viernes, 21 de agosto de 2015

Clase N° 46 - jueves 20 de agosto 2015

Me fui como quien se desangra, la oración que cierra la novela Don Segundo Sombra, es quizá lo único que se recuerde hoy del escritor Ricardo Güiraldes.



Pero aquí  dejaremos de lado esa propuesta de un modelo de vida consustanciado con el campo criollo en cuanto a síntesis utópica de la argentinidad planteada desde la novela Don Segundo Sombra (1926), en la que el autor plantea la ilusoria idea de una armoniosa combinación mundo urbano-mundo rural, y la exaltación de un espacio bucólico a la manera griega.

Hoy veremos al más desconocido Güiraldes, al Güiraldes poeta, un gran innovador, adelantado e incomprendido poeta. Es que mucho antes, en 1915, incitado por la gran figura cultural que era entonces Leopoldo Lugones, edita su primer poemario, El cencerro de cristal



Se trata del primer corpus argentino de poemas vanguardistas, y ésa es su gran originalidad; aunque todavía esos poemas arrastren cierto lastre modernista en algunas formas un tanto recargadas y algo naive. Lo cierto es que a destiempo ya del modernismo, convertido en establishment, y sin duda todavía bien distante de las vanguardias por venir, de las que fue un señero precursor, ese poemario fue mal recibido tanto por la crítica como por el público.

A tal punto que el mismo Lugones, que lo había incentivado a publicar, calificó ese poemario de esta manera: es “la trastienda clandestina de las mixturas de ultramar, donde el fraude de la poesía sin verso, la estética sin belleza y las vanguardias sin ejército aderezan el contrabando de la esterilidad, la fealdad y la vanagloria”. Un amigo, don Lugones.

Sólo los jóvenes escritores del Grupo Martín Fierro lo verán como un “paladín de la nueva sensibilidad estética”; en especial la corriente ultraísta, que lo cita como un antecedente de relevancia, surgido todavía en un ambiente inmaduro para apreciarlo.

El compuesto ideológico-estético del martinfierrismo se construye con la novedad como valor, reivindicación de lo argentino y la perspectiva cosmopolita y la oposición a la relación lucro-arte (a pesar que en esta época la revista organizaba promociones de sus libros) o sea, rechazaban el mercado del arte.


La revista Martín Fierro aparece con el gobierno de Alvear. Era joven, transgresora, iconoclasta y con un gran sentido del humor, aparecía como una “nueva sensibilidad”. Fue pionera en la defensa del idioma, y por ejemplo en la sustitución del “tú” por el “vos”.

Respecto de El cencerro de cristal, es conocida la anécdota acerca de que Guiraldes quedó tan dolido y decepcionado por las unánimes críticas negativas que compró toda la edición y la arrojó a un pozo que hizo al efecto en la estancia “La Porteña”, en San Antonio de Areco. Unos pocos ejemplares fueron rescatados luego por su esposa Adelina del Carril. Ésta de arriba es la portada de aquella malhadada primera edición. 

En ese poemario conviven poemas y prosas poéticas, para 1915 toda una innovación rupturista, aunque todo mezclado con cierta ingenuidad. Lo interesante es el trabajo que realiza en la lengua, la ruptura desde el idioma; incluso utilizará el feísmo, luego muy tomado en cuenta por Oliverio Girondo.

Vinculado a este poemario inaugural de Güiraldes, veremos el recurso lírico de la personificación, uno de los cuatro vinculados con la prosopopeya; quizá el más utilizado por este poeta.



Ricardo Güiraldes nació en Buenos Aires, el 13 de febrero de 1886 y falleció en París, el 8 de octubre de 1927. Novelista y poeta argentino, tenía 41 años cuando muere víctima de la enfermedad de Hodgkin (cáncer que afecta a los ganglios).

Había crecido en el seno de una familia de clase alta, terratenientes. Su familia lo llevó de niño a Europa donde aprendió francés y alemán antes que el castellano.

Tuvo una serie de institutrices y luego un profesor mexicano, que reconoció sus aspiraciones literarias y lo animó a continuar con ellas. Estudió en varios institutos hasta que acabó el bachillerato a los dieciséis años. Sus estudios no fueron brillantes. Comenzó las carreras de Arquitectura y Derecho, sucesivamente, pero al fracasar, emprendió varios trabajos en los que tampoco logró encontrarse. Viajó a Europa y Oriente en 1910 en compañía de un amigo; visitó Japón, Rusia, la India, Oriente Medio y España, y se instaló finalmente en París con el escultor Alberto Lagos. En la capital francesa decidió seriamente convertirse en escritor.

Sin embargo, dicen que se dejó seducir por la vida fácil y divertida de la capital francesa y emprendió una frenética vida social. Pero un día se le ocurrió sacar de un cajón unos borradores que había escrito: unos cuentos vinculados con la vida rural, que luego incorporaría a sus Cuentos de muerte y de sangre. Ya en estos primeros borradores se dio cuenta de que había forjado un estilo muy particular.

Volvió a México en 1912 después de haber decidido, de una vez por todas, convertirse en escritor. Al año siguiente, 1913, casó con Adelina del Carril, hija de una destacada familia bonaerense (la ceremonia se realiza el día 20 de octubre, en la estancia Las Polvaredas), y ese mismo año aparecieron varios de sus cuentos en la revista Caras y Caretas. Éstos y otros de 1914 irían a formar parte de Cuentos de muerte y de sangre que, junto a El cencerro de cristal, se publicaron en 1915. Sin embargo, no tuvo éxito. Dolido, Güiraldes retiró los ejemplares de la circulación y los tiró a un pozo. Su mujer recogería algunos de ellos y hoy en día estos libros, manchados de humedad, tienen un gran valor bibliográfico.

A finales de 1916 el matrimonio Güiraldes, junto a un grupo de amigos, emprende un viaje a las Antillas, visitan Cuba y lo terminan en Jamaica. De sus apuntes surgiría el esbozo de su novela Xaimaca. En 1917 aparece su primera novela Raucho. En 1918 publica la novela corta Rosaura.
En 1919 viaja otra vez a Europa con su mujer. En París establece contactos con numerosos escritores franceses. Frecuenta tertulias literarias y librerías.

Entre todos los escritores que conoció en esa visita, quien mayor huella le dejó fue Valery Larbaud. En 1923 publicó en Argentina la edición definitiva de Rosaura, muy influenciada por escritores franceses, y que fue razonablemente bien recibida por público y crítica.

En 1922 regresó a Europa y, además se estableció en París. A partir de ese año se produjo un cambio intelectual y espiritual en el escritor. Se interesó cada vez más por la teosofía y la filosofía oriental, en busca de la paz del espíritu. Su poesía es fruto de esta crisis.

Al mismo tiempo, sus ideas literarias empezaban a tener aceptación en Buenos Aires, ciudad que se veía arremetida por los movimientos vanguardistas. Güiraldes ofreció su apoyo a los nuevos escritores.

En 1924, junto con Brandán Caraffa, Jorge Luis Borges y Pablo Rojas Paz, fundan la revista Proa; la revista no tendría éxito en la Argentina pero sí en otros países hispanoamericanos. Se publicó entre febrero de 1924 y 1927, llegó a tirar unos 20.000 ejemplares. Tras el cierre de la revista, Güiraldes se dedicó a terminar su última obra editada, Don Segundo Sombra, novela a la que pondría el punto final en marzo de 1926.



Algo acerca de las Vanguardias y sus características

La primera manifestación de la vanguardia, movimiento que comienza en Europa,  fue el cubismo, que surge en 1906 con las técnicas pictóricas introducidas por Pablo Picasso y George Braque. A partir de entonces se sucedieron los diferentes –ismos, aunque todos ellos participaron de características comunes, las siguientes:

§  Arte no naturalista: al arte que imita la naturaleza, las vanguardias oponen el arte que crea su propio sistema autónomo y autosuficiente.
§  Exaltación de la irracionalidad: en un intento por redefinir la realidad de una manera abarcadora en la que se revelen todos sus aspectos.
§  Conciencia de ser representantes de una nueva sensibilidad: aclaman los tiempos modernos, la tecnología.
§  Interrelación de todas las artes: música, plástica, literatura, actúan como vasos comunicantes de una misma actitud estética.
§  Expresión a través de las llamadas revistas literarias: creación y proliferación de revistas literarias, que los vanguardistas utilizaban como medio de expresión y difusión, y generalmente editaban en ellas sus programas o manifiestos.
§  Ruptura con lo académico: surge la necesidad de provocar un shock en el lector a través de un arte feo, agresivo, disonante, antisentimental.
§  Experimentalismo: de esa actitud constante por reflexionar sobre el hecho artístico y su mensaje (expresada en ars poéticas). De ese experimentalismo derivan: 1) la fugacidad de los movimientos que se replanteaban las características y alcance de su objeto, el arte; y 2) el hermetismo.
§  Los grandes creadores trascienden esos movimientos: y siguen su propio camino (Picasso, Borges).
§  Características particulares: algunos elementos específicos de cada una de las vanguardias, que tuvieron profunda influencia en la literatura posterior.




Ahora leeremos algunos poemas de El cencerro de cristal. Presten especial atención al lenguaje que utiliza, a los adjetivos, a las personificaciones.


Mi caballo

Es un flete criollo, violento y amontonado, vive para el llano.

Sus vasos son ebrios de verde y la tarde, en crepúsculo orificado, se enamoró de sus ojos.

Comió pampa, en gramilla y trébol, y su hocico resopla vastos galopes, en sed de horizonte.

La línea, la eterna línea, allá, en que se acuesta el cielo.

Contra el amanecer, cuando la noche olvida sus estrellas, golpeose el pecho de oro, y en la tarde, enancó chapas de luz.

Iluso, la tierra rodó al empuje de sus cascos; fue ritmador del mundo.

¿Realidad? ¡Qué importa si vivió de inalcanzable!...

La Porteña, 1914


Amanece

Es la noche de las estrellas: soñolentas parpadean, para dormir en la violencia del día.

Un churrinche, gota de púrpura, emprende su viaje azul.

El disco de luz, invencible en su ascenso, ha desgarrado en amplia herida las nubes que pesaban sobre él.

Las nubes sangran.


Mediodía

La atmósfera embebida de átomos solares, tiene solidez irrespirable.

El canto de la torcaza, adormece con la monotonía de su ritmo lloroso.

A lo lejos, el campo reverbera, turbio.

El sol, sus grandes alas desplegadas, plana inmóvil sobre el mundo.


Leyenda

El río dijo al sauce: «Yo soy la vida y, en mi incesante correr, renuevo emociones».

El sauce dijo al río: «Yo soy el poeta, ¿no ves como te embellezco, rezando sobre ti las estrofas de mis ramas?»

Dijo el río: «Pues ven conmigo, tú me darás la belleza de tu canto, yo el encanto de nuevas bellezas».

Y aceptó el sauce; pero en la primer caída, la frágil armazón de verdura se desgarró sobre las toscas.

Y dijo el sauce: «Déjame, que si bien soy un momento de alegría en tu carrera, no puedo, sin romperme, seguirte todo el tiempo».

Y el río, para quien el sauce empezaba a ser carga, le depositó en un rincón sereno.

El sauce ha reverdecido y sus hojas besan el agua.

El río sigue su brutal correr, mas al pasar frente al poeta, amansa su delirio, y las aguas, acariciando las raíces, han labrado el remanso.

Un encanto fatal, envuelve aquel sitio dormido. La doncella que pasa, no debe ceder al llamado tranquilo.

La Porteña, 1913


Solo

Está el llano perdido en su grandura.
La tarde, sollozando púrpuras, aquieta
las coloreadas vetas,
que depura.

De la cañada el junquillal sonoro,
en rojo y oro,
detiene jirones de color,
que haraganean, lentos,
sus últimos momentos.
No hay ni hombres, ni poblado.
                       
«Polvaredas», 1914.


Siesta

Azules tus ojos. Azules y largos, como un deseo perezoso, cuando el cansancio pesa en tus
párpados caídos.

¡Así!..., en el arrobo conventual de una mirada, quisiera reposar mi alma entre la sombra
blanda que amontonan tus pestañas.

Mientras los postigos de nuestro cuarto se ribetean de sol.

«La Porteña», 1914.


Tarde

En la indiferencia silente del atardecer pampeano, un vasco canta.

Recuerda cuestas y pendientes rocosas y valles quietos o aldeas pueriles.

La voz es mala, el afinamiento orillea. El ritmo de la guadaña descogota la canción, a cada
cadencia ondulosa, que nada es, en la indiferencia llana del atardecer pampeano.

Las ovejas balan volviendo al encierro, el vasco sigue cantando. ¡Nada!... el reflejo en las
almas, del morir solar.

«La Porteña» 1914


Reposo

Acostado sobre la tierra, en la calma absoluta de la noche, hilvano incoherencias.

Mis oídos se tienden hacia los sonidos. Un vago rumor, hecho de mil imperceptibles. Junto a
mí, un pasto que escapa al peso del cuerpo cruje apenas. Y los otros, esos que crecen, también
tendrán su canto.

Bruscamente evoco el zumbido inmenso de la tierra, en su girar sobre sí misma, mientras
¿Y si perdiera la tierra su atracción centrípeta?

Siéntome cruzar la atmósfera, despedido en impulso gigantesco.

Y mi alma va tras el infinito, infinitamente.

París, 1911.



Una palabra a los lunáticos

A los que blasfemaron contra el sol; condensador de la tierra. Padre nuestro, generador, que
va

A los que renegaron de S. M. (N. de la R: Su Majestad) acompasadora de metodizaciones astrales. Culminador por
excelencia.

A los pequeños que te temen. ¡Oh supersideral!

Y se inyectaron los rieles de la luna, como un jeringazo de morfina.


El principio

Era el caos. Decir no y pensar cero.

En el eterno negar, fue brevemente la voluntad de ser. Origen del Sol.
El sol, en asombro de su luz, fue goce de existir; tanto amó su mirada, que pulularon las
condensaciones de obscuridad; los astros.

Y los astros giraron de amor ante la gran pupila quieta.

Es el canto eterno en el caos sordo.

La tierra rueda, envuelta en hilachas de oro. Es esclava y amante. Su piel sensible tiene un
escalofrío, pulsado por noches y días.

Y nosotros pasamos, como sobre un cutis que ama al contacto de una caricia, corre un tropel
de mil vidas sensitivas, que nacen, gozan, sufren y mueren.

«La Porteña», 1914.


Tierra

Cuna, tumba.

Hágase tu voluntad y no la nuestra.

Danos el pan de cada día y los cataclismos.

Sufre los dolores de éstos tus hijos. ¡Oh pura, que concibes, por obra y gracia del sol, Nuestro
Señor, que está en los cielos, todopoderoso!

Santa Madre, sé buena para nuestra vida y ábrenos, esas tus fosas cariñosas en la hora eterna
de nuestra muerte.

¡Así sea!

«La Porteña», 1915.



Viajar

Asimilar horizontes. ¿Qué importa si el mundo es plano o redondo?

Imaginarse como disgregado en la atmósfera, que lo abraza todo. Crear visiones de lugares
venideros y saber que siempre serán lejanos, inalcanzables como todo ideal.

Huir lo viejo.

Mirar el filo, que corta una agua espumosa y pesada.

Arrancarse de lo conocido.

Beber lo que viene.

Tener alma de proa.

«Regina Elena», 1914.




A la mujer que pasa

A la mujer que pasa
¡Oh! el dolor de tu cuerpo voluptuoso, apto a la herida de la carne quemadora.

Vorágine obsesora,
tortura lenta.

Sueño estatuario,
estética de carne.

Vitalidad turbulenta,
camina lenta.

Y deja que ritmen tus talones,
candentes dominaciones.
Estética de carne,
carne de amor.

Belleza, alma pagana de la forma;
diosa que espira su perfecto por la línea,
multivital, del movimiento y del volumen.
Misterioso numen
que ilumina,
el alma de la plástica divina.


Prisma

No busquéis aquí, verdad, razón o deducción alguna.

A otros la enseñanza. A esas enormes cabezas cuadradas, pensantes y rumi-pensantes que
hacen de la verde yerba campera un bolo alimenticio.

Ellos dicen: «mucho de lo que crees hermoso, no es sino cieno».

No tengo aptitudes de máquina para transformar bellezas en utilidades, y si algo hay de
verdad en mis escritos, culpa mía no es.

El prisma recibe luz e, inconsciente, rompe transparencia en siete colores.

Buenos Aires, 1914.


Paseo
      
De Río a Copacabana.

Se dispara sobre impecable asfalto, se agujerea una montaña y se redispara, en herradura,
costeando océano y venteándose de marisco.

El mar alinea paralelas blancas con calmos siseos. El cielo está siempre clavado al techo, por
sus estrellas; los morros fabrican horizontes de montaña rusa...

Y luna calavereando.

Río de Janeiro, 1914.



El día se ha muerto

Cerca, todo lo que cae bajo la luz borrosa de los faroles. Por trechos, agujeros de obscuridad,
pedazos de desconocido, donde la imaginación puede crearlo todo.

A lo lejos, la masa densa de la montaña, sobre el cielo huyente, crea el horizonte. En sentido
opuesto, donde la vista no alcanza, tierra y agua copulan idéntico beso.

Solo, muy solo, va el camino pequeño.

Pueblo de bambolla, nacido de ensueños voluptuosos. Aldea modesta, mejillón de la cima.
Cielo. Montaña. Mar plegadizo, fuerte, monótono y grande.

Todo tañe en el Ángelus del campanario.

Beaulieu, 1912.


Proa

Hace mar fuerte... ¿fuerte?... Los ego cultores decimos así a lo que nos vence y no es el caso.

El mar arrea cordilleras renovadas, que columpian al vapor en cuya proa frenetizo de
borrasca.

Busco una metáfora pluriforme e inmensa; algo como fijar el alma caótica, que se empenacha
de pedrería.

¿Cómo decir?... Mar... mar... y mientras insuflo el cráneo de espacio para cantarle mi visión,
el insolente me escupió la cara.

«Regina Elena», 1914.



Verano

Buenos Aires. Calle Santa Fe en el 900. Diciembre. La casa abierta, respirando noche, todo
apagado dentro.

Cielo, implacablemente estrellado, cuyo azul de zafiro australiano se aleja, por obra del
aturdimiento luminoso que mandan a los ojos los focos eléctricos.

De tiempo en tiempo, coches pasan, en rectilíneos destinos.

En la acera de enfrente, una madre aparea la obesidad de su flácido descanso a las
epidérmicas lasitudes de su hija, que corre mano distraída, sobre su muslo, apenas suavizado
por un batón rosa.

El reflejo de los focos se aplasta, extendido contra el asfalto.

Caballito, caballito que llevas el fiacre vacío, pareces un cuento, infantil, de madera.

Buenos Aires, 1913.



Tango

Tango severo y triste.

Tango de amenaza.

Tango, en que cada nota cae pesada y como a despecho, bajo la mano más bien destinada para abrazar un cabo de cuchillo.

Tango trágico, cuya melodía juega con un tema de pelea.

Ritmo lento, armonía complicada de contratiempos hostiles.

Baile que pone vértigos de exaltación viril en los ánimos que enturbia la bebida.
Creador de siluetas, que se deslizan mudas, bajo la acción hipnótica de un ensueño
sangriento.

Chambergos torcidos sobre muecas guasas.

Amor absorbente de tirano, celoso de su voluntad dominadora.

Hembras entregadas, en sumisiones de bestia obediente.

Risa complicada de estupro.

Aliento de prostíbulo. Ambiente que hiede a china guaranga y a macho en sudor de lucha.
Presentimiento de un repentino estallar de gritos y amenazas, que concluirán por sordo
quejido, en un chorrear de sangre humeante, como última protesta de ira inútil.

Mancha roja, que se coagula en negro.

Tango fatal, soberbio y bruto.

Notas arrastradas, perezosamente, en un teclado gangoso.

Tango severo y triste.

Tango de amenaza.

Baile de amor y muerte.

París, 1911.



El verbo

¿En la tierra, por la edad de piedra? ¿En el paraíso, antes de la expulsión?

Qué sé yo. Pero lo he visto, como veo mi pluma amar la virginidad blanca, del papel.

Un lago quieto, como espejo, que árboles multiformes esmaltan de verde.

¿Ambiente?... El de una flor en eclosión.
Una forma femenina está en la naturaleza, lista a expandir(18) sus ondas vibrátiles. Y la
mano que ha de motivar el sonido asoma entre el verdor circundante. Un hombre.

Es el primer encuentro.



Música nochera

-¿Quieres? ¿Vamos a divertirnos?

Accedió y fueron al café.

Gente, ruido, baile y música. Música para trasnochadores; música de hotel internacional o de
«boite», que era lo que buscaban.

Parado en una silla, sobre una mesa, peroraba el poeta ebrio, con ojos de amplia pupila, vaga,
de cocaína o ajenjo.

-«Ritmos pseudo-alegres de desenvolvimiento fatal. Cosas para bailar o cantarse en coro.
¡Hay que divertirse! ¡Oh, brevedad humana, saltar, gritar; la vida es breve, reír se debe... a
troche-moche, cantando cosas macabras y huyentes, bailando pasos internacionales y tomar
vino. Tomar vino, o champagne, o alcohol, que da fuego al hombre y a las lámparas.

» ¡Cuestión de quemar!

»Orquesta estrepitosa, tapujo de tristezas, despertadora de melancolías dormidas e inútiles.
Cada pieza es una pieza menos (y en esto es como en todo). Apurar ritmos vitales, para
intensificarlos. Barajar, en plena alma, la exacerbación de todo dolor ajeno, chillado en las
pobres cuerdas, víctimas llorosas, como hilachas del alma arrancadas del ovillo».

Él estrechaba a su compañera, que se vende para vivir y sufre, y era de los que viven para
comprar y sufren.

Un malestar los torturaba

Él ebrio seguía su discurso.

-¡Vamos! -dijo.

-Vamos.

El automóvil corrió.

-¡Llévanos lejos, lejos! donde tú quieras...

No dejaban nada tras ellos, eran libres y sin embargo reían, porque escapaban, así, de
divertirse. Buscando, cada uno, el calor del alma amiga, iban recostados; ella, la cabeza en su
hombro.

Por delante, el camino largo a recorrer, las sorpresas del vendrá.

Y eso es todo.

Una nueva aventura, que comienza.

¡Oh, destino terrestre, esclavitud centrípeta! No poder emigrar, en grandes elipses sidéreas,
por los astros de los astros...

Mar del Plata, 1915.



Luna

Luna que haces ulular a los perros y los poetas.

Faro de tiza
astro en camisa.

Disco, casco y guadaña, colgada al hombro de la noche, representante de muerte.
Impotente
intermitente.

Parásito luminoso del sol, chinchorro giratorio de nuestra barca sideral.

Ronda vejiga
pálida miga.

Surtidora de falsas purezas. Frígido ovillo.

Pulcro botón de calzoncillo.

Nadie te teme; todos te quieren. Inofensivo bollo de harina sin importancia.

Blanca jactancia.

Sudario de azoteas. Velador de noctámbulos.

Orgullo hinchado
de trasnochado.

Luna, muerte, maleficio
gorda madama del precipicio.

Ojalá se ahogue dentro de un charco,

tu ojo zarco.

Ángel caído en frialdad, per-in-eternum.

Mundo maldito,
me importa un pito.




La obra está en versión PDF, disponible en el siguiente link, y en varios otros más:




No olviden subir aquí, al blog, sus poemas, trabajados en clase. 
¡Buena semana poética!!



1 comentario:

  1. Ejercicio
    20-ago-15

    Ricardo Güiraldes

    Atardecer oeste

    El mudo campo termina en el horizonte
    aserrado por la incesante hilera de pinos
    Los viejos dioses se esconden a la vista
    uno hiriendo la tierra con el arado
    otro mutado en el silvestre vacío de la tarde.

    Calor e insectos atentan contra esa esquiva siesta
    que quiere y no quiere meterse en mi catre
    la cocina medita la cena, sueña con sus aromas
    y con otros veranos, lejanos, oscuros.

    Las ventanas irritan la tierra de los ojos
    El ulular del tren astilla la íntima calma.
    por el piso, cansadas revistas
    acusan mi indolencia.

    Un cielo ajeno atempera mi vigilia
    mis pensamientos despiertan en mi cuerpo
    susurran fantasmas apenas iluminados
    por el fuego de la tarde, que se desprende.

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