Hoy haremos un acercamiento a la poesía medida, será nuestro recurso poético en esta clase. Debemos pensar la poesía rimada no
como un corsé, sino ubicada en tiempo y espacio, desde el comienzo de la
literatura, cuando era poesía épica y en el dominio de la oralidad y la
necesidad de reglas mnemotécnicas para recordar, tanto respecto del
decidor-juglar como del escuchador.
La RIMA es la coincidencia de sonidos finales entre
dos o más versos a partir de la última vocal acentuada. La coincidencia de
sonidos determina la clase de rima, que puede ser consonante o asonante.
La consonante se establece en la coincidencia total
de sonidos silábicos, es decir, vocálicos más consonánticos, a partir de la última
vocal acentuada del verso.
Y la rima asonante ocurre cuando la coincidencia de
sonidos es sólo vocálica y acentuada.
Soneto:
significa “sonidito” en italiano, es la comunión más perfecta entre música y
palabras. La necesaria definición: es una composición lírica de versos de arte
mayor, compuesta por dos cuartetos y dos tercetos, con rima consonante.
Hoy haremos un acercamiento a la poética de Orlando Mario Punzi, un poeta más que
interesante, exquisito y prolífico, porque es absolutamente popular en su temática
y en el uso del lunfardo, pero es además totalmente clásico en la utilización
de la poesía medida. Y el mes próximo cumplirá 101 años.
En esencia es poeta. Fino cultor de la épica y el
verso lunfardo. Uno de los más polifacéticos de la
poesía argentina. Riguroso, de métrica y rima, eximio sonetista, sus poemas
incluyen temas líricos, épicos y populares. Pero además ejerció diversas profesiones:
fue maestro, coronel, ingeniero y abogado, posee largos y reconocidos méritos
en el campo de los estudios históricos y la práctica literaria y puede afrontar
los temas más imprevistos tañendo todas las cuerdas de la lira. Como
historiador, su obra abarca disímiles temas que van desde el montañismo a la
gesta sanmartiniana y la biografía de grandes hombres.
Nació en Buenos Aires el 15 de agosto de 1914 en el
seno de una familia de inmigrantes italianos. A los doce años ingresó a la
Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta” donde se recibió de Maestro
Normal Nacional. En 1932 entró al Colegio Militar de la Nación y en 1934 fue su
abanderado. En 1942 ingresó a la Escuela Superior Técnica del Ejército
graduándose de Ingeniero Militar.
A su padre no lo conoció; murió poco antes de que él
naciera. Y creció en un barrio, la Chacarita. Lo criaron amorosamente su madre
y su abuelo Juan, un gringo italiano que era obrero en el cementerio. Se educó
en la buena y dura ley del esfuerzo; de aquello que machaca y machaca que lo
que vale, cuesta. Su bandera fue el valor que le asignó al estudio, único
vehículo digno para pelearle mano a mano a la vida. Su mirada clara, de ojos
azules heredados de los tanos, nos revelan que la ha mirado de frente.
Su anécdota del retiro forzoso de las filas activas
tiene que ver con aquellas épocas de mala mezcla, intrusión e injerencia de la
política en la carrera de las armas. Un equívoco lo señaló como parcial, y
terminó acusándolo de lo que no era, pero tampoco había sido lo contrario. Lo
acusaron y chau. Pero la anécdota vale la pena contarla, y la publiqué por
primera vez hace muchos años en un reportaje que le realicé (más de aquél al final de ésta).
El azar quiso que el día que bombardeaban Buenos
Aires, el 16 de junio de 1955, a la misma hora él se bajara en Plaza de Mayo
para concurrir a su trabajo en el Edificio Libertador. Caos en el corazón
lacerado de la ciudad, corridas de gente para todos lados, heridos, muertos,
gritos y llantos. No lo pensó ni un segundo, fue a ayudar. Se cruzó hasta la
recova de Alem, frente a la entrada de la Casa de Gobierno que da a Rivadavia,
y allí organizó un primer reagrupamiento de heridos. Quiso ese mismo azar que
lo fotografiaran en esa tarea y su imagen en uniforme saliera en la primera
plana de los diarios al día siguiente. Después del triunfo del golpe de estado
de la “Revolución Libertadora”, por esa foto le dieron la baja. Ese día confuso
en que le dijeron que se fuera de “su” Ejército, se tomó un colectivo en la
puerta del Edificio Libertador, se bajó frente a la Facultad de Derecho y se
anotó en la carrera, que hizo en tres años. El resarcimiento de grado y honor
demoró veinte; sin embargo no guarda rencores.
En 1966 publicó su primer libro de poemas épicos
“Las crines de bronce” al que sucedieron otras numerosas obras con distinciones
literarias del Ateneo Popular de la Boca, Atelier Vuelta de Rocha, Núcleo
Vocacional de Rosario, Ateneo Buenos Aires, Peña Coronel Dorrego, Dirección de
Cultura del Chaco, Fundación Argentina
para la Poesía, Sociedad Argentina de Escritores, Círculo de Legisladores
de la Nación, Fondo Nacional de las Artes, Premio Municipal de la Ciudad de
Buenos Aires, Círculo de la Prensa, Revista “Todo es Historia”, Embajada de
España y otras numerosas instituciones culturales.
En
la actualidad continúa su obra literaria con la preparación del “Diccionario de
Frases Populares Rimadas” complementario del “Manual de Rimas Populares” de
reciente aparición.
Lo interesante es su poesía rara, porque
es “alegre”, es decir, siempre positiva, poseedora de fino humor e ironía. Y la
utilización del lunfardo acentúa ese rasgo picaresco, festejante, para pocos
que son muchos.
Lo simpáticamente curioso es que la poesía
lunfarda utilice el metro del soneto para ser irreverente. Punzi es uno de sus
grandes ejemplos.
El lunfardo es un fenómeno lingüístico urbano propio
de Buenos Aires, que amalgama palabras de diferentes idiomas de los
inmigrantes.
Oscar Conde en el prólogo de su Diccionario
etimológico (1998) dice al respecto:
“Es así que llamo
sin más lunfardo a la expresión del habla coloquial rioplatense [...]”,
siguiendo la línea iniciada –según mis indagaciones– por José Gobello (1959):
“[...] Ya no llamamos lunfardo al lenguaje frustradamente esotérico de los
delincuentes, sino al que habla el porteño cuando empieza a entrar en confianza [...]”.
Y éste es su
CREDO poético:
Creo que la poesía es la expresión
artística de la belleza por medio de la palabra sujeta a medida y cadencia, de
donde nace el verso, según la sabiduría del diccionario, en su segunda
acepción.
No descreo del verso libre (sin métrica) o blanco (sin rima), pues sostengo que el poeta debe escribir de acuerdo con su propio y personal criterio.
No creo en el verso hermético, laberíntico, sólo apto para minorías selectas e incomprensible para la generalidad de los lectores.
Creo en el verso claro, que sugiera, y no solamente que diga.
No descreo de la prosa poética, siempre que comunique emoción estética y contenga ese “indefinible encanto de expresar lo bello por medio del lenguaje”.
No creo en el poema cortado arbitrariamente, en la prosa vertical, en los textos sin signos de puntuación, en la evasión de las letras mayúsculas, en el poema aforístico de dos o tres renglones o en otras formas de violación del idioma escrito. Les niego originalidad.
Creo que la poesía lleva en sí un fin educativo: bucear la belleza allí donde la generalidad de los hombres no la advierten, y sacarla a la luz por medio del hilo de oro de la palabra.
No creo en el verso vacío de contenido. Once sílabas no componen necesariamente un endecasílabo, y un endecasílabo puede no contener poesía.
Creo que el verdadero poeta escribe para ser leído. Y entendido.
No creo en el verso denominado “descarnado”, piel y huesos. La poesía es carne, sangre, nervio; es decir, vital.
Creo, por ello, en el verso clásico y por ende en sus formas más eufónicas: soneto, romance, décima, tercetos, etcétera, y sus combinaciones métricas de 14, 11, 8, 7 y 5 sílabas, que, como en un muestrario, trato de revivir en mis obras.
No descreo del verso libre (sin métrica) o blanco (sin rima), pues sostengo que el poeta debe escribir de acuerdo con su propio y personal criterio.
No creo en el verso hermético, laberíntico, sólo apto para minorías selectas e incomprensible para la generalidad de los lectores.
Creo en el verso claro, que sugiera, y no solamente que diga.
No descreo de la prosa poética, siempre que comunique emoción estética y contenga ese “indefinible encanto de expresar lo bello por medio del lenguaje”.
No creo en el poema cortado arbitrariamente, en la prosa vertical, en los textos sin signos de puntuación, en la evasión de las letras mayúsculas, en el poema aforístico de dos o tres renglones o en otras formas de violación del idioma escrito. Les niego originalidad.
Creo que la poesía lleva en sí un fin educativo: bucear la belleza allí donde la generalidad de los hombres no la advierten, y sacarla a la luz por medio del hilo de oro de la palabra.
No creo en el verso vacío de contenido. Once sílabas no componen necesariamente un endecasílabo, y un endecasílabo puede no contener poesía.
Creo que el verdadero poeta escribe para ser leído. Y entendido.
No creo en el verso denominado “descarnado”, piel y huesos. La poesía es carne, sangre, nervio; es decir, vital.
Creo, por ello, en el verso clásico y por ende en sus formas más eufónicas: soneto, romance, décima, tercetos, etcétera, y sus combinaciones métricas de 14, 11, 8, 7 y 5 sílabas, que, como en un muestrario, trato de revivir en mis obras.
En “diálogo” con el poema Fundación mitológica de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges, Punzi escribió su
Fundación
mitológica del lunfardo
A José Gobello
Eran
tiempos de gringos y coraje.
No
se sabe por dónde ni qué día,
en
algún yotivenco fulería
se
juntaron los taitas del lenguaje.
Venían de países sin mañana
donde
duelen la tierra y el arado,
magros
el pan y el vino cosechado.
Y
anclaron en la greda ciudadana.
Desde otras playas y otros meridianos,
al
arrabal de chatos caseríos
arribaron
los turcos, los judíos,
los
gálicos, los rusos, los germanos. . .
Tanos y gaitas en el entrevero
le
tiraron palabras al idioma,
y
un compadre cabal les dio la noma
y
el catre del bulín aguantadero.
Y cada coso gatilló lo suyo,
su
jerga dialectal, su voz errante:
un
goruta se puso con espiante
y
un fullero gitano con chamuyo.
Un genovés se despachó con chanta,
deschave,
berretin y contamusa;
y
alguien batió dequera dequerusa,
y
el caburé rajó con la percanta.
El idish moishe y el argot escracho,
el
galo pris y el piamontés linyera
se
unieron al inglés en la perrera
y
al xeneixe bacán y al inca guacho.
Forfai el yoni y el caló choreo
más
los porteños farra y escolaso
zarparon
juntos del convoy del brazo
y
a la conquista del suburbio reo.
El indio che y el italiano yeta,
los
españoles bronca y espamento
la
tallaron de capos del convento
con
la madama del francés berreta.
Surgieron mil parolas: farabute,
colimba,
grela, poligriyo, cufa,
cocoliche,
chiqué, morfi, garufa,
cana,
laburo, gigoló, debute. . .
Eran tiempos de gringos y coraje.
No
se sabe por dónde ni qué día,
en
algún yotivenco fulería
se
juntaron los tauras del lenguaje.
Y a la final, así nomás, al bardo,
y
a la luz de un farol de taquería,
se
mandaron –en rante cofradía—
la
Academia Porteña del Lunfardo.
Su
majestad
“guapo
sin patente”.
Y
aquí algunos de sus sonetos:
CHE TANGO
Te conocí chirola por chirola
sin rebusques ni liendres en el mate,
y hoy te veo de show y escaparate
tirando tu canción a la bartola.
Capaz —che tango- que de puro piola
te cambien el malvón por un tomate,
o que te pongan fuera de combate
con una curda flor de coca cola.
Lo que bailás ¿es corte o es karate?
¡Qué tanto for export, qué tanta bola!
Nunca tuviste pinta de magnate.
Y el día que pifiés de carambola,
te esperamos —che tango-con un mate
y un disco de Gardel en la vitrola.
sin rebusques ni liendres en el mate,
y hoy te veo de show y escaparate
tirando tu canción a la bartola.
Capaz —che tango- que de puro piola
te cambien el malvón por un tomate,
o que te pongan fuera de combate
con una curda flor de coca cola.
Lo que bailás ¿es corte o es karate?
¡Qué tanto for export, qué tanta bola!
Nunca tuviste pinta de magnate.
Y el día que pifiés de carambola,
te esperamos —che tango-con un mate
y un disco de Gardel en la vitrola.
FERIA DEL BROLI
Este muchacho Borges —la madona—
cómo levanta minas en la Feria:
se le vienen al pie, qué cosa seria,
la docente, la “bian”, la solterona.
¿Qué manya de sus libros la chauchona:
las tapas, el color, la periferia?
Este muchacho Borges, ¿qué bacteria
les mete contra piel y silicona?
¿Con qué virus,qué peste, qué difteria
las escracha de nalgas en la lona?
¿O las va de coyote de Siberia?
La duda me revienta la bordona:
¿este Borges quién es, porca miseria,
Fangio, Vilas, Monzón o Maradona?
Este muchacho Borges —la madona—
cómo levanta minas en la Feria:
se le vienen al pie, qué cosa seria,
la docente, la “bian”, la solterona.
¿Qué manya de sus libros la chauchona:
las tapas, el color, la periferia?
Este muchacho Borges, ¿qué bacteria
les mete contra piel y silicona?
¿Con qué virus,qué peste, qué difteria
las escracha de nalgas en la lona?
¿O las va de coyote de Siberia?
La duda me revienta la bordona:
¿este Borges quién es, porca miseria,
Fangio, Vilas, Monzón o Maradona?
SONETO PARA LA VUELTA DE CARLOS GARDEL
(¨Mi
Buenos Aires querido: cuando
yo
te vuelva a ver...¨)
(¨Con
las alas plegadas, también
yo
he de volver...¨)
¿Desde qué punto cardinal del mito
—Colón del tango, rey de trovadores—
y al Abasto de magias y fervores
volverás con tu gacho compadrito?
¿Por qué barrio vendrás del infinito
y al compás de tus violas interiores?
¿La Paternal, Villa Lugano, Flores?
¿Mataderos, Barracas, Caballito?
Multiplicando patios de colores
te esperan a la luz del farolito
fuelles, muchachas, pibes, payadores.
Alas plegadas, lengue favorito,
bajarás entre pájaros cantores,
Carlos Primero, “námber uán”, Mudito...
EPITAFIO
No me lloren, al tiro de chancleta
del piro macho por la “morta vía”.
Me voy piola: venció la garantía.
Ni le pasen facturas a la yeta.
Sembré versos, sin ley, a la violeta.
De soldado, patié de infantería;
pero jamás alguna fulería
la jugué como ficha de ruleta.
No me lloren, canyengue cofradía,
ni se rasguen en dos la camiseta
cuando falle mi bobo shomería.
Firmen, no más, al dorso la boleta,
y pongan de rondón en la alcancía
tan sólo dos palabras: “Chau, poeta...”
No me lloren, al tiro de chancleta
del piro macho por la “morta vía”.
Me voy piola: venció la garantía.
Ni le pasen facturas a la yeta.
Sembré versos, sin ley, a la violeta.
De soldado, patié de infantería;
pero jamás alguna fulería
la jugué como ficha de ruleta.
No me lloren, canyengue cofradía,
ni se rasguen en dos la camiseta
cuando falle mi bobo shomería.
Firmen, no más, al dorso la boleta,
y pongan de rondón en la alcancía
tan sólo dos palabras: “Chau, poeta...”
Y
por último, el soneto
MIS 80
¿Mis ochenta pirulos? Un afano,
los gasté con amor, a mi manera,
pero siempre lustroso y en carrera.
A Dios, conmigo, se le fue la mano.
Me dio todo: la mamma como primera,
los amigos en tanda y un hermano;
y ya de pibe le saqué temprano
cien sonetos, o más, de la galera.
Nunca yugué de contra y a desgano
ni me salí del riel. Toco madera.
Cinché de buey, como mi nono tano.
Fui maestro, doctor, portabandera,
sufrí y amé... Lo digo de antemano:
Qué bronca me va a dar cuando me muera...
los gasté con amor, a mi manera,
pero siempre lustroso y en carrera.
A Dios, conmigo, se le fue la mano.
Me dio todo: la mamma como primera,
los amigos en tanda y un hermano;
y ya de pibe le saqué temprano
cien sonetos, o más, de la galera.
Nunca yugué de contra y a desgano
ni me salí del riel. Toco madera.
Cinché de buey, como mi nono tano.
Fui maestro, doctor, portabandera,
sufrí y amé... Lo digo de antemano:
Qué bronca me va a dar cuando me muera...
La propuesta para esta clase fue que intenten hacer
un soneto, cosa no fácil. Sepan que es un gran ejercicio poético, para poder
sopesar mejor las palabras, su musicalidad y su unicidad en el verso. Intenten
un soneto y súbanlos al blog.
Y aquí la yapa, un fragmento de un reportaje -para poder conocer su habla y expresión un poco más- que le
realicé a Punzi en septiembre de 2004:
En una
tarde porteñamente invernal, mientras realizábamos este reportaje en su
departamento de la Avenida Santa Fe, tuvimos el gusto de que también nos
recitara algunos de sus poemas.
-Cuénteme de su barrio, de
Chacarita.
-Claro,
yo nací en Corrientes y Dorrego, donde se juntaban tres barrios (aquí recitó
Décimas para mi esquina: Separadas a piolín /por un catastro fulero /cuatro
esquinas: aguatero, /almacén, plaza, fondín. /La quema pinta de hollín /altas
nubes matinales. /Y en las ochavas frontales /se dan polémica cita /tres
suburbios: Chacarita, /Villa Crespo, Colegiales....). Cuando paso delante del
terreno en el que estuvo mi casa, Dorrego 831, ya no está; ahora hay 42
casitas. ¡Pero no se murió mi casa, porque yo la tengo en un poema! Allí narro
quiénes estaban cuando yo era chico, cómo hablaban, cómo se llamaban, de dónde
venían. El conventillo de al lado también desapareció, ahora no sé lo qué es,
pero lo tengo perfectamente escrito en un poema. De la misma manera, los hechos
históricos. Escribir por ejemplo el Romance de la Vuelta de Obligado me
representó haber leído todo lo que hay sobre eso, porque no se puede tomar
decisiones a favor de nadie sino investigar todo lo que hay, y los detalles. De
todos esos detalles que estudiaría un historiador con toda minuciosidad, yo
tengo que elegir aquellos aspectos que tengan entidad poética, que puedan
permitirme introducir en la redacción alguna metáfora, algún verso poético. Una
vez que estudié todo eso y encontré lo poético, tengo que buscar qué rimas
corresponden, qué métrica; es un trabajo impresionante. Y además, tengo que
describir el paisaje, como en el caso de la batalla de Chacabuco. Porque el
paisaje es importantísimo para el desarrollo de los acontecimientos. Y
modestamente puedo hacer eso, porque conozco ese paisaje. ¿Sabe por qué? Porque
yo subí el Aconcagua. Mientras lo subía, me decía cómo puede ser que hayan
pasado por acá los soldados de un ejército, con cañones, elementos sanitarios y
todas las armas y las municiones. Los poetas no escriben de estas cosas pero
vale la pena que lo hagan, porque todo ese bagaje es nada menos que nuestra
identidad; no es patrioterismo.
-¿Le gusta hacerlos, y en
endecasílabos y heptasílabos?
-Pero
para qué te cuento; me divierto como loco y cuando recito veo cómo le gusta a
la gente que me escucha. Pero me han criticado porque escribo sonetos. Sí, no
me publican pero me critican la forma. El endecasílabo es la gran herencia que
le dejó Italia a España, porque el mejor verso español es el de siete, pero ahí
está la posibilidad de los alejandrinos, la combinación de 11 con 7. A mí me
gusta mucho el tango, y a raíz de ir a ver constantemente a la Orquesta de
Buenos Aires de García y Garello, hay una barra de gente que de tanto ir se
hizo amiga; esto hace ya más de veinte años. Y empezamos a ir a comer al mismo
lugar, después también venían los músicos; por ahí venía García. Donde vamos a
comer nos reservan un lugar con un piano, y después se toca, se canta y yo
recito generalmente poemas populares. Pero una vez se me ocurrió decir el verso
de la batalla de Chacabuco; se quedaron boquiabiertos. Fundamentalmente porque
dijeron, ah, ¿fue así el asunto? Entonces empezamos a ver cosas que no se
enseñan en el colegio. [...]
Reportaje realizado por Sandra Pien para la revista Soldados.
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