Marosa Di
Giorgio y la poética del asombro vital
Es tan poderosa
la poética de Marosa Di Giorgio que no deja de sorprendernos. A tal punto que,
a la manera de los grandes –borgeano, nerudiano, cortazariano–, hemos creado
para su poética el adjetivo marosiano.
Aunque en el taller
de poesía, llegamos de hablar de “influencia marososa”.
Sin duda es una
gran poética del asombro. Es la Alicia en el país de las maravillas de América
del Sur, del Río de la Plata, y sin necesidad de tener a un Lewis Carroll. Así
de potente es su voz poética, que hoy celebramos.
En su obra, un
canto a la naturaleza y a sus mutaciones, la mitología es una constante.
Es una
de las voces poéticas más singulares de Latinoamérica. En sus recitales
poéticos -muchos de ellos reproducidos en casetes y otros formatos (abajo, un link)- demostraba una capacidad interpretativa muy
particular, única, en la que se entremezclaban emociones como el miedo, la
sorpresa, el desasosiego y el deseo, siempre con una voz trémula y delicada.
Hoy veremos la
obra de la poeta Marosa Di Giorgio Medici (Salto, 16 de junio de 1932 -
Montevideo, 17 de agosto de 2004), poeta y escritora uruguaya.
Descendiente de
inmigrantes italianos (divertida, decía que descendía de los excéntricos Medici) y vascos que fundaron quintas en zonas rurales del
Uruguay, sus padres fueron Giorgio y Clementina Medici. Marosa di Giorgio
comenzó a publicar en los años ´50. En los dos tomos de Los papeles salvajes (1989 y 1991) recopiló sus poemas publicados
hasta entonces.
El extenso Diamelas a Clementina Médici (2000)
estuvo inspirado en la muerte de su madre. Sus textos narrativos eróticos son: Misales (1993), Camino de las pedrerías (1997), y Reina Amelia (1999). Su obra, que recibió numerosos premios, ha
sido traducida al inglés, francés, portugués e italiano.
Antes de emprender
la particularidad de su perturbador universo, es necesario hacer referencia a
la “rareza” de su figura literaria, a la articulación de una imagen insólita
que ofrece, sin duda, una puerta de lectura secreta a sus textos. En este
sentido, aunque ya Rubén Darío dejara constancia en Los raros (1896) de que la experiencia se “crea” a partir del
poema y nunca a la inversa, es evidente que, desde el Romanticismo, la actitud
controvertida, la personalidad atrayente y la pose completan e iluminan la obra
y han seguido siendo utilizadas por los artistas como una marca de distinción
frente a una sociedad cada vez más homogeneizadora.
Como recurso,
veremos la madre de todos ellos, absolutamente aplicable a Marosa Di Giorgio:
hablaremos de la subversión del código. Y luego veremos algo de su poesía. Además,
añadiremos links para que puedan escucharla decir su poesía.
Hoy hablaremos acerca del código estético. En griego, estético significa sensible, lo que se aprende a través de los sentidos. Los bebés
aprenden a hablar por mímesis. La memoria es la mejor herramienta para
aprender. El lenguaje es el primer código que aprendemos, nos contiene y nos
impone la forma de pensar, el proceso de cognición, proceso de codificación y
decodificación de lo que se escucha.
Tres tipos de
materiales que se adquieren a través de los sentidos:
·
Materiales visuales
·
Materiales auditivos
·
Materiales mentales
Los materiales
mentales son los que alimentan nuestro hambre literario, en todas sus
variantes.
Estos tres
materiales devienen en un código nuevo, el código estético.
Decodificamos
con la ayuda de nuestra competencia cultural. Esa competencia cultural, que siempre es personal y única, es nuestra, tiene dos
formas de aprender: identificación con la metáfora del otro y el rechazo o
extrañamiento por esa subversión del código.
Lo que hace
Marosa Di Giorgio, poeta posmoderna, es violar el código normal para dar lugar
a un particular código estético, que jamás nos deja indiferentes. Dueña de una poética
del asombro, es perversamente ingenua, muy erótica.
Su escritura parece
por momentos un discurso excéntrico, incoherente, pero tiene una capacidad de
transportar al lector, y desde ya muchísimo más al oyente a través de su prosa
poética.
Rompe el código
con un onirismo absoluto, a la que ella además le presta su voz, su cuerpo. Diríamos
que es una cinta transportadora poética.
Leeremos – y
escucharemos – algunos de sus poemas
A veces, en el
trecho de huerta que va desde el hogar...
A veces, en el
trecho de huerta que va desde el hogar
a la alcoba, se
me aparecían los ángeles.
Alguno, quedaba
allí de pie, en el aire, como un gallo
blanco -oh, su
alarido-, como una llamarada de azucenas
blancas como la
nieve o color rosa.
A veces, por los
senderos de la huerta, algún ángel me
seguía casi
rozándome; su sonrisa y su traje, cotidianos;
se parecía a
algún pariente, a algún vecino (pero, aquel
plumaje gris,
siniestro, cayéndole por la espalda
hasta los
suelos...). Otros eran como mariposas negras
pintadas a la
lámpara, a los techos, hasta que un día
se daban vuelta
y les ardía el envés del ala, el pelo,
un número
increíble.
Otros eran
diminutos como moscas y violetas e iban
todo el día de
aquí para allá y ésos no nos infundían miedo,
hasta les
dejábamos un vasito de miel en el altar.
De "Historial
de las violetas" 1965
A veces los
caballos se reúnen
A veces, los
caballos se reúnen allá. Las lechuzas con sus sobretodos oscuros, sus lentes
muy fuertes, sus campanillas extrañas convocan a los hongos blancos como hueso,
como huevos. A veces tenemos hambre y no hay un animalillo que degollar.
Entonces vamos
por la escalera hacia el desván a buscar las viejas piñas, los racimos de
tablas con sus uvas duras y oscuras, las viejas almendras. Al partirlas salta
la vicheja, lisa, suave, anacarada, rosa o azul.
Si es de color
oro la arrojamos al aire y ella se pone a girar envuelta en un anillo de fuego
como un planeta.
A veces, ni
tengo hambre. La luna está fija con sus plumas veteadas. Cantan los caballos...
Al asomarme, vi
las antonias azules...
Al asomarme, vi
las antonias azules. Sobre los pétalos de seda celeste brillaban las pecas
violetas parecían arder y girar como si fueran almas o planetas.
A veces daban un
pequeño maullido, se oía bramar a los dibujos azules… así que habían nacido la
noche anterior de súbito y un poco antes de tiempo. A su lado, las otras flores
no podían subsistir. Ya habían caído los azahares, la marcela, las rosas desenroscadas.
Fui a esconderme, a encerrarme, a acostarme. Pensé en mamá en un lejano país,
que no me había alertado lo suficiente. Tenía un miedo espantoso, como si un
muerto anduviera libre y sin embargo… eran tan hermosas. Me atreví a espiarlas
a través de una cortinilla. Les vi las caras redondas y los cálices
estrellados. Después, todas las cosas parecieron cambiar de lugar. Torné a mi
comarca, pero las antonias azules prosiguen su terrible proceso en el pasado y
en lo que vendrá.
De: Papeles
salvajes
“Al mediodía las ásperas magnolias...
Al mediodía, las
ásperas magnolias y las peras, los topacios con patas y con alas; azucenones,
claros, rojos, semiabiertos; la casa de siempre, el patio familiar, parecían el
paraíso, por el brillo de las ramas, los racimos, las estrellas en las hojas,
cuyas figuras de cinco picos se reflejaban por los suelos. Y el bebé con sus
plumas. No se sabía si era niño o era niña.
El bebé entre
las cremas.
Blanco, celeste,
color rosa.
Si era mujer o
era hombre.
El bebé entre sus
tules, sus claras y sus yemas, las "coronas de novia".
El deseo estuvo,
allí, servido.
Era eso,
exactamente.
Tocaron las
campanas a rebato.
Cuando el
asesinato, la violación del bebé; la devoración, la consunción.
Sonaron las
campanas a rebato, cuando la visitación al bebé, y todo lo demás.
Las frutas
desaparecieron. La casa quedó gris, chiquitita. Como antes, más que antes.
Pasó un minuto.
No sé si pasó un
día, pasaron años.
Y Dios perdonó.
Se sintió el
rumor de sus alas bajando por las uvas.
Dios quemó el
pecado.
Lo borró.
Lo quemó.
Lo dejó blanco,
como nieve, como espuma.
Había nacido con
zapatos. Rojos, finos, de taco alto...
Había nacido con
zapatos. Rojos, finos, de taco alto,
que fueron la
desesperación de todos los que vivimos juntos
en aquel tiempo.
Y en la cara
tenía varias dentaduras, y lentes celestes como
el fuego.
Al pasar, por la
tarde, parecía el ángel de la devoración con
pie punzó.
Mas, en
realidad, amó la luz solar. Comía guindas, llevándose
una a cada boca.
Y sentía temor y
amor hacia el Maestro Tigre que llegaba
en la noche a
buscar doncellas.
Y nunca la
eligió.
De "La
liebre de marzo" 1981
La naturaleza de los sueños
Al alba bebía la leche,
minuciosamente, bajo la mirada vigilante de mi madre; pero, luego, ella
apartaba un poco,
volvía a hilar la miel, a bordar
a bordar, y yo huía hacia la inmensa pradera, verde y gris.
A lo lejos, pasaban las gacelas
con sus caras de flor; parecían lirios con pies, algodoneros con alas. Pero, yo
sólo miraba
a las piedras, a los altos
ídolos, que miraban a arriba, a un destino aciago.
Y, qué podía hacer; tenderme
allí, que mi madre no viese, que me pasara, otra vez, aquello horrible y raro.
De "Los papeles salvajes" 1991
Los hongos nacen en silencio; algunos
nacen en silencio...
Los hongos nacen en silencio;
algunos nacen en silencio;
otros, con un breve alarido, un
leve trueno. Unos son
blancos, otros rosados, ése es
gris y parece una paloma,
la estatua de una paloma; otros
son dorados o morados.
Cada uno trae -yeso es lo
terrible-- la inicial del muerto
de donde procede. Yo no me atrevo
a devorarlos; esa carne
levísima es pariente nuestra.
Pero, aparece en la tarde el
comprador de hongos y
empieza la siega. Mi madre da
permiso. El elige como un
águila. Ese blanco como el
azúcar, uno rosado, uno gris.
Mamá no se da cuenta de que vende
a su raza.
De "Los papeles salvajes" 1971
Los leones rondaban la casa...
Los leones rondaban la casa.
Los leones siempre rondaron.
Siempre se dijo que los leones
rondaron siempre.
Parecían salir de los paraísos y
el rosal.
Los leones eran sucios y dorados.
Ellos eran muy bellos.
Los ojos como perlas. Y un broche
brillante en el pecho
entre aquel pelo áureo.
Los leones entraron a la casa.
Corrimos a esconder los floreros
de sal, de azúcar, el cometa
Halley, las queridísimas sábanas nevadas, la
colección
estampillas. Y a traer los
sudarios.
Los leones eran al mismo tiempo,
presentes e invisibles, al
mismo tiempo, visibles e
invisibles.
Se oía el rumor de la leche que
robaban, el clamor de la miel
y la carne que cortaban.
Llevaron hacia afuera a la abuela
oscura, la que tenía una
guía de rositas alrededor del
corazón.
Y la comieron fríamente. Como en
un simulacro.
Y -como si hubiese sido un
simulacro!- ella tornó a la
casa y dijo: -Los leones rondaron
siempre. Están delante
de los paraísos y el rosal. Dijo:
-Los leones están acá.
De "Mesa de esmeralda" 1985
Poema X
Este melón es una rosa,
este perfuma como una rosa,
adentro debe tener un ángel
con el corazón y la cintura
siempre en llamas.
Este es un santo,
vuelve de oro y de perfume
todo lo que toca;
posee todas las virtudes, ningún
defecto,
Yo le rezo,
después lo voy a festejar en un
poema.
ahora, sólo digo lo que él es:
un relámpago,
un perfume,
el hijo varón de las rosas.
De "Magnolia" 1965
Anoche volvió
otra vez La Sombra...
Anoche, volvió,
otra vez, La Sombra; aunque ya habían pasado
cien años, bien
la reconocimos. Pasó el jardín violetas,
el dormitorio,
la cocina; rodeó las dulceras, los platos blancos
como huesos, las
dulceras con olor a rosa.
Tomó al
dormitorio, interrumpió el amor, los abrazos; los que
que estaban
despiertos, quedaron con los ojos fijos; soñaban,
igual la vieron.
El espejo donde
se miró o no se miró, cayó trizado. Parecía
que quería matar
a alguno. Pero, salió al jardín. Giraba, cavaba,
en el mismo
sitio, como si debajo estuviese enterrado un muerto.
La pobre vaca,
que pastaba cerca de la violetas, se enloqueció,
gemía como una
mujer o como un lobo. Pero, La Sombra se fue volando,
se fue hacia el
sur. Volverá dentro de un siglo.
De "Los
papeles salvajes" 1971
Árbol de
magnolias...
Árbol de
magnolias,
te conocí el día
primero de mi infancia,
a lo lejos te
confundes con la abuela, de cerca, eres el aparador
de donde ella
sacaba el almíbar y las tazas.
De ti bajaron
los ladrones;
Melchor, Gaspar
y Baltasar;
de ti bajaban
los pastores y los gatos;
los pastores,
enamorados como gatos,
los gatos,
serios como hombres, con sus bigotes y sus ojos de enamorados
Esclava negra
sosteniendo criaturitas, inmóviles, nacaradas.
Virgen María de
velo negro,
de velo blanco,
allá en el patio.
Eres la abuela,
eres mamá, eres Marosa, todo eres, con tu
eterna
juventud, tu
vejez eterna,
niña de
Comunión, niña de novia,
niña de muerte.
De ti sacaban
las estrellas como tazas,
las tazas como
estrellas.
Estuvo oculto en
tus ramos el Libro del Destino.
Te has quedado
lejos, te has ido lejos.
Pero, voy
retrocediendo hacia ti,
voy avanzando
hacia ti.
Te veré en el
cielo.
No puede ser la
eternidad sin ti.
De "Los
papeles salvajes" 1991
Bajó una
mariposa a un lugar oscuro...
Bajó una
mariposa a un lugar oscuro; al parecer, de
hermosos
colores; no se distinguía bien. La niña más chica
creyó que era
una muñeca rarísima y la pidió; los otros
niños dijeron:
-Bajo las alas hay un hombre.
Yo dije: -Sí, su
cuerpo parece un hombrecito.
Pero, ellos
aclararon que era un hombre de tamaño natural.
Me arrodillé y
vi. Era verdad lo que decían los niños. ¿Cómo
cabía un hombre
de tamaño normal bajo las alitas?
Llamamos a un
vecino. Trajo una pinza. Sacó las alas. Y un
hombre alto se
irguió y se marchó.
Y esto que
parece casi increíble, luego fue pintado
prodigiosamente
en una caja.
De "La
liebre de marzo" 1981
De súbito,
estalló la guerra. No sabía si era de día o de noche.
Nunca estuvo nada tan oscuro ni tan claro.
Hay un ruido tremendo en el horizonte y sube
una estrella de diez pisos y se estrella.
Y vienen los guerreros a caballo o en cometa.
Las cometas son rojas, amarillas y rosadas. Son rosadas o rayadas. En forma de
lechuga y mariposa. Algunas no traen pasajero; pero igual, se apean,
pavorosamente.
No sabemos qué hacer, y sacamos las trenzas falsas,
los vestidos con lentejuelas y brillantes, de las guerras.
Los guerreros van por todas partes, giran en
torno de la casa; con un hacha trozan las sandías. De cada una salta un chorro
de rubíes y corales; cruzan el almácigo de calas; cada uno saca una y la usa
cual teléfono; da órdenes que van lejos.
El abuelo vive, inmóvil, dicta leyes de otras
guerras; pero, mi padre nada puede.
Los gallos, tremolantes, tiritantes, vuelan al
revés, con la espalda para el suelo.
Y, al fin, todo pasa. Caballos al galope,
raudos, se van rumbo al norte y rumbo al sur.
Sólo queda un aire de violines de la guerra.
Mamá, más allá, prepara té y leche.
La esperamos. En puntas de pie. Con los
guerreros vestidos irisados.
Al tornar del
colegio...
Al tornar del
colegio, los otros niños jugaban en el patio; mamá preparó el té. Comencé a
quitarme el delantal. Enseguida, volvieron las plumas. Mi rostro quedó
absolutamente de perfil, se arqueó la nariz; crucé la ventana, volé al aire azul,
batiendo las alas, blancas, pardas, grises, entreabiertas. Bellísima,
impresionante. El cuerpo era pequeño; parecía sólo una cabeza. Con
desesperación recordé el lugar, el caminillo, el escondrijo. Llegué en un
minuto; de un aletazo barrí el piso, la entrada, pulí los huevos, conté mis
pollos; con miedo horrible de que no fuera alcanzarme el tiempo salí a buscar
presas, maté ratones de un picotazo en el oído; los distribuí; a cada uno, uno.
Torné de prisa, al aire azul. Pasó La Muerte, tan delgada, con el vestido
largo, blanco, de organdí. Entonces, di el grito petrificante que alertó a todo
el valle. Y en el mismo momento estuve, otra vez, de pie, en la otra casa. Mi
madre recogía el delantal, servía el té, decía: “Gritó la lechuza”.
No te pierdas el escucharla, es una experiencia impactante. Aquí el link, con muchos de los poemas que aquí están también por escrito:
Suban por favor
sus poemas al blog. ¡Esos, sí, los marososos!!!
Ejercicio
ResponderBorrar25-jun-15
Marosa de Giorgio
Hogares
De la calle de las maestras y los colectivos
dejamos todo acodado en esa escalera de caracol.
Sí, esa que rodaba del torreón al avaro sótano
pasando por la cuna impropia
y por la pieza del loco que cría niños torpes.
De la mano ahuecamos futuros
que ya habíamos soñado en otras tardes
y otros desmanes yermos
de terrazas de chapa, de audacia ingenua
y estrépitos secretos.
Encantadoras parcas danzan desnudas
golpeando con sus rodillas
ese piso de roble de Eslavonia
que domesticamos absortos
en cansadas tardes de hastío.
Bajo el retorcido riel de cortina,
Armstrong y Aldrin apoyan sus escafandras
sobre la invisible barrera que los separa
de esa mujer manca, pálida y ausente
y de ese par de chicos que alegremente
los ignoramos.
BANQUETE MAROSOSO.
ResponderBorrarAyer u otro día del porvenir fui invitado
La cena contaba con escenas lúdicas
Pasaban platos calientes y fríos de mejillones al verdeo
Arándanos y membrillos
Comí dos plastos de muslos
pelados a la cera
dos ángeles revoloteaban como mariposa
multicolor
pelábamos las ramas del paraíso
para atraparlas en nuestra infancia
allá en el barrio chino
de punta en blanco charco de por medio
entones el regreso a casa estaba el amenazante golpe a las
travesuras .
las doncellas recién venidas de las islas Vírgenes
sacudían su piel de Cordero que no quita los pecados
bailaban su cumpleaños