RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
Y SUS CALLES
DONDE TODOS BAILAN
CON AGUJEROS
EN LAS MEDIAS
Fue
uno de los más importantes poetas argentinos del siglo XX, hoy prácticamente olvidado. Fue el que dibujó
verbalmente un puente desde lo poético hacia la prosa y desde lo urbano con la
estructura desestructurada de la vanguardia. Fue el primero que blindó la rosa, dijo de él Pablo Neruda.
“Amigo de las gentes, de las mujeres amantes y
del vino, una suerte de François Villon criollo, cantor de las tabernas, las
grandes fiestas y duelos e insurrecciones populares”, según lo definió Pedro
Orgambide.
Hoy
veremos dos de los poemarios emblemáticos de RGT: La calle del agujero en la media y Todos bailan. Emblemáticos en el sentido de que desde la
vanguardia, como forma de la no forma, desde los que se reunían bajo el nombre
de Florida, y con los elementos constituyentes de la mirada del Grupo Boedo, y
ya influido por el surrealismo francés.
Hijo
de inmigrantes españoles de origen obrero, el sexto de siete hermanos heredó el
compromiso social de su abuelo materno, Manuel Tuñón, un minero asturiano y
socialista que fue el primero en llevarlo a una manifestación.
Plaza "Raúl González Tuñón”, ubicada en su barrio, en la intersección de las calles 24 de Noviembre e Hipólito Yrigoyen. Placa
homenaje de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires a "Un poeta de
Ciudad"; 29 de marzo 2005.
En Saavedra 615, barrio de Balvanera, la casa donde nació Raúl González Tuñón.
Allí en 2005, centenario del nacimiento del poeta, los vecinos colocaron esta placa, que hoy está rota, vandalizada. Aquí una foto anterior, completa.
Gran
Premio Honor de la SADE –Sociedad Argentina de Escritores 1972– Raúl González Tuñón nació en Buenos Aires el
29 de marzo de 1905, y murió en la misma ciudad en 1974.
En
1922 publicó sus primeros poemas en las revistas Caras y Caretas e Inicial. En 1923 participó en la redacción de
Proa, la revista que dirigió Ricardo Güiraldes, y colaboró en el periódico Martín Fierro. Viajó por el interior del
país y en 1929 por primera vez a Europa. Dos años después a Brasil, y en 1932
al Chaco paraguayo, para el diario Crítica,
como corresponsal de guerra. En 1933 fundó la revista Contra. Lo detuvieron y procesaron por “incitación a la rebelión”.
En 1934 viajó a España y se radicó en Madrid, donde trabó amistad con García
Lorca, Neruda y Miguel Hernández. En 1935 regresó a Buenos Aires y dos años más
tarde viajó otra vez en España, durante
la defensa de Madrid. Vivió en Chile. Viajó por Europa, fue a la Unión
Soviética y a China.
Con
El violín del diablo (1926) y Miércoles de ceniza (1928) Tuñón aporta a
la poesía el desenfado y la picardía de lo popular: los hombres de los puertos,
los vagos y mal entretenidos que deambulaban por el viejo Paseo de Julio. Es un
reconocimiento apasionado no sólo de la gente sino de los escenarios poco
prestigiosos de la ciudad durante los años '20 del siglo pasado. Es en el
puerto, en los suburbios, en el conventillo donde encuentra los motivos de sus
poemas.
Todo
es motivo de canto para el poeta. En este primer período, la poesía de Tuñón une lo descriptivo la
imagen insólita, la pirueta, un pase de prestidigitador.
En
otros poemas, El séptimo cielo, por
ejemplo, utiliza la palabra en función de onomatopeya, de dibujo verbal. Es lo
que se advierte también en Poema de la
Cenicienta Ciudadana, donde los nombres ingleses de los artistas de cine o
de su máquina de escribir sirven de rima y música interna al poema.
En
La Calle del Agujero en la Media
(1930) el verso libre, de amplio período, suplanta la cadenciosa, rítmica
primera manera del poeta. Ahora, el discurso poético se distiende, se abre para
incorporar lo sensorial en infinitos detalles, para registrar pequeñas
anécdotas que tienen la brevedad de una instantánea. Este cambio de lenguaje
corresponde al cambio de escenario: ya no es Buenos Aires sino París.
Como constante, queda su observación de lo cotidiano, su mirar en las vidrieras
y en los ojos fraternales: los de un saxofonista, los de un vendedor de globos,
los de las chicas del music hall, los de Blanca Luz que está lejos, los del
organista de la iglesia de San Suplicio.
En
El otro lado de la Estrella y Todos bailan, poemas de Juancito Caminador, ambos publicados en 1934, Raúl
González Tuñón continúa esta segunda manera de su poesía: el verso amplio que llega fundirse con la prosa.
De
ese tiempo es la serie de Blues y su
memorable poema Lluvia.
Canta
ahora no sólo al amor y a la vida vagabunda, sino a los hombres dispuestos a
una actitud de solidaridad y al combate.
Su
registro de los años '30: el clima de preguerra europeo, el apogeo del jazz,
los gangsters de EEUU ("Los Seis Hermanos Rápidos Dedos en el
Gatillo") preparan ya el advenimiento de la poesía política de González
Tuñón.
En
1936 aparece La rosa blindada. Puede señalarse este momento como el del
tercer período poético de González Tuñón. En él se integran y se
complementan sus dos maneras anteriores.
Fiel
al recuerdo de su abuelo Manuel Tuñón (obrero nacido en Mieres que lleva a su
nieto a una manifestación socialista), fiel también a la poesía española, a los
romances y coplas populares, González Tuñón enriquece la suya tanto en su tema
como en su lenguaje. "La Libertaria", "El Tren Blindado de
Mieres", "La Copla al Servicio de la Revolución", "Cuidado,
que viene el Tercio", "La muerte Derramada", "El Pequeño
Cementerio Fusilado" son algunos poemas de aquel tiempo, en los que, a
partir de un tema heroico, la poesía se expresa tanto en verso rimado como en
largos períodos de verso libre y prosa. En Las puertas de fuego (1923) y La
Muerte en Madrid (1939) el mismo tema y procedimiento se reiteran con acierto.
No
ocurrió lo mismo en parte de su producción posterior, donde a veces lo
contingente, lo aleatorio, el compromiso de circunstancia, restó fuerza a su
poesía.
No
obstante, se advierte en sus últimos poemas un feliz regreso a sus orígenes, al
poeta vagabundo, a su querido Juancito Caminador, aquel que dijo: "Traigo la palabra y el sueño, la realidad y
el juego de lo inconsciente, lo cual quiere decir que yo trabajo con toda la
realidad."
Escrito
sobre una mesa de Montparnasse
Una
tarde por el ancho rumor de Montparnasse
por
ese aire de provincia tan confianzudo y claro
–cada
ventana paga su pedazo de sol con una canción-,
anduve
bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción,
rojo
y alegre como una revolución.
Y
entonces, pensé: ¿qué haré ahora de mi vida?
Tengo
dos amigos, un saxofonista y un vendedor de globos.
Ellos
me han dicho: viene el invierno y eso es terrible.
Los
gatos se calientan al sol pero un hombre necesita
de
la buena lumbre, de la buena carne y de la mujer
siquiera
dos veces a la semana.
Algunas
mujeres me han detenido en Montmartre
pero
me piden cigarrillos y cien francos
y
yo solo puedo darles ágiles besos casi inéditos
y
decirles que Blanca Luz está en Méjico
y
hablarles de mi país sin que ellas me comprendan
y
decirles que Blanca Luz está en Méjico
sin
que ellas me pregunten quién es Blanca Luz.
Una
noche bajo la vieja luna de París degollada en los techos
–la
luna que alumbra a los enamorados y a los cobardes–
yo
vi cómo en un alto balcón
se
amaban un muchacho y una muchacha.
Vengo
de Buenos Aires, digo a mis amigos desconocidos,
de
Buenos Aires que es tres veces más grande que París
y
tres veces más pequeña.
Y
aunque mi sombrero y mi corbata y mi espíritu canalla
sean
productos perfectamente europeos
soy
triste y cordial como un legítimo argentino.
Diría:
soy un pobre muchacho abandonado aquí
como
una valija rotulada en todas las aduanas del mundo
y
quisiera irme al Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra
y
mi amigo Michel Berboff nació en Turkestán.
Pero
si yo pudiera llevar a la práctica algo que hace días reflexiono:
¡Ponerme
a gritar sobre la Torre Eiffel con afilados gritos
para
que venga una mujer y me ame!
¿Conocen
ustedes el Neuquén?
Allí
hay cabañas de troncos de árboles
y
pulperías en donde venden conejillos y libros de Maurice Dekobra.
¿Y
Tucumán? En Tucumán solo puede buscarse
la
noche en los ojos de sus
mujeres
y las guitarras de sonoras y floridas parecen patios.
¿Y
Mendoza? En Mendoza los niños saben cantar
porque
han nacido al borde de las acequias.
¿Y
La Rioja? Yo anduve por ahí adolescente y barbudo como un gitano
y
gané una elección con cincuenta pesos y una vaca,
absorto,
como Buster Keaton.
¿Y
Santa Fe? En Santa Fe viví treinta días en un convento
con
ocho frailes franciscanos que iban doblándose hacia el suelo.
Los
duendes venían hasta mi cuarto trayéndome briznas de sol
y
por la noche se ocultaban en las hornacinas
para
hacerles señas a los perros sin dueño y a los viajeros extraviados.
Nosotros
tenemos además estaciones abandonadas, pozos de petróleo
y
escuelas rurales, como en los cuentos de Bret Harte.
Pero
lo que no tenemos es la alegría verdaderamente constante,
la
risa verdaderamente pura,
el
corazón verdaderamente libre.
Y
no se hable de mi corazón.
Yo
quisiera
anunciar
la función de los circos
dando
puñetazos a las estrellas rojas.
Yo
quisiera escupir los vidrios de un expreso de lujo
para
que rabien los millonarios.
Yo
quisiera interrumpir todas las comunicaciones telefónicas
para
ver si encuentro una palabra, una sola palabra para mí
y
abrir toda la correspondencia del mundo por ver si alguien
una
sola persona tiene un recuerdo, un solo recuerdo para mí.
Yo
quisiera explotar una bomba, derrocar un gobierno,
hacer
una revolución con mis manos amigas del
cristal,
de la luz, de la caricia
–destruir
todas la tiendas de los burgueses
y
todas la academias del mundo–
y
hacerme un cinturón bravío de rutas
inverosímiles
como Alain Gerbault
para
que venga Blanca Luz y me ame.
Sobre
las catedrales sobre la guerra
Le
digo que los hombres no pueden levantar catedrales tan hermosas como éstas,
porque ya Dios es algo conquistado. ¿Quién realizará un hermoso vitraux,
parecido siquiera al más simple de la catedral de Chartres, si ya la música se
ha encargado de inutilizar la función del vitraux?
Los
hombres de ayer, los que decoraron Nôtre Dame de París con la fervorosa
estrella de tonos azulado, debieron conquistar a Dios para nosotros y se
esforzaron en construir catedrales góticas para acercarse a él. De ese esfuerzo
nació la expresión más pura de aquel tiempo: la Sainte Chapelle, donde queda
bien la sombra del rey San Luis y donde los ángeles que no pudieron llegar al
cielo vienen a refugiarse dándole un color especial en el crepúsculo.
Los
hombres de Europa hablan todavía de la guerra.
Europa
es un soldado dormido sobre la mochila.
Se
despertará protestando al encontrar frío y desabrido el puchero y blasfemará al
retirar sus pesadas botas del fango de
la trinchera.
Alguien
fue a hablar con un ministro ruso, y éste le contestó: Amigo mío, lo único que
ahora me interesa es la escenografía.
He
visto bayonetas asomando de la tierra y he pensado en los esqueletos que las
sostienen exactamente como quedaron cuando estallaron los obuses.
Pero
en Francia me dijeron:
He
aquí un hermoso monumento.
¿Qué
podremos hacer nosotros para reconstruir este antiguo templo?
Un
cristo de palo, arrinconado entre un montón de escombros, meditaba, con la sien
agujereada por una bala.
¿Qué
iremos a conquistar para renacer? ¿Qué nos falta por conquistar?
Y
comprendieron que el porvenir se les escapaba de las manos.
Alguien
podría decir: yo les invito a conquistar el porvenir, como un juego de niños,
en la escuela, cuando todos los juegos se han agotado, y surge uno,
desconocido simple.
Albergue
de la campana
“No
perdurarán los poemas escritos por bebedores de agua” Horacio
Mientras
los estudiantes japoneses aprenden a bailar el tango en las “boites” y al
entrar más tarde a La Sorbona pliegan su sonrisa como una servilleta, aquí en
la antigua taberna, dos árabes especialmente contratados por la Wagon Lits
divierten a los comerciantes de Chicago y nosotros, nosotros bebemos el cálido
vino de Francia.
Pediría
un saxofón y una langosta de colores y una galera gris.
O
una hornacina para ubicar a ese burgués con los ojos verdes, e hinchado de
gruesa cerveza.
O
un grimorio para conjurar a los duendes que adornaron la cripta, apta para los
escamoteos del célebre jugador Oarkurst que aquí desplumaría con admirable
facilidad a los turistas, mientras el pelirrojo del piano canta “Mi tío tiene
un chaleco de pelo de cabra” o “Quiero un tambor en las orillas del Bam Bam
Bamy”…
O
una sonrisa de muchacha del bosque servida para mí por alguna “tzigana”
especialmente contratada por la Agencia Cook.
Pero
no se trata de pedir sino de dar y yo esta noche no puedo dar otra cosa que mi
alegre corazón.
Somos
camaradas, es verdad, ante todo. Amamos el buen vino y las risueñas mujeres y
llegaremos a tener una novia en cada puerto.
Y
creemos en Dios, en los sabios alemanes, en los comunistas rusos, en los
estadistas franceses y sobre todo, sobre todo, en este “gnomo” de cabezota
colorada y orejas puntiagudas que con voz de falsete, entra a anunciarnos que
la mañana está en la calle.
En
la calle donde “yace el corazón”, en la calle que da a todos los azules caminos
de
Francia”.
Jazz
band
El
hombre del pasillo se estremece al pasar por la cámara del dínamo potente en
donde solo tiene entrada un muñeco azul, de ojos azules y ademanes azules.
Yo
soy el hombre del pasillo.
Nuestra
tristeza de hierro, nuestro silencio de hierro, nuestra alegría de hierro.
Entremos
al bar, la noche está afuera, como el mar. El bar parece un puerto.
Yo
vi sus luces rojas desde lejos. La noche se tendía a sus pies como un animal
herido.
Allá
arden las avenidas gritando letreros luminosos al espacio infinito.
La
luna igual que tú, eh, apártate, porque el jazz romperá sus platillos sobre tu
peluda cabeza. Córtate la melena y la vida te será más fácil. Enciende un
cigarrillo rubio como esta copa de whisky dulzón que paladeo junto con la voz
de la muchacha del bar.
Entra
un contrabandista de licores.
Abre
las piernas, descontorsiónate en el Charleston epiléptico y bullicioso,
reconcíliate con la vida que una nueva alegría me ha venido a los ojos y un
nuevo deseo me ha venido a las manos. Préstame tus senos, dame un montón de
palabras para arrojarlas a la calle, a la noche, al mar.
Entra
un jefe de avisos económicos clasificados.
Escucharás
el ruido. Abre el paraguas. Este burgués ha traído su paraguas, increíble, como
el viento que ronda nuestra felicidad posible. Puedo decir algo sobre la
angustia.
Soy
feliz. Prepara el sonoro cocktail y recién mañana me hablarás de la guerra, de
los obuses que caen de los astros, de la trinchera fangosa y los tanques que
escupen la muerte.
Entra
un miembro de la Conferencia Naval. Ahora quiero salir en un barco de hierro.
Vivo en una casa de hierro. Tengo carcajadas definitivas y ojos duros, redondos
y penetrantes.
El
hombre que tenía alma de prestamista, corazón de catedrático, gestos de
procurador, está caído contra las piedras de la calle. Me habló de Kant y le
eché cocaína en su copa.
La
solemnidad caída contra la calle.
Yo
soy un muchacho risueño y fatalista que canta, bebe y baila y de vez en cuando descabeza
una siesta recostado en la voz del saxofón.
Mi
generación está perdida porque han olvidado enseñarnos el fervor.
Alégrate,
sin embargo. Afuera el silencio de hierro. Los vendedores de armamentos venden
champagne.
No
usamos reloj.
El
jazz latiendo su sonido irregular, loco, sobre la tarima, es el corazón del
tiempo.
Poemas de Juancito Caminador
Todos bailan
Traigo
la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente,
lo
cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad
y
si hay alguna persona que quiere saber lo que me ha ocurrido
ya
se puede ir enterando.
Vamos
a girar, por ejemplo, alrededor de La Rioja
y
de esos rostros y esos paisajes que giraron a mi alrededor
hace
algunos años
y
que hoy se prolongan en la muerte de tantas fotografías perdidas.
Me
había ocurrido el nacer y el vagabundear adolescente
—cuando
era chico miraba llover y me gustaban los agrios dulces
—cuando
era adolescente me gustaban la cocaína y Victor Hugo
y
cuando de pronto me vi corriendo delante de la muerte
—estaba
trémulo, solo en la soledad de los Llanos—
la
vida me pareció tremendamente deliciosa y tremendamente,
verdaderamente
peligrosa.
Me
dijeron: ‘’Octavio Portela se murió’’
y
entonces pensé: ¿Es que uno puede morirse?
Infiel
no fui con el amigo querido.
Juro
que le rendí el mejor de los homenajes.
Cuando
el murió yo sentí un gusto inmenso de la vida y dije:
—Voy
a vivir también por lo que le quedaba de vivir.
Nunca
conocí el arrepentimiento feroz aunque no quise verlo muerto.
Me
parecía imposible que alguien se muriera mientras yo, ah,
mientras
Juancito Caminador amaba las muchachas del verano,
los
vinos ácidos, los versos de Rimbaud,
las
bombas, las orejas de las mujeres tuberculosas, los expresos
y
los ventiladores enloquecidos en los ángulos de las amuebladas.
Recuerdo
que él estaba asomado a una ventana del Hospital
y
en el fondo velaban a la chica muerta del día
y
él decía: ‘’ Qué olor tienen los caballos placeros’’
y
el florero estaba vacío sobre la pila de libros vacíos
porque
ya habíamos releído los libros y estábamos llenos de las ideas
de
los libros.
Yo
tenía nostalgia de cosas que iban a sucederme y pensaba:
¿Qué
estará haciendo ahora la Reina de Rumania?
¡Después
la conocí saliendo de un hotel de lujo
En
el corazón rencoroso de Europa!
Y
después anduve sobre los aeroplanos
y
me metí en estaciones absurdas, escondidas,
con
vagos aromas de aserraderos y destilerías.
Me
gustaba contar: ‘’ El día 14 de febrero el señor (aquí un nombre)
penetró
a la casa señalada con el número 1—7—7—4
y
fue ladrado por un perro sin cabeza’’.
La
primera vez que robé un libro, esa otra en que fui preso
por
dormir en un hotel de vagos y ladrones
o
simplemente, la vez que enamoré a la hija de un guardabarrera,
¡una
hija de la distancia, del camino, del horizonte desconocido!
Solía
frecuentar las obras en construcción, borracho, y recuerdo que una vez
Arturo
Santillán me dijo: ‘’ Por pasar por abajo nos vamos a quedar solteros’’.
Y
yo tenía dos queridas y una cajetilla de marfil llena de opio.
¡Todos
los relojes enloquecieron de pronto!
¡Todas
las marionetas lloraron en los organitos!
¡Todos
los almanaques rodaron degollados sobre las mesas de las oficinas!
¡Todos
los miembros de la Liga de las Naciones fallecieron de pulmonía!
Y
mi corazón continúa alegre y violento como el corazón alborotado de un mundo
nuevo.
Blues
de la buhardilla
Estoy
solo en mi cuarto y por eso viene la fiebre verde a devorarme.
Cómo
te diré mi más bello poema, oh, pequeña amiga,
qué
hará mi corazón tan solo.
Los
tejados deslizan hasta el suelo musgo y cantos de pájaros.
Otras
tantas muertes ruedan por la canaleta del día.
Las
lavanderas inclinadas en las bateas y los chiquillos mocosos que crecerán sin
cultura.
Los
obreros que vuelven de los talleres sólo recuerdan ruidos.
El
rumor de la ciudad achicado, perdido en el rumor de las alcantarillas.
El
muro del asilo fresco y sonoro, y dos árboles, y dos ventanas y dos luces y dos
vientos y dos pesos. Solamente dos pesos.
Y
el reloj que no quiere detenerse para aguardarte y sigue palpitando el tiempo.
Y
los libros ya manoseados llenos del drama que superamos.
Y
los retratos, otras tantas muertes colgadas.
Otras
tantas muertes ruedan por la canaleta del día.
Y
el penúltimo cigarrillo que arrojamos sin sentir por el ojo de buey de la
soledad.
Y
el trepidar del tren asombrando la entraña de la tierra.
Un
grupo de croatas ha invadido la zona del Bertchold en busca de oro.
Los
hombres dentro del túnel buscan el oro que nace sucio y socavan la sociedad
cuya base no podrá ser el sucio dinero.
Los
cadáveres marchan con una linterna en la frente.
Así
murió el padre de Catalina.
Un
hilo de sangre le salía de la boca al asesino.
Nada
se sabe del submarino hundido.
Señores
profesores: La economía política es también poesía.
Piensa
que en el fondo de los mares andaba y apenas salía a flote para ver con su
único ojo terrible los navíos a la distancia.
Piensa
que fue afilado y sereno y tuvo gracia de perfectos tornillos.
74
hombres están agonizando dentro del submarino.
A
la hora de cerrar esta edición.
A
semejante profundidad no llegarán los buzos, el cable de oxígeno, el discurso
del Almirante, los sollozos de los parientes, los nombres de las tabernas, las
mujerzuelas de los muelles, el hinchado vientre del puerto, nuestro viejo
amigo.
Paciencia.
Ayer
enterraron al tercer pistolero muerto.
Es
tiempo de ocuparse del hombre.
De
Dios nos ocuparemos más tarde.
Y
cada uno puede cultivarlo a su hora.
¡Viva
Nicolás Lenin!
A
los 15 años me decidí por la aventura y soy en potencia el más grande de los
aventureros.
La
yapa: varios links acerca de la vida y obra de este gran poeta:
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