Luego de varias
clases dadas pero sin lograr poder subirlas aquí, al blog, a causa de diferentes avatares, retomamos por fin hoy el
hilo conductor, el hilo de Ariadna.
Recordemos que ésta
es la segunda clase (de tres) dedicada a Jorge
Luis Borges, sobre todo en tanto gran poeta, que ése es nuestro sesgo, la poesía. ¿Y por qué es –a nuestra
consideración– el más importante escritor del siglo XX? Porque Borges nos marcó
un camino, nos reveló una manera de ver el mundo desde su “ser lector”. Porque
primero debemos ser lectores, para luego poder dar ese salto cualitativo de tigre que es
escribir o, por lo menos, intentarlo.
Es verdad que a través del concepto de “opera
aperta” –obra abierta–, Umberto Eco señaló que toda obra es abierta; por lo tanto, la finaliza el lector;
en consecuencia, habrá tantas versiones de obras como lectores haya. Por eso,
leer es también crear. Y siempre mejor desde Borges.
En esta clase continuaremos viendo y disfrutando de la
obra poética de JLB, a la que nos asomaremos algo desde el orden cronológico somero de sus libros publicados.
Antes, y como siempre, vincularemos al poeta con una figura
retórica, literaria
o de construcción. En este caso, la elipsis, que radica en omitir uno o varios elementos de la oración de
forma intencional con el fin de poder expresar una idea de modo concreto y sencillo. Es
importante aclarar que la elipsis no consiste en eliminar cualquier palabra del
enunciado, sino sólo aquellas que no sean necesarias para comprender de forma
clara lo que se dice, ya que las palabras que se omiten están implícitas en el
sentido de la oración. El
propósito de utilizar la elipsis es el suprimir las palabras que
deberían de usarse en la oración, pero que le restan simplicidad y rapidez.
Así,
la elipsis, es una técnica en la que
se omiten una o más palabras que se pueden dar por entendidas y pueden
aplicarse solas. Entonces, con elipsis, el poema estará más liviano y en condiciones de levantar
vuelo.
Retomemos entonces la lectura de Borges. Comenzaremos con Luna de enfrente (1925)
Este libro fue su
introducción al modernismo. Borges desarrolla aquí el concepto universal del
barrio, el suburbio de Buenos Aires. Lo construye a través de sus personajes,
sus calles, su geografía.
Veamos el
prólogo (en verdad, los prólogos de Borges realizan por sí mismos un recorrido
independiente de cada obra que lo contiene, y un disfrute extra para el lector
cómplice que comparte el placer por la lectura), de este libro, que Borges
escribió en ocasión de la edición de sus Obras
Completas, en 1969:
P R Ó L O G O
Hacia 1905, Hermann Bahr decidió: El único deber, ser
moderno. Veintitantos años después, yo me impuse también esa obligación del
todo superflua. Ser moderno es ser contemporáneo, ser actual; todos fatalmente lo
somos. Nadie —-fuera de cierto aventurero que soñó Wells— ha descubierto el
arte de vivir en el futuro o en el pasado. No hay obra que no sea de su tiempo;
la escrupulosa novela histórica Salammbó, cuyos protagonistas son los
mercenarios de las guerras púnicas, es una típica novela francesa del siglo diecinueve.
Nada sabemos de la literatura de Cartago, que verosímilmente fue rica, salvo
que no podía incluir un libro como el de Flaubert.
Olvidadizo de que ya lo era, quise también ser
argentino. Incurrí en la arriesgada adquisición de uno o dos diccionarios de argentinismos,
que me suministraron palabras que hoy puedo apenas- descifrar: madrejón,
espadaña, estaca pampa...
La ciudad de Fervor de Buenos Aires no deja nunca de
ser íntima; la de este volumen tiene algo de ostentoso y de público. No quiero
ser injusto con él. Una que otra composición —El general Quiroga va en coche al
muere— posee acaso toda la vistosa belleza de una calcomanía; otras —Manuscrito
hallado en un libro de Joseph Conrad— no deshonran, me permito afirmar, a quien
las compuso. El hecho es que las siento ajenas; no me conciernen sus errores ni
sus eventuales virtudes.
Poco he modificado este libro. Ahora, ya no es mío.
J.L.B.
Buenos Aires,
25 de agosto de 1969".
Y aquí algunos poemas de este libro vistos en clase:
Calle con almacén rosado
Ya se le van
los ojos a la noche en cada bocacalle
y es como una
sequía husmeando lluvia.
Ya todos los
caminos están cerca,
y hasta el
camino del milagro.
El viento trae
el alba entorpecida.
El alba es
nuestro miedo de hacer cosas distintas y se nos viene encima.
Toda la santa
noche he caminado
y su inquietud
me deja
en esta calle
que es cualquiera.
Aquí otra vez
la seguridad de la llanura
en el horizonte
y el terreno
baldío que se deshace en yuyos y alambres
y el almacén
tan claro como la luna nueva de ayer tarde.
Es familiar
como un recuerdo la esquina
con esos largos
zócalos y la promesa de un patio.
¡Qué lindo
atestiguarte, calle de siempre, ya que te miraron tan pocas cosas mis días!
Ya la luz raya
el aire.
Mis años
recorrieron los caminos de la tierra y del agua
y sólo a vos te
siento, calle dura y rosada.
Pienso si tus
paredes concibieron la aurora,
almacén que en
la punta de la noche eres claro.
Pienso y se me
hace voz ante las casas
la confesión de
mi pobreza:
no he mirado
los ríos ni la mar ni la sierra,
pero intimó
conmigo la luz de Buenos Aires
y yo forjo los
versos de mi vida y mi muerte con esa luz de calle.
Calle grande y
sufrida,
eres la única
música de que sabe mi vida.
Vean este uso de hipérbaton: “Es familiar como un recuerdo
la esquina”.
Al horizonte de un suburbio
Pampa:
Yo diviso tu anchura que ahonda las afueras,
yo me estoy desangrando en tus ponientes.
Pampa:
Yo te oigo en las tenaces guitarras sentenciosas
y en altos benteveos y en el ruido cansado
de los carros de pasto que vienen del verano.
Pampa:
El ámbito de un patio colorado me basta
para sentirte mía.
Pampa:
Yo sé que te desgarran
surcos y callejones y el viento que te cambia.
Pampa sufrida y macha que ya estás en los cielos,
no sé si eres la muerte. Sé que estás en mi pecho.
El general Quiroga va en coche al muere
El madrejón desnudo ya sin una sed de agua
y la luna perdida en el frío del alba
y el campo muerto de hambre, pobre como una araña.
El coche se hamacaba rezongando la altura;
un galerón enfático, enorme, funerario.
Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura
arrastraban seis miedos y un valor desvelado.
Junto a los postillones jineteaba un moreno.
Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda!
El general Quiroga quiso entrar en la sombra
llevando seis o siete degollados de escolta.
Esa cordobesada bochinchera y ladina
(meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma?
Aquí estoy afianzado y metido en la vida
como la estaca pampa bien metida en la pampa.
Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
no he de soltar la vida por estos pedregales.
¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?
Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco
sables a filo y punta merodearon sobre él;
muerte de mala muerte se lo llevó al riojano
y una de puñaladas lo mentó a Juan Manuel.
Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma,
se presentó al infierno que Dios le había marcado,
y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,
las ánimas en pena de hombres y de caballos.
Es una resemantización de la historia. Recordemos en
este sentido también el Poema conjetural (1943), donde otra figura histórica,
muy diferente de este caudillo de provincia, encuentra el mismo destino
sudamericano.
Cuaderno San Martín (1929)
Cuadernos San Martín es casi una continuación
estilística y temática de Luna de
enfrente.
Aquí cruza la mitología grecolatina con el suburbio.
Se podría escribir un trabajo acerca de la resemantización de la mitología
greco latina en la obra de JLB.
Su prólogo es también de 1969, y dice así:
“He hablado mucho, he hablado demasiado, sobre la
poesía como brusco don del Espíritu, sobre el pensamiento como una actividad de
la mente; he visto en Verlaine el ejemplo de puro poeta lírico; en Emerson, de
poeta intelectual. Creo ahora que en todos los poetas que merecen ser releídos
ambos elementos coexisten. ¿Cómo clasificar a Shakespeare o a Dante?
En lo que se refiere a los ejercicios de este volumen,
es notorio que aspiran a la segunda categoría. Debo al lector algunas
observaciones. Ante la indignación de la crítica, que no perdona que un autor
se arrepienta, escribo ahora Fundación mítica de Buenos Aires y no Fundación
mitológica, ya que la última palabra sugiere macizas divinidades de mármol. Las
dos piezas de Muertes de Buenos Aires —título que debo a Eduardo Gutiérrez—
imperdonablemente exageran la connotación plebeya de la Chacarita y la connotación patricia de la Recoleta. Pienso que el
énfasis de Isidoro Acevedo hubiera hecho sonreír a mi abuelo.
Fuera de Llaneza,
La noche que en el sur lo velaron, es
acaso el primer poema auténtico que escribí.
J.L.B.
Buenos Aires, 1969”.
Y aquí algunos poemas de este poemario.
Fundación mítica de Buenos Aires
¿Y fue por este río de sueñera y de barro
que las proas
vinieron a fundarme la patria?
Irían a los
tumbos los barquitos pintados
entre los
camalotes de la corriente zaina.
Pensando bien
la cosa, supondremos que el río
era azulejo entonces
como oriundo del cielo
con su
estrellita roja para marcar el sitio
en que ayunó
Juan Díaz y los indios comieron.
Lo cierto es
que mil hombres y otros mil arribaron
por un mar que
tenía cinco lunas de anchura
y aún estaba
poblado de sirenas y endriagos
y de piedras
imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos
ranchos trémulos en la costa,
durmieron
extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son
embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana
entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana
entera pero en mitá del campo
expuesta a las
auroras y lluvias y suestadas.
La manzana
pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala,
Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un almacén
rosado como revés de naipe
brilló y en la
trastienda conversaron un truco;
el almacén
rosado floreció en un compadre,
ya patrón de la
esquina, ya resentido y duro.
El primer
organito salvaba el horizonte
con su achacoso
porte, su habanera y su gringo.
El corralón
seguro ya opinaba Yrigoyen,
algún piano
mandaba tangos de Saborido.
Una cigarrería
sahumó como una rosa
el desierto. La
tarde se había ahondado en ayeres,
los hombres
compartieron un pasado ilusorio.
Sólo faltó una
cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace
cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan
eterna como el agua y el aire.
La noche que en el sur lo velaron
Por el deceso
de alguien
-misterio cuyo
vacante nombre poseo y cuya realidad no abarcamos-
hay hasta el
alba una casa abierta en el Sur,
una ignorada
casa que no estoy destinado a rever,
pero que me
espera esta noche
con desvelada
luz en las altas horas del sueño,
demacrada de
malas noches, distinta,
minuciosa de
realidad.
A su vigilia
gravitada en muerte camino
por las noches
elementales como recuerdos,
por el tiempo
abundante de la noche,
sin más oíble
vida
que los vagos
hombres de barrio junto al apagado almacén
y algún silbido
solo en el mundo.
Lento el andar,
en la procesión de la espera,
llego a la
cuadra y a la casa y a la sincera puerta que busco
y me reciben
hombres obligados a la gravedad
que
participaron de los años de mis mayores,
y nivelamos
destinos en una pieza habilitada que mira al patio
- patio que está bajo el poder y en la integridad de
la noche-
y decimos, porque la realidad es mayor, cosas
indiferentes
y somos
desganados y argentinos en el espejo
y el mate
compartido mide horas vanas.
Me conmueven
las menudas sabidurías
que en todo
fallecimiento se pierden
-hábito de unos libros, de una llave, de un cuerpo
entre los otros-.
Yo sé que todo privilegio, aunque oscuro, es de linaje
de milagro
y mucho lo es
el de participar en esta vigilia,
reunida
alrededor de lo que no se sabe: del Muerto,
reunida para
acompañar y guardar su primera noche en la muerte.
(El velorio
gasta las caras;
los ojos se nos
están muriendo en lo alto como Jesús.)
¿Y el muerto,
el increíble?
Su realidad
está bajo las flores diferentes de él
y su mortal
hospitalidad nos dará
un recuerdo más
para el tiempo
y sentenciosas
calles del Sur para merecerlas despacio
y la noche que
de la mayor congoja nos libra:
la prolijidad
de lo real.
Muertes de Buenos Aires
I
La Chacarita
Porque la
entraña del cementerio del sur
fue saciada por
la fiebre amarilla hasta decir basta;
porque los
conventillos hondos del sur
mandaron muerte
sobre la cara de Buenos Aires
y porque Buenos
Aires no pudo mirar esa muerte,
a paladas te
abrieron
en la punta
perdida del oeste,
detrás de las
tormentas de tierra
y del barrial
pesado y primitivo que hizo a los cuarteadores.
Allí no había más
que el mundo
y las
costumbres de las estrellas sobre unas chacras,
y el tren salía
de un galón en Bermejo
con los olvidos
de la muerte:
muertos de
barba derrumbada y ojos en vela,
muertas de
carne desalmada y sin magia.
Trapacerías de
la muerte -sucia como el nacimiento del hombre-
siguen multiplicando tu subsuelo y asi reclutas
tu conventillo
de ánimas, tu montonera clandestina de huesos
que caen al
fondo de tu noche enterrada
lo mismo que a
la hondura del mar.
Una dura
vegetación de sobras en pena
hace fuerza
contra tus paredones interminables
cuyo sentido es
la perdición,
y convencidas
de mortalidad las orillas
apuran su
caliente vida a tus pies
en calles
traspasadas por una llamarada baja de barro
o se aturden
con desgano de bandoneones
o con balidos
de cornetas sonsas de carnaval.
(El fallo de
destino más para siempre,
que dura en mí
lo escuche esa noche en tu noche
cuando la
guitarra bajo la mano del orillero
dijo lo mismo
que las palabras, y ellas decían:
La muerte es
vida vivida
la vida es
muerte que viene;
la vida no es otra
cosa
que muerte que
anda luciendo.)
Mono del
cementerio, la Quema
gesticula
advenediza muerte a tus pies.
Gastamos y
enfermamos la realidad: 210 carros
infaman las
mañanas, llevando
a esa
necrópolis de humo
las cotidianas
cosas que hemos contagiado de muerte.
Cúpulas
estrafalarias de madera y cruces en alto
se mueven
-piezas negras de un ajedrez final- por tus calles
y su achacosa
majestad va encubriendo
las vergüenzas
de nuestras muertes.
En tu
disciplinado recinto
la muerte es
incolora, hueca, numérica;
se disminuye a
fechas y a nombres,
muertes de la
palabra.
Chacarita:
desaguadero de
esa patria de Buenos Aires, cuesta final,
barrio que
sobrevives a los otros, que sobremueres,
lazareto que
estas en esta muerte no en la otra vida,
he oído tu
palabra de caducidad y no creo en ella,
porque tu misma
convicción de angustia es acto de vida
y porque la
plenitud de una sola rosa es más que
tus mármoles.
II
La Recoleta
Aquí es
pundonorosa la muerte
aquí es la
recatada muerte porteña,
la consanguínea
de la duradera luz venturosa
del atrio del
Socorro
y de la ceniza
minuciosa de los braseros
y del fino
dulce de leche de los cumpleaños
y de las hondas
dinastías de los patios.
Se acuerdan
bien con ella
esas viejas
dulzuras y también los viejos rigores.
Tu frente es el
pórtico valeroso
y la
generosidad de ciego del árbol
y la dicción de
pájaros que aluden, sin saberla, a la muerte
y el redoble, endiosador
de pechos, de los tambores
en los
entierros militares;
tu espalda, los
tácitos conventillos del norte
y el paredón de
las ejecuciones de Rosas.
Crece en
disolución bajo los sufragios de mármol
la nación
irrepresentable de los muertos
que se
deshumanizaron en tu tiniebla
desde que María
de los Dolores Maciel, niña del Uruguay
-simiente de tu jardín para el cielo-
se durmió, tan poca cosa, en tu descampado.
Pero yo quiero
demorarme en el pensamiento
de las livianas
flores que son tu comentario piadoso
-suelo amarillo
bajo las acacias de tu costado,
flores izadas a
conmemoración en tus mausoleos-
y el porqué de su vivir gracioso y dormido
junto a las
terribles reliquias de los que amamos.
Dije el enigma
y diré también su palabra:
siempre las
flores vigilaron la muerte,
porque siempre
los hombres incomprensiblemente supimos
que su existir
dormido y gracioso
es el que mejor
puede acompañar a los que murieron
sin ofenderlos
con soberbia de vida,
sin ser más
vida que ellos.
El siguiente libro de poesía de Borges fue escrito recién en 1960; un gran
brecha temporal, que tiene su razón de ser y que veremos en nuestro siguiente
encuentro.
Para finalizar,
les paso el gran dato de este link, que nos lleva a un PDF del famoso libro
verde de Borges, el de sus Obras
completas individuales (recordá que también está el marrón, que contiene
las obras completas en colaboración) editadas en vida:
Ejercicio
ResponderBorrarElipsis
JLB
Hogar
Camino por mi infancia
largo pasillo hasta
la puerta
abierta, quizás
un piano harto
de silencios
severo y temeroso
El espacio se abre
en maderas, cristales
dorados reflejos
asombran niños mis ojos.
Y junto a la cocina
transpirada insomne
la penumbra rodeaba
a esa mesa cuadrada
los cuatro conjurados
naipes, vasos de té ardiente
algunas monedas
corazones lejanos
miradas de neblina.