jueves, 29 de mayo de 2014

Clase N° 7 - 29-05-14



Hoy es el cumpleaños de Alfonsina Storni, a quien desde luego le dedicamos la clase, pero para no ser tan obvios, hoy vamos a ver al gran poeta santafesino

José Pedroni
Nació en la ciudad de Gálvez, provincia de Santa Fe, hijo de Gaspar Pedroni y de Felisa Fantino. Sin embargo, su lugar de residencia durante la mayor parte de su vida fue la ciudad de Esperanza, en la misma provincia de Santa Fe, su ciudad adoptiva y en la cual escribe la mayor parte de su obra poética. Esperanza es una colonia fundada en 1859 y habitada por inmigrantes de origen suizo, alemán, francés, belga y luxemburgués. Se casó con Elena Chautemps el 27 de marzo de 1920. Tuvieron cuatro hijos. Falleció en Mar del Plata en 1968.

Un poeta diferente de lo que conocemos. La nueva semilla de la Argentina del siglo XX. Es el poeta de las cosas, muy llano, muy sencillo, muy popular. La poesía de Pedroni apunta al corazón del hombre. El protagonista principal, el hombre, el obrero. Las cosas sencillas, el mundo cotidiano.

Su poesía fue aplaudida por Leopoldo Lugones (Lo llama “el hermano luminoso”). Eso lo perjudicó en cierta forma, cuando Lugones fue defenestrado, pero, además, ese elogio afectó su escritura: Tardó diez años en publicar su siguiente libro.

Obra
La gota de agua (Buenos Aires 1923)
Gracia plena (Buenos Aires, 1925),
Poemas y palabras (Buenos Aires, 1935)
Diez mujeres, romances (Buenos Aires, 1941, 2da.Ed., 1945)
Nuevos cantos (Buenos Aires, 1944),
Canto a Cuba (Buenos Aires, 1960)
Cantos del hombre libre (Santa Fe, Argentina, 1960)
La hoja voladora (Buenos Aires, 1961)
El nivel y su lágrima (Santa Fe, 1963)
Obra poética (Rosario, Argentina, 1962, 2 vols.).

Fuente recomendada:


Autobiografía

Voy a decir quién soy: octavo en el orden de once nacimientos, vine al mundo en Gálvez, (Santa Fe) el 21 de setiembre de 1899. Allí hice mis primeras letras; allí permanecí hasta los trece años. En ese tiempo, el mejor de mi vida, se produce mi cuento donde hay algunos nombres - Juan, Ramón, Félix, Julián y Ercilia, mi dulce hermana - ; las ruinas de un iglesia que nunca llegó a techarse, una laguna llena de sanguijuelas chupadoras, un campo con pechirrojos, un tren que pasa y una mariposa que deposita en mi corazón el huevecillo que se resolvería después en verso un poco triste.

Mi padre, constructor de cuchara en mano, a quien yo servía como peoncito en mis horas libres, solía encontrarme detrás de un montón de ladrillos tocando la serenata de mi soledad en un violín de dos palitos secos… Otras veces su silbido me sorprendía escribiendo en la arena palabras inventadas, arte este de bajo precio al que finalmente me aficioné. Mi madre se llamaba Felisa, y era callada, propensa al llanto y muy hermosa.

Mi padre, Don Gaspar, era menudo, nervioso, dominante y gran trabajador. Firmaba Pedroni Gaspare. A su nombre llegaba a nuestra casa un diario italiano que yo leía para él por las noches. Me decía que sabía hacerlo muy bien; pero no era cierto. Casi siempre mi padre se dormía sobre la mesa grande, tan cansado estaba. Mi madre lo sacudía, y él buscaba el lecho con paso vacilante. Yo aprovechaba para irme a dormir y hacia la noche me despertaba para llorar. Me curaron con una tijera abierta, puesta por Ercilia debajo de mi cama. Contábame ella después que aquella noche temblaba como una hoja.

Un día me llevaron a Rosario para que estudiara. A los dieciocho años regresé al campo. Anduve por algunas colonias agrícolas. Con los cosecheros aprendí a cantar. A los veinte años aparece la mujer, una sola en mi vida. Conscripto y casado, llegamos con un hijo a Esperanza. Fui durante treinta y cinco años contador de una fábrica de arados. Jubilado, aquí estoy con sesenta y tantos años, cuatro hijos y nueve nietos. Eso es todo, y demostrativo de lo común de mi vida que no me separa de los demás. Con las palabras de Hugo respondo a la desilusión que pueda producir en algunos: “Insensato lector, ¿crees que yo no soy tú? ”

He publicado doce libros de versos, donde el hombre en quien creo y a quien amo, participa de mi emoción y domina sobre el paisaje. El recuerdo del hombre dirá cuál es el mejor de mis poemas.
José Pedroni


En 1957 responde a una pregunta sobre la poesía, con una especie de manifiesto:

“Estamos hablando de la poesía, que de todas las artes es la más difícil de exponer. Existe y se siente, pero su naturaleza es tal, que no se explica. Yo, que creo hacerla no me atrevo a definirla, y si no fuera por no pasar de desatento, me limitaría a contestar: No entiendo. Lugones, tildado de dogmático, sostiene que la poesía es emoción y música, sujeta a ritmo y rima; Eluard, que es el lenguaje que canta; Güiraldes, que es aquello hacia lo cual tiende el poeta. Me complace esta vaguísima definición que elude la controversia por admitir el misterio, y que se despreocupa del modo y el ordenamiento. La poesía es inefable, como el amor. Quizás haya un símil figurativo de ella: la flor flagrante. Ergo: no es la estructura lo que cuenta sino la genuina e inconfundible esencia, y lo primero vale como elemento de contenido y comunicación de lo segundo. Tal la responsabilidad del verso, que no es poca. Siendo el lenguaje poético una expresión de la sensibilidad donde la voluntad no rige, y supuesto que no es honesto sujetarlo a forma y fin, se justifica que no me interese la existencia de una poesía con denominación genérica sino la permanencia de la poesía como fenómeno de belleza.

Es indudable que la gran aventura que vive la humanidad ha dado y está dando ejemplares poéticos que se manifiestan preocupados por el destino de ésta y que tienen en el lenguaje un agente de estremecimiento y sostén del hombre. El movimiento es fuerte de progreso y visión ancha, y se le reconoce novedad conceptual y constructiva. Pero es fuerte porque la emoción es su potencia generativa. De la función humana de esta poesía le viene el marbete de «social» y hasta el sorprendente de «comprometida». Pero lo social no es absolutamente nuevo. Virgilio, cincuenta años antes de Cristo, hace poesía social en la forma de su tiempo, y dando un gran salto para situarlos en nuestro pasado cercano, nos encontramos con Whitman, Martí, Hernández, autores de una magnífica poesía de igual contenido. ¿Para qué, pues, las abstracciones con lo que es accidente de un invariable latido?

Lo que me preocupa, eso sí, es lo que ocurre con la nueva generación, que se muestra muy diferenciada y poco comprendida. A un gran sector de ella se lo ve en la experiencia de la libertad extrema que renuncia a la resonancia o la espera en el futuro. Sus enrolados, administran la economía hasta en los signos: ubican curiosamente las palabras, sea para darles resplandor, sea para descubrir su densidad oculta; no estiman la música, que si la usan es muy sutil y de fondo; descuidan la claridad, y especulan con la facultad de adivinación del lector a quien crean un conflicto de interpretación. Este, no educado, se confunde y desmoraliza. Frente a ellos, mi posición es de respeto, pero incrédulo. No puede ser otra ante un lenguaje que pocas veces alcanza a comunicarme la emoción de belleza. Un arte sin ecos, de soledad, ¿para qué sirve? ¿por qué se hace?”

Algunos poemas selectos, vistos en clase:

La invasión gringa

1

Hoy nadie llegaría.
Pero ellos llegaron.
Sumaban mil doscientos.
Cruzaron el Salado.

Al cruzarlo, afanosos,
lo probaron.
Y los hombres dijeron
-¡Amargo!-
Pero siguieron.
En la espalda traían clavados
dos ojos de fuego,
los de Aarón Castellanos,
salteño.

Los barcos
(uno. . . dos. . .
tres. . . cuatro. . .)
ya volvían vacíos
camino del Atlántico.
Su carga estaba ahora
en un convoy de carros:
relumbre de guadañas;
desperezos de arados;
hachas, horquillas,
palos;
algún fusil alerta;
algún vaivén de brazos;
nacido en el camino,
algún niño llorando.

El trigo lo traían las mujeres
en el pelo dorado.
Hojas de viejos libros
volaban sobre el campo.

2

¿Dónde se hallaba el oro,
de todos alabado?.
El oro estaba en un pequeño árbol;
el oro era un engaño;
sólo pequeñas flores
de oro perfumado.
Aromitos floridos,
orillas del Salado.

3

Los indios
-un indio cada árbol-
iban retrocediendo;
no podían mirarlos.
Los ojos renegridos se cerraban
frente a los ojos claros
que tenían la fuerza
del cielo diáfano.
-“¿Cómo hacer
para ahogarlos?.
Esperemos la noche
tirados en los pastos.
Esperemos na noche
juntadora de pájaros”-.
Con la noche salieron de caza
los ojos malos.
Y se llenó la noche
de pájaros asustados.

Pero del fondo de la tierra
ya subía el milagro:
el linar de las flores azules,
el linar azulado,
donde los ojos gringos
fueron multiplicados.

4

Un niño que pregunta
cuándo vuelven los barcos.
Un mano de madre que detiene
la pregunta en los labios.
Un hombre con los ojos
clavados en el campo.
Una mujer que escribe:
-Ya llegamos.
Hay árboles enormes;
muchos pájaros;
una cruz en el cielo, luminosa,
un río amargo. . .

5

Su lengua era difícil.
Sus nombres eran raros.
Los gauchos se murieron
sin poder pronunciarlos.
Bérlincourt se llamaban,
que es un hilo enredado.
Zíngerling se llamaban:
campanita sonando.
Zimmermann: un dibujo
del mar atravesado.
(Más atrás ya venían
los nombres italianos,
Boncompagni adelante:
el vino derramado).

6

Una mujer que escribe:
-Nos casamos.
La tierra es nuestra ¡nuestra!.
Todo lo que tocamos
va siendo nuestro:
el buey, el horno, el rancho. . .
Nuestros todos los árboles;
nuestro un único árbol,
tan grande, tan copioso,
que da gusto mirarlo.
Es una nube verde
asentada en el campo.

7

Y como todo vuelve
-flor, golondrina, barco. . .-,
un día serenísimo volvieron
los cantos ahuyentados;
volvieron uno a uno,
como pájaros.
Iban de boca en boca
los pájaros cantando;
de la boca del mozo,
orilla del Salado,
a la boca del hombre
que derribaba el árbol;
de la boca del hombre,
derribando,
a la boca del ama que tejía
con los ojos cerrados.

Del lado “de la tierra”
la música y el canto.
Del lado de Esperanza
el trigal avanzando.

                                                                                                                   
Credo

Creo en la luz, que es pura, y en la tierra,
y en el agua, que es casta, y en el sol,
y en la sombra cordial que se derrama
con la dulzura de tu corazón.

Cuna

Haz con tus propias manos
la cuna de tu hijo.
Que tu mujer te vea
cortar el paraíso.

Para colgar del techo,
como en los tiempos idos
que volverán un día.
Hazla como te digo.

Trabajarás de noche.
Que se oiga tu martillo.
“Está haciendo la cuna”
que diga tu vecino.

Alguna vez la sangre
te manchará el anillo.
Que tu mujer la enjugue.
Que manche su vestido.

Las noches serán blancas,
de columpiado pino.
Harás según el árbol
la cuna de tu niño.

Para que tenga el sueño
en su oquedad de nido.
Para que tenga el ángel
en un oculto niño.

La obra será tuya.
Verás que no es lo mismo.
Será como tus brazos
la cuna de tu hijo.

Se mecerá con aire.
Te acordarás del pino.
Dirás: “Duerme en mi cuna”.
Verás que no es lo mismo.

Versos a la máquina de escribir

1

Me bastó encontrarte
un día cualquiera,
para comprarte.
La luz de la vidriera
nada tuvo que ver.
Me detuvo tu nombre,
tu nombre de mujer,
grato a mi corazón de hombre.

¡Mercedes!
No era de carne y hueso
aquella novia mía.
Recibía mi beso
y mi palabra: ¾¡hermana!¾;
pero no respondía.
Está muerta en el libro de lectura
de mi niñez lejana.
Mercedes:
sobre tu nombre cae
la luz de la ventana.

2

En tu teclado están todas las palabras
del mundo;
las dulces, las amargas.
Están todos los nombres
de las mujeres amadas:
Helena, Beatriz,
Raquel, Julieta, Laura. . .
Esperan que las llamen,
en un fondo de agua.

También está la palabra muerte,
que es mejor no formarla,
sino para decir
lo mucho que se ama.

3

Un día entre tus teclas,
se me cayó una lágrima.
Tenía veinte años
y escribía una carta.
Quise mirarte adentro:
¡qué de pequeñas ramas!

4

¡Qué lindas las lunas del paréntesis
en tu renglón más alto!
Ponen entre los números odiosos
una nota de encanto.

Lo mismo digo del acento:
bichito de luz
sin el cual no está ella
en la palabra tú.

5

La cinta colorada
dice de tu rubor.
El timbre es el lugar
donde vive tu voz.

6

Mercedes: tú eres digna
de algo más que estos versos.
Hemos escrito tantos,
que deseamos no hacerlos.
Una flor diferente cada día
es lo que yo te ofrezco.


Nivel

Este es el nivel de mi padre;
su nivel de albañil.
Tiene una gota de aire.

Mi padre está hecho polvo. De aquel hombre
ya no se acuerda nadie.
Vive conmigo cada vez más solo
en esta gota de aire.

Más olvidado cada día;
más recordado cada tarde;
cada vez más lejano y más cercano
en este mundo grande.

Todas las casas de mi pueblo,
todas las casas de antes;
todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.

Plano solado de los patios;
suma igualdad de los umbrales;
suelo de nuestra casa,
hecha para esperarte. . .

Todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.

Ven a mirar el transparente mundo
que me ayudó a encontrarte;
ven a mirar la fuente de mi verso,
llano, simple, constante.

Hacia ti y hacia mi se mueve el mundo
en esta gota de aire.


La plomada

Cuelga de un hilo de pescar la pesa
y es un pequeño mundo suspendido.
Un ángel invisible la sostiene.
Señala el centro de la tierra, herido.

Sigue su vertical, hombre constante,
y llegarás a Dios, hombre afligido.


Figura poética

Gradación

Es una ordenación de una serie de palabras de menor orden de importancia a mayor o viceversa. Crea una intensidad semántica, ascendente, o como anticlímax, descendente.
Casi una metáfora semántica por concatenación de términos.

Se puede usar en adjetivos o sustantivos. Preferentemente, no en verbos, porque se hace imposible la gradación, salvo en muy contados verbos vinculados semánticamente. Y porque consideramos que en poesía no hay sinónimos, la poesía es intraducible; no parece posible transvasar significado entre moldes poéticos de distinta forma.


Ejemplos

Ascendente
Aspiro siempre a lo bello, lo perfecto, lo sublime...

Descendente

Mientras por competir

Soneto de Luis de Góngora y Agote

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello.
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Estructura del poema
Descriptio puellae en los dos primeros cuartetos
En los tercetos, carpe diem y/o tempus fugit


2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderBorrar
  2. Ejercicio
    Utilizando el recurso de gradación y la lectura de José Pedroni

    Despertares

    Tus ojos brillan, sí
    Los veo astillar
    nuestra íntima penumbra
    Y tu risa, deshace,
    desgarbada, descomedida,
    desafiante, esa solemnidad
    pavota que perdimos
    para siempre.

    Y esas sensaciones, te acordás
    Que creíamos perdidas,
    olvidadas, últimas?
    Salen de abajo de la cama,
    las ventanas, las rendijas del parquet
    como fantasmas burlones,
    jodones, saltarines.

    Intuías todo esto?
    Esas aturdidas horas,
    las vísperas, sí, las vísperas,
    ya sabías. Yo sé que sabías
    Sabia mirada,
    Que no deja de mirarme
    Como si ya fuera amanecer

    ResponderBorrar