Me
fui como quien se desangra, la oración que cierra
la novela Don Segundo Sombra, es quizá
lo único que se recuerde hoy del escritor Ricardo
Güiraldes.
Pero
aquí dejaremos de lado esa propuesta de
un modelo de vida consustanciado con el campo criollo en cuanto a síntesis
utópica de la argentinidad planteada desde la novela Don Segundo Sombra (1926), en la que el autor
plantea la ilusoria idea de una armoniosa combinación mundo urbano-mundo rural,
y la exaltación de un espacio bucólico a la manera griega.
Hoy
veremos al más desconocido Güiraldes, al Güiraldes poeta, un gran innovador, adelantado e incomprendido
poeta. Es que mucho antes, en 1915, incitado por la gran figura cultural que
era entonces Leopoldo Lugones, edita su primer poemario, El cencerro de cristal.
Se
trata del primer corpus argentino de poemas vanguardistas, y ésa es su gran
originalidad; aunque todavía esos poemas arrastren cierto lastre modernista en
algunas formas un tanto recargadas y algo naive.
Lo cierto es que a destiempo ya del modernismo, convertido en establishment, y
sin duda todavía bien distante de las vanguardias por venir, de las que fue un señero
precursor, ese poemario fue mal recibido tanto por la crítica como por el
público.
A
tal punto que el mismo Lugones, que lo había incentivado a publicar, calificó
ese poemario de esta manera: es “la trastienda clandestina de las mixturas de
ultramar, donde el fraude de la poesía sin verso, la estética sin belleza y las
vanguardias sin ejército aderezan el contrabando de la esterilidad, la fealdad
y la vanagloria”. Un amigo, don Lugones.
Sólo
los jóvenes escritores del Grupo Martín
Fierro lo verán como un “paladín de la nueva
sensibilidad estética”; en especial la corriente ultraísta, que lo cita como un
antecedente de relevancia, surgido todavía en un ambiente inmaduro para
apreciarlo.
El compuesto ideológico-estético del martinfierrismo
se construye con la novedad como valor, reivindicación de lo argentino y la
perspectiva cosmopolita y la oposición a la relación lucro-arte (a pesar que en
esta época la revista organizaba promociones de sus libros) o sea, rechazaban
el mercado del arte.
La revista Martín
Fierro aparece con el gobierno de Alvear. Era joven, transgresora,
iconoclasta y con un gran sentido del humor, aparecía como una “nueva
sensibilidad”. Fue pionera en la defensa del idioma, y por ejemplo en la
sustitución del “tú” por el “vos”.
Respecto de El cencerro de cristal, es conocida la anécdota acerca de que
Guiraldes quedó tan dolido y decepcionado por las unánimes críticas negativas que compró
toda la edición y la arrojó a un pozo que hizo al efecto en la estancia “La
Porteña”, en San Antonio de Areco. Unos pocos ejemplares fueron rescatados
luego por su esposa Adelina del Carril. Ésta de arriba es la portada de aquella malhadada primera edición.
En
ese poemario conviven poemas y prosas poéticas, para 1915 toda una innovación
rupturista, aunque todo mezclado con cierta ingenuidad. Lo interesante es el
trabajo que realiza en la lengua, la ruptura desde el idioma; incluso utilizará
el feísmo, luego muy tomado en cuenta por Oliverio Girondo.
Vinculado
a este poemario inaugural de Güiraldes, veremos el
recurso lírico de la personificación,
uno de los cuatro vinculados con la prosopopeya; quizá el más utilizado por
este poeta.
Ricardo Güiraldes nació en Buenos Aires, el 13 de febrero de 1886 y falleció en París, el
8 de octubre de 1927. Novelista y poeta argentino, tenía 41 años cuando muere
víctima de la enfermedad de Hodgkin (cáncer que afecta a los ganglios).
Había crecido en el seno de una familia de clase alta, terratenientes.
Su familia lo llevó de niño a Europa donde aprendió francés y alemán antes que
el castellano.
Tuvo una serie de institutrices y luego un profesor mexicano, que
reconoció sus aspiraciones literarias y lo animó a continuar con ellas. Estudió
en varios institutos hasta que acabó el bachillerato a los dieciséis años. Sus
estudios no fueron brillantes. Comenzó las carreras de Arquitectura y Derecho,
sucesivamente, pero al fracasar, emprendió varios trabajos en los que tampoco logró
encontrarse. Viajó a Europa y Oriente en 1910 en compañía de un amigo; visitó
Japón, Rusia, la India, Oriente Medio y España, y se instaló finalmente en
París con el escultor Alberto Lagos. En la capital francesa decidió seriamente
convertirse en escritor.
Sin embargo, dicen que se dejó seducir por la vida fácil y divertida de
la capital francesa y emprendió una frenética vida social. Pero un día se le
ocurrió sacar de un cajón unos borradores que había escrito: unos cuentos vinculados
con la vida rural, que luego incorporaría a sus Cuentos de muerte y de sangre. Ya en estos primeros borradores se
dio cuenta de que había forjado un estilo muy particular.
Volvió a México en 1912 después de haber decidido, de una vez por todas,
convertirse en escritor. Al año siguiente, 1913, casó con Adelina del Carril,
hija de una destacada familia bonaerense (la ceremonia se realiza el día 20 de
octubre, en la estancia Las Polvaredas), y ese mismo año aparecieron varios de
sus cuentos en la revista Caras y Caretas.
Éstos y otros de 1914 irían a formar parte de Cuentos de muerte y de sangre que, junto a El cencerro de cristal, se publicaron en 1915. Sin embargo, no tuvo
éxito. Dolido, Güiraldes retiró los ejemplares de la circulación y los tiró a
un pozo. Su mujer recogería algunos de ellos y hoy en día estos libros,
manchados de humedad, tienen un gran valor bibliográfico.
A finales de 1916 el matrimonio Güiraldes, junto a un grupo de amigos,
emprende un viaje a las Antillas, visitan Cuba y lo terminan en Jamaica. De sus
apuntes surgiría el esbozo de su novela Xaimaca.
En 1917 aparece su primera novela Raucho.
En 1918 publica la novela corta Rosaura.
En 1919 viaja otra vez a Europa con su mujer. En París establece
contactos con numerosos escritores franceses. Frecuenta tertulias literarias y
librerías.
Entre todos los escritores que conoció en esa visita, quien mayor huella
le dejó fue Valery Larbaud. En 1923 publicó en Argentina la edición definitiva
de Rosaura, muy influenciada por
escritores franceses, y que fue razonablemente bien recibida por público y
crítica.
En 1922 regresó a Europa y, además se estableció en París. A partir de
ese año se produjo un cambio intelectual y espiritual en el escritor. Se
interesó cada vez más por la teosofía y la filosofía oriental, en busca de la
paz del espíritu. Su poesía es fruto de esta crisis.
Al mismo tiempo, sus ideas literarias empezaban a tener aceptación en
Buenos Aires, ciudad que se veía arremetida por los movimientos vanguardistas.
Güiraldes ofreció su apoyo a los nuevos escritores.
En 1924, junto con Brandán Caraffa, Jorge Luis Borges y Pablo Rojas Paz,
fundan la revista Proa; la revista no
tendría éxito en la Argentina pero sí en otros países hispanoamericanos. Se
publicó entre febrero de 1924 y 1927, llegó a tirar unos 20.000 ejemplares. Tras
el cierre de la revista, Güiraldes se dedicó a terminar su última obra editada,
Don Segundo Sombra, novela a la que
pondría el punto final en marzo de 1926.
Algo acerca de las Vanguardias
y sus características
La primera manifestación de la vanguardia,
movimiento que comienza en Europa, fue
el cubismo, que surge en 1906 con las técnicas pictóricas introducidas
por Pablo Picasso y George Braque. A partir de entonces se sucedieron los
diferentes –ismos, aunque todos ellos participaron de características
comunes, las siguientes:
§ Arte no
naturalista:
al arte que imita la naturaleza, las vanguardias oponen el arte que crea su
propio sistema autónomo y autosuficiente.
§ Exaltación de la
irracionalidad:
en un intento por redefinir la realidad de una manera abarcadora en la que se
revelen todos sus aspectos.
§ Conciencia de
ser representantes de una nueva sensibilidad: aclaman los tiempos modernos, la
tecnología.
§ Interrelación de
todas las artes:
música, plástica, literatura, actúan como vasos comunicantes de una misma
actitud estética.
§ Expresión a
través de las llamadas revistas literarias: creación y proliferación de
revistas literarias, que los vanguardistas utilizaban como medio de expresión y
difusión, y generalmente editaban en ellas sus programas o manifiestos.
§ Ruptura con lo
académico:
surge la necesidad de provocar un shock en el lector a través de un arte feo,
agresivo, disonante, antisentimental.
§ Experimentalismo:
de
esa actitud constante por reflexionar sobre el hecho artístico y su mensaje
(expresada en ars poéticas). De ese experimentalismo derivan: 1) la fugacidad
de los movimientos que se replanteaban las características y alcance de su
objeto, el arte; y 2) el hermetismo.
§ Los grandes
creadores trascienden esos movimientos: y siguen su propio camino (Picasso, Borges).
§ Características
particulares: algunos
elementos específicos de cada una de las vanguardias, que tuvieron profunda
influencia en la literatura posterior.
Ahora leeremos algunos poemas de El
cencerro de cristal. Presten especial atención al lenguaje que utiliza,
a los adjetivos, a las personificaciones.
Mi caballo
Es un flete criollo, violento y amontonado, vive para el llano.
Sus vasos son ebrios de verde y la tarde, en crepúsculo orificado,
se enamoró de sus ojos.
Comió pampa, en gramilla y trébol, y su hocico resopla vastos
galopes, en sed de horizonte.
La línea, la eterna línea, allá, en que se acuesta el cielo.
Contra el amanecer, cuando la noche olvida sus estrellas, golpeose
el pecho de oro, y en la tarde, enancó chapas de luz.
Iluso, la tierra rodó al empuje de sus cascos; fue ritmador del
mundo.
¿Realidad? ¡Qué importa si vivió de inalcanzable!...
La Porteña, 1914
Amanece
Es la noche de las estrellas: soñolentas parpadean, para dormir en
la violencia del día.
Un churrinche, gota de púrpura, emprende su viaje azul.
El disco de luz, invencible en su ascenso, ha desgarrado en amplia
herida las nubes que pesaban sobre él.
Las nubes sangran.
Mediodía
La atmósfera embebida de átomos solares, tiene solidez
irrespirable.
El canto de la torcaza, adormece con la monotonía de su ritmo
lloroso.
A lo lejos, el campo reverbera, turbio.
El sol, sus grandes alas desplegadas, plana inmóvil sobre el mundo.
Leyenda
El río dijo al sauce: «Yo soy la vida y, en mi incesante correr,
renuevo emociones».
El sauce dijo al río: «Yo soy el poeta, ¿no ves como te
embellezco, rezando sobre ti las estrofas de mis ramas?»
Dijo el río: «Pues ven conmigo, tú me darás la belleza de tu
canto, yo el encanto de nuevas bellezas».
Y aceptó el sauce; pero en la primer caída, la frágil armazón de
verdura se desgarró sobre las toscas.
Y dijo el sauce: «Déjame, que si bien soy un momento de alegría en
tu carrera, no puedo, sin romperme, seguirte todo el tiempo».
Y el río, para quien el sauce empezaba a ser carga, le depositó en
un rincón sereno.
El sauce ha reverdecido y sus hojas besan el agua.
El río sigue su brutal correr, mas al pasar frente al poeta,
amansa su delirio, y las aguas, acariciando las raíces, han labrado el remanso.
Un encanto fatal, envuelve aquel sitio dormido. La doncella que
pasa, no debe ceder al llamado tranquilo.
La Porteña, 1913
Solo
Está el llano perdido en su grandura.
La tarde, sollozando púrpuras, aquieta
las coloreadas vetas,
que depura.
De la cañada el junquillal sonoro,
en rojo y oro,
detiene jirones de color,
que haraganean, lentos,
sus últimos momentos.
No hay ni hombres, ni poblado.
«Polvaredas», 1914.
Siesta
Azules tus ojos. Azules y largos, como un deseo perezoso, cuando
el cansancio pesa en tus
párpados caídos.
¡Así!..., en el arrobo conventual de una mirada, quisiera reposar
mi alma entre la sombra
blanda que amontonan tus pestañas.
Mientras los postigos de nuestro cuarto se ribetean de sol.
«La Porteña», 1914.
Tarde
En la indiferencia silente del atardecer pampeano, un vasco canta.
Recuerda cuestas y pendientes rocosas y valles quietos o aldeas
pueriles.
La voz es mala, el afinamiento orillea. El ritmo de la guadaña
descogota la canción, a cada
cadencia ondulosa, que nada es, en la indiferencia llana del
atardecer pampeano.
Las ovejas balan volviendo al encierro, el vasco sigue cantando.
¡Nada!... el reflejo en las
almas, del morir solar.
«La Porteña» 1914
Reposo
Acostado sobre la tierra, en la calma absoluta de la noche,
hilvano incoherencias.
Mis oídos se tienden hacia los sonidos. Un vago rumor, hecho de
mil imperceptibles. Junto a
mí, un pasto que escapa al peso del cuerpo cruje apenas. Y los
otros, esos que crecen, también
tendrán su canto.
Bruscamente evoco el zumbido inmenso de la tierra, en su girar
sobre sí misma, mientras
¿Y si perdiera la tierra su atracción centrípeta?
Siéntome cruzar la atmósfera, despedido en impulso gigantesco.
Y mi alma va tras el infinito, infinitamente.
París, 1911.
Una palabra a los lunáticos
A los que blasfemaron contra el sol; condensador de la tierra.
Padre nuestro, generador, que
va
A los que renegaron de S. M. (N. de la R: Su Majestad) acompasadora
de metodizaciones astrales. Culminador por
excelencia.
A los pequeños que te temen. ¡Oh supersideral!
Y se inyectaron los rieles de la luna, como un jeringazo de
morfina.
El principio
Era el caos. Decir no y pensar cero.
En el eterno negar, fue brevemente la voluntad de ser. Origen del
Sol.
El sol, en asombro de su luz, fue goce de existir; tanto amó su
mirada, que pulularon las
condensaciones de obscuridad; los astros.
Y los astros giraron de amor ante la gran pupila quieta.
Es el canto eterno en el caos sordo.
La tierra rueda, envuelta en hilachas de oro. Es esclava y amante.
Su piel sensible tiene un
escalofrío, pulsado por noches y días.
Y nosotros pasamos, como sobre un cutis que ama al contacto de una
caricia, corre un tropel
de mil vidas sensitivas, que nacen, gozan, sufren y mueren.
«La Porteña», 1914.
Tierra
Cuna, tumba.
Hágase tu voluntad y no la nuestra.
Danos el pan de cada día y los cataclismos.
Sufre los dolores de éstos tus hijos. ¡Oh pura, que concibes, por
obra y gracia del sol, Nuestro
Señor, que está en los cielos, todopoderoso!
Santa Madre, sé buena para nuestra vida y ábrenos, esas tus fosas
cariñosas en la hora eterna
de nuestra muerte.
¡Así sea!
«La Porteña», 1915.
Viajar
Asimilar horizontes. ¿Qué importa si el mundo es plano o redondo?
Imaginarse como disgregado en la atmósfera, que lo abraza todo.
Crear visiones de lugares
venideros y saber que siempre serán lejanos, inalcanzables como
todo ideal.
Huir lo viejo.
Mirar el filo, que corta una agua espumosa y pesada.
Arrancarse de lo conocido.
Beber lo que viene.
Tener alma de proa.
«Regina Elena», 1914.
A
la mujer que pasa
A
la mujer que pasa
¡Oh!
el dolor de tu cuerpo voluptuoso, apto a la herida de la carne quemadora.
Vorágine
obsesora,
tortura
lenta.
Sueño
estatuario,
estética
de carne.
Vitalidad
turbulenta,
camina
lenta.
Y
deja que ritmen tus talones,
candentes
dominaciones.
Estética
de carne,
carne
de amor.
Belleza,
alma pagana de la forma;
diosa
que espira su perfecto por la línea,
multivital,
del movimiento y del volumen.
Misterioso
numen
que
ilumina,
el
alma de la plástica divina.
Prisma
No
busquéis aquí, verdad, razón o deducción alguna.
A
otros la enseñanza. A esas enormes cabezas cuadradas, pensantes y
rumi-pensantes que
hacen
de la verde yerba campera un bolo alimenticio.
Ellos
dicen: «mucho de lo que crees hermoso, no es sino cieno».
No
tengo aptitudes de máquina para transformar bellezas en utilidades, y si algo
hay de
verdad
en mis escritos, culpa mía no es.
El
prisma recibe luz e, inconsciente, rompe transparencia en siete colores.
Buenos Aires,
1914.
Paseo
De
Río a Copacabana.
Se
dispara sobre impecable asfalto, se agujerea una montaña y se redispara, en
herradura,
costeando
océano y venteándose de marisco.
El
mar alinea paralelas blancas con calmos siseos. El cielo está siempre clavado
al techo, por
sus
estrellas; los morros fabrican horizontes de montaña rusa...
Y
luna calavereando.
Río de Janeiro,
1914.
El día se ha
muerto
Cerca,
todo lo que cae bajo la luz borrosa de los faroles. Por trechos, agujeros de
obscuridad,
pedazos
de desconocido, donde la imaginación puede crearlo todo.
A
lo lejos, la masa densa de la montaña, sobre el cielo huyente, crea el
horizonte. En sentido
opuesto,
donde la vista no alcanza, tierra y agua copulan idéntico beso.
Solo,
muy solo, va el camino pequeño.
Pueblo
de bambolla, nacido de ensueños voluptuosos. Aldea modesta, mejillón de la
cima.
Cielo.
Montaña. Mar plegadizo, fuerte, monótono y grande.
Todo
tañe en el Ángelus del campanario.
Beaulieu, 1912.
Proa
Hace
mar fuerte... ¿fuerte?... Los ego cultores decimos así a lo que nos vence y no
es el caso.
El
mar arrea cordilleras renovadas, que columpian al vapor en cuya proa frenetizo
de
borrasca.
Busco
una metáfora pluriforme e inmensa; algo como fijar el alma caótica, que se
empenacha
de
pedrería.
¿Cómo
decir?... Mar... mar... y mientras insuflo el cráneo de espacio para cantarle
mi visión,
el
insolente me escupió la cara.
«Regina Elena»,
1914.
Verano
Buenos
Aires. Calle Santa Fe en el 900. Diciembre. La casa abierta, respirando noche,
todo
apagado
dentro.
Cielo,
implacablemente estrellado, cuyo azul de zafiro australiano se aleja, por obra
del
aturdimiento
luminoso que mandan a los ojos los focos eléctricos.
De
tiempo en tiempo, coches pasan, en rectilíneos destinos.
En
la acera de enfrente, una madre aparea la obesidad de su flácido descanso a las
epidérmicas
lasitudes de su hija, que corre mano distraída, sobre su muslo, apenas
suavizado
por
un batón rosa.
El
reflejo de los focos se aplasta, extendido contra el asfalto.
Caballito,
caballito que llevas el fiacre vacío, pareces un cuento, infantil, de madera.
Buenos Aires,
1913.
Tango
Tango
severo y triste.
Tango
de amenaza.
Tango,
en que cada nota cae pesada y como a despecho, bajo la mano más bien destinada
para abrazar un cabo de cuchillo.
Tango
trágico, cuya melodía juega con un tema de pelea.
Ritmo
lento, armonía complicada de contratiempos hostiles.
Baile
que pone vértigos de exaltación viril en los ánimos que enturbia la bebida.
Creador
de siluetas, que se deslizan mudas, bajo la acción hipnótica de un ensueño
sangriento.
Chambergos
torcidos sobre muecas guasas.
Amor
absorbente de tirano, celoso de su voluntad dominadora.
Hembras
entregadas, en sumisiones de bestia obediente.
Risa
complicada de estupro.
Aliento
de prostíbulo. Ambiente que hiede a china guaranga y a macho en sudor de lucha.
Presentimiento
de un repentino estallar de gritos y amenazas, que concluirán por sordo
quejido,
en un chorrear de sangre humeante, como última protesta de ira inútil.
Mancha
roja, que se coagula en negro.
Tango
fatal, soberbio y bruto.
Notas
arrastradas, perezosamente, en un teclado gangoso.
Tango
severo y triste.
Tango
de amenaza.
Baile
de amor y muerte.
París, 1911.
El
verbo
¿En
la tierra, por la edad de piedra? ¿En el paraíso, antes de la expulsión?
Qué
sé yo. Pero lo he visto, como veo mi pluma amar la virginidad blanca, del
papel.
Un
lago quieto, como espejo, que árboles multiformes esmaltan de verde.
¿Ambiente?...
El de una flor en eclosión.
Una
forma femenina está en la naturaleza, lista a expandir(18) sus ondas
vibrátiles. Y la
mano
que ha de motivar el sonido asoma entre el verdor circundante. Un hombre.
Es
el primer encuentro.
Música
nochera
-¿Quieres?
¿Vamos a divertirnos?
Accedió
y fueron al café.
Gente,
ruido, baile y música. Música para trasnochadores; música de hotel
internacional o de
«boite»,
que era lo que buscaban.
Parado
en una silla, sobre una mesa, peroraba el poeta ebrio, con ojos de amplia
pupila, vaga,
de
cocaína o ajenjo.
-«Ritmos
pseudo-alegres de desenvolvimiento fatal. Cosas para bailar o cantarse en coro.
¡Hay
que divertirse! ¡Oh, brevedad humana, saltar, gritar; la vida es breve, reír se
debe... a
troche-moche,
cantando cosas macabras y huyentes, bailando pasos internacionales y tomar
vino.
Tomar vino, o champagne, o alcohol, que da fuego al hombre y a las lámparas.
»
¡Cuestión de quemar!
»Orquesta
estrepitosa, tapujo de tristezas, despertadora de melancolías dormidas e
inútiles.
Cada
pieza es una pieza menos (y en esto es como en todo). Apurar ritmos vitales,
para
intensificarlos.
Barajar, en plena alma, la exacerbación de todo dolor ajeno, chillado en las
pobres
cuerdas, víctimas llorosas, como hilachas del alma arrancadas del ovillo».
Él
estrechaba a su compañera, que se vende para vivir y sufre, y era de los que
viven para
comprar
y sufren.
Un
malestar los torturaba
Él
ebrio seguía su discurso.
-¡Vamos!
-dijo.
-Vamos.
El
automóvil corrió.
-¡Llévanos
lejos, lejos! donde tú quieras...
No
dejaban nada tras ellos, eran libres y sin embargo reían, porque escapaban,
así, de
divertirse.
Buscando, cada uno, el calor del alma amiga, iban recostados; ella, la cabeza
en su
hombro.
Por
delante, el camino largo a recorrer, las sorpresas del vendrá.
Y
eso es todo.
Una
nueva aventura, que comienza.
¡Oh,
destino terrestre, esclavitud centrípeta! No poder emigrar, en grandes elipses
sidéreas,
por
los astros de los astros...
Mar del Plata,
1915.
Luna
Luna
que haces ulular a los perros y los poetas.
Faro
de tiza
astro
en camisa.
Disco,
casco y guadaña, colgada al hombro de la noche, representante de muerte.
Impotente
intermitente.
Parásito
luminoso del sol, chinchorro giratorio de nuestra barca sideral.
Ronda
vejiga
pálida
miga.
Surtidora
de falsas purezas. Frígido ovillo.
Pulcro
botón de calzoncillo.
Nadie
te teme; todos te quieren. Inofensivo bollo de harina sin importancia.
Blanca
jactancia.
Sudario
de azoteas. Velador de noctámbulos.
Orgullo
hinchado
de
trasnochado.
Luna,
muerte, maleficio
gorda
madama del precipicio.
Ojalá
se ahogue dentro de un charco,
tu
ojo zarco.
Ángel
caído en frialdad, per-in-eternum.
Mundo
maldito,
me
importa un pito.
La obra está en versión PDF, disponible en el
siguiente link, y en varios otros más:
No olviden subir aquí, al blog, sus poemas, trabajados en clase.
¡Buena
semana poética!!
Ejercicio
ResponderBorrar20-ago-15
Ricardo Güiraldes
Atardecer oeste
El mudo campo termina en el horizonte
aserrado por la incesante hilera de pinos
Los viejos dioses se esconden a la vista
uno hiriendo la tierra con el arado
otro mutado en el silvestre vacío de la tarde.
Calor e insectos atentan contra esa esquiva siesta
que quiere y no quiere meterse en mi catre
la cocina medita la cena, sueña con sus aromas
y con otros veranos, lejanos, oscuros.
Las ventanas irritan la tierra de los ojos
El ulular del tren astilla la íntima calma.
por el piso, cansadas revistas
acusan mi indolencia.
Un cielo ajeno atempera mi vigilia
mis pensamientos despiertan en mi cuerpo
susurran fantasmas apenas iluminados
por el fuego de la tarde, que se desprende.