La clase del jueves pasado, la del 21 de abril, la habíamos comenzado con
los textos preparados por ustedes. Que espero que vayan subiéndolos al blog. A
partir del cuento Ulises de Silvina
Ocampo (dado la clase pasada), y como la protagonista de ese cuento es una niña
de 6 años, la consigna era escribir algún material –cuento, poema, relato,
narración– desde la mirada de un niño o una niña, desde su altura real y
emocional.
Y luego comenzamos a leer y tratar de ver el revés de la trama del
cuento El inmortal, de Borges.
El inmortal es el título de un cuento escrito por Jorge Luis Borges, que
se publicó por primera vez en 1947, en la revista Anales de Buenos Aires, y dos años más tarde apareció de nuevo en el
volumen El aleph, de Editorial
Losada.
A través de múltiples referencias culturales, el relato reflexiona en
torno a las paradojas de orden metafísico que tendrían que afrontar los hombres
si algún día alcanzaran la inmortalidad. El cuento está concebido según la
estructura de puesta en abismo (cajas chinas, mamushkas), es decir, con
distintos niveles narrativos, un relato dentro de otro.
Estos tres niveles se componen de la siguiente manera:
En el primero, un narrador describe el proceso mediante el cual se encuentra un manuscrito.
El segundo nivel es la transcripción, contada en primera persona por el narrador-protagonista.
En el tercero, otro narrador que lee el manuscrito refuta una teoría que proclama su falsedad.
En el primero, un narrador describe el proceso mediante el cual se encuentra un manuscrito.
El segundo nivel es la transcripción, contada en primera persona por el narrador-protagonista.
En el tercero, otro narrador que lee el manuscrito refuta una teoría que proclama su falsedad.
El primer narrador cuenta que la historia fue hallada en un manuscrito,
dentro de un ejemplar de la traducción de la
Ilíada de Pope, que Cartaphilus le ofrece a una princesa en 1929.
La historia es contada en primera persona por el protagonista, Marco Flaminio Rufo, un romano que sale en busca de un río que da la inmortalidad a quien bebe de él, motivado por la historia que un jinete desconocido le remite antes de morir. Flavio, procónsul de Getulia, es quien le da doscientos soldados y algunos mercenarios, es ahí donde emprende el viaje. Varios días después de perderlos en el desierto, Rufo encuentra un río de agua arenosa del que bebe sin saber que aquel era el río que buscaba, y que los trogloditas que vivían cerca de él eran los inmortales.
Después de atravesar un laberinto subterráneo casi interminable, emerge a la Ciudad de los inmortales. A diferencia de éste, cuya arquitectura respeta las simetrías, la ciudad era una construcción caótica carente de sentido. Cuando consigue salir, descubre que afuera lo esperaba uno de los trogloditas, al que llamó Argos (el perro de Ulises, en la Odisea). Después, este mismo le confiesa que era Homero, el autor de esa obra.
Veremos que Marco Flaminio Rufo descubre que la inmortalidad es una especie de condena. Porque la muerte da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último, y la inmortalidad se lo quita. En el siglo X, los inmortales se dispersan en busca del río que los libere de su condición; el 4 de octubre de 1921, en el norte de África, lo encuentra y descubre que es posible curar su maldición con esas aguas.
La historia es contada en primera persona por el protagonista, Marco Flaminio Rufo, un romano que sale en busca de un río que da la inmortalidad a quien bebe de él, motivado por la historia que un jinete desconocido le remite antes de morir. Flavio, procónsul de Getulia, es quien le da doscientos soldados y algunos mercenarios, es ahí donde emprende el viaje. Varios días después de perderlos en el desierto, Rufo encuentra un río de agua arenosa del que bebe sin saber que aquel era el río que buscaba, y que los trogloditas que vivían cerca de él eran los inmortales.
Después de atravesar un laberinto subterráneo casi interminable, emerge a la Ciudad de los inmortales. A diferencia de éste, cuya arquitectura respeta las simetrías, la ciudad era una construcción caótica carente de sentido. Cuando consigue salir, descubre que afuera lo esperaba uno de los trogloditas, al que llamó Argos (el perro de Ulises, en la Odisea). Después, este mismo le confiesa que era Homero, el autor de esa obra.
Veremos que Marco Flaminio Rufo descubre que la inmortalidad es una especie de condena. Porque la muerte da sentido a cada acto ante la posibilidad de ser el último, y la inmortalidad se lo quita. En el siglo X, los inmortales se dispersan en busca del río que los libere de su condición; el 4 de octubre de 1921, en el norte de África, lo encuentra y descubre que es posible curar su maldición con esas aguas.
Y hay muchas intertextualidades.
Para finalizar, la ejercitación fue hacer un texto más poético desde la
mirada de un niño/niña; y ya pueden subir sus trabajos, si quieren.
En la clase del jueves 28, continuaremos con la lectura de El inmortal, pues es un texto muy rico
en trabajo de la lengua, en burilado. Con la mirada de un poeta que escribe
prosa e hilvana las metáforas a conciencia.
Y les dejo un par de máximas de escritura, realizadas por Abelardo
Castillo.
En Cómo escribir dice:
- Podrás beber, fumar o
drogarte. Podrás ser loco, homosexual, manco o epiléptico. Lo único que se
precisa para escribir buenos libros es ser un buen escritor. Eso sí, te
aconsejo no escribir drogado ni borracho ni haciendo el amor ni con la
mano que te falta ni en mitad de un ataque de epilepsia o de locura.
- Lo que dice Borges sobre los
sinónimos es verdad: no existen. Can no es lo mismo que perro ni la
palabra ramera tiene la dignidad de la palabra puta. Pero yo te recomiendo
un buen diccionario de sinónimos. Uno quiere escribir: “habló en voz
baja”. Como eso no le gusta lo reemplaza por “voz queda”, que es
espantoso. Hojea el diccionario de sinónimos al azar y en cualquier parte
encuentra la palabra pálida. Entonces escribe: “habló con voz pálida”, lo
que está muy bien.
El 23 de abril es el
Día Internacional del Libro, en homenaje tanto a Shakespeare como a Cervantes,
a 400 años de la muerte de ambos.
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