sábado, 8 de agosto de 2015

Clase N° 43 - jueves 30 de julio 2015

"La poesía no puede cambiar el mundo, intensifica la conciencia pero no puede cambiar el mundo. La poesía tiene que ser subversiva en lo específico de su lenguaje, no en el contenido; para eso ya están los periódicos", dice Antonio Gamoneda.  

En uno de sus ensayos, define la poesía: 
"Es arte de la memoria en la perspectiva de la muerte".



Hoy veremos la poética de Antonio Gamoneda, absolutamente metafórica. Y curiosamente, un poeta al que la durísima realidad fue marcando su obra a fuego e indicándole el camino de su recorrido poético. La obra de Antonio Gamoneda, toda, es una suerte de particular autobiografía.

 Su voz tiene la cadencia pesada del hombre atravesado por la vida del siglo XX. Su búsqueda de la belleza tiene en sí misma el concepto de justicia. A través de su obra, relata la emoción de la vida diciendo “Yo vi lo que vi”.

Llama poderosamente la atención hasta qué punto el cerrojo y la imposibilidad de vivir en libertad lleva al hombre a aprender rápidamente a volar en metáforas. El poeta alimentó una voz que viene de la pobreza, de la militancia y del dolor.

De formación autodidacta, dirá en ocasión de recibir en 2006 el Premio Cervantes, el más importante otorgado para literatura en la lengua española, que viene de la penuria y del trabajo alienante. Que existe un estado pasional del pensamiento, desde una cultura de la pobreza, que es una cultura diferenciable de la que prospera en una situación privilegiada.



En su poética, Gamoneda no desarrolla un relato emotivo, ni siquiera cuando anuncia que va a hacerlo; los hechos se fragmentan en sensaciones, en detalles aislados de su contexto, transportan ecos de tiempos anteriores, a lo que el poeta llama interiorización. Sólo cuentan los sucesos interiorizados –escasos, hirientes– y éstos ofrecen su tenaz recurrencia, sus metamorfosis, su permanecer. Es una suerte peculiar de forma autobiográfica: no narrativa ni tampoco referencial de modo directo; pero sí tejida en la constancia de las imágenes y de los núcleos de interés, de los elementos que se tornan emblemáticos, de las figuras y personajes relevantes. Se trata de una dinámica minimalista y reiterativa que se impone en la lectura conjunta de la obra.


Fue el poeta que le dijo NO a la Real Academia de la Lengua Española, porque le correspondía estar allí por haber sido galardonado con el mayor premio de la lengua española.
-¿Por qué no?, le preguntó oportunamente una periodista. 
Respondió con natural ironía:

-¿Qué pintaba yo allí? Además hubiera tenido que perder a lo mejor tres días a la semana, porque entonces había menos trenes todavía. Luego se arregló lo de los trenes pero a mí no me tira eso. Yo pienso que la Academia está muy bien para los lingüistas y que los escritores están un poco de adorno allí. No es mi función.
En estos links podremos verlo y escucharlo en el discurso que dio  en el momento de recibir el Premio Cervantes:




El recurso poético que veremos, vinculado con Gamoneda, es la alegoría, es decir, un conjunto de metáforas encadenadas.

Antonio Gamoneda nació en Oviedo, 30 de mayo de 1931.

Aunque asturiano de nacimiento, desde los tres años vive en León, ciudad y entorno geográfico en el que se ha desarrollado su existencia y ha madurado su obra. Por su fecha de nacimiento se le ha relacionado con el grupo poético de la generación española del ´50.

Su padre, también llamado Antonio, fue un poeta modernista que publicó un único libro, Otra más alta vida, en 1919. En 1934, ya huérfano de padre, se trasladó con su madre, Amelia Lobón a León. La presencia de su madre como refugio ante el horror y la miseria de la guerra y la posguerra es recurrente en toda su poesía. En 1936, con las escuelas cerradas a causa de la Guerra Civil, aprendió a leer con uno de los pocos libros que había en su casa, el poemario de su padre ("considero imposible que, con la muerte por medio, pueda darse una relación más real entre un padre y un hijo que la que aconteció en mi infancia”, dijo).

En 1941 comenzó a recibir instrucción gratuita en el colegio religioso de los Padres Agustinos hasta 1943, año en el que el poeta se auto expulsó.
Su primer poema data de 1947. El poeta vivió inicialmente en el principal barrio obrero, y ferroviario, de la ciudad, El Crucero. Un entorno que supuso para el Gamoneda niño una descarnada vivencia de las miserias y crímenes de la Guerra Civil Española y, en especial, de la represión llevada a cabo por los 'nacionales' durante el conflicto y en la inmediata posguerra. Una experiencia no querida que impactó en su especial sensibilidad, dejando huella en la psicología y en la memoria del poeta ("Yo vi lo que vi”).

Al día siguiente de cumplir 14 años empezó a trabajar como meritorio y recadero en el hoy extinguido Banco Mercantil. Terminó por libre sus estudios medios y permaneció en la condición de empleado de banca durante veinticuatro años hasta 1969.

Mientras trabajaba en el banco tomó contacto y fue parte de la resistencia intelectual al franquismo. Se dio a conocer poéticamente con Sublevación inmóvil (1953-1959), publicado en Madrid en 1960, obra con la que fue finalista del premio Adonais de poesía, y que supuso una ruptura con las tradicionales reglas realistas de la época. En 1969 pasó a crear y dirigir los servicios culturales de la Diputación Provincial de León y, a partir del ´70, la colección Provincia de poesía, intentando promover una cultura progresista con el dinero de la dictadura. Fue privado de su condición de funcionario, y posteriormente recontratado, mediante sentencia judicial. Durante estos años comenzó a colaborar asiduamente en diferentes revistas culturales.

A esta etapa pertenecen La tierra y los labios (1947-1953), no publicado hasta la aparición del volumen Edad, que recoge su poesía hasta 1987; Exentos I (1959-1960), poemas no aparecidos hasta Edad; Blues castellano (1961-1966), obra no publicada por motivos de censura hasta 1982 y Exentos II (Pasión de la mirada) (1963-1970), publicada con múltiples variaciones en 1979 con el título León de la mirada.

A esta primera etapa siguió un silencio poético de siete u ocho años, significativamente años marcados por la muerte del dictador Francisco Franco y los inicios de la llamada transición. Este tiempo, manifiesto por la crisis existencial e ideológica, se hace sentir en su siguiente obra Descripción de la mentira, León 1977, un largo poema que marcó un giro hacia una total madurez poética. Posteriormente publica Lápidas (Madrid, 1987) y Edad, el volumen que recoge toda su poesía hasta 1987, revisada por el autor, y que le valió el Premio Nacional de Literatura.

En 1992 apareció Libro del frío, que lo consagra como uno de los poetas más importantes en lengua castellana. En el año 2000 vio la luz la versión definitiva de esta obra, que incluía Frío de Límites, obra procedente de una colaboración con Antoni Tàpies pero que, desgajada de la pintura, adquiría el carácter de addenda necesaria de Libro del frío. Previamente habían aparecido los poemas de Mortal 1936, acompañando a unas serigrafías de Juan Barjola sobre la matanza en la plaza de toros de Badajoz durante la Guerra Civil, y no llegaron a publicarse Exentos III (1993-1997).

Arden las pérdidas es publicado en 2003, libro que culmina la madurez iniciada en Descripción de la mentira, de una poesía en la perspectiva de la muerte en la que lo perdido (la infancia, el amor, los rostros del pasado, la ira…) aún arde en el tránsito hacia la vejez con mayor lucidez, con mayor claridad, con mayor frío. Tras él vendrán Cecilia (2004) y Esta luz: poesía reunida: (1947-2004), (2004).

En 2006 año obtuvo el Premio Reina Sofía y el Premio Cervantes.

Durante esta segunda etapa, entre 1979 hasta 1991, fue director gerente de la Fundación Sierra-Pambley, creada en 1887 por Francisco Giner de los Ríos bajo los principios de la Institución Libre de Enseñanza. Posteriormente fue miembro del Patronato hasta 2007.
El 20 de abril de 2008 introdujo un mensaje en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, cuyo contenido se sabrá en 2022.



La Película




"La belleza no es un lugar para cobardes", dice Gamoneda en la película que sobre su vida y obra se realizó en 2009 con el título Antonio Gamoneda. Escritura y Alquimia, una coproducción hispano-argentina realizada por Enrique Corti y César Renduelas, en la que se muestran los fogones creativos del poeta leonés.

La película, que es una reflexión en voz alta sobre el pensamiento poético del Premio Cervantes, su vida, sus orígenes y cómo se ha ido pergeñando ese mundo lleno de símbolos, dolores y silencios, fue rodada a lo largo de 2007, en su mayor parte en la casa de Gamoneda en León, pero también en sus calles, en los bosques y en los escenarios que han conformado su vida y su voz poética desde la infancia.

Fue producida por el Círculo de Bellas Artes, la Universidad Nacional de San Martín (Argentina) y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. El filme en color, que se construye también a partir de dos entrevistas realizadas por las poetas Amalia Iglesias y Julia Piera, y a distintos viajes que realizó el poeta por los escenarios que lo marcaron, también sale a la calle, editado en un volumen, al que acompaña un disco con las lectura poéticas que Gamoneda ha realizado a lo largo de dos décadas en el Círculo de Bellas Artes.

Antonio Gamoneda muestra al espectador retazos de su vida y sus confesiones más íntimas, en una documental lleno de imágenes con la nieve, el sol y el frío. Un frío que ha perseguido a Gamoneda desde la infancia, a la que dedicó El libro del frío. "El frío era inevitable", dice.

El documental también recoge la casa de la infancia del escritor en el barrio obrero. Sus dificultades, su militancia en la política clandestina, sus amigos en esas lides, a lo que ha perdido, él es el único superviviente. Unos se suicidaron y otros fueron muriendo.

La música de jazz, Billie Holliday. Su posicionamiento con los poetas coetáneos, de la generación de los ´50, a los que confiesa respetar en su mayoría, pero con los que es crítico por abanderar una supuesta poesía social y realista con la que el autor siempre se ha mostrado crítico.

La Guerra Civil, el barrio donde escuchaba de niño los gritos de las mujeres que veían cómo se llevaban a sus maridos, la dureza de la situación en la que quedaron su madre y él, que tuvo que trabajar desde jovencito, el color blanco, el libro de los venenos, con sus tarros, la poesía como veneno, o la pureza de la nieve, conforman este documental que comienza con la cabeza del autor realizada en barro por Jesús Martínez Labrador.

Una escultura que despierta con sus arrugas el sentimiento del poeta hacia la vejez, y un símbolo de un poeta que camina hacia la muerte sin miedo. Eso, según él, es la poesía: "Mi poesía está marcada por la temporalización y, por tanto, por la conciencia de muerte, pero yo amo la vida".
 

A continuación, ahora sí, veremos su poética, compuesta por una voz descarnada, sustantiva y metafórica. Verán que asimismo trabaja la prosa poética.


Algunos poemas de Antonio Gamoneda:

Incandescencia y ruinas

I

Yo invoco la cabeza
más sagrada que exista
debajo de la nieve.

Mi corazón azul
canta purificado por el silencio.


II

Vándalo de pureza,
hostígame. Si hablas,
yo bajaré mis labios
hasta el agua salvaje.

De aquella gruta donde
abrasa la frescura,
ha de surgir un rey
sucio de profecías.

Oh corazón que ves
en toda oscuridad,
cuándo estaremos ciegos
en luz, cuándo hablarás,
habitante del fuego.


III

Un perro milagroso
come en mi corazón.

Ceremonia salvaje:
mi dolor se incorpora
al perro enamorado.


IV

En la cavidad que sabes,
suena una voz. Lengua fría,
tú, que silbas en la noche,
metal vivo de palabras,
dime, loco ruiseñor
del invierno, dime, tú,
que quizá participas
de una materia luminosa,
a quién anuncias ya
además de a la muerte.


V

Anticanto de amor,
quién te beberá, quién
pondrá la boca en esta
espuma prohibida.
Quién, qué dios, qué
enloquecidas alas
podrán venir, amar
aquí.

      Donde no hay nada.


Propongo mi cabeza
atormentada...

Propongo mi cabeza atormentada
por la sed y la tumba. Yo quería
despedir un sonido de alegría;
quizá sueno a materia desollada.

Me justifico en el dolor. No hay nada;
yo no encuentro en mis huesos cobardía.
En mi canto se invierte la agonía;
es un caso de luz incorporada.

Propongo mi cabeza por si hubiera
necesidad de soportar un rayo.
No hablo por mí solo. Digo, juro

que la belleza es necesaria. Muera
lo que deba morir; lo que me callo.
No toques, Dios, mi corazón impuro.


Música de cámara

I

Si pudiera tener su nacimiento
en los ojos la música, sería
en los tuyos. El tiempo sonaría
a tensa oscuridad, a mundo lento.

Mezclas la luz en el cristal sediento
a intensidad y amor y sombra fría.
Todavía silencio, todavía
el sonido no tiene movimiento.

Pero llega un relámpago; se anudan
en los ojos lo bello y lo potente.
La fría sombra se convierte en fuego.

La belleza y el ansia se desnudan.
La música se eleva transparente.
Oh, sonido de amor, déjame ciego.


II

Yo, sin ojos, te miro transparente.
En la música estás, de ella has nacido;
de este grito de luz, de este sonido
a mundo amado luminosamente.

Y yo escucho después —agua creciente—
a la música en ti: todo el latido,
todo el pulso del aire convertido
a tu belleza, a tu perfil viviente.

Tumba y madre recíproca, del canto
orientas a tus venas la agonía,
y tus ojos asumen su potencia.

Oh prisión de la luz, después de tanto,
ya veo en el silencio: la armonía
es tu cuerpo, tu amada consistencia.



Blues del cementerio

Conozco un pueblo –no lo olvidaré–
que tiene un cementerio demasiado grande.
Hay en mi tierra un pueblo sin ventura
porque el cementerio es demasiado grande.
Sólo hay cuarenta almas en el pueblo.
No sé para qué tanto cementerio.

Cierto año la gente empezó a irse
y en muchas casas no quedaba nadie.
El año que la gente empezó a irse
en muchas casas no quedaba nadie.
Se llevaban los hijos y las camas.
Tenían que matar los animales.

El cementerio ya no tiene puertas
y allí entran y salen las gallinas.
El cementerio ya no tiene puertas
y salen al camino las ortigas.
Parece que saliera el cementerio
a los huertos y a las calles vacías.

Conozco un pueblo. No lo olvidaré.
Ay, en mi tierra sin ventura,
no olvidaré a mi pueblo.

¡Qué mala cosa es haber hecho
un cementerio demasiado grande!




1.
En la quietud de madres inclinadas sobre el abismo
En ciertas flores que se cerraron antes de ser abrasadas por el infortunio, antes de que
los caballos aprendieran a llorar.
En la humedad de los ancianos.
En la sustancia amarilla del corazón.

2.
Tras asistir a la ejecución de las alondras has descendido aún hasta encontrar tu rostro dividido entre el agua y la profundidad.
Te has inclinado sobre tu propia belleza y con tus dedos ágiles acaricias la piel de la mentira: ah tempestad de oro en tus oídos, mástiles en tu alma, profecías...
Mas las hormigas se dirigen hacia tus llagas y allí procrean sin descanso y hay azufre en las tazas donde debiera hervir la misericordia.
Es esbelta la sombra, es hermoso el abismo: ten cuidado, hijo mío, con ciertas alas que rozan tu corazón.

3.
No hay salud, no hay descanso. El animal oscuro viene en medio de los vientos y hay extracción de hombres bajo los números de la desgracia. No hay salud, no hay descanso. Crece un negro bramido y tú interpones los estambres más tristes (bajo un sol incesante, en un cuenco de llanto, en la raíz morada del augurio) y las madres insomnes, las que habitan las celdas del relámpago, deslizan sus miradas en un bosque de lápidas.
¿Gimen aún los pájaros? Todo está ensangrentado. Sordo en el fondo de la música, ¿debo insistir aún? Hay vigilancia en los jardines interpuestos entre mi espíritu y la precisión de los espías. Hay vigilancia en las iglesias.
Guárdate de la calcinación y del incesto; guárdate, digo, de ti misma, España
(Canción de los espías)

4.
Desde los balcones, sobre el portal oscuro, yo miraba con el rostro pegado a las barras frías; oculto tras las begonias, espiaba el movimiento de hombres cenceños. Algunos tenían las mejillas labradas por el grisú, dibujadas con terribles tramas azules; otros cantaban acunando una orfandad oculta. Eran hombres lentos, exasperados por la prohibición y el olor de la muerte.
(Mi madre, con los ojos muy abiertos, temerosa del crujido de las tarimas bajo sus pies, se acercó a mi espalda y, con violencia silenciosa, me retrajo hacia el interior de las habitaciones. Puso el dedo índice de la mano derecha sobre sus labios y cerró las hojas del balcón lentamente.)

5.
Vienen dibujando cúpulas: deshabitan fresnos y se alimentan de gramíneas blancas.
Sus alas se abren sobre mi frente como en los días de la enfermedad. Vi la infección en los jardines ciudadanos; vi las hormigas sobre algodones ensangrentados y, sin embargo, fue un día alimentado por la dulzura. Una canción se instalaba en la lentitud y la distancia habla en la música. Lame los cerros polvorientos antes de entrar en mi corazón. Aquella tarde sobre las ciénagas de Armunia puso veneno en mis oídos y una miel negra sobre los andenes de la Clasificación. Alguien gimió y los altavoces enmudecieron en el crepúsculo. Una tristeza giratoria acude a la restitución del silencio y las torres arden bajo los pájaros tardíos.

6. Llegan los números
En tus dos lenguas hoy estuve triste;
en la que habla de misericordia
y en la que arde ilícita.
En dos alambres puse mi esperanza.
Estoy viendo dos muertes en mi vida.

7.
Eran tiempos atravesados por los símbolos. Tuve un cordero negro. He olvidado su mirada y su nombre.
Al confluir cerca de mi casa, las sebes definían sendas que, entrecruzándose sin conducir a ninguna parte, cerraban minúsculos praderíos a los que yo acudía con mi cordero. Jugaba a extraviarme en el pequeño laberinto, pero sólo hasta que el silencio hacía brotar el temor como una gusanera dentro de mi vientre. Sucedía una y otra vez; yo sabía que el miedo iba a entrar en mí, pero yo iba a las praderas.
Finalmente, el cordero fue enviado a la carnicería, y yo aprendí que quienes me amaban también podían decidir sobre la administración de la muerte.

8.
Soy el que ya comienza a no existir
y el que solloza todavía.
Qué cansancio ser dos inútilmente.

9. Amor
Mi manera de amarte es sencilla:
te aprieto a mí
como si hubiera un poco de justicia en mi corazón
y yo te la pudiese dar con el cuerpo.
Cuando revuelvo tus cabellos
algo hermoso se forma entre mis manos.
Y casi no sé más. Yo sólo aspiro
a estar contigo en paz y a estar en paz
con un deber desconocido
que a veces pesa también en mi corazón.

10. Viene el olvido
La luz hierve debajo de mis párpados.
De un ruiseñor absorto en la ceniza, de sus negras entrañas musicales, surge una tempestad. Desciende el llanto a las antiguas celdas, advierto látigos vivientes y la mirada inmóvil de las bestias, su aguja fría en mi corazón.
Todo es presagio. La luz es médula de sombra: van a morir los insectos en las bujías del amanecer. Así arden en mí los significados.

11.
Había vértigo y luz en las arterias del relámpago,
fuego, semillas y una germinación desesperada.
Yo desgarraba la imposibilidad,
oía silbar a la máquina del llanto y me perdía en la espesura
vaginal. También entraba en urnas policiales. Así
olvidaba los ojos blancos de mi madre.
Vivía
Parece ser
Vivía
Ahora mismo atiendo distraído a mi estertor. No hay en mí
memoria ni olvido; única y simplemente lucidez.
Han desaparecido los significados y nada estorba ya a la
indiferencia.
Definitivamente, me he sentado
a esperar a la muerte
como quien espera noticias ya sabidas.

12. Sin razón
He interrogado hasta el amanecer al pozo
de las preguntas. Es mentira que el corazón
sepa decirse mejor en esa sombra.
He interrogado a la memoria y al camino,
y al cielo turbio que coagulaba dudas.
Pero no bastaba crecer en los escombros
del verbo, ni formular la cicatriz reciente.
Un paisaje de puertas: entran y salen
las mascarillas de la muerte. Un paisaje
de paredes que respiran, de paredes
taladradas por sus ojos insomnes.
Busca inútilmente
el rostro y su verdad, para que el miedo
aprenda a descifrar más despacio los pasos.
Una respuesta bastaría para narcotizar
la angustia, o el sopor de ser
gota a gota un espectro.
Buscas las piezas del puzzle
que faltaban, amontonas los trozos
pero se quedan fuera los detalles.
Una respuesta sólo bastaría...
Pero en los pasillos de la noche
sólo escuchas ese ruido de pies
acostumbrados a arrastrarse
hacia los desiertos.

13.
Entre el estiércol y el relámpago escucho el grito del pastor.
Aún hay luz sobre las alas del gavilán y yo desciendo a las hogueras húmedas.
He oído la campana de la nieve, he visto el hongo de la pureza, he creado el olvido.

14.
El cuerpo esplende en el zaguán profundo, ante la trenza del esparto y los armarios
destinados a los membrillos y las sombras.
De pronto, el llanto enciende los establos.
Una vecina lava la ropa fúnebre y sus brazos son blancos entre la noche y el agua.

15.
Alguien ha entrado en la memoria blanca, en la inmovilidad del corazón.
Veo una luz debajo de la niebla y la dulzura del error me hace cerrar los ojos.
En la ebriedad de la melancolía; como acercar el rostro a una rosa enferma, indecisa
entre el perfume y la muerte.

16.
Tu cabello encanece entre mis manos y, como aguas silenciosas, nos abandonan los recuerdos. Siento la frialdad de la existencia pero tu olor se extiende en las habitaciones y tu lascivia vive en mi corazón y entra mi pensamiento en tus heridas.

17.
Amé las desapariciones y ahora el último rostro ha salido de mí.
He atravesado las cortinas blancas:
ya sólo hay luz dentro de mis ojos.




No olviden subir sus poemas al blog. ¡Buena semana poética!

1 comentario:

  1. Ejercicio
    Antonio Gamoneda


    Requiem

    Desde ese cielo de grandes telones
    desde los balcones coléricos
    desde las miradas vacías.
    desde el suelo que retiembla de vías crueles

    Los juguetes estallan en pedazos
    se arremolinan nubes de zapatos huérfanos
    las sonrisas se disuelven de las fotos
    la muerte se avergüenza de sí misma.

    Como un trueno ausente de sentido
    como un canto en medio de la noche
    despierto de recuerdos de otra vida
    que no tuve. Pero que la tuve.

    ResponderBorrar