Hoy veremos la tercera y última de las clases
relacionadas con el Borges poeta. Desde luego que se trata sólo de un atisbo,
apenas un asomarse desde la puerta entornada. Pero bien vale esta zambullida.
En una división algo simple pero sin duda práctica,
podríamos dividir la obra poética de Borges en tres momentos:
Primera etapa, sin duda fervorosa y juvenilmente poética. El mundo
se percibe, se advierte y aprehende a partir de la experiencia. Y esa
experiencia será verdaderamente tal a partir de su poetización. Abarca sus
poemarios Fervor de Buenos Aires
(1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929).
Una segunda etapa, que se extendería
someramente desde 1930, momento en que comienza a escribir ensayos (Evaristo Carriego, Discusión) y cuentos.
Todo hasta 1938, fecha en que JLB tiene un terrible accidente que casi le
cuesta la vida. Continúa escribiendo cuentos y ensayos, pero a partir de ese
accidente su temática se vuelve esencialmente existencial y cada vez más
sustantiva. Aquí prácticamente no escribe poesía.
La tercera, a partir de 1960, fecha en que ya totalmente ciego,
Borges retoma aquel primer amor tan metafóricamente fiel, la poesía, desde un
enorme poemario en el que incluso se reconcilia elípticamente con Leopoldo Lugones, y
acaso, de alguna manera en un bello ejercicio literario en el que suprime la
vana y breve temporalidad humana de ambos, también le pide disculpas desde el prólogo de
El hacedor.
Ciego, está “condenado” a dictar. Solía decir que
“mascullaba” sus poemas durante dos o tres días en su cabeza hasta que encontraba
la forma. Y todo eso era posible gracias a que estaba dotado de una prodigiosa memoria.
El poeta revela su mundo, pero no en el sentido romántico o modernista de estar encerrado en una "torre de marfil”. Más bien esa revelación se manifiesta en el
descubrimiento de un proceso introspectivo de búsqueda: el poeta explora su
ser. Borges retoma sus temáticas e indagaciones literarias, aplicadas a sus
cuentos y a sus ensayos, pero ahora las vuelca en sus poemas.
A partir de los ´60, Borges había ya cumplido con el mandato de la abuela Haslam: era un prestigioso escritor.
Ya no sentía presiones, ya había experimentado la vida, se había quedado ciego,
había sido un perseguido político, había pasado estrecheces económicas. Ya era esencial y totalmente su invención, el otro Borges.
Luego de El
hacedor, seguiría publicando poesía con regularidad:
El otro, el mismo (1964)
Para las seis cuerdas (1965)
Elogio de la sombra (1969)
El oro de los tigres (1972)
La rosa profunda (1975)
La moneda de hierro (1976)
Historia de la noche (1977)
La cifra (1981)
Los conjurados (1985)
A continuación, veremos el prólogo de El Hacedor.
El hacedor (1960)
A LEOPOLDO
LUGONES
Los rumores de la plaza quedan atrás y entro en la
Biblioteca. De una manera casi física siento la gravitación de los libros, el ámbito
sereno de un orden, el tiempo disecado y conservado mágicamente. A izquierda y
a la derecha, absortos en su lúcido sueño, se perfilan los rostros momentáneos
de los lectores, a la luz de las lámparas estudiosas, como en la hipálage de
Milton. Recuerdo haber recordado ya esa
figura, en este lugar, y después aquel otro epíteto que también define por el
contorno, el árido camello del Lunario, y después aquel hexámetro de la Eneida,
que maneja y supera el mismo artificio:
Ibant obscuri sola sub nocte per umbras.
Estas reflexiones me dejan en la puerta de su despacho.
Entro; cambiamos unas cuantas convencionales y cordiales palabras y le doy este
libro.' Si no me engaño, usted no me malquería,
Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío. Ello no ocurrió
nunca, pero esta vez usted vuelve las páginas y lee con aprobación algún verso,
acaso porque en él ha reconocido su propia voz, acaso porque la práctica
deficiente le importa menos que la sana teoría.
En este punto se deshace mi sueño, como, el agua en el
agua. La vasta biblioteca que me rodea está en la calle México, no en la calle
Rodríguez Peña, y usted, Lugones, se mató a principios del treinta y ocho. Mi
vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo) pero
mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la
cronología se perderá en un orbe de símbolos y de algún modo será justo afirmar
que yo le he traído este libro y que usted lo ha aceptado.
J.L.B.
Buenos Aires, 9
de agosto de 1960.
El poema de los dones
A María Esther Vázquez
Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
A unos ojos sin luz, que sólo pueden
Leer en las bibliotecas de los sueños
Los insensatos párrafos que ceden
Las albas a su afán. En vano el día
Les prodiga sus libros infinitos,
Arduos como los arduos manuscritos
Que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia .griega)"
Muere un rey entre fuentes y jardines;
Yo fatigo sin rumbo los confines
De esa alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
Y el Occidente, siglos, dinastías,
Símbolos, cosmos y cosmogonías
Brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
Exploro con el báculo indeciso.
Yo, que me figuraba el Paraíso
Bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
Con la palabra azar, rige estas cosas;
Otro ya recibió en otras borrosas
Tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
Suelo sentir con vago horror sagrado
Que soy .el otro, el muerto, que habrá dado
Los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
De un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
Mundo que se deforma y que se apaga
En una pálida ceniza vaga
Que se parece al sueño y al olvido.
Paul Groussac también fue ciego, y como JLB, director
de la Biblioteca Nacional.
Está escrito en endecasílabos y con rima ABBA, el
prodigio tan bello y leve es que el corsé del soneto no se nota, no pesa; al contrario, le da un marco majestuoso que construye el código estético.
Estos dos hermosos sonetos plenos de recursos poéticos
que continúan, se articulan temáticamente entre sí; JLB trabaja en ambos el
tema de la creación y el paralelismo entre el juego del ajedrez, un juego de
contendientes, y la guerra entre humanos. En ambos, la manipulación y el poder.
AJEDREZ
I
En su grave rincón, los jugadores
Rigen las lentas piezas. El tablero
Los demora hasta el alba en su severo
Ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian .mágicos rigores
Las formas: torre homérica, ligero
Caballo, armada reina, rey postrero,
Oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
Cuando el tiempo los haya consumido,
Ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
Cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina, torre directa y peón ladino
Sobre lo negro y blanco del camino
Buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Ornar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días,
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonías?
En esta magnífica ars poética, como Kavafis, Borges
dice que “El arte es esa Ítaca”.
ARTE POÉTICA
Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.
Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.
Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo,
Ver en la muerte el sueño, en el ocas
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.
A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.
Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Ítaca
Verde y humilde. El arte es esa Ítaca
De verde eternidad, no de prodigios.
También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.
A continuación, veremos poemas de algunos de sus siguientes
libros:
El otro, el mismo (1964)
A QUIEN YA NO ES JOVEN
Ya puedes ver el trágico escenario
Y cada cosa en el lugar debido;
La espada y la ceniza para Dido
Y la moneda para Belisario.
¿A qué sigues buscando en el brumoso
Bronce de los hexámetros la guerra
Si están aquí los siete pies de tierra,
La brusca sangre y el abierto foso?
Aquí te acecha el insondable espejo
Que soñará y olvidará el reflejo
De tus postrimerías y agonías.
Ya te cerca lo último. Es la casa
Donde tu lenta y breve tarde pasa
Y la calle que ves todos los días.
ALEXANDER SELKIRK
Sueño que el mar, el mar aquél, me encierra
Y del sueño me salvan las campanas
De Dios, que santifican las mañanas
De estos íntimos campos de Inglaterra.
Cinco años padecí mirando eternas
Cosas de soledad y de infinito,
Que ahora son esa historia que repito,
Ya como una obsesión, en las tabernas.
Dios me ha devuelto al mundo de los hombres,
A espejos, puertas, números y nombres,
Y ya, no soy aquél que eternamente
Miraba el mar y su profunda estepa
¿Y cómo haré para que ese otro sepa
Que estoy aquí, salvado, entre mi gente?
Alexander Selkirk fue un marinero escocés
que durante más de cuatro años fue náufrago en una isla desierta en la
zona central de Chile; su historia inspiró a Daniel Defoe a escribir su Robinson Crusoe.
Elogio de la sombra (1969)
LAS COSAS
El bastón, las monedas, el llavero,
La dócil cerradura, las tardías
Notas que no leerán los pocos días
Que-me quedan, los naipes y el tablero,
Un libro y en sus páginas la ajada
Violeta, monumento de una tarde
Sin duda inolvidable y ya olvidada,
El rojo espejo occidental en que arde
Una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
Limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
Nos sirven como tácitos esclavos,
Ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido.
El recurso que hoy veremos
vinculado con la poética borgeana es el de enumeración. Es el tercer recurso poético más usado por Borges,
junto con el hipérbaton y la elipsis, ambos vistos en las clases pasadas dedicadas aquí a JLB.
La enumeración
es un recurso morfosintáctico que consiste en una sucesión de elementos pertenecientes
a una misma familia semántica:
Por ejemplo,
este fragmento de una Oda de Fray Luis
de León:
Llamas, dolores, guerras
muertes, asolamientos, fieros males
entre los brazos cierras.
O éste de Lope de Vega:
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo…
O éste de Vicente Aleixandre:
[...]Día, noche,
ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas,
antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra,
navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música,
labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud,
su forma. Se querían, sabedlo…
Finalizaré de
alguna manera esta introducción a la poética borgeana con el deseo de haberles
podido inocular algo de la profunda belleza y magnificencia de su mejor mundo –
para mí –: el poético. De allí partió su nave y comenzó todo su universo. No se
lo pierdan, es una gran experiencia leer la poesía de Borges.
Y por favor,
suban sus poemas al blog.
Ejercicio
ResponderBorrar04-06-15
JLB
Enumeración
Impensado
Arenas, tibias, cercanas, amigas
Siendo niño podía ver cosas
que hoy no están, o que se cansaron de ser
de pensarse otras.
Ese camino que recorrimos
una y otra vez
distinto, oscuro, inmanente
nos espera, seduce, acecha.
Siempre seremos así?
creyendo que todo sigue en su lugar
esperándonos?
Será todo tan parecido
a esos sueños invisibles?
Pero claro, hoy
los silencios vibran
la oscuridad respira rítmica
y lo único visible
es tu mirada.