacia
los desiertos.
13.
Entre
el estiércol y el relámpago escucho el grito del pastor.
Aún
hay luz sobre las alas del gavilán y yo desciendo a las hogueras húmedas.
He
oído la campana de la nieve, he visto el hongo de la pureza, he creado el
olvido.
14.
El
cuerpo esplende en el zaguán profundo, ante la trenza del esparto y los
armarios
destinados
a los membrillos y las sombras.
De
pronto, el llanto enciende los establos.
Una
vecina lava la ropa fúnebre y sus brazos son blancos entre la noche y el agua.
15.
Alguien
ha entrado en la memoria blanca, en la inmovilidad del corazón.
Veo
una luz debajo de la niebla y la dulzura del error me hace cerrar los ojos.
En
la ebriedad de la melancolía; como acercar el rostro a una rosa enferma,
indecisa
entre
el perfume y la muerte.
16.
Tu
cabello encanece entre mis manos y, como aguas silenciosas, nos abandonan los recuerdos.
Siento la frialdad de la existencia pero tu olor se extiende en las habitaciones
y tu lascivia vive en mi corazón y entra mi pensamiento en tus heridas.
17.
Amé
las desapariciones y ahora el último rostro ha salido de mí.
He
atravesado las cortinas blancas:
ya
sólo hay luz dentro de mis ojos.
No olviden subir sus poemas al blog. ¡Buena semana
poética!
Ejercicio
ResponderBorrarAntonio Gamoneda
Requiem
Desde ese cielo de grandes telones
desde los balcones coléricos
desde las miradas vacías.
desde el suelo que retiembla de vías crueles
Los juguetes estallan en pedazos
se arremolinan nubes de zapatos huérfanos
las sonrisas se disuelven de las fotos
la muerte se avergüenza de sí misma.
Como un trueno ausente de sentido
como un canto en medio de la noche
despierto de recuerdos de otra vida
que no tuve. Pero que la tuve.