miércoles, 1 de julio de 2015

Clase N° 36 - jueves 28 de mayo 2015

Luego de varias clases dadas pero sin lograr poder subirlas aquí, al blog, a causa de diferentes avatares, retomamos por fin hoy el hilo conductor, el hilo de Ariadna. 

Recordemos que ésta es la segunda clase (de tres) dedicada a Jorge Luis Borges, sobre todo en tanto gran poeta, que ése es nuestro sesgo, la poesía. ¿Y por qué es –a nuestra consideración– el más importante escritor del siglo XX? Porque Borges nos marcó un camino, nos reveló una manera de ver el mundo desde su “ser lector”. Porque primero debemos ser lectores, para luego poder dar ese salto cualitativo de tigre que es escribir o, por lo menos, intentarlo. 
Es verdad que a través del concepto de “opera aperta” –obra abierta–, Umberto Eco señaló que toda obra es abierta; por lo tanto, la finaliza el lector; en consecuencia, habrá tantas versiones de obras como lectores haya. Por eso, leer es también crear. Y siempre mejor desde Borges.

En esta clase continuaremos viendo y disfrutando de la obra poética de JLB, a la que nos asomaremos algo desde el orden cronológico somero de sus libros publicados.

Antes, y como siempre, vincularemos al poeta con una figura retórica, literaria o de construcción. En este caso, la elipsis, que radica en omitir uno o varios elementos de la oración de forma intencional con el fin de poder expresar una idea de modo concreto y sencillo. Es importante aclarar que la elipsis no consiste en eliminar cualquier palabra del enunciado, sino sólo aquellas que no sean necesarias para comprender de forma clara lo que se dice, ya que las palabras que se omiten están implícitas en el sentido de la oración. El propósito de utilizar la elipsis es el suprimir las palabras que deberían de usarse en la oración, pero que le restan simplicidad y rapidez.
Así, la elipsis, es una técnica en la que se omiten una o más palabras que se pueden dar por entendidas y pueden aplicarse solas. Entonces, con elipsis, el poema estará más liviano y en condiciones de levantar vuelo.

Retomemos entonces la lectura de Borges. Comenzaremos con Luna de enfrente (1925)
Este libro fue su introducción al modernismo. Borges desarrolla aquí el concepto universal del barrio, el suburbio de Buenos Aires. Lo construye a través de sus personajes, sus calles, su geografía.

Veamos el prólogo (en verdad, los prólogos de Borges realizan por sí mismos un recorrido independiente de cada obra que lo contiene, y un disfrute extra para el lector cómplice que comparte el placer por la lectura), de este libro, que Borges escribió en ocasión de la edición de sus Obras Completas, en 1969:


P R Ó L O G O

Hacia 1905, Hermann Bahr decidió: El único deber, ser moderno. Veintitantos años después, yo me impuse también esa obligación del todo superflua. Ser moderno es ser contemporáneo, ser actual; todos fatalmente lo somos. Nadie —-fuera de cierto aventurero que soñó Wells— ha descubierto el arte de vivir en el futuro o en el pasado. No hay obra que no sea de su tiempo; la escrupulosa novela histórica Salammbó, cuyos protagonistas son los mercenarios de las guerras púnicas, es una típica novela francesa del siglo diecinueve. Nada sabemos de la literatura de Cartago, que verosímilmente fue rica, salvo que no podía incluir un libro como el de Flaubert.

Olvidadizo de que ya lo era, quise también ser argentino. Incurrí en la arriesgada adquisición de uno o dos diccionarios de argentinismos, que me suministraron palabras que hoy puedo apenas- descifrar: madrejón, espadaña, estaca pampa...

La ciudad de Fervor de Buenos Aires no deja nunca de ser íntima; la de este volumen tiene algo de ostentoso y de público. No quiero ser injusto con él. Una que otra composición —El general Quiroga va en coche al muere— posee acaso toda la vistosa belleza de una calcomanía; otras —Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad— no deshonran, me permito afirmar, a quien las compuso. El hecho es que las siento ajenas; no me conciernen sus errores ni sus eventuales virtudes.

Poco he modificado este libro. Ahora, ya no es mío.

J.L.B.
Buenos Aires, 25 de agosto de 1969".

Y aquí algunos poemas de este libro vistos en clase:

Calle con almacén rosado

 Ya se le van los ojos a la noche en cada bocacalle
 y es como una sequía husmeando lluvia.

 Ya todos los caminos están cerca,
 y hasta el camino del milagro.

 El viento trae el alba entorpecida.
 El alba es nuestro miedo de hacer cosas distintas y se nos viene encima.

 Toda la santa noche he caminado
 y su inquietud me deja
 en esta calle que es cualquiera.

 Aquí otra vez la seguridad de la llanura
 en el horizonte
 y el terreno baldío que se deshace en yuyos y alambres
 y el almacén tan claro como la luna nueva de ayer tarde.

 Es familiar como un recuerdo la esquina
 con esos largos zócalos y la promesa de un patio.

 ¡Qué lindo atestiguarte, calle de siempre, ya que te miraron tan pocas cosas mis días!
 Ya la luz raya el aire.

 Mis años recorrieron los caminos de la tierra y del agua
 y sólo a vos te siento, calle dura y rosada.

 Pienso si tus paredes concibieron la aurora,
 almacén que en la punta de la noche eres claro.

 Pienso y se me hace voz ante las casas
 la confesión de mi pobreza:
 no he mirado los ríos ni la mar ni la sierra,
 pero intimó conmigo la luz de Buenos Aires
 y yo forjo los versos de mi vida y mi muerte con esa luz de calle.

 Calle grande y sufrida,
 eres la única música de que sabe mi vida.



Vean este uso de hipérbaton: “Es familiar como un recuerdo la esquina”.


Al horizonte de un suburbio

Pampa:
Yo diviso tu anchura que ahonda las afueras,
yo me estoy desangrando en tus ponientes.

Pampa:
Yo te oigo en las tenaces guitarras sentenciosas
y en altos benteveos y en el ruido cansado
de los carros de pasto que vienen del verano.

Pampa:
El ámbito de un patio colorado me basta
para sentirte mía.

Pampa:
Yo sé que te desgarran
surcos y callejones y el viento que te cambia.
Pampa sufrida y macha que ya estás en los cielos,
no sé si eres la muerte. Sé que estás en mi pecho.


El general Quiroga va en coche al muere

El madrejón desnudo ya sin una sed de agua
y la luna perdida en el frío del alba
y el campo muerto de hambre, pobre como una araña.

El coche se hamacaba rezongando la altura;
un galerón enfático, enorme, funerario.
Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura
arrastraban seis miedos y un valor desvelado.

Junto a los postillones jineteaba un moreno.
Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda!
El general Quiroga quiso entrar en la sombra
llevando seis o siete degollados de escolta.

Esa cordobesada bochinchera y ladina
(meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma?
Aquí estoy afianzado y metido en la vida
como la estaca pampa bien metida en la pampa.

Yo, que he sobrevivido a millares de tardes
y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,
no he de soltar la vida por estos pedregales.
¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?

Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco
sables a filo y punta merodearon sobre él;
muerte de mala muerte se lo llevó al riojano
y una de puñaladas lo mentó a Juan Manuel.

Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma,
se presentó al infierno que Dios le había marcado,
y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,
las ánimas en pena de hombres y de caballos.


Es una resemantización de la historia. Recordemos en este sentido también el Poema conjetural (1943), donde otra figura histórica, muy diferente de este caudillo de provincia, encuentra el mismo destino sudamericano.


Cuaderno San Martín (1929)

Cuadernos San Martín es casi una continuación estilística y temática de Luna de enfrente.

Aquí cruza la mitología grecolatina con el suburbio. Se podría escribir un trabajo acerca de la resemantización de la mitología greco latina en la obra de JLB.

Su prólogo es también de 1969, y dice así:

“He hablado mucho, he hablado demasiado, sobre la poesía como brusco don del Espíritu, sobre el pensamiento como una actividad de la mente; he visto en Verlaine el ejemplo de puro poeta lírico; en Emerson, de poeta intelectual. Creo ahora que en todos los poetas que merecen ser releídos ambos elementos coexisten. ¿Cómo clasificar a Shakespeare o a Dante?

En lo que se refiere a los ejercicios de este volumen, es notorio que aspiran a la segunda categoría. Debo al lector algunas observaciones. Ante la indignación de la crítica, que no perdona que un autor se arrepienta, escribo ahora Fundación mítica de Buenos Aires y no Fundación mitológica, ya que la última palabra sugiere macizas divinidades de mármol. Las dos piezas de Muertes de Buenos Aires —título que debo a Eduardo Gutiérrez— imperdonablemente exageran la connotación plebeya de la Chacarita y la connotación  patricia de la Recoleta. Pienso que el énfasis de Isidoro Acevedo hubiera hecho sonreír a mi abuelo.

Fuera de Llaneza, La noche que en el sur lo velaron, es acaso el primer poema auténtico que escribí.

J.L.B.
Buenos Aires, 1969”.

Y aquí algunos poemas de este poemario.


Fundación mítica de Buenos Aires

¿Y fue por este río de sueñera y de barro
 que las proas vinieron a fundarme la patria?
 Irían a los tumbos los barquitos pintados
 entre los camalotes de la corriente zaina.

 Pensando bien la cosa, supondremos que el río
 era azulejo entonces como oriundo del cielo
 con su estrellita roja para marcar el sitio
 en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.

 Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron
 por un mar que tenía cinco lunas de anchura
 y aún estaba poblado de sirenas y endriagos
 y de piedras imanes que enloquecen la brújula.

 Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
 durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
 pero son embelecos fraguados en la Boca.
 Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.

 Una manzana entera pero en mitá del campo
 expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
 La manzana pareja que persiste en mi barrio:
 Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.

 Un almacén rosado como revés de naipe
 brilló y en la trastienda conversaron un truco;
 el almacén rosado floreció en un compadre,
 ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.

 El primer organito salvaba el horizonte
 con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
 El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
 algún piano mandaba tangos de Saborido.

 Una cigarrería sahumó como una rosa
 el desierto. La tarde se había ahondado en ayeres,
 los hombres compartieron un pasado ilusorio.
 Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.

 A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
 La juzgo tan eterna como el agua y el aire.



La noche que en el sur lo velaron

 Por el deceso de alguien
 -misterio cuyo vacante nombre poseo y cuya realidad no abarcamos-
 hay hasta el alba una casa abierta en el Sur,
 una ignorada casa que no estoy destinado a rever,
 pero que me espera esta noche
 con desvelada luz en las altas horas del sueño,
 demacrada de malas noches, distinta,
 minuciosa de realidad.

 A su vigilia gravitada en muerte camino
 por las noches elementales como recuerdos,
 por el tiempo abundante de la noche,
 sin más oíble vida
 que los vagos hombres de barrio junto al apagado almacén
 y algún silbido solo en el mundo.

 Lento el andar, en la procesión de la espera,
 llego a la cuadra y a la casa y a la sincera puerta que busco
 y me reciben hombres obligados a la gravedad
 que participaron de los años de mis mayores,
 y nivelamos destinos en una pieza habilitada que mira al patio
- patio que está bajo el poder y en la integridad de la noche-
y decimos, porque la realidad es mayor, cosas indiferentes
 y somos desganados y argentinos en el espejo
 y el mate compartido mide horas vanas.

 Me conmueven las menudas sabidurías
 que en todo fallecimiento se pierden
-hábito de unos libros, de una llave, de un cuerpo entre los otros-.
Yo sé que todo privilegio, aunque oscuro, es de linaje de milagro
 y mucho lo es el de participar en esta vigilia,
 reunida alrededor de lo que no se sabe: del Muerto,
 reunida para acompañar y guardar su primera noche en la muerte.

 (El velorio gasta las caras;
 los ojos se nos están muriendo en lo alto como Jesús.)
 ¿Y el muerto, el increíble?
 Su realidad está bajo las flores diferentes de él
 y su mortal hospitalidad nos dará
 un recuerdo más para el tiempo
 y sentenciosas calles del Sur para merecerlas despacio
 y la noche que de la mayor congoja nos libra:
 la prolijidad de lo real.


Muertes de Buenos Aires

I
La Chacarita

 Porque la entraña del cementerio del sur
 fue saciada por la fiebre amarilla hasta decir basta;
 porque los conventillos hondos del sur
 mandaron muerte sobre la cara de Buenos Aires
 y porque Buenos Aires no pudo mirar esa muerte,
 a paladas te abrieron
 en la punta perdida del oeste,
 detrás de las tormentas de tierra
 y del barrial pesado y primitivo que hizo a los cuarteadores.

 Allí no había más que el mundo
 y las costumbres de las estrellas sobre unas chacras,
 y el tren salía de un galón en Bermejo
 con los olvidos de la muerte:
 muertos de barba derrumbada y ojos en vela,
 muertas de carne desalmada y sin magia.

 Trapacerías de la muerte -sucia como el nacimiento del hombre-
siguen multiplicando tu subsuelo y asi reclutas
 tu conventillo de ánimas, tu montonera clandestina de huesos
 que caen al fondo de tu noche enterrada
 lo mismo que a la hondura del mar.

 Una dura vegetación de sobras en pena
 hace fuerza contra tus paredones interminables
 cuyo sentido es la perdición,
 y convencidas de mortalidad las orillas
 apuran su caliente vida a tus pies
 en calles traspasadas por una llamarada baja de barro
 o se aturden con desgano de bandoneones
 o con balidos de cornetas sonsas de carnaval.

 (El fallo de destino más para siempre,
 que dura en mí lo escuche esa noche en tu noche
 cuando la guitarra bajo la mano del orillero
 dijo lo mismo que las palabras, y ellas decían:
 La muerte es vida vivida
 la vida es muerte que viene;
 la vida no es otra cosa
 que muerte que anda luciendo.)

 Mono del cementerio, la Quema
 gesticula advenediza muerte a tus pies.
 Gastamos y enfermamos la realidad: 210 carros
 infaman las mañanas, llevando
 a esa necrópolis de humo
 las cotidianas cosas que hemos contagiado de muerte.

 Cúpulas estrafalarias de madera y cruces en alto
 se mueven -piezas negras de un ajedrez final- por tus calles
 y su achacosa majestad va encubriendo
 las vergüenzas de nuestras muertes.

 En tu disciplinado recinto
 la muerte es incolora, hueca, numérica;
 se disminuye a fechas y a nombres,
 muertes de la palabra.

 Chacarita:
 desaguadero de esa patria de Buenos Aires, cuesta final,
 barrio que sobrevives a los otros, que sobremueres,
 lazareto que estas en esta muerte no en la otra vida,
 he oído tu palabra de caducidad y no creo en ella,
 porque tu misma convicción de angustia es acto de vida
 y porque la plenitud de una sola rosa es más que
 tus mármoles.


 II
 La Recoleta

 Aquí es pundonorosa la muerte
 aquí es la recatada muerte porteña,
 la consanguínea de la duradera luz venturosa
 del atrio del Socorro
 y de la ceniza minuciosa de los braseros
 y del fino dulce de leche de los cumpleaños
 y de las hondas dinastías de los patios.
 Se acuerdan bien con ella
 esas viejas dulzuras y también los viejos rigores.

 Tu frente es el pórtico valeroso
 y la generosidad de ciego del árbol
 y la dicción de pájaros que aluden, sin saberla, a la muerte
 y el redoble, endiosador de pechos, de los tambores
 en los entierros militares;
 tu espalda, los tácitos conventillos del norte
 y el paredón de las ejecuciones de Rosas.

 Crece en disolución bajo los sufragios de mármol
 la nación irrepresentable de los muertos
 que se deshumanizaron en tu tiniebla
 desde que María de los Dolores Maciel, niña del Uruguay
-simiente de tu jardín para el cielo-
se durmió, tan poca cosa, en tu descampado.

 Pero yo quiero demorarme en el pensamiento
 de las livianas flores que son tu comentario piadoso
 -suelo amarillo bajo las acacias de tu costado,
 flores izadas a conmemoración en tus mausoleos-
y el porqué de su vivir gracioso y dormido
 junto a las terribles reliquias de los que amamos.

 Dije el enigma y diré también su palabra:
 siempre las flores vigilaron la muerte,
 porque siempre los hombres incomprensiblemente supimos
 que su existir dormido y gracioso
 es el que mejor puede acompañar a los que murieron
 sin ofenderlos con soberbia de vida,
 sin ser más vida que ellos.


El siguiente libro de poesía de Borges fue escrito recién en 1960; un gran brecha temporal, que tiene su razón de ser y que veremos en nuestro siguiente encuentro.  

Para finalizar, les paso el gran dato de este link, que nos lleva a un PDF del famoso libro verde de Borges, el de sus Obras completas individuales (recordá que también está el marrón, que contiene las obras completas en colaboración) editadas en vida:

https://literaturaargentina1unrn.files.wordpress.com/2012/04/borges-jorge-luis-obras-completas.pdf

Y si quieren y pueden, suban los poemas que trabajaron luego de esta clase. 


1 comentario:

  1. Ejercicio
    Elipsis
    JLB

    Hogar

    Camino por mi infancia
    largo pasillo hasta
    la puerta
    abierta, quizás
    un piano harto
    de silencios
    severo y temeroso

    El espacio se abre
    en maderas, cristales
    dorados reflejos
    asombran niños mis ojos.

    Y junto a la cocina
    transpirada insomne
    la penumbra rodeaba
    a esa mesa cuadrada
    los cuatro conjurados
    naipes, vasos de té ardiente
    algunas monedas
    corazones lejanos
    miradas de neblina.

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